Acabo de confirmar, por Enrique Carballea, que ha muerto Suylén Milanés. ¡Qué cosas! Entró a mi vida por José Martí, y es el 28 de enero, que le da un infarto cerebrovascular.

No tengo manera de compartir este pesar profundo que sentimos, en especial, los del ambiente trovadoresco, musical, cultural, que compartir este texto en El Caimán Barbudo que forma parte del libro-disco Los amores del Diablo Ilustrado. Lo acompaño del video sobre la grabación de “A Emma”, donde Suylen nos dejó su alma. Sea este nuestro abrazo.

No sientas que te falte

el don de hablar que te arrebata el cielo

no necesita tu belleza esmalte

ni tu alma pura más extenso vuelo.

Todavía me duele no haber podido estar en el estudio de la PM cuando Suylén Milanés grabó esta canción; ese día amanecí en el dentista y tuve que atenderme cuatro veces por urgencia sin lograr aliviar la neuralgia; pedía que me sacaran la muela, pero mientras hay inflamación no se puede, así que antibiótico y calmantes (que no me calmaban) tan fuertes que terminaron desplomándome.

Por suerte Ingrid filmó bastante y puedo al menos reconstruir el momento, partiendo de la descripción de Carballea, a quien llamé bien temprano al día siguiente, cuando retorné a un estado de semivida.

— ¡Diablo, querido! Suylén le dio un swing tremendo, aunque tuvo que ponerse las pilas. Pasó por grandes angustias, le costaba encontrarse en la canción, y no quería grabar sin tenerla calibrada hasta el menor suspiro. Quizás por el peso de saber que es un texto de Pepe. Tenía como temor a entrarle. Roberto Perdomo, el de Tesis de Menta, estaba con nosotros, y la pinchó duro para que entrara en situación. Se encabronó y le puso una “bomba” que fue creciendo, creciendo, creciendo y cuando la pieza coge fuerza tras el puente lo que le puso fue “mambo”, te vas a quedar impresionado.

No mires, niña mía,

en tu mutismo fuente de dolores…

Ahora la escucho y, parafraseando el refrán: Hija de Pablo caza canción. Le entra con un filin que te roba y se va espesando en los recovecos de esa ternura desbordada y altiva, metida en la piel de esa amante que no puede expresarse sino con gestos y caricias. Como si se cantara a ella misma.

ni llores las palabras que te digan

ni las palabras que te faltan llores.

José Julián va entrando tierno, apasionado… está en la voz de Suylén Milanés. Foto: Tomada de la ACN

Es un poema de José Julián Martí Pérez, fechado el 10 de julio 1872. Tenía solo 19 años. Cómo pudo enhebrar ideas tan tiernas y de tal lirismo, con tan corta edad. El sufrimiento le hizo saltar de niño a hombre; 19 años y ya era un exiliado en España y había pasado por dantesca prisión. Un alma sin rencor, que lejos de retorcerse, se purifica en su dolor y lo traduce en versos.

La publicación de “A Emma” vendría más de 15 años después, el 13 de marzo de 1888 en el periódico El Cubano, La Habana, con una nota de redacción que nos aporta elementos del joven poeta y la inspiradora de sus versos:

“Poesía. Ofrecemos a nuestros lectores la bellísima composición que dedicó a la simpática muda Srta. Emma Campuzano, nuestro amigo muy querido José Martí, sobre cuyo talento nada decimos, pues ya sabemos los cubanos lo que vale ese incansable obrero del pensamiento”.

Allá en el año 95… yo andaba con Martí hacia todos lados, era como un suero en venas para sobrevivir. Libros, guitarra, y amigos (con mucho dominó) repletaban las horas sin horarios para nada. Basta decir: Periodo Especial; es como una contraseña entre cubanos. Andábamos como nómadas. Lo mismo quedábamos en vernos a las 3 a. m. para ir caminando hasta la playa, que para escuchar música en mi viejo tocadiscos. Los amigos (los Ale, Milo, Robertico, Alicia, Danielito, Cary, Erick “el Dinki”, Kike…) fuimos más amigos que nunca, si uno lograba dar con un pomo de cascos de toronja convocaba a reunión para compartir el “plato”. Con el grupo Esper (de espeleología) al que pertenecían, me fui de aventura hacia las cuevas de Guantánamo, y como preludio, Playita de Cajobabo, en una tarde noche madrugada, en la que casi vimos el bote desembarcar. Llevábamos los diarios de Martí y Gómez, confrontándolos, analizando cada expresión, buscando quiénes eran ellos en aquella fecha exacta, intentando despojarlos del peso posterior que da la historia. ¡Dicha grande! Dos palabras con que Martí sintetiza su reencuentro con la patria tras dos décadas desterrado.

Como parte de la Asociación Hermanos Saíz hice parte de la Ruta Martiana, el tramo de Aguacate a La Mejorana, o sea, el trayecto que hicieron los expedicionarios con Gómez y Martí desde el 1ro al 5 de mayo a los 100 años exactos. Participé en un evento internacional sobre José Martí en Santiago de Cuba, gracias a lo cual estuve el 19 de mayo, el día del centenario de la caída en combate, en Dos Ríos. Vi a una distancia de unos 30 metros a Fidel, ¡allí! No dijo una sola palabra a nadie, al menos en el trayecto hacia la tribuna en que pude seguirlo con la vista. Estaba como si hubiéramos recibido en ese instante la inesperada, desconcertante y brutal noticia de que Martí acabara de caer alcanzado por la fusilería española. Silvio estrena “Ala de colibrí”.

Hoy me propongo fundar un partido de sueños,

talleres donde reparar alas de colibríes.

Se admiten tarados, enfermos, gordos sin amor,

tullidos, enanos, vampiros y días sin sol.

Las fechas en que musicalicé los textos de Martí delatan la energía acumulada en esos días con el Maestro. En la misma madrugada del 30 de mayo del 95 los poemas “A Emma” y “Con la primavera”. Apenas tres días después, el 3 de junio, “Y te busqué”.

Y te busqué por pueblos,

y te busqué en las nubes,

y para hallar tu alma

muchos lirios abrí, lirios azules.

De manera que los apagones eran diarios y a veces de toda la noche, apenas se podía dormir por el calor. Ese estado de incomodidad, de no poder llegar al sueño profundo, tenía su parte buena, y era el cruce de ideas y textos que se arremolinan en ese estado de sopor, de pupila insomne.

Ahora, viendo los videos que filmó Ingrid en la PM, confirmo lo que me contaba Carballea. Suylén repasa el texto, varias veces, está en efecto angustiada, se balancea y niega con la cabeza. Quiere desmenuzar cada frase, cada palabra. Va hacia la cabina y comparte audífonos con Rober Luis, para escuchar —texto en mano— su arreglo, y calibrar cada instante de la canción.

“(…) voy a la guitarra, la canto como cuando musicalicé y queda confirmado: esa canción la cantó en mi cabeza Pablito hace casi un cuarto de siglo, y ahora la tiene su hija apresada en un estudio de grabación”.

Va entrando en ella, pero quiere verla en todas las dimensiones antes de grabarla. Iván Leyva (gran músico y amigo), coge una guitarra folk, y va pasándola de arriba abajo con ella, puntualizando cada nota. Carballea asiste como un espectador fantasma, sentado al fondo con las piernas estiradas. Él fue quien dijo, categóricamente, desde el primer día en que escuchamos las maquetas de los arreglos de Rober: “Esa es para Suylén Milanés”.

En la zozobra de ella, sumergiéndose en la canción, caigo en el año 95, y salto de la cama hacia la guitarra para que no se me escapara la voz de Pablo Milanés cantándome “A Emma”.

Las canciones me llegaban así; versos sueltos con melodías en voces de otros, lo mismo Fito Páez, que Víctor Manuel, Silvio, Barbarito Díez a veces tarareadas, como el arrullo de mamá. De manera que no sé escribir música, ni tenía entonces cómo grabar lo que iba componiendo, tenía que ir buscando los acordes de ese “dictado sonoro” y repetirlos hasta aprendérmelos bien, proceso que llevaba rectificaciones, y no poca angustia ante una frase que dejaba atrás y luego no salía igual (a veces para bien, supongo). Por supuesto que ya podía acostarme más en la noche, no fuera ser que olvidara la música. Iba puliendo el texto (cuando no se trataba de musicalizar), y le colocaba un cifrado de las notas —bastante primitivo, por cierto—.

Creo que Carballea es el único que me lo va a creer. Me cuestiono antes de escribirlo si no estaré arreglando los recuerdos, pero voy a la guitarra, la canto como cuando musicalicé y queda confirmado: esa canción la cantó en mi cabeza Pablito hace casi un cuarto de siglo, y ahora la tiene su hija apresada en un estudio de grabación.

Hay un corte de video y va Suylén Milanés de la cabina al estudio con paso apurado, se pone los audífonos; se sacude (como quien tiene montado un muerto) y, abriendo los brazos, le dice a Iván Leyva, que está grabando:

—Súbeme la música a ver si se me sale “eso”, mi´jo.

Ríe. José Julián va entrando tierno, apasionado… está en su voz.

Si brillan en tu faz tan dulces ojos

que el alma enamorada se va en ellos,

no los nublen jamás tristes enojos,

que todas las palabras de mis labios,

no son una mirada de tus ojos…

Tomado de El Caimán Barbudo

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