Aunque la danza ha estado presente en los escenarios desde tiempos inmemoriales (ya fuese en templos de culto, salones palaciegos, arenas de combate; registrados desde los tiempos protohistóricos en las más antiguas civilizaciones como Mesopotamia, Egipto, China, Japón y la India, por citar solamente los centros más afamados del Oriente esclavista), no sería hasta la creación de la Real Academia de la Danza en 1661, por el rey Luis XIV de Francia, que en el llamado mundo occidental se daría inicio al registro del quehacer danzario sobre escenarios especialmente destinados a este fin.

“Largo ha sido el camino recorrido por este maravilloso arte capaz de comunicar toda la gama de los sentimientos humanos a través del lenguaje del movimiento”. Foto: Cortesía del autor

En la capital francesa, la llamada danza académica o danza de escuela se extendió por los más importantes países de Europa y posteriormente a las tierras de los nuevos territorios descubiertos por Cristóbal Colón a partir de 1492. El ballet fue la primogénita expresión de ese danzar en los llamados espacios teatrales. Del Ballet Cómico de la Reina, precursor de esta modalidad, llevado al Palacio del Petit Bourbon de París por Catalina de Médici en 1581, hasta nuestros días, largo ha sido el camino recorrido por este maravilloso arte capaz de comunicar toda la gama de los sentimientos humanos a través del lenguaje del movimiento.

En su larga trayectoria (más de cinco siglos), el arte del ballet ha conocido un incesante desarrollo técnico y estilístico que ha incluido modalidades tales como: los ballets de corte, la ópera ballet, la comedia ballet y el ballet de acción, género este último surgido de los grandes aportes del austriaco Franz Hilferding, el italiano Gasparo Angiolini y el francés Jean-George Noverre, quienes se apartaron de los elementos superfluos para dotarlos de un realismo cada vez mayor.

“El arte del ballet ha conocido un incesante desarrollo técnico y estilístico”.

En el siglo XIX se enriqueció con el surgimiento del baile en puntas como instrumento para expresar los reclamos de los dos grandes estilos surgidos en ese período: el romanticismo y el clasicismo. En 1928, con el estreno de Apolo, guía de las musas, George Balanchine y los ballest rusos de Diaghilev rompieron las ataduras del ballet con su neoclasicismo, cuyas bifurcaciones dan lugar hoy a incontables formas de enfrentar el movimiento corporal de los bailarines sobre un escenario.

Los bailarines Serge Lifar y Alexandra Danílova en Apolo, guía de las musas. Foto: Tomada de Internet

Los estudios teóricos sobre la danza escénica se enriquecieron grandemente con el quehacer teórico y práctico de tres insignes creadores de los siglos XIX y XX: el francés Francois Del Sarte, el suizo Émile Jacques-Dalcroze y el alemán Rudolf von Laban. Sus aportes sobre el gesto, el ritmo y el movimiento vinieron a fundirse con la secular experiencia balletística y han sido la base para una nueva forma del baile escénico: la danza moderna surgida a principios del siglo XX; eje de grandes conquistas y también de incontables polémicas que han llegado hasta nuestros días. Así lo veremos en la próxima reflexión.