Javier Ruibal: “No hay infelicidad en ser cantautor”

Diana Ferreiro
20/1/2017

Javier Ruibal canta al amor como casi nadie a estas alturas: convencido de que las historias que se inventa en versos y acordes, son legítimas proyecciones de hechos futuros. Como si quisiera, con esa voz entre la canción de autor y el flamenco, vaticinar lo que vendrá.


Fotos: Roly Berrío

Javier Ruibal (Cádiz, 1955) llega un lunes a Santa Clara y quiere ver un partido de béisbol. Camino al estadio Sandino, donde Villa Clara y Ciego de Ávila disputan el quinto juego de semifinales, pregunta cómo se ganan los puntos y qué son las bases.

Uno de los mayores referentes de la canción de autor de habla hispana, está de regreso en Cuba. Su concierto, programado para el martes en el Teatro La Caridad, será la primera de varias presentaciones que se sucederán entre Santa Clara y La Habana, mientras dure el Festival Longina 2017.

Ríe todo el tiempo. Cuenta historias. Menciona a Santiago Feliú. Mientras esté en Cuba, Javier Ruibal le dedicará todos sus conciertos.

“La pérdida de Santiago ha sido muy dura para todos, aunque deberíamos ya tener incorporado que vivimos y un día nos vamos. Pero los seres humanos pensamos en una dimensión de inmortalidad, y nos quedamos siempre llenos de pena y desconcierto. También porque Santi tenía 50 años, no más. Era un hombre muy joven. Yo tuve con él una relación muy divertida. Me reí mucho y discutía sobre política, pero siempre ganaba la risa. Santi y yo éramos los raritos de nuestra generación: el rarito de allí y el rarito de aquí. Lo echo mucho de menos”.

¿Regresas a Cuba después de cuánto tiempo?

Pues no lo sé ahora mismo, quizás luego de cinco años, que vinimos con Luis Barbería y mis hijos, Lucía y Javi Ruibal, a hacer una gira por cinco ciudades acá. Un espectáculo que era “de ida y vuelta”: un encuentro entre el son cubano y algunos ritmos flamencos, como el tanguillo y la guajira. Un concierto sostenido por el repertorio de Luis Barbería y el mío.

Cuba siempre ha estado muy cercana en tu manera de asimilar la música, en tu inspiración…

Siempre ha estado, incluso antes de venir, y mucho más después que vine. También he tenido la suerte y el privilegio de conocer a unos chicos cubanos estupendos, que arribaron a España hace unos cuantos años. Sigo alucinado  y agradecido porque ellos me buscaron casi inmediatamente. Alguna referencia tendrían de mi música, que ya corría por aquí sin que yo lo supiera, y me sentí muy halagado. Sobre todo porque el músico en Cuba es alguien que profesa su oficio de una forma —igual exagero—, casi religiosa.

El músico en Cuba es alguien que profesa su oficio de una forma casi religiosa.

Eso me parece algo digno de elogio, puesto que en la mayor parte de los países del mundo, de un tiempo a esta parte, la música es más una estrategia de camino a la fama, que algo hecho realmente con el convencimiento y la dedicación auténtica. Por eso digo que para mí fue un halago. Vine hace un buen puñado de años, canté en un festival de Holguín, luego regresé a cantar a la Casa de Las Américas, al Centro Pablo…, en fin,  que ya hay un largo itinerario, y siempre ha sido muy agradable.  

 

Tanto, que hasta una canción a La Habana salió…

Es que La Habana no es solamente La Habana, es Cuba, la Cuba de mis abuelos, la Cuba de mi generación, tan diferente y tan la misma de siempre… la Cuba eterna. Para nosotros los españoles —especialmente para los andaluces, los gallegos y los canarios—, culturalmente, Cuba tiene un significado grandísimo, es un referente histórico, un lugar hacia el cual emigraron muchos de nuestros paisanos. Alguno siempre tiene algún familiar, una o dos generaciones antes, que emigró, por lo que la conexión es muy grande.  

Para mi generación, Cuba era la referencia de la Nueva Trova. Había entonces grandes trovadores que ya tenían una gran obra con poca edad, gente que estaba rozando los 30 con una carrera consagrada, de vinculación a la buena poesía, a la buena música, a la tradición, sin faltar a la evolución y a la música propia que cada uno podía generar.

Cuando conocí La Habana más a fondo, quise escribir esa canción, y cuando vine y todavía no la había cantado aquí, sentía un cierto pudor porque uno habla de cosas que son delicadas, que no son de la vida particular de uno, y tocar esos temas a veces es correr el riesgo de herirse o de herir la sensibilidad. Uno puede decir lo que quiera y luego la gente reacciona favorable o desfavorablemente, pero la reacción fue muy favorable; es una canción querida que me piden donde quiera que hay un cubano, en España, en Argentina, en Estados Unidos, en muchos sitios, y eso es un síntoma de haber tocado la sensibilidad de una forma más o menos agraciada.

¿Qué diferencias hay entre la manera en que se concibe, se produce y se distribuye la canción de autor en España y en Cuba?

Aquí, por lo que intuyo y me han contado, la cosa no fluye institucionalmente, sino más bien al boca-oreja; la grabación pasa de mano en mano, con el placer de descubrir algo sin que ninguna emisora radiofónica te informe de ello. En ese sentido, creo que aquí hay otra manera de valorar el arte de la canción de autor. Si hubiera un sistema distributivo de información musical y mucha programación artística —que desconozco si existe—, si fuera más abierta o más abundante, no sé si sería de la misma manera, si el público seguiría teniendo esa pasión privada por sus artistas, o por otros artistas no cubanos, como en mi caso, que de pronto el público te elige y te elige para siempre. Pero te elige de una forma privada, sabiendo que nadie se lo está inculcando, sino que eres elegido personalmente por cada uno.

Aquí se van más por la piel y la sentimentalidad, y allí se van más por la fascinación del evento grandioso, el gran acontecimiento, el respaldo artístico y el deslumbre de la fama.

Supongo que cuando hay un sistema de difusión muy a merced de multinacionales discográficas, entonces este asunto cambia, que es lo que ocurre en Europa y en otros países de América Latina, donde existe un sistema de organización social diferente. Aquí se van más por la piel y la sentimentalidad, y allí se van más por la fascinación del evento grandioso, el gran acontecimiento, el respaldo artístico y el deslumbre de la fama. Creo que esa es la diferencia.

¿Fue más fácil en otra época, o es más fácil ahora, luego de 35 años de carrera?

Cada uno habla de su caso particular. Yo fui de una generación puente que no era la de la cantautoría del tardofranquismo, y pude escuchar a los cantautores de la pre-transición cantando con bastante libertad, porque aquello se acababa y tenía que ser así.

Salí en un momento en que  lo que venía inmediatamente era una explosión de libertad en todos los sentidos; al mismo tiempo, la música comenzó a salirse de los esquemas previos, e incluso la canción de autor pagó un precio en ese sentido: salvo aquellos que estaban muy consolidados, los demás no continuaron, o no surgieron nuevos exponentes hasta pasados 15 años prácticamente, que es cuando aparece la generación de Javier Álvarez, Pedro Guerra, Ismael Serrano… Entonces yo ocupo un lugar de cierta ambigüedad, por mi vinculación con la música flamenca y andaluza, es decir, no era un flamenco, pero tampoco era un cantautor, no era todo lo cantautor que querían los cantautores, ni era todo lo flamenco que querían los flamencos; jugaba mi partida a mi aire porque me interesaba hacerlo así, y ser libre.

 

Mis inicios no fueron muy fáciles, pero conseguí existir, minoritariamente. Luego, pasaron los años y fui haciendo las cosas de mejor manera, con menos ambigüedades, supongo que con más calidad, así se va ganando adeptos.

Hay vida más allá de la radio-fórmula, y eso lo demuestran casos como el mío o el de muchos otros que estamos haciendo nuestro trabajo y viviendo de él. No es decir que si te dedicas a esto vas a ser un paria toda la vida, pero hay que estar seguro de que uno quiere algo de verdad y ahí se cumple el refrán: “el que la sigue la consigue”; no hay más que permanecer y no bajar la guardia a la hora de escribir y de componer.

Hace algunos años han ido llegando a España, y no solo a España, también a Argentina, Uruguay y otros países de Latinoamérica, una generación de cantautores cubanos que han logrado conquistar —en mayor o menor medida— algunos circuitos de la canción de autor por allá. Estoy pensando en Roly Berrío, Yaíma Orozco, Reinier Aldana,  Jorgito Kamankola… ¿Cómo le parece que se han “colado” estos músicos en el circuito español?

Han incursionado con distintas suertes y diferente repercusión. Ahora mismo son malos tiempos para la lírica, y se está más en una vorágine meramente televisiva, de programas como La Voz, y algunos otros como fue Operación Triunfo, en los que sacan nuevas voces que tienen mucho de cualidad vocal y poco de fondo compositivo, por decirlo así. Lo que prima ahí es buscar buenas voces, buenos emisores de mensajes que no pretendan calar en la sentimentalidad sino, en todo caso, en una emotividad circunstancial relacionada con el amor; sobre todo con ese amor lleno de almíbar, de poca pasión sincera, y con mucho de galanteo y de superficialidad.

Entonces, ellos van entrando y, según sus cualidades, van teniendo más o menos suerte. Cuando entró Habana Abierta tuvo una racha de mucha repercusión, pero las compañías discográficas multinacionales consideran el lanzamiento un fracaso si no vendes cierta cantidad de discos, y no te siguen apoyando; entonces hubo una dispersión del grupo y cada uno se quedó: (José Luis) Medina por un lado, Boris (Larramendi) por otro, Kelvis (Ochoa), (Luis Alberto) Barbería por otro…; en fin, cada uno se fue buscando un espacio, unos volvieron, y otros se fueron a otros lugares.

Estos artistas huyen de lo efímero, y, como hay vida más allá de los 40 principales, pues siempre hay gente que los disfruta.

Pero hay que buscar dónde ha calado cada uno, en la casa que ha calado, en el corazón que ha calado y se ha quedado para siempre, por lo que contaba antes de ese modo de hacer canciones y de hacer música que pretende no ser meramente circunstancial, sino que quiere quedarse en la memoria o en el corazón, o en los dos sitios. Estos artistas huyen de lo efímero, y, como hay vida más allá de los 40 principales, pues siempre hay gente que los disfruta. Hay cantautores que sobreviven y los llevan muy bien, otros tienen menos repercusión. De los de mi generación, sobrevivimos algunos, no todos, pero siempre ha sido así, cada uno sabe cuando elige este mundo qué es lo que quiere hacer, sabe los riesgos que corre y la repercusión que puede o no tener. O sea, que no hay infelicidad en eso. 

¿Qué está pasando ahora mismo con Javier Ruibal en materia discográfica?

Estoy a la espera de terminar otro disco. Tenía compuesto casi un disco, pero hice una fiesta por el 35 aniversario de mi carrera, con un montón de artistas invitados: Miguel Ríos, Martirio, Jorge Drexler, Carmen Linares y muchos más; y entonces grabamos eso y lo sacamos como álbum, donde empleé seis canciones del disco siguiente, que ahora estoy a la espera de terminar.

Lo estamos sacando con discográfica propia, al igual que el anterior, por lo que gozamos de gran autonomía; podemos hacer las cosas a nuestro criterio, como queremos y cuando queremos, y la suerte no se ha puesto en contra. Estoy vendiendo más mis discos de ahora que los de antes; no me importa la cuestión cuantitativa, sino llegar a más personas, y sé que siendo independiente puedo llegar más lejos que estando metido en una supuesta gran estructura que no te garantiza nada.

¿Qué tiempo tiene esta discográfica?

Salimos con Quédate conmigo, el disco anterior, en 2013; así que, desde 2012, cuatro años.

¿Y solo ha producido su música?

Mi música y también la de una banda que se llama Glazz, que es la banda de mi hijo, quien es a la vez mi productor, además percusionista y baterista. Es una banda muy interesante de glam rock y jazz. Por otra parte, colaboramos en la coproducción de otros artistas, como Jonathan Pocovi, un cantautor valenciano interesantísimo que a me gusta mucho. Otro disco que hemos coproducido es el último de Joaquín Calderón, un cantautor también muy interesante. Ahora vamos a trabajar en un disco de un guitarrista de jazz que se llama Tony Mora, que vive en Bruselas, y, en fin, tratando siempre de echar un cable a músicos que quieran y necesiten una ayuda.

Al fin y al cabo, mi empresa soy yo, y parte de lo que gano lo invierto ahí, aunque no es invertir, porque eso no lo recupero jamás, solo gano el placer de esa cosa fantástica de “fulano no puede masterizar, o pagar a los músicos…”, pues aquí está. Pero no se trata de darles más repercusión o intentar que sean más importantes, simplemente es una cuestión más moral y de cariño hacia esos artistas que son buenos. Yo digo que es más una colaboración sentimental, al poner algo de dinero para que produzcan sus discos.

Transcripción: Ángela M. Águila Alonso