Aquella famosa frase de Martí de que “la ignorancia mata a los pueblos y es preciso matar a la ignorancia” tiene hoy una vigencia que, aun pasándola por el reciclaje de las épocas, mantiene su fuerza. Solo que el ignorante de hoy no es el que no sabe leer y escribir, sino el que lee (o ve en las pantallas digitales) y acepta como ciertas las falsedades del monstruo mediático que, con el poder arrollador de las redes sociales, inventa y difunde una realidad a conveniencia de sus intereses de clase.

Vivimos una época regida por la posverdad, tan bien definida como “mentira emotiva, (que) implica la distorsión de la realidad primando las emociones y las creencias personales frente a los datos objetivos”. Ya el periodismo se desprofesionalizó, sobre todo por la democratización anárquica generada a través de las ya citadas redes sociales, que no descansan en su invasión incontenible, bárbara y sesgada, de bulos. Aquella objetividad, antes tan cara al ejercicio de informar, devino fósil, ficción diabólica, cínica burla.

“Vivimos una época regida por la posverdad (…)”.

Hoy por hoy no existe peor enemigo de quienes luchan por las ideas de independencia y soberanía que esa casi perfecta alineación de mentiras y manipulaciones de donde es difícil, aunque no imposible, separar lo cierto de lo falso. Se necesita de habilidades muy agudas en el plano comunicacional para el descarte. No mirar acríticamente, como ignorante de nuevo tipo, es una premisa indispensable para calibrar en su justo valor todas las supuestas “verdades” con que nos intentan engañar.

La censura opera al servicio del gran capital, cada día con más herramientas; sin embargo, somos los de la vilipendiada izquierda anticolonial quienes cargamos con la etiqueta de censores; he ahí una de las matrices de opinión que, cual mentira repetida incesantemente, pasa muchísimas veces como verdad. Manera de operar de triste y vieja recordación donde el cuño del III Reich reverdece.

“La censura opera al servicio del gran capital, cada día con más herramientas; sin embargo, somos los de la vilipendiada izquierda anticolonial quienes cargamos con la etiqueta de censores (…)”.

Vivimos los días de fiesta del “poderoso caballero” que compra talentos, ilusiones, situaciones, sucesos, valoraciones, productos artísticos y supuestos amigos. Y no solo miente, sino que acalla, con odio o con burla, las verdades reales de quienes seguimos apegados a la ética de la verdad. La historia es un cuento que los charlatanes reinventan a capricho, y de esa forma nos vamos enterando de que la Cuba prerrevolucionaria era un paraíso, que los norteamericanos ganaron la II Guerra Mundial, que en Irak existían realmente armas de extinción masiva, que Julian Assange es un calumniador culpable. Y así sucesivamente. Recordemos que hasta un certificado de nacimiento falso del expresidente Barack Obama circularon los operadores de la mentira con la tesis de que este no había nacido en Hawái sino en Kenia.

Sacan provecho los empoderados de una ventaja que les regaló un azar donde antaño concurrieron como descubridores y, tras apropiarse de casi toda la riqueza del planeta, pretenden que los asumamos como portadores de todas las bondades de la civilización. La verdad sucumbe a sus discursos, en apariencia irreverentes, aunque solo sean deudores del odio visceral contra quienes nos oponemos a un orden globalizado por los “valores” que, falazmente, pretenden expandir a conveniencia. Los grandes paradigmas devienen antónimos de lo que fueron en sus orígenes. Conceptos como “libertad de expresión”, “democracia”, “justicia social”, “derecho de manifestación”, son capitalizados para bien de la mentira de un capitalismo altamente tecnificado que recluta firmas (verdaderas y falsas) para autoconstruirse una imagen impoluta.

“Sacan provecho los empoderados de una ventaja que les regaló un azar donde antaño concurrieron como descubridores y, tras apropiarse de casi toda la riqueza del planeta, pretenden que los asumamos como portadores de todas las bondades de la civilización”.

No constituye casualidad que la mayoría de las fake news se enfoquen en desmantelar los sustentos que hacen de la nuestra una Revolución pensada y ejecutada desde (y con) la cultura como guía. Es en el terreno simbólico donde mayores estragos aspiran a causar, y además la única parcela donde, si nos descuidamos, pueden cosechar sus tóxicas y pírricas mieses. Tienen a la tecnología como aliada principal, y esta opera con saña sobre la desideologización de los procederes gubernamentales y los movimientos progresistas.

Hay todo un ideario humanista en peligro de ser aplastado por los troles de una barbarie que ignora y propone no leer la historia en letra pura, sino atendiendo a los apremios del pedestre holograma de un hoy que se autovalida por la capacidad de consumo que oferta.

Si bien fue sorprendente que durante el ataque al capitolio de Washington algunos portaran la bandera confederada, o que en Ucrania reverdezca la señalética nazi, más aún lo es que en Cuba, con el pretexto de la celebración del Halloween, algunos se encasquetaran el traje del Ku-Klux-Klan y hasta preguntaran, según testimonios: “¿Dónde están los negros?”. Eso, en Cuba, donde existe un programa gubernamental de lucha contra el racismo y una larga ejecutoria de acciones que lo conjuran, es inadmisible y constituye, además de la validación irresponsable de la barbarie, una manifestación de ignorancia (política, humanista, cultural) y un acto punible contra el cual no debiéramos permanecer de brazos cruzados.

“Disfrazar el racismo de ingenuo Halloween no es una acción inocente”.

Disfrazar el racismo de ingenuo Halloween no es una acción inocente. Nos trae de vuelta la certeza de que, ante este hoy enfermo de mentiras que nos toca vivir, para erradicar de manera cruenta o consensuada tales aberraciones, no tenemos otro camino que el de la cultura. Porque “es preciso matar a la ignorancia” y saber que cada hoy todavía es parte de un siempre donde historia, utopías, luchas y consagraciones siguen siendo, con la verdad como bandera, las metas más eficaces para que sigamos existiendo como humanidad.

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