Uno imagina aquellos encuentros de junio de 1961, las palabras de Fidel, sus gestos, el ambiente. En las semanas más recientes hemos escuchado varias veces el tono de su voz gracias a la grabación de aquella emblemática intervención del día 30. Imaginamos las reacciones de los demás, sus pensamientos, sus sentimientos mientras escuchaban al líder revolucionario; el mismo ser humano que había cambiado el destino de Cuba y que en diversas ocasiones demostró su capacidad para conquistar lo aparentemente imposible y convertir sueños en realidades.

“Obra imprescindible dentro del panorama abarcador y exacto sobre los acontecimientos vinculados al emblemático discurso”. Imagen: Cortesía del autor

En la Biblioteca Nacional dialogaba el hombre que había dirigido el asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo; la lucha en la Sierra Maestra; el triunfo del primero de enero de 1959; la victoria en Playa Girón. Ahí estaba el principal impulsor de la Campaña de Alfabetización, el seguidor de las ideas de José Martí, el amante de la cultura, el intelectual, el abogado, el militar, el profundo humanista.

En un contexto muy complejo se sentó a conversar con los escritores y artistas. Escuchó, habló, proyectó, pero sobre todo contribuyó a la concreción de muchos anhelos relacionados con la cultura. En sus palabras y en el tono de su voz palpitaba la humildad y la sinceridad, su capacidad para convencer y unir a pesar de las diferencias. Aquella pieza oratoria y el espíritu de los tres intercambios no solo sentaron las bases de un diálogo profundo entre las vanguardias política e intelectual —el cual llega hasta hoy—, sino que también confirmaron la dimensión de Fidel como pensador y líder extraordinario en el plano creador. No impuso criterios ni ordenó; no fue grandilocuente ni pesimista. Fue un conciliador, un encantador con la profundidad de sus argumentos, la honestidad y la sencillez, y expuso siempre el amor a la Revolución, eminentemente cultural. Todavía parecen retumbar los aplausos y las muestras del apoyo, construido durante las diferentes partes de la intervención. “Fueron las palabras de un creador en el arte de la política”, como expresa Manolo Pérez en el libro que presentamos.

Al escuchar a Fidel es inevitable pensar en Martí, otro aglutinador que jamás traicionó las esencias; fuente de enseñanzas y de belleza que deberán acompañarnos siempre. A los jóvenes nos solían llegar imágenes o textos dispersos de aquellos días, por eso es tan favorable que durante el actual año, como parte de las acciones por el aniversario 60, podamos beber de nuevos proyectos editoriales e intercambios sobre lo sucedido y su transcendencia. El libro Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los intelectuales es una obra imprescindible dentro del panorama abarcador y exacto sobre los acontecimientos vinculados al emblemático discurso, pero especialmente sobre su dimensión en constante crecimiento, hasta el punto de que hoy, seis décadas después, continúa siendo plataforma fundamental no solo de la política cultural, sino del proyecto de país que amamos y deberemos seguir construyendo.  

“Llega esta valiosa entrega de Ediciones ICAIC en momentos de complejidad para el alma cultural de la nación”.

Presentar este libro tiene para mí un simbolismo especial. La mística de aquellas jornadas y particularmente de la intervención de Fidel es cada vez más fuerte. Uno la siente gravitar; circula por las mareas de nuestras venas en el afán de ser siempre consecuente con sus esencias. Hacerlo en la sede de la Cinemateca de Cuba, lugar donde vivió Alfredo Guevara, un profundo cultivador del diálogo y quien tanto hizo a favor de la belleza en nuestro país, tiene para mí matices singulares.

Llega esta valiosa entrega de Ediciones ICAIC en momentos de complejidad para el alma cultural de la nación. Desde voces diversas nos propone sumergirnos otra vez en “Palabras a los intelectuales”, esta vez con visiones y análisis muy actuales, que incluyen autocríticas y propuestas desde el apego a la nación y su corazón más puro, que es también el de su pueblo.

Confluyen en estas páginas grandes de la cultura nacional como Rafael Hernández, Ibrahim Hidalgo, Israel Rojas y Magda González Grau; los Maestros de Juventudes Graziella Pogolotti, Nancy Morejón y Manuel (Manolo) Pérez, junto a los jóvenes Karima Oliva, Fabio Fernández, José Ernesto Nováez, Fernando Luis Rojas, y este servidor, quienes forman una interesante plataforma de pensamiento, con anécdotas, profundidad analítica, dignidad y pasión para mirar la tempestad sin miedo —como nos dice Israel—, pero sobre todo con la voluntad de vencerla desde el decoro y la inteligencia, con la poesía más allá de las palabras.

Aquí están las opiniones de profesores, historiadores, un cantante, una psicóloga, escritores, cineastas y periodistas. Son todos participantes activos de las dinámicas actuales, incluidos algunos con un recorrido largo en el entramado intelectual y artístico del país.

Cada artículo tiene su propio estilo. A veces uno tiene la sensación de estar en una clase, de escuchar a un contemporáneo o de conversar con un amigo grande que nos cuenta algunas de sus vivencias en la sala de su casa.

Las palabras forman imágenes, puentes, fuentes de conocimientos, a veces desde lo coloquial o de un rigor más académico; desde un tono pausado o con mayor impulso, como torrente de ideas e ímpetu. En ocasiones uno siente la intención de responder o preguntar sobre lo leído. He ahí otro de los encantos de esta obra: su capacidad para provocar el pensamiento.

Como se explica en la parte inicial, este libro dialoga con otros dos, publicados también bajo ese sello editorial: La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1959-1964), de Iván Giroud, y Aquel verano del 61. Primer encuentro de Fidel con los intelectuales cubanos,de Senel Paz, que junto a propuestas recientes de otras editoriales conforman una rica fuente de análisis acerca de los sucesos de junio de 1961, el panorama cultural cubano y sus desafíos.

“He ahí otro de los encantos de esta obra: su capacidad para provocar el pensamiento”. Imagen: Tomada de Fine Art America

En su prólogo, Graziella Pogolotti nos recuerda: “Las conmemoraciones no pueden reducirse a un mero rescate arqueológico. Conducen a replantear la dialéctica fecundante entre el hoy y el ayer, a establecer las coordenadas necesarias para acceder a un aprendizaje indispensable, para encaminar las respuestas requeridas a las interrogantes de la contemporaneidad”. Nos alerta que “la clave de todo, para juntar voluntades y crecer ante los enormes desafíos, se encuentra en el cultivo del arte delicadísimo de seguir edificando consenso. Porque, hijos de la historia, somos también sus hacedores”.

Rafael Hernández, en el primer artículo —“Las palabras y las cosas. Consenso, disenso y cultura en la transición socialista temprana (1959-1965)”—, hace un exhaustivo análisis del contexto y de particularidades como la producción y distribución del cine y el mundo editorial. Argumenta que aquellos encuentros en la Biblioteca Nacional no significaron el kilómetro cero de la política cultural de la Revolución, pues ya se había hecho bastante a lo largo de los copiosos años 1959 y 1960. Recorre otros momentos de la historia cultural en torno a las siguientes interrogantes: ¿Qué cultura política caracterizaba a la sociedad cubana y al liderazgo revolucionario? ¿Cuáles eran las ideas de entonces acerca del comunismo y el socialismo? ¿Qué visiones tenían los cubanos sobre los socialismos realmente existentes en otros países y sus problemas? ¿Qué diferencias había al respecto entre los principales dirigentes de esta Revolución en los primeros años?

El Premio Nacional de Cine Manuel Pérez —pido permiso para llamarlo Manolo, como le decimos desde el cariño incluso quienes no hemos tenido la suerte de compartir frecuentemente con él—, a través de vivencias personales, nos habla como una especie de hermano grande acerca de tres momentos que considera trascendentales dentro de la cultura cubana: el primero, vinculado a los acontecimientos desatados entre mayo y junio de 1961, que condujeron a los encuentros en la Biblioteca Nacional; el segundo fue el Primer Congreso de Educación y Cultura en 1971, y el tercero estuvo relacionado con un acuerdo del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros en 1991, por el cual se creaba una Comisión Estatal encargada de elaborar propuestas de perfeccionamiento para estudiar “la unión de los Estudios Fílmicos de las FAR, los Estudios Cinematográficos de la Televisión y los del Ministerio de Cultura (ICAIC)”.

Por supuesto, hubo polémicas, mensajes y cartas, incluida una a Fidel, quien respondió inmediatamente. En su texto está el espíritu de diferentes etapas, la subjetividad, el sentido de pertenencia, la capacidad para subordinar las discrepancias a un proyecto cultural mayor, el debate y el consenso, que necesita la construcción permanente.

El profesor de la Universidad de La Habana Fabio Fernández Batista, a quien también hemos visto intercambiar con estimulante pasión en encuentros con otros jóvenes, nos brinda un sugestivo análisis de los hilos que conectan aquellos sucesos con el presente y el porvenir. En “Texto, contexto y futuro” alerta que los usos de “Palabras a los intelectuales” son tan importantes como la intervención en sí. Por eso, en medio de los desafíos actuales, “merece recalcarse que el terreno de la cultura no ha de escapar de la imprescindible revisión que permitirá actualizar concepciones y prácticas a fin de atemperarlas a los tiempos que corren. Hay en sus páginas ímpetu y argumentos, conciencia crítica y confianza, seguro de que las viejas formas de hacer, ancladas a concepciones ya superadas, no son el camino. Repetir códigos en su día exitosos, no garantiza el triunfo hoy. (…) Si no se prevé y no se es proactivo desde la institución, se estará siempre en desventaja para dar la batalla”. Sin duda, se trata de una opinión a tener siempre en cuenta, unida a otros factores como la formación y la capacidad de las organizaciones de creadores para ser vanguardias reales; activas y desafiantes desde la fidelidad total a sus principios.

La psicóloga Karima Oliva, una de las voces jóvenes que ha llegado recientemente al entramado cultural cubano, mezcla sus experiencias de vida, trabajo y estudio en países latinoamericanos con consideraciones y análisis que nunca se alejan de los contextos globales. Uno lee sus párrafos e imagina su voz pausada, sus gestos, su tono agradable y seguro, como quien se declara marxista desde el primer párrafo. En su artículo “Sociedad cubana: pensamiento social y guerra cultural” nos invita a no abandonar la esperanza de seguir avanzando en la construcción de una alternativa de sociedad socialista y soberana, más justa, más inclusiva, más equitativa y democrática. Recuerda a Martí, su visión de la prensa y dimensión ética en un momento en que existe una fuerte disputa mediática, especialmente en el mundo hipermedial, convertido a veces en selva.

Para Nancy Morejón, poeta profunda, el cine de barrio —título de su trabajo— es fuente de recuerdos y, seguramente, de versos. A veces con sutileza, y a veces de manera directa, ella nos recuerda que las industrias culturales, medios de comunicación, redes sociales y todo el conglomerado de producción de contenido cultural al servicio del capital en el mundo contemporáneo trabajan incansablemente para presentar el status quo capitalista como lo normal, como el único posible. Expresa que la hegemonía no es ganada de una vez y para siempre; el proceso político cubano se enfrenta, en el momento actual, a un escenario de reconfiguración y disputa de su hegemonía. Reconfiguración porque los tiempos son otros y las formas de construir consenso deben evolucionar, al igual que las instituciones que lo sustentan y avalan en buena medida.

“El proceso político cubano se enfrenta, en el momento actual, a un escenario de reconfiguración y disputa de su hegemonía”. Foto: Tomada de Unsplash

Se remonta al Che y al proyecto guevariano de formación de nuevas conciencias y de la necesidad de apelar a la tradición marxista con un enfoque creativo constante. “Debemos evitar a toda costa que los árboles de la crisis económica nos impidan ver el bosque del socialismo. No podemos descuidar el esfuerzo constante por la formación cultural del pueblo. La educación es más que enseñar a leer y escribir. (…) Hoy más que nunca la defensa de la hegemonía socialista en Cuba es también la defensa de una alternativa al injusto orden neoliberal. Dando la batalla por Cuba, la estamos dando también por el futuro”, dice la Premio Nacional de Poesía.

El joven escritor e investigador José Ernesto Nováez profundiza en términos como hegemonía y contrahegemonía, llevados a las particularidades de la Cuba contemporánea. Bebe de fuentes como Antonio Gramsci y Karl Marx, sin desprenderse del papel central del arte y otras formas culturales en cualquier proceso de disputa ideológica. Resalta que la hegemonía simbólica de la Revolución cubana tuvo y tiene en esta relación con el sector artístico y cultural uno de sus pilares fundamentales.

En “La novela contra Cuba y su alma rebelde” analizamos algunos de los sucesos recientes en el cuerpo cultural de la nación, la vigencia de “Palabras…” y lo indispensable de seguir fieles a su espíritu para navegar y vencer con éxito los retos del presente, en un mar siempre tempestuoso que abarca la guerra de símbolos, las campañas mediáticas y fake news, junto a estrategias de diversos tipos, tanto en plataformas digitales como en espacios físicos.

A través de anécdotas personales y con claridad reflexiva, la filóloga, profesora y realizadora de obras audiovisuales Magda González Grau se adentra en fenómenos como creación, libertad, censura, autocensura y otras prácticas que incluyen el oportunismoo lo que ella llama “jugar a hacerse famoso con el apoyo de la censura”, en un afán de lograr celebridad a partir de la prohibición. En su artículo “Ser creador, ser joven” habla también de la pertinencia de los grupos de creación como herramientas útiles para tomar decisiones y construir consensos.

Bajo el título de “Resistencia luminosa”, y su habitual buena fe, siempre enriquecida con análisis críticos, llega el popular cantautor Israel Rojas a estas páginas. Ahí palpitan su pasión, preocupaciones y certezas, el amor a Cuba y el afán de ser útil. Nos cuenta que en el momento de aquellos encuentros de 1961 su padre era apenas un guajirito de 11 años en el municipio guantanamero de Yateras, que ya sentía la épica de la Revolución.

Israel asegura ser resultado de aquellas ideas, y sobre todo de la voluntad creadora de quienes salieron de los encuentros en la Biblioteca Nacional con la convicción de que no bastaba con una guía doctrinal, con un discurso de Fidel. Era necesario salir a implementarlas y concretarlas.

Alerta sobre esencias culturales y la utilidad del diálogo real; sobre la importancia de la comunicación y de tener en las responsabilidades de dirección a personas con sensibilidad artística. Israel defiende la belleza más allá de lo estético, del arte y la literatura.

Con desenfado y profundidad el joven Fernando Luis Rojas analiza la Cuba más actual, en la que confluyen sucesos y particularidades del sector cultural con otros de la sociedad toda. En su texto “Apresurado inventario” desentraña deficiencias en el funcionamiento institucional y la necesidad de una visión y estrategia integrales en el nuevo contexto, en el cual existe un acumulado de problemas y otros desafíos más recientes. Hace una exposición problematizadora, que siempre incluye argumentos sólidos, desde los conflictos y la claridad de las esencias y la trayectoria histórica.

El ensayo “Guerra culta y enfrentamiento de ideas en el pensamiento de José Martí”, de Ibrahim Hidalgo, cierra este libro; con un espíritu martiano que estuvo muy vivo en Fidel y que deberá seguir eternamente en el corazón mismo de Cuba. Nos recuerda que el Apóstol siempre consideró la cultura inseparable de la política, “no la reducía a las manifestaciones artísticas y literarias, pues su concepción era integradora”.

Va una y otra vez al Manifiesto de Montecristi, firmado por Martí y Gómez, donde se expresa, por ejemplo, que ha de ordenarse “la revolución del decoro, el sacrificio y la cultura”. Más adelante asegura que “un pueblo americano como Cuba, con carácter y elementos de vida propios, capaz de gobernarse por la cultura y laboriosidad de sus hijos (…) no puede continuar en la servidumbre innecesaria de un pueblo lejano como el español, de espíritu diverso”. El Héroe Nacional detestó siempre la anexión de cualquier tipo.

Hidalgo recorre otras partes del ideario de Martí en profundo vínculo con el presente del país, lo cual resulta muy favorable teniendo en cuenta que aquel hombre de honda vocación antimperialista es hoy un símbolo en disputa, que trata de ser enarbolado incluso por los anexionistas. El trabajo constituye un final atinado para este manantial de pensamiento, que ojalá llegue a las manos de muchos lectores, pero especialmente a sus mentes, a sus almas, que forman también la de la nación.

Guerra culta motiva a pensar sobre el pasado y el presente”.

Ojalá nos ayude a tener una visión cada vez más amplia y exacta de los fenómenos más allá de la cultura, para seguir siendo consecuentes con el espíritu de aquellos encuentros, pero sobre todo con la capacidad de convertir sueños en realidades y mantener la épica de un proyecto social, que es también símbolo internacional de dignidad.

Guerra culta motiva a pensar sobre el pasado y el presente, brinda visiones múltiples sobre hechos alejados en el tiempo o recientes, y reafirma la necesidad de seguir construyendo una Cuba siempre mejor, que tiene a la cultura como alma fundamental.  

Lo leo por segunda vez y me recuesto al espaldar de la silla. En el televisor se escucha otra vez la voz de Fidel: “Luchar por todo lo que nos une, dentro y fuera; por todo lo que nos une”, una expresión que no tuvo lugar en la Biblioteca Nacional, pero la siento muy cerca.

Gracias a la Presidencia del ICAIC, a su editorial, a Merci, a Carla Muñoz y a todo el equipo que hizo posible esta entrega. Nuestro abrazo sincero.