Entramos a Grandes Maestros, exposición del artista holguinero radicado en México desde 1991 Lázaro Reynaldo Rodríguez, que exhibe la Sala Electa Arenal del Centro Provincial de Arte de Holguín, para encontrarnos con una instalación que incorpora, además, una acción performática per se —y no solo en su momento inaugural—, pues Lázaro Reynaldo (1964) la ha pensado como una puerta que luego de ser traspasada no hay forma de desprenderse del contenido que resguarda: un viaje por los sentidos. La obra de Lázaro Reynaldo es una exploración que se expande en las honduras de la espiritualidad y que, como nos recalca el artista, se debe también a los maestros de todo tipo que le han influido en la vida y en el arte.

Grandes Maestros nos interroga a través de experiencias vitales, sensitivas; olores, sabores, sonidos”.

Grandes Maestros nos interroga a través de experiencias vitales, sensitivas; olores, sabores, sonidos… y nos hace partícipe de una selección reciente de obras pictóricas, dibujos, fotografías, objetos personales, textiles, artesanías y elementos de la naturaleza (tierra y carbón vegetal), pues la exposición está “concebida ad libitum no solo por la variedad de motivos, objetos, materiales y técnicas; sino por la fluidez de ideas que retienen lo primitivo del gesto pictórico, la naturalidad del dibujo, la armonía con el entorno; una voluntad de darse al goce, a la expectación, a lo ignoto detrás de lo aparentemente visible”, expresa en las palabras del catálogo de la exposición, Yuricel Moreno, directora del Centro Provincial de Arte, y quien, junto a la artista Bertha Beltrán Ordoñez, tuvo a cargo la curaduría de esta muestra.

“La gratitud es el sentimiento que más amor genera y expande”, sostiene Lázaro Reynaldo.

Detrás de cada trazo y cada objeto, Lázaro ha escrito/descrito su vía crucis, que ha sido un viaje de aprendizaje constante, y que promete, como la propia vida, seguir siéndolo. Toda la exposición –en donde encontramos obras como “Torsos en rojo”, “Gracias por la abundancia que ya soy” y “Un caballo para Adán”– se articula con un concepto: la gratitud. Lázaro Reynaldo sabe que “la gratitud es el sentimiento que más amor genera y expande”. El viaje, el reencuentro que posibilita la creación en Holguín, parecería algo lógico, una boutade, si Lázaro Reynaldo no fuera, sobre todo, un artista sincero consigo y con su propuesta (dos cualidades que se advierten al adentrarse en su obra). Las piezas expuestas aquí no son solo, o no únicamente, un giro en el que la imagen se inscribe en el marco de la representación y de lo representado. Ese giro marca otras latitudes, otros sitios, tal vez mentales, emocionales, en los que el artista elabora su idea del arte, y agradece siempre por ello.

“Detrás de cada trazo y cada objeto, Lázaro ha escrito/descrito su vía crucis, que ha sido un viaje de aprendizaje constante”.

Apertrechado de las posibilidades de la abstracción figurativa, su obra se precipita como un torrente azul y traslúcido (que nos evoca la pasividad o el furor del mar), o en el rojo y el blanco (colores que junto al azul le caracterizan), o en el ocre, los tonos terrosos, sensitivos, dorados, como el sol que lo cubre todo, y que dan paso a la creación espontánea, al trazo intuitivo. Lázaro Reynaldo realiza la búsqueda de la manera más sensible y espiritual que cree posible, indaga en la armonía interior que lo equilibra todo, que explora y evoca; y en ello afloran personajes que observan de perfil, o exhiben sus cuerpos, y cuyos rostros coquetean con rostros equinos, con fuerzas de la naturaleza, y agradecen también esa dicha.

Luego de sumergirnos en las profundidades de sus tonos, en las líneas y contornos de sus torsos desnudos, en las magníficas formas del caballo que recorren sus cuadros como pintados a galope, al vuelo impresionista, Lázaro nos abre otras puertas (¿acaso interiores, las que desea siempre abrir?) que dialogan consigo y con nosotros. Yuricel destaca en la exposición

un conocimiento sólido del arte, del manejo de estructuras, de claves de significación cultural y una filosofía de vida ampliamente sedimentados en una iconografía personal llena de símbolos. En algunas piezas, el cuerpo humano —rostros impersonales, torsos, glúteos— impregnado por una expresión sutil, se confunde con figuraciones equinas y abstracciones que dejan cierta inquietud por develar su verdadero sitio en el juego de asociaciones propuesto. En otras, salta a la vista la relación con el diseño, la moda y la publicidad.

Y añade que

la sensación de bienestar que proyecta tal ambiente, nace del sentimiento de gratitud hacia una cultura de extraordinaria fuerza y expresividad, como la mexicana. Grandes Maestros se convierte entonces, en una manera de retribuir la acogida, la savia compartida de manera generosa y fértil. La grandilocuencia del título, como podría pensarse, no rinde pleitesía a nombres reconocidos en determinad ámbito, sino que hace reverencia a quienes han nutrido la cotidianidad del artista, sus esencias y hasta veleidades.

Grandes Maestros se convierte entonces, en una manera de retribuir la acogida, la savia compartida de manera generosa y fértil”.

El artista va armando artilugios de su memoria, fragmentos a salvaguarda de los días, maderos a los que agarrarse; y con ellos ofrece señales de su espiritualidad y su identidad. Sus trazos sencillos, minimalistas (subrayamos lo antropomórfico de las figuras, que metamorfosean en cuerpos de animales, caballos por ejemplo, presentes como señales de luz, en los complementos verbales que intensifican el mensaje de algunas piezas) nos remiten a los contextos de una paz interior deseada y encontrada, que se desea compartir aquí. Todos miran el universo, todos buscan. El ojo milenario (ojo poético) ofrece su luz de sol.

Residente en una urbe tan cosmopolita como la Ciudad de México, propicia para experimentaciones creativas, para el arte sin aprensiones, Lázaro Reynaldo realizó en Holguín su carta de agradecimiento al mundo, a través de la exposición Grandes Maestros, una muestra para adentrarse con todos los sentidos (y también las emociones) bien despiertos en este viaje emotivo, afectivo, esencial, lírico, por los pasajes que nos ofrece la vida.

“Lázaro Reynaldo realizó en Holguín su carta de agradecimiento al mundo, a través de la exposición Grandes Maestros”.