Se habla que obligatoriamente, después que pasemos esta pandemia de la Covid-19, el mundo será testigo de una dinámica diferente en las múltiples variantes del movimiento en la geopolítica de estos tiempos. Propuestas de beneficios sociales que no se tenían en cuenta por los diferentes gobiernos neoliberales, pasarán a planos de relevancia mientras que los modelos hegemónicos imperantes en dichos países serán relegados tras su demostrada ineficiencia. Otro tanto sucederá en lo relativo a la urgente necesidad de afrontar, definitivamente, las graves consecuencias que se nos avecinan por el inminente cambio climático. El hecho de que las aguas de los canales de Venecia se hayan vuelto cristalinas por la inactividad del movimiento turístico en dicha ciudad europea, representa un logro que no debe tener marcha atrás. En tal sentido, todavía más dramática resulta la fotografía tomada desde el cosmos por la NASA, en donde se aprecia una sensible disminución de la contaminación de la atmósfera debido al cese del habitual desempeño de las industrias en el mundo. En cuanto a nosotros, mientras acatamos el recogimiento voluntario en nuestros hogares para detener así la expansión de la pandemia a través del contagio, creemos que es también una ocasión propicia para meditar en todas aquellas cosas que pudiéramos rectificar como seres humanos responsables, no solo para tratar de ser mejores personas, sino también para crecer emocionalmente a través de la cultura. En tales circunstancias, organizaciones como la Unesco han puesto a disposición de todos, por medio de las redes, su inmenso archivo patrimonial de tesoros culturales de la humanidad. Representa una oportunidad única para el disfrute gratuito de una visita virtual a importantes museos y galerías en el mundo, además de tener acceso a filmes antológicos de diversos países y a la obra literaria de grandes escritores.

Entonces, a partir de esta condicionante coyuntural que afecta nuestras vidas, acerquémonos sin prejuicios a una corriente musical que, por razones de mercado, clasifica comercialmente como música del mundo. Y aunque dentro de dicha denominación encontramos reconocidas personalidades provenientes de los cinco continentes, el término, de por sí discriminatorio, nos pudiera hacer creer erróneamente que atenderíamos una valoración de menor significación que cuando nos referimos a famosos artistas de la música pop o del rock anglosajón. Es tal la manipulación ejercida por las grandes compañías discográficas, preferiblemente norteamericanas, en la promoción de sus artistas, que no importa si se trata de exponentes de baja calidad artística como es el caso de la cantante Britney Spears. Sus representantes comerciales, han invertido millonarias sumas de dinero para exhibirla ante el mercado como la estrella que, lamentablemente, nunca ha llegado a ser. De todos modos, multitudes en todo el mundo, saben quién es Britney Spears, a pesar de su pobre desempeño como artista. Sin embargo, los nombres de prestigiosas personalidades como Angelique Kidjo de Benin, el cantautor hindú Rabbi Shergill o el grupo maliense Tinariwen, apenas son conocidos, si acaso por quienes estamos al tanto de la evolución de la llamada música del mundo.

 En realidad, nuestra intención no es la de colocarnos en la disyuntiva de escoger entre uno u otros. Cada cual tiene el derecho de optar por el artista de su preferencia, pero también tenemos el derecho de estar por encima de convenciones con tintes neocoloniales y racistas, para informarnos acerca de aquellas propuestas que, si bien no disfrutan del amplio espectro de fama que ostenta Britney Spears, representan una música que puede enriquecer todavía más nuestras vidas. Por ejemplo, cuando presenciamos a la Kidjo, tanto en sus animados conciertos como en sus atractivos videoclips, nos convencemos de estar ante una carismática intérprete, cuya profesionalidad explica la honrosa aceptación con que se le recibe por exclusivo que sea el escenario donde se presente. Otro tanto ocurre con Shergill, uno de los cantautores de mayor popularidad en la India. De entre su amplio repertorio, en canciones como Bulla Ki Jana, hace gala de sus habilidades como compositor al dejarnos atrapados por la elegancia de la hermosa melodía que distingue a su mayor éxito.

Y si alguna vez se ha preguntado qué tipo de música hacen los habitantes en el desierto del Sahara, ahí está Tinariwen, agrupación que a partir de sus guitarras eléctricas, antiquísimos tambores y palmadas características, nos puede conducir hacia un estado de hipnosis provocado por el peculiar aroma creativo de dicha sonoridad oriental. Obviamente, cada una de estas instituciones artísticas son portadoras de estilos definidos que las singularizan a partir de sus tradiciones. Por tal motivo, al funcionar como auténticas representaciones culturales de sus respectivos pueblos, se les agradece mucho la posibilidad de confirmarnos desde sus canciones que el planeta sigue siendo un lugar lo suficiente ancho y ajeno como para sorprendernos con quién sabe cuántos intérpretes de la música del mundo, que están haciendo un arte muy respetable, por cierto. Y nosotros, por desconocimiento o indolencia, no podemos permanecer ajenos a semejante realidad. Les aseguro que, a muchos de estos músicos, vale la pena tenerlos en cuenta entre nuestras preferencias.