Humo, entre el cine y el teatro

Ana María Domínguez Cruz
5/12/2018

Lo que pudo ser y no fue,

¿es como si nunca hubiese sido?

 

Luis: Este es mi lugar preferido en el mundo.

Augusto: Esto es un cadáver en estado de descomposición.

Arthur Miller dijo que no existen dos artes más diferentes entre sí que el cine y el teatro, y desde antes y después de haberlo dicho, las relaciones entre ambas han sido conflictivas y desiguales, base de vínculos de amor y odio y, en no pocas ocasiones, de rupturas brutales, y a pesar de todo, maravillosas.


 Luis y Augusto cumplen con su trabajo y advierten que es necesario cerrar un antiguo cine, convertido
en un foco de vectores que amenaza la salud de los pobladores de la comunidad. Fotos: Etienne Armas

 

De esa maravilla creativa, que unirá el teatro y el cine, podremos ser testigos próximamente, y entonces estas palabras del crítico de cine, Frank Padrón, escritas en el programa de la obra que al lado del teclado ahora tengo, encontrarán adeptos.

Al teatro llegarán los que quieran reflexionar en torno al cine cubano, y aunque parezca una paradoja, será ese el escenario perfecto para ellos, el público y los actores. Habrá humo, sí, mucho humo, como el que desprenden las máquinas de fumigación y como el que se genera en medio de una turbulencia entre dos personas, luego de una negativa burocrática o ante la explosión de una ira incontrolada.

Lo que se conversó de manera informal en la ciudad holguinera de Gibara, durante el Festival Internacional de Cine, es ya una realidad, que viajó hasta allá, en la edición de este 2018, para pasar la prueba de fuego, a la que le sucederán las presentaciones en La Habana. El estreno será el 9 de diciembre en Fábrica de Arte Cubano y a partir del martes 11, todos los martes, miércoles y jueves a las 7 de la noche en la sala Adolfo Llauradó, como parte del programa colateral del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

El texto de Humo es original del joven dramaturgo Yunior García (Sangre, Semen y Jacuzzi), quien aceptó el desafío de escribir esta historia para dos actores por primera vez, a partir de la idea compartida de René de la Cruz (Luis) y Félix Beatón (Augusto). Es la historia de dos actores frustrados, devenidos fumigadores, a través de los cuales los espectadores (re)pensarán el cine y, en particular, el nuestro.

Luis: Me llamo Luis, pero mis amigos me llaman Luisito

Augusto: Mi nombre es Augusto, y mis amigos hace tiempo que no me llaman.


Cuestionadora en esencia, esta obra rinde homenaje al cine.

 

Asisto a un ensayo y quedo atrapada. Dos linternas, dos máquinas de fumigación, seis sillas, dos overoles uniformados, penumbras, silencios, vitalidad contenida….Luis y Augusto cumplen con su trabajo y advierten que es necesario cerrar un antiguo cine, convertido en un foco de vectores que amenaza la salud de los pobladores de la comunidad. Una vez dentro, embargados en esa mezcla indescriptible de fracasos, insensibilidades, ilusiones y recuerdos, conversan –intertextualidades mediante—, sobre el fantástico invento de los hermanos Lumière y develan sus experiencias personales.

La puesta, en la que se unen Teatro del Sol y Teatro Trébol, coquetea además con el arte cinematográfico en la medida en la que se proyectan secuencias de algunas de las películas cubanas más valiosas, como Lucía; Memorias del Subdesarrollo; Papeles Secundarios; Adorables Mentiras; Suite Habana; entre otras.

Es curioso saber que el montaje de la obra ha sido auténticamente diferente a lo que se tiene concebido. Yunior enviaba por correo desde Holguín las escenas y De la Cruz (quien también asume la dirección de la puesta) y Beatón trabajaban en La Habana, hasta que en julio de este año, durante la cita en Gibara, confluyeron.

Ambos, los actores de Humo y amigos entrañables, tienen experiencia en el séptimo arte y en el teatro, aunque en el caso de Beatón, más de 20 años alejado de las tablas luego de su salida del grupo Duende, se convertía ahora en un reto necesario.

Los dos coinciden en que la obra habla de las ausencias, no solo físicas, sino también emocionales. Agradecen la oportunidad de compartir la escena y multiplicar mensajes vitales en la sociedad actual.

“El cine no va a morir y menos ahora…”

Cuestionadora en esencia, esta obra descubre el burocratismo ineficiente, el desmoronamiento de las relaciones interpersonales ante las nuevas tecnologías y el discurso reiterativo y envejecido de la institucionalidad. Pero, sobre todo, rinde homenaje al cine.

La ventana del alma, entre otros títulos, compuestos por el saxofonista César López conforma la banda sonora. El diseño original es de Ricardo Ignacio (Tato), el diseño escenográfico, de vestuario y gráfico de Reynerio Tamayo, la fotografía de Vladimir García y la producción de Miguel Ginarti y René de la Cruz.

Quedé convencida y aplaudo. Los invito a todos…