En días recientes ha provocado una gran indignación en las llamadas “redes sociales” y fuera de ellas, el hecho de que un grupo de jóvenes cubanos decidieran sumarse a la celebración de Halloween en un parque cubano vistiendo disfraces del Ku Klux Klan (KKK). Las reacciones ante símbolos que expresan una ideología tan nociva y execrable como las de esta organización no son para nada excesivas, aunque conviene reflexionar un poco sobre las raíces que puede tener este hecho puntual y sobre la celebración de Halloween en la Cuba de hoy.

Las industrias culturales del capitalismo norteamericano son grandes herramientas de dominación y penetración cultural. Por goteo van infiltrando progresivamente las sociedades, hasta alcanzar sectores diversos con mensajes específicamente diseñados para ellos. Desde hace tiempo estas industrias han venido banalizando y espectacularizando la violencia, hasta el punto de normalizar e incluso convertir en protagónicos del audiovisual y los videojuegos a los sectores e ideales más pervertidos dentro de la sociedad norteamericana.

“Las industrias culturales del capitalismo norteamericano son grandes herramientas de dominación y penetración cultural”. Imagen: Tomada de Internet

Esta espectacularización viene de la mano con una extrema simplificación que desconoce la historia y el extraordinario poder de los símbolos. El supremacismo blanco, el machismo, los símbolos confederados y del KKK son una y la misma cara del problema: la reemergencia en amplios sectores de ese país de valores afines con estas ideologías, la irresolución de muchos de los conflictos centrales de la nación y el uso irresponsable, festivo casi, por parte de los medios de comunicación, de toda esta parafernalia simbólica en busca de mantener altos niveles de audiencia.

Todo esto hace que al interior de la propia sociedad norteamericana y en otras sociedades y sectores influidos por sus industrias culturales estos símbolos se vacíen de sentido (lo cual permite usarlos sin tener plena conciencia de lo que implican) o se resemantizan en un sentido positivo y pasan a ser una expresión espectacular y afirmativa de valores que se comparte o se cree compartir.

En el caso de Cuba el problema se conecta con muchos otros elementos circunstanciales, que son sumamente importantes.

Como en toda nación que sufrió el esclavismo, en nuestro país subsiste el racismo como una tara que, a pesar de décadas de políticas sociales, resulta difícil de extirpar totalmente. Es además un país con una composición étnica en la cual los negros y mulatos representan un alto por ciento de la población. Esto hace que la aparición de símbolos como las infames capuchas blancas de KKK entre la juventud, aunque asumamos que se hace a modo de juego, obligue a ser enérgicos en la respuesta que se dé. La ideología del KKK es la versión más extrema del racismo conservador del sur derrotado en la Guerra de Secesión de 1861 a 1865. Es una ideología que contiene y articula en sí muchas otras. Expresa el racismo visceral anglosajón, el descontento de los grandes capitales sureños con su papel en la Unión luego de 1865, el descontento de los blancos pobres con sus condiciones de vida. Esta ideología también puede conectarse en cierta forma con el anexionismo latente en sectores de la sociedad cubana, que mira admirado y asume todos los símbolos que provengan del vecino norteño y sus industrias culturales.

“Surge también, como parte de la reflexión, el cuestionamiento hacia el papel que han jugado o debieran jugar las escuelas, la familia y la sociedad en la formación de las nuevas generaciones de cubanos”.

Permitir que algo tan nocivo pueda prender y articularse con el conservadurismo que subsiste en sectores de la sociedad cubana, particularmente en clases como la pequeña burguesía y en la mediana que comienza a emerger, puede ser sumamente riesgoso para el proyecto colectivo y soberano de país.

Surge también, como parte de la reflexión, el cuestionamiento hacia el papel que han jugado o debieran jugar las escuelas, la familia y la sociedad en la formación de las nuevas generaciones de cubanos. Solo dándoles las armas intelectuales los defendemos contra la estulticia y la tergiversación de los grandes aparatos de reproducción simbólica del sistema. Si no somos capaces de formar hombres y mujeres con un conocimiento de la historia que les permita execrar el esclavismo, el racismo y la discriminación en todas sus formas, tendremos el hecho lamentable de que algunos tomen a juego lo que en la historia de otros implica mucho dolor y mucha sangre.

El éxito de Halloween en Cuba, así como el éxito de la versión anglosajona de la Navidad, con su Papá Noel vestido de rojo y sus renos, evidencian el avance de la cultura del consumo en la sociedad cubana contemporánea. Ambas festividades tienen su origen en mitos paganos asimilados por el cristianismo como parte de su inmenso esfuerzo de asimilación del universo céltico y ambas han sido reconvertidas por el mercado en espacios donde el culto a la mercancía, su admiración como fetiche supremo, llega a niveles que hubieran asombrado al propio Marx.

El avance de estas festividades en Cuba manteniendo sus características de origen expresa la articulación creciente de amplias capas sociales con la visión del mundo y los ideales de la sociedad norteamericana. Foto: Tomada de Internet

El avance de estas festividades en Cuba manteniendo sus características de origen sin sufrir prácticamente ningún proceso de asimilación cultural también expresa, a mi juicio, la articulación creciente de amplias capas sociales en nuestro país con la visión del mundo y los ideales de la sociedad norteamericana. Estas capas eventualmente acaban entrando en situaciones de crisis y ruptura con la realidad en la que viven, ya que esta no se parece a lo que anhelan y, desde el punto de vista del consumo, no resiste la comparación con la primera economía del mundo. No es inusual percibir que estos sectores, a pesar del nivel de vida que puedan tener, están permeados de descontento y ansias de evasión.

Halloween en su forma actual expresa entonces el progresivo avance de los valores burgueses y de la cultura del consumo en nuestro país. Tiene espacios de reproducción privilegiada en la emergente propiedad privada capitalista aunque no solo aquí, y ha ido alcanzando una amplia recepción fundamentalmente entre la juventud.

“El problema no está en que asimilemos nuevas festividades y prácticas culturales en el gran ajiaco de la nación cubana (…), sino en que copiemos acríticamente, sin ningún acto de adecuación cultural creativa”.

Es curioso ver cómo en un país donde el imaginario popular ha sido fértil en producir sus propias criaturas: güijes, madres de agua, etc., los jóvenes se disfrazan de vampiros, hombres lobos y troles, típicos del imaginario europeo y nórdico.

El problema no está en que asimilemos nuevas festividades y prácticas culturales en el gran ajiaco de la nación cubana, formada por la transculturación a través de siglos de influencias diversas, sino en que copiemos acríticamente, sin ningún acto de adecuación cultural creativa, una práctica que, en su forma original, guarda escasa tradición con nuestro acervo y nuestras costumbres.

En el amplio y rico terreno de la cultura norteamericana, cultura también hija de la mixtura de pueblos diversos y con una producción de altísimo nivel, ha ido ganando espacios entre nosotros precisamente aquello que tiene de más estéril y consumista. Permitir que nuestra juventud y nuestra sociedad se conecten precisamente con estos valores implica el altísimo riesgo de que se desconecten con los valores de un proyecto que, en lugar de la mercancía y el individuo, pone al hombre, su dignidad plena y su emancipación como tareas y objetivos primordiales.

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