Los druidas debían predecir el futuro tras los tres días del festival de Samhain, que comenzaba el 31 de octubre. Ese día marcaba el fin de la estación de verano y el comienzo del invierno para los celtas. Al quedar suspendido en el tiempo, era una coyuntura para que los muertos pudiesen volver y compartir durante unas horas en el mundo de los vivos. Cualquier conjuro era posible para evocar y conseguir ese regreso.

Desde las colinas, los druidas miraban el desandar de los seres. Allí encendían grandes hogueras, alimentadas con ramas de robles —un símbolo sagrado para los celtas—, arbustos y cuerpos animales, incluyendo humanos. Cuando se extinguían las llamas, los sabios podían ver los acontecimientos del período que iniciaba.

La conquista de los pueblos celtas por los romanos intentó corregir esta tradición, haciendo que se abandonaran algunos de sus componentes paganos. De acuerdo con la investigación de la antropóloga española Margarita Barrera, la festividad de Samhain fue asimilada al interior de la cultura romana como festival de Pomona, diosa de las manzanas y el otoño.

¿Qué hay detrás de la fiesta de disfraces que aparece como la manifestación más palpable de un deseo de celebración?

Tras la cristianización, la Iglesia Católica dejó las huellas de transformación cultural más visibles en esta celebración, haciéndola coincidir con la “fiesta de los mártires cristianos”. Es en ese contexto que se modifica el nombre de Samhain por All Hallow´s Eve o “noche de todas las almas”, que luego devendría Halloween. Teniendo en cuenta su relación original con la muerte, igualmente fue instaurado por esa fecha “el día de los difuntos”, marcado el 2 de noviembre en la actualidad.

La Contrarreforma protestante pautó otras formas de celebración, abandonando componentes católicos que se habían introducido. Las migraciones de ingleses e irlandeses a Norteamérica durante los siglos XVIII y XIX conllevaron a una reelaboración cultural allí en la que se unieron diferentes modos de entender y festejar esos días de octubre y noviembre, donde también intervino la influencia del vudú, proveniente del sincretismo afrocaribeño.

No obstante, desde el siglo XIX, Halloween fue instituyéndose cada vez más profundamente como una fiesta dedicada a los niños en la sociedad norteamericana, lo que se consolidó en la posterior centuria. Bajo la mirada institucional, a partir de 1970, afirma la autora mencionada —quien se ancla sobre otros estudiosos del tema como Sutton Smith—, la fiesta ha sido favorecida por una “fascinación creciente que están obteniendo los temas ocultos y mágicos en los últimos años”[1]. Muchos lugares del mundo tienen sus fiestas por estas fechas, hurgando en lo propio, pero también dando cuenta de estas traslaciones culturales. Igualmente, aparecen manifestaciones, sobre todo, en países de la Europa céltica, que pretenden conservar elementos originarios de la tradición pagana.

En Cuba, ¿se festeja Halloween? ¿Qué hay detrás de la fiesta de disfraces que aparece como la manifestación más palpable de un deseo de celebración?

No es solo aquí que se presentan discusiones en torno al “espíritu Halloween”. Varias posiciones convergen frente a este fenómeno; otras, divergen. Por un lado, se acepta como una práctica cultural que ha evolucionado en el tiempo hacia diferentes realidades; por otro, se habla de sus transformaciones a partir de la industria cultural y la influencia del mercado, que la han convertido más en un rito hacia lo lúdico y el consumo; igualmente, se aborda la problemática del poder y la institucionalización cultural, cuando se visibilizan solo determinados aspectos sobre otros durante las celebraciones en estas fechas, o logran ser conocidas algunas historias culturales en detrimento de otras.

No obstante, estos días marcan para la Isla la importancia de observar la translocalización como un proceso que la sigue influyendo culturalmente. Ello, motiva a la profundización porque, además del “deseo de estar juntos”, promovido por muchos jóvenes, hay otros aspectos que sobresalen.

Estos días marcan para la Isla la importancia de observar la translocalización de la festividad de Halloween como un proceso que la sigue influyendo culturalmente. Imagen: Racso Morejón

Internamente exponen dinámicas de recreación de espacios más autogestionados y diferentes sentidos.

El antropólogo Néstor García Canclini ha destacado la importancia de leer la contemporaneidad “sin caer en la deslocalización absoluta, ni el mero regreso a la exaltación nacionalista”[2]. Y ello tiene que ver con los modos de acercamientos culturales que hoy son más potentes que en momentos anteriores, y que se producen por los medios de comunicación, pero también por los desplazamientos humanos y otros procesos. Hay incluso, dice Canclini, quienes no quieren desplazarse.

En este mundo permeado por una evidente transterritorialización, donde siguen aflorando diferencias y desigualdades culturales, enredadas en mediaciones políticas, económicas, sociales, continúa siendo fundamental la inmersión en las maneras en que desde lo local se está en lo global, lo que no se traduce en un único camino. Esa diversidad se convierte en un desafío a lo interno, pues llama a la re-imaginación de políticas culturales, que significa pensar a partir del sistema de relaciones que se van dando socialmente.

De ahí que La Jiribilla vea como un aporte esencial la discusión; contar desde las capas culturales que van llegando hasta hoy y las complejidades que arrastran, así como dar apertura al debate en nuestras páginas. Ello nos resulta, en este momento, un primer paso.


Notas:

[1] Barrera, Margarita. Halloween: Su proyección en la sociedad estadounidense. Tesis en opción al grado de doctor. Facultad de Geografía e Historia. Universidad Complutense de Madrid, 2003.

[2] García Canclini, Néstor. La sociedad sin relato. Antropología y estética de la inminencia. Katz Editores, Madrid, 2010.

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