En sus reconocidos Aforismos, Georg Christoph Lichtenberg lamentaba que no pudiéramos ver los doctos intestinos de los escritores para descubrir qué han comido. En tal caso, sus libretas de notas o apuntes dan fe del tipo de alimento —cualidad, variedad y contundencia— que es capaz de llegar a proporcionarse el creador. José Martí, en los suyos, hace gala de infinita erudición, curiosamente vinculada a una objetiva sed de conocimientos. Veamos si no esta anotación recogida en el tomo de “Fragmentos” de las Obras completas: “Cátedra: sin una sola pretensión; porque los estudios hechos no inspiran más que una profunda vergüenza por lo que todavía nos queda que estudiar”.[1] Esa sed de conocimientos nace vinculada también, en el caso de Martí, con lo que Mallarmé denominó aquel juego insensato de escribir, el escarceo y la dubitación ante la página en blanco, y el mucho tiempo que contempla “experiencias muy diversas […] malentendidos innumerables, obras perdidas y dispersadas, el movimiento del saber, y por último el girar de una crisis infinita […] para que se empiece a comprender qué decisión se prepara a partir de ese fin de la escritura que anuncia su advenimiento”,[2] que se asienta sin motivos inmediatos firmes en hojas de precaria organización.

Gonzalo de Quesada afirma, en el preámbulo a la edición de los “Fragmentos”, que estos “complementan los cuadernos de apuntes publicados en el volumen 21” de Obras completas. Fotos: Tomadas de Internet

Cuando se estudian los “Cuadernos de apuntes”, y seguidamente los que Gonzalo de Quesada denominó “Fragmentos”, es perceptible en los primeros el proceso de formación de un estilo, los avatares de una escritura con instintos fundacionales, el nacer de un pensamiento, los instantes que acompañan y presiden la eclosión de una mente; mientras que en los segundos abundan mucho más los borradores o intertextos de las numerosas obras que terminó y dio a las prensas —es decir, proyectos de “ideas apresadas al vuelo muchas de las cuales, maduras y vigorosas”, conformaron su literatura,[3] cuyos cotejos han dado y seguirán dando, a lo largo del proceso de la siguiente investigación, frutos palpables —las ideas de poética o sobre el estilo manifiestan una maduración, una elaboración que hace evidente que dichos “Apuntes en hojas sueltas” fueron concebidos durante las décadas de 1880 y 1890—.[4] Quizás esas razones sean el fundamento que llevó a afirmar a Gonzalo de Quesada, en el preámbulo a la edición de los “Fragmentos”, que estos “complementan los cuadernos de apuntes publicados en el volumen 21” de Obras completas. Pero como quiera que sea, surge al instante en la mente del filólogo, del investigador, la idea de que todo forma parte de un cuerpo único: las notas, reflexiones, citas de libros, iluminaciones súbitas, intensos y breves pasajes autobiográficos no desprovistos de imágenes, y porciones de obras en proceso, que han sido agrupados bajo un concepto definidor: sus apuntes, y que, como tal, se imponía un acercamiento, una reflexión sostenida o generalizadora, después del análisis tanto de los apuntes en cuadernos como los que se recogen en hojas sueltas. Por cuestiones de tiempo y disposición de los períodos investigativos, el acercamiento no se pudo llevar a cabo de ese modo; pero sí pude darme cuenta de que los elementos de poética y de la escritura martiana que fueron trabajados en los “Cuadernos de apuntes” pueden ser asimismo objetos de atención en el estudio de los “Fragmentos”, que es lo que pretendemos llevar a cabo en las siguientes páginas.

En los “Fragmentos”, junto con los apuntes de obras en proceso, podemos hallar siempre tramos autorreflexivos y huellas que dan fe de un proceso de autoaprendizaje constante.

Es evidente que el editor, en este último caso, ha dejado entrever sus dotes y ha numerado tales apuntes en hojas sueltas, a veces relacionados unos con otros, o conteniendo en sí anotaciones de diversa naturaleza, lo que obedece en ocasiones a que la hoja fue escrita también en su reverso —por ejemplo, hay apuntes “escritos al dorso de las hojas con membrete de las oficinas en que trabajaba Martí en Nueva York”[5]— y se unifica la información de una manera rudimentaria, la única que estaba a su alcance, dado lo enrevesado de la caligrafía martiana y la profusión de apuntes en hojas sueltas. Lo que sí nos queda claro es que en los “Fragmentos”, junto con los apuntes de obras en proceso, podemos hallar siempre tramos autorreflexivos y huellas que dan fe de un proceso de autoaprendizaje constante. Y que si Martí le confiesa a Gonzalo de Quesada en su carta testamento literario que no ordene los papeles, ni saque de ellos literatura, porque, según él, todo eso estaba muerto, y no había ahí nada digno de publicación, en prosa ni en verso, eran meras notas; en realidad son semillas, eslabones de valor que la premura de la despedida desautorizó, debido a la exigente proyección del intelecto del escritor.[6] Como dice Roland Barthes, el escritor tiene la ilusión de creer que al quebrar su discurso, deja de discurrir imaginariamente sobre sí mismo, que atenúa el riesgo de trascendencia, pero como el fragmento ([…] la máxima, el pensamiento) es finalmente un género retórico, y la retórica es esa capa del lenguaje que mejor se presta a la interpretación, al creer que se dispersa, lo que hace es regresar virtualmente al lecho de lo imaginario.[7]

Dos curiosos fragmentos contenidos en los “Apuntes en hojas sueltas” parecen estar estrechamente vinculados con la concepción de Ismaelillo.[8] El primero es una anotación personal donde confiesa su dolor de exiliado y curiosamente refiere el tema del poema “Tábanos fieros”: el guerrero que sale a batallar y no batalla en fin, y regresa a que el hijo niño restañe su espíritu: “Al que muere en su sillón, en casa amiga, hundiendo su mano en el cabello rubio del niño,—hay que añadir: —¿cómo vivo sin raíces, sin patria, sin amor?— Y en este poema, acaso el del tiempo: guerrero que sale armado a batallar, no halla batalla, y muere torvamente, de sobra inútil del alma, sin pelea”.[9]

Fragmentos contenidos en los “Apuntes en hojas sueltas” parecen estar estrechamente vinculados con la concepción de Ismaelillo.

El otro es un breve poema que repite una frase del fragmento anteriormente citado y tiene casi su mismo asunto: el hijo como refugio, pero en un tono más solemne y con el metro endecasílabo, como los de Versos libres:

…ved cómo un hombre

De haber perdido la esperanza muere!

Hundió la mano en el cabello rubio

Del niño, —esparció luz—, y quedó muerto.

Escondió el rostro en el pecho del niño

Y lloró sin consuelo.[10]

Como hemos afirmado en otra parte de este ensayo, se percibe el tránsito de una poética a otra, de la poética de un libro a la del otro, aunque sea el mismo el estado de su alma; pues los libros de poesía concebidos por Martí y los publicados son los que dan sentido a este tipo de análisis donde se revela la riqueza paratextual. Ellos desempeñan un papel dialéctico. Están ahí, en cierto modo, “para que se cumpla no solo la dialéctica del discurso, sino el discurso como dialéctica. El libro es el trabajo del lenguaje sobre sí mismo: como si fuese necesario el libro para que el lenguaje tomase conciencia del lenguaje, se capte y se acabe en razón de su inacabamiento”.[11]


Notas:

[1] José Martí. Obras completas. “Fragmentos”. Fragmento 213, T. 22, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 129.

[2] Maurice Blanchot. “La ausencia de libro” en El diálogo inconcluso, Monte Ávila Editores Latinoamericana (Traducción de Pierre de Place), Caracas, p. 647.

[3]  Manuel Isidro Méndez citado por Maritza Carrillo en “Los Cuadernos de apuntes de José Martí: guía para investigadores jóvenes”, Revista Universidad de La Habana, n. 245, La Habana, p. 179.

[4] Según los estudios hasta el momento realizados por el equipo de la Edición Crítica de las Obras completas de Martí, existe la hipótesis de que algunos fragmentos de apuntes pertenecen a la década de 1870.

[5]  Aírela Érica Schnirmajer. “La cocina del artista: Los Cuadernos de apuntes de José Martí” en Anuario del Centro de Estudios Martianos, 24, 2001, La Habana, p. 237.

[6] Ver José Martí. Testamentos de José Martí. Edición Crítica, equipo de investigadores del Centro de Estudios Martianos, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2004, p. 31.

[7]  Roland Barthes. Roland Barthes por Roland Barthes, Monte Ávila Editores (traducción Julieta Fombona), 1992, Caracas, p. 67.

[8]  Existe un apunte en estas anotaciones en hojas sueltas evidentemente vinculado a la génesis de Ismaelillo. De ello dio sobrada prueba Fina García Marruz cuando afirmó:

Finalmente, otra página, perdida en sus apuntes, quisiéramos destacar. Recordemos el primer fragmento, que se le había quedado sin continuación, al desviarse a lo explicativo (aquel <<no hay compañero / Más lisonjero) [Véase OC., T. 21, p. 227]. Pues este “compañero”, que allí jugaba a esconderse, va a reaparecer definitivamente todavía apegado al mito del Niño – Amor de Anacreonte, pero ya con una sorprendente variación del todo personal, en este apunte en prosa de veras extraño y sugeridor:

Yo tenía un compañero: amor: en n/ cuarto – luz de [p. i] en sus alas: de codos en la almohada, velaba mis sueños; y qué paisajes me hacía ver, soplando en mi rostro: – a todas partes me acompañaba: por su influjo, me hacía ponerme bello, o embellecer a mis ojos lo feo, me hacía caer, – y luego él mismo me levantaba y curaba las heridas. – Al fin me hirió tan fuertemente que con el golpe, al romperme el corazón, se rompió el hombro, – al chocar, cayéronsele, para siempre quebradas, las alas. – y cayó muerto, – y de él, ¡oh extrañeza! salió un niño.

Hay dos elementos que figuran en el poema que había interrumpido justamente el momento en que el niño que vela su sueño lo mira. ¡Cómo lo pinta “de codos en la almohada”, posición tan cotidiana y deliciosamente natural! A este niño que lo despierta a la vida verdadera tiene que haberlo visto realmente, ya que no es esta la posición convencional en que se representa al niño alado de las flechas. ¡Y qué balbuceo, como de enamorado —¿o es que faltan realmente las palabras en el texto?— en ese, “en nuestro cuarto [de]  – luz […] en sus alas.[…] Es evidente la relación de este apunte con la génesis del Ismaelillo, no solo en las imágenes recurrentes del delicioso traidorzuelo que lo ha herido “con que arma de oro”, sino en la imaginación de las viñetas, en que el diosecillo solo figura con sus alas y la aljaba lloroso y venido a tierra en “Mi despensero” o con las aljabas intactas y en reposo junto a una paloma, como indicando con el fin de la batalla y su victoria, que ella toda se había hecho para un niño, para el comienzo verdadero de “esta fiesta” (16, 21). El “guardiancillo” magnánimo que lo “despertaba” ya puede dormir tranquilo sobre una hoja. Estrecha relación guarda con todo esto uno de sus apuntes íntimos al que confía que le gusta más pensar al niño, esperándolo (entre paciente e impaciente) “de codos en la almohada” —que es como aparece en este poema en prosa— que figurarlo al modo clásico, como lo hace Góngora, quien pinta al dios alado “de nuestras almas dueño” ordenándonos dormir, y aún cuidando que nada nos despierte:” con el dedo en la boca guarda el sueño” (21, 214). El apunte en cuestión es el siguiente:

“Pues mi pensamiento (de codos en la almohada) es mejor que este, de Góngora, en una de sus más celebres canciones:

       Dormid, que el dios alado

       De vuestras almas dueño

       Con el dedo en la boca guarda el sueño.

Fina García Marruz. Génesis de Ismaelillo” en Temas Martianos, 3ra serie, Ediciones Artex, 1995, p. 105.

[9]  José Martí. Ídem. Fragmento 118, p 72. (C.A)

[10] José Martí. “Poemas en hojas sueltas” […Ved como un hombre], Obras completas, Edición Crítica, T. 16, p. 247.

[11] Maurice Blanchot. “La ausencia de libro” en El diálogo inconcluso, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 1993, p. 650.