Habaneras por siempre

Rafael Lam
18/3/2019

La habanera es como el traje Príncipe de Gales, siempre está de moda o, al menos, pervive en las células de muchas músicas de hoy, tanto en Cuba como en España, tanto en la tradición como en la modernidad.

Cantautora cubana Liuba María Hevia. Foto: Internet
 

En el IV Encuentro de Mujeres Creadoras, presidido por Liuba María Hevia, se organizó el evento “Ángeles y Habaneras” de jóvenes compositoras, con un homenaje a la cantante dominicana Sonia Silvestre.

Con anterioridad, se había celebrado el XII Festival de La Habaneras, en el aniversario 489 de la fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana. Y el pasado año, el pianista Cecilio Tieles se encargó de revivir también un evento dedicado a ese género.

La habanera nace en La Habana —¿dónde si no?—, aunque hunde sus raíces en Europa, principalmente en la contradanza francesa e inglesa; de ahí deriva en la contradanza y la danza habanera, llamada de ese modo después de su acriollamiento por negros, blancos y mestizos.

Desde finales del siglo XVIII, los bailes de figuras nos llegaron por distintas vías, una de ellas, a través de las tonadillas escénicas españolas. En Cuba se le insertó una célula rítmica africana, conga; y se dice que también tuvo sus canales a través de Nueva Orleans, Nueva Inglaterra y por los inmigrantes llegados a Cuba después de la Revolución de Haití, por donde vinieron los franceses con sus esclavos y sus ritmos de tango o tango congo.

La musicóloga Zoila Lapique tiene la tesis de que los bailes de las clases pudientes se bailaban al estilo francés, tal como se hacía en España, especialmente en Madrid, desde que la Casa de los Borbones entrara a reinar en la Península en 1701. Esas costumbres afrancesadas en la música bailable provenían directamente de la metrópoli, antes de la llegada de los haitianos y fugitivos franceses de Saint-Dominique.

“La contradanza fue un antiguo baile de origen inglés —escribe Lapique— que se introdujo y expandió por toda Francia en los inicios del siglo XVIII, después de derrocado el régimen monárquico”.

Más adelante, la música de salón, reservada hasta entonces a los miembros de la aristocracia, se extendió a otras capas sociales: del salón cortesano, al salón burgués; del salón burgués, a las clases populares, hasta invadir a las colonias en tierras americanas. En las colonias no faltaban las “madamitas de nuevo cuño”, furiosos bailadores de contradanzas y fanáticos seguidores de las modas impuestas por Francia, luego del ascenso de la nueva clase burguesa.

El modo de bailar la contradanza francesa era grácil y pleno de donaire, lo que contrastaba notablemente con la rigidez y severidad del minué, dueño del gusto cortesano europeo aristocrático. También se distinguían en Cuba músicas de origen francés, como el minué y el vals. Y, por otro lado, los rigodones y la galop. Como contrapartida a ese público esnobista, siempre aparecía un público más irreverente y atrevido, jóvenes amulatados o acriollados por un lento proceso de sedimentación, que irían formando un nuevo gusto hacia la identidad nacional.

En el Diario Liberal, el 6 de enero de 1821, con motivo de la puesta en escena de la ópera de Mozart “La clemencia de Tito”, el crítico remitente opinaba que esa no era obra para nuestro teatro, dados los escasos conocimientos musicales que había en La Habana de entonces, y terminaba exclamando, después de decir que sabía música: “… me gusta más una contradanza acongada que la mejor aria italiana”.

La habanera se ejecutaba con violines, clarinetes, trompas, bajo y bombo (tambora). Esos bailes cortesanos rápidamente comenzaron a fundirse —ahora que hablamos de fusión— con el peculiar baile llamado tumba, en el que se entremezclaban, con tambores y sonajas de origen africano, los bailes cortesanos y burgueses de los franceses. Como siempre, la música llegada a Cuba desde el exterior se pasaba por el ánimo popular y se convertía en “sistema propio”, al decir del especialista cubano Orlando Taxonera. Lo que Cuba hace con las músicas llegadas a sus tierras supera lo que también hicieron los griegos de la antigüedad con los instrumentos y músicas del Oriente.

El estreno de la primera habanera tuvo lugar en 1841, en el café de La Lonja, en la entrada de la calle O´Reilly, junto a la Plaza de Armas. La prensa publicó el 13 de noviembre de 1842 “El amor en el baile, nueva canción habanera puesta en música con acompañamiento de piano”: Yo soy una niña muy bonita, / y el pesar no conocí; / yo soy niña, soy bonita, / y el pesar no conocí /. Esta canción significa mucho para la historia de nuestra música, puede considerarse una de las primeras habaneras y en ella se emplea el llamado tango.

Así, el ritmo se fue imponiendo sobre los demás géneros, incluido el vals, y la contradanza con versos adaptados a la música. Muchas señoritas, con gusto y elegancia, bailaban danza cubana y el arrebatador vals.

Nuevos aires

La habanera tiene aires de la danza, plenos de frescor y de originalidad, enriquecidos con síncopas y contratiempos de otra dificultad. Una música que comienza a ser indescifrable para los extranjeros, como lo fue después el danzón, considerado una “cacofonía musical”.

Cuando el negro pone su mano en la música, comienza a complicarla con la riqueza africana; sobre todo a partir de 1852, los aires del rumboso cocoyé (cocuyé o cucuyé) inyectarán nueva vida a la contradanza cubana, revitalizándola con sus cinquillos. Estas sonoridades van constituyendo la resistencia de la cultura musical cubana.

Poco a poco los españoles fueron olvidando todas las danzas y bailes, para admitir la contradanza y todos sus derivados en Cuba. Esas variantes llegan desde aquellos tiempos, pasando por Miguel Matamoros (“Mariposita de primavera”), hasta nuestros días, en las voces de Silvio Rodríguez (“En el claro de la luna”), Xiomara Laugart (“Hoy mi Habana”), Liuba María Hevia y muchos más.

Después de 1860, el músico español Sebastián Iradier compone “La paloma”, una habanera probablemente inspirada en su etapa de estancia en La Habana, durante la cual impartió clases. En 1892, Eduardo Sánchez de Fuentes compone la habanera “Tú”, considerada por Alejo Carpentier, el primer bestseller (hit de la música cubana). Una obra que constituyó, con su letra, como un himno mambí en la Guerra de Independencia.

Néstor Luján, en el Álbum de Habaneras, dice que rara era la zarzuela española de finales del siglo XIX que no tuviera habanera, lo más pegajoso y atractivo de la obra. La ópera francesa Carmen (1875), de Bizet, pone en boca de la cigarrera Carmen una habanera que recorrió el mundo, como aria de ópera. La ópera francesa La habanera (1908), de Raúl Laparra, lleva hasta en el título el nombre del género. Otros renombrados músicos franceses, como Saëns, Chabrier, Lalo Auber, Fauré, Debussy y Ravel, junto a los españoles Sarasate, Albéniz y Falla, asumieron también la moderna habanera.

El musicólogo argentino Carlos Vega encontró en el Cancionero musical de los siglos XV y XVI, un ejemplo que tenía el ritmo básico de la habanera. Hay influencia de este género en la milonga y el tango. Y la hay también en las danzas mexicanas, en el samba, el merengue y el ragtime en el mundo del jazz. La habanera alimentó los ritmos iniciales de casi toda América.

En Cuba, este género dejó de cantarse, se consideró pasado de moda, fue sustituido por el bolero más moderno y bailable, fundido con ritmos como el son. Con los años, se arraigó más en España debido al llamado “enraizamiento”, un fenómeno que sucede en todos los países donde hay emigrantes o colonizadores que regresaron a la tierra hispana. Omar Vázquez, en el periódico Granma de 1985, divulga que, desde 1954, en Torrevieja (Alicante), se celebra todos los años el Certamen Nacional de Habaneras y Polifonía. Es Torrevieja un espejo/ donde Cuba se mira/ y al verse suspira/ y se siente feliz/. Es donde se habla de amores/ entre bellas canciones/ que traen de Cuba/.

También hay interés por la habanera en las tierras del norte: Galicia, Santander, Cataluña, País Vasco, Asturias, el Levante: Yo quisiera vivir en La Habana/ A pesar del calor que hace allí, / A pesar del calor que hace allí, /Y allí salir, al caer de la tarde, / De paseo en un triguilín (quitrín)

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