Historias de la música cubana enriquecen nuestro cine documental

Joel del Río
13/5/2019

En estos días de mayo, cuando una parte importante de las noticias culturales debieran gravitar en torno al Cubadisco, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) se suma a la celebración anual de la diversidad y el arraigo cultural y artístico de la música mediante la programación, en la sala Santiago Álvarez del Multicine Infanta, de la serie documental Historias de la música cubana, con dirección general del cineasta español Manuel Gutiérrez Aragón, y realizada entre los años 2009 y 2011.

Guionista, escritor y cineasta Manuel Gutiérrez Aragón. Fotos: Internet
 

Compuesto por cinco documentales, cuatro de los cuales fueron dirigidos por realizadores del patio, Historias de la música cubana nunca contó, en su día de estreno (que recuerdo casi subrepticio), con la suficiente promoción o crítica, de modo que traerlos otra vez a la pantalla es una gran idea de quienes dirigen la sala Santiago Álvarez, del Multicine Infanta. De este modo se estimula la programación de documentales de esa sala, que debiera mantener el más alto nivel para estimular así el gusto del público cubano por una manifestación audiovisual que en estos momentos, y en muchos países, goza de renovada popularidad y trascendencia más allá de la televisión, que fue siempre su destinatario más socorrido.

Para hablar sobre los méritos y atractivos de este conjunto de documentales (me concentro en los cuatro dirigidos por cubanos) es preciso recordar el contexto en que se produjeron y estrenaron. Amigo inveterado de Cuba, el guionista, escritor y cineasta Manuel Gutiérrez Aragón realizó en la Isla, en 2005, Una rosa de Francia, con Jorge Perugorría, Broselianda Hernández y la debutante, hoy estrella de Hollywood, Ana de Armas. Además, Gutiérrez Aragón fue siempre un activo colaborador del Icaic y del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, de modo que nadie se sorprendió cuando asumió la dirección general de esta serie documental.

Gutiérrez Aragón tal vez estuviera interesado en complementar la visión un tanto estrecha del famoso, y tendencioso, Buena Vista Social Club (1999, Wim Wenders), que consideraba olvidados y preteridos a músicos en activo y bien reconocidos, o quizás se propusiera ambientar en Cuba lo que registró en Estados Unidos el también español Fernando Trueba con Calle 54 (2000). Lo cierto es que Gutiérrez Aragón propone un largo y pormenorizado viaje por la diversidad rítmica y melódica que caracteriza la historia musical de la Isla, a través de cinco capítulos de 52 minutos cada uno, cuatro de ellos dirigidos, como ya mencionamos, por realizadores cubanos. Es decir, que para hablar de lo cubano, Gutiérrez Aragón se apoyó en cineastas de la Isla, para no incurrir en errores de apreciación que alcanzaron mundial distribución a través de documentales como Buena Vista Social Club.

 

Entonces, bajo los designios de Gutiérrez Aragón, Televisión Española y el Icaic, cuatro directores de muy diversos avales y poéticas, Arturo Sotto, Pavel Giroud, Rebeca Chávez y Patricia Ramos, asumen el difícil reto de actualizar la muy prolongada y célebre tradición de cine cubano de índole musical y documental, a través de títulos paradigmáticos como Nosotros, la música (1964, Rogelio París), La rumba (1978, Oscar Valdés), Mujer ante el espejo (1983, Marisol Trujillo) o Yo soy del son a la salsa (1996, Rigoberto López), por solo mencionar un título en cada década.

Los documentales antes mencionados componen entre todos un mural muy preciso, y magnífico, sobre la música cubana, en tanto sitúan su grandeza más allá de algún género específico, como escuchamos proclamar, en algunos espacios radiales y televisivos, como para convertir en verdad, a fuerza de repetirla, una inexactitud mayúscula. Sabido es que la grandeza de la música cubana desborda los lindes de cualquier género específico desde un espíritu de asimilación y versatilidad muy notorio.

Tanto Arturo Sotto en Lo mismo se escribe igual, como Pavel Giroud en Manteca, mondongo y bacalao con pan, o Patricia Ramos en su capítulo titulado Ampárame, y Rebeca Chávez en el suyo, que se nombra Decir con feeling, asumieron una visión plural y ecuménica sobre la manifestación artística emblemática de la cultura cubana. Los cuatro realizadores se apartaron de todas las etiquetas de corte turístico o comercial, y por supuesto se desmarcaron de la proclamación de algún género como el principal o el más cubano entre todos. Así, Arturo Sotto relata, en Lo mismo se escribe igual, cómo la contradanza evoluciona hasta convertirse en otros géneros bailables como el danzón y el son; y Pavel Giroud establece, en Manteca, mondongo y bacalao con pan, la influencia de ida y vuelta entre los ritmos afrocubanos y el jazz norteamericano, a partir de la historia que va de la Orquesta Cubana de Música Moderna hasta la conformación de Irakere, con la referencia obligada a Chano Pozo.

Y si ninguno de los cuatro documentales de Historias de la música cubana gozó de abundante divulgación en el momento de su estreno, mucho menos realce promocional tuvieron los capítulos dirigidos por las realizadoras. Patricia Ramos aborda en Ampárame la relación intrínseca entre la música cubana y la religiosidad popular, sincrética, desde manifestaciones musicales clásicas o antiguas, hasta lo contemporáneo y salsero. Por su parte, Rebeca Chávez borda las esencias de la canción y el bolero, en Decir con feeling, compendio audiovisual de las ideas y el arte de José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Elena Burke y Omara Portuondo, entre otros.

Después de Historias de la música cubana, Arturo Sotto realizó La noche de los inocentes (2007), Boccaccerías habaneras (2013) y está próximo a estrenar en Cuba su más reciente filme, Nido de mantis. Pavel Giroud emprendió una carrera en la ficción jalonada por La edad de la peseta (2006) y El acompañante (2015). También se interesó en incursionar, felizmente, en el documental musical con los notables Esther Borja (2005) y Playing Lecuona (2015).

Patricia Ramos y Rebeca Chávez consiguieron romper, cada una a su manera, la maldición de la escandalosamente pequeña cifra de realizadoras cubanas de largometrajes de ficción con El techo (2017) y Ciudad en rojo (2008), respectivamente. Sin embargo, ellas y ellos, los cuatro creadores cubanos de esta serie documental, seguramente recuerdan con afecto aquel tiempo en que trabajaron con ahínco en la construcción de un mapa audiovisual, más completo, sobre las raíces más finas y abarcadoras, idiosincráticas, de la música cubana.