En sus crónicas europeas de 1881-82, escritas poco antes de su valoración de Carlos Marx, Martí hace también algunos velados juicios desaprobatorios en torno a la Comuna de París que posteriormente modificará, pero en estas valoraciones se evidencia que la raíz de su desaprobación no se sustenta en los fines justicieros que perseguía, sino en su impreparación, carácter prematuro y extremismo, que provocaron en Francia una incontrastable reacción. En esta visión debió haber influido seguramente el tipo de propaganda que los órganos de prensa en poder de la burguesía se encargaron de divulgar por el mundo.

Martí “Tenía un conocimiento indirecto y parcial de la teoría marxista debido, entre otras razones, a las pocas y deficientes traducciones que existían entonces de las obras de Marx y Engels”. Imagen: Tomada de Radio 1

La prensa oficial y de derecha difundía los más monstruosos rumores sobre los comuneros. “No debes creer ni una sola palabra de todas las tonterías que encuentres en los periódicos respecto a los acontecimientos de París ―escribió Marx a Liebknecht el 6 de abril de aquel año de 1871―. Todo ello es pura mentira y engaño. Nunca antes el vil periodismo burgués de poco fuste se ha revelado con tanto esplendor”.[1]

Es presumible entonces que la información que le llegó al joven Martí en España cuando ocurren los hechos de la Comuna, tuvo la impronta de los ataques de la reacción contra el movimiento obrero, las ideas socialistas y Marx en particular, quien es, además, atacado por buena parte de los líderes de la Primera Internacional, encabezados por Bakunin. Por lo tanto, se puede llegar a la conclusión de que, en España, es difícil que le llegara a Martí la real significación de la Comuna.

Es revelador el hecho de que, mientras en el discurso que pronunciara para defender a los estudiantes de Medicina el capitán español Federico Capdevilla ―en memoria del cual nuestro pueblo guarda eterna gratitud―, comparaba a los voluntarios de La Habana, promotores del horrible crimen, con los que llamó “sediciosos de la Comuna de París”,[2] los colonialistas españoles solían comparar también a los insurrectos cubanos con los comuneros.[3] Es decir, que desde posiciones políticas diametralmente opuestas, la gesta heroica de los proletarios franceses se equiparaba con las peores actitudes.

Muy pocas personas podían tener entonces una apreciación lúcida y veraz de aquella verdadera tormenta social. Si el texto de Hugo, que luchó muy cerca de los comuneros y, como hemos señalado, fue su defensor más fiel, es errático y no responde a la veracidad de los acontecimientos, qué podía esperarse de la prensa y de las versiones oficiales, interesadas en ocultar el alcance de la Comuna o con absoluta incomprensión del fenómeno. Se necesitaron años para que la verdad acerca de la Comuna se abriera paso y los pueblos del mundo la fueran comprendiendo y valorando en su real dimensión.

También es de suma importancia, para ponderar esta visión de Martí, tener en cuenta el nivel de discusión sobre los problemas sociales en el mismo seno de la emigración cubana, años después. Hacia 1883, Martí prologa los Cuentos de hoy y de mañana, de Rafael de Castro Palomino, quien pretende en su libro ofrecer, mediante lo que llama “cuadros políticos y sociales” en forma de cuentos, los diversos tipos de “soluciones sociales” que se debatían en Nueva York por entonces, y donde el cuento “Del caos no saldrá la luz” tiene como personajes a dos comuneros (un francés y el otro alemán) que recomienzan en Estados Unidos y fundan una colonia comunista que fracasa. A pesar de la frustración del sueño comunero, el libro revela una evaluación crítica del capitalismo, particularmente norteamericano, cuando el excomunero francés expresa lo siguiente:

Yo he venido a los EE.UU. creyendo encontrar un mundo mejor, y he contemplado en medio de la civilización y la riqueza, a los niños de todas las edades, hambrientos, descalzos, casi desnudos, en medio de un invierno horrible; a las jóvenes en las mismas condiciones, arrojándose ciegas en brazos de la prostitución para obtener un bocado. ―Y concluye―: ¿Qué produce el individualismo sino la competencia, ese sistema egoísta y horrible? Cada uno para sí y en contra de todos. Esa lucha sorda y constante, en que es necesario que unos pierdan para que otros ganen…[4]

Por otra parte, no puede obviarse la circunstancia de que la Comuna de París no constituyó una lucha victoriosa y, por lo tanto, los sucesos que condujeron a la implantación por primera vez en la historia de la humanidad de un poder obrero, fueron omitidos, así como los pronunciamientos solidarios del movimiento obrero internacional a favor del pueblo parisiense, protagonista de la hazaña. Medidas tales como la liberación de las cargas impositivas, la prohibición de los desahucios por morosidad en el pago de las rentas, la devolución gratuita de todas las herramientas de los trabajadores mediante las casas de empeño estatales, educación laica y gratuita para ambos géneros, capacidad del elector para revocar a los electos si no cumplían su cometido, la apertura de guarderías en todos los barrios obreros, cerca de las fábricas, la reorganización de las bibliotecas públicas, y la apertura de los museos, galerías y residencias para el disfrute de las masas populares, entre otras medidas avanzadas, fueron silenciadas, mientras se divulgaban noticias sobre el saqueo de las viviendas de políticos, militares e intelectuales vinculados a la burguesía, con lo cual se intentaba demostrar la ineptitud del pueblo para regir su propio destino y el mal uso de la violencia como método de lucha.

“No sé cómo nadie ha relacionado […] ―dice García Marruz― su rechazo de la Comuna con su preocupación por los alzamientos prematuros”.

En el prólogo antes mencionado, el líder cubano hace gala de su clara conciencia de la gravedad del problema social y la necesidad urgente de resolverlo. De este modo, censura, aunque comprende, las iras e impaciencias que, según su criterio, obstaculizan y retrasan la solución de los problemas sociales, agravándolos. En este sentido plantea: “En el problema moderno, el triunfo rudo de los hombres que tienen de su lado la mayor parte de la justicia, sería a poco la reacción prolongada de los hombres inteligentes que todavía tienen buena parte de la justicia de su lado”.[5] Y concluía: “La victoria no está solo en la justicia, sino en el momento y modo de pedirla: no en la suma de armas en la mano, sino en el número de estrellas en la frente”.[6]

De estas conclusiones no puede inferirse que Martí fuera un revolucionario en lo político, y una especie de evolucionista en cuanto a la Revolución social. Una insurrección de trabajadores suponía también un meticuloso trabajo de preparación, porque de hacerse a destiempo y sin el cuidado requerido podía suscitar la alianza de los poderosos y retrasar el triunfo de los oprimidos, como había ocurrido con el primer Estado proletario. De este modo, método, forma y oportunidad constituyen en Martí tres elementos básicos para que la clase “que tenía de su lado la justicia” pudiera alcanzar sus propósitos, “con la lentitud y seguridad con que debe fundarse todo lo duradero”.[7]

En este sentido es oportuno recordar que Fina García Marruz, al abordar el pensamiento social de Martí, ha dado a conocer un juicio medular y revelador de esencias:

No sé cómo nadie ha relacionado […] ―dice la poetisa― su rechazo de la Comuna con su preocupación por los alzamientos prematuros. Si Martí se opuso también al levantamiento de los Sartorius, por ejemplo, no fue ciertamente por desacuerdo con sus fines, que no eran otros que los de la independencia de Cuba, o sea, los mismos fines del Partido. Pero un alzamiento prematuro, no realizado a “su hora”, sólo podía servir para que el poder español, todavía más fuerte, apresara sus jefes, descabezara a la revolución, le restara prestigio, y desanimara la fe del pueblo en su revolución verdadera. Esta era la que se estaba gestando, en forma tan lenta como enérgica, ensanchando su base, abriendo sus brazos en todas direcciones, hasta ser lo suficientemente firme como para ser generosa sin daño y confiable para todos.[8]

Es preciso advertir entonces que Martí nunca levantó la voz para condenar a los comuneros y a la Comuna. Cuando nombra en sus crónicas a algún comunero lo hace con respeto y admirando las cualidades de cada uno de ellos. De Blanqui dice que “es venerable y colérico anciano”,[9] y del pintor Gustavo Coubert escribe que “quiso el triunfo del pueblo pobre en el gobierno de la nación”,[10] y lo describe como aquel “hombre exuberante, seguro de sí propio y turbulento” que “batalló con los comunalistas”.[11] Según afirma el estudioso martiano Paul Estrade a principios de los años 80, no hubo “escritores latinoamericanos que hayan juzgado la Comuna de París con menos odio y prejuicio que José Martí”.[12]

Si alguna acusación subyace en los adjetivos que utiliza el Apóstol para calificar a los comuneros, jamás es la de injusticia, sino la de “exceso de ira”. Esto entronca con la concepción del “problema social” de la que Martí parte, y que será sometida por él mismo a una continua reflexión crítica y a una radicalización impresionante entre 1887 y 1888. Es interesante el hecho de que Martí, al reseñar en sus escenas norteamericanas el drama terrible de la guerra social en Chicago, haya comparado la actitud heroica de las mujeres, obreras y esposas de los anarquistas, con “aquellas de París que arañaban la pared para dar cal con que hacer pólvora a sus maridos”.[13]

Pero la mención más cercana y de mayor connotación humana acerca de la Comuna, nos llegó a través de un artículo desconocido hasta 1982, hallado por nuestro siempre recordado compañero Rafael Cepeda en el periódico de orientación autonomista El Triunfo, y que es una reproducción de una crónica aparecida en el mensuario La América, de Nueva York, publicación que salió a la luz en abril de 1882 bajo la dirección de Rafael de Castro y Palomino, el mismo para quien Martí prologó el libro ya mencionado.

La Barricada o Esperando de André Devambez. Imagen: Tomada de La historia a cuadros

El artículo en cuestión se publica bajo el título de “Escenas neoyorkinas”, y en el mismo hace referencia a la llegada de inmigrantes europeos, en su mayoría de condición muy humilde, al puerto de Nueva York. Describe con sensibilidad de artista las características específicas de cada inmigrante, pero lo más sorprendente de su relato estriba en que llega a apreciar que estos trabajadores empobrecidos, obligados por la situación económica a abandonar su suelo patrio y sus familias, al unirse, podían conseguir la victoria porque:

Las razas se niegan a enemistarse y se está creando una que las encierra a todas, y borra sus linderos, y como ejército de soldados de coraza de luz, brilla; la raza de la libertad. Se abusa de esta palabra hermosa, que en su propio sentido resplandece.

Las castas que oprimen, y vienen de la gente feudal, han heredado con el nombre y privilegio de sus mayores, sus ferocidades y odios; pero los hombres de abajo, que serán pronto, por la ley de amor e inteligencia, los de arriba, del Andes al Cáucaso y del Caspio al río Amarillo se dan la mano, y apretados pecho a pecho, andan. Es hermoso ver como la tierra les va abriendo camino. “Donde pararán, no se sabe: pero se han decidido a llegar a las puertas del cielo”.[14]

Como puede apreciarse, utiliza una frase similar a la utilizada por Marx en 1871 cuando se refiere “a los parisinos lanzados al asalto del cielo”,[15] y en el contexto del vívido relato no olvida a su patria “que al viajero que viene navegando por su bahía azul le sale al paso con un presidio”.[16] También su amada Cuba, una vez alcanzada la independencia, podría incorporarse a ese haz de naciones que se niegan a enemistarse y constituyen “la raza de la libertad”.

El proyecto martiano giraba en torno a la contradicción ―esencial para él― entre colonia y metrópoli, que ya a finales de los 80 se traducía en la necesidad que presentaba nuestra América de realizar su segunda independencia frente a los peligros que entrañaba el imperialismo norteamericano. Esta perspectiva política fue otro posible elemento de distanciamiento con los representantes de la Primera Internacional que Martí pudo conocer en España durante su primera deportación, los que se caracterizaron por no saber valorar en todo su alcance la lucha de las colonias por su emancipación nacional. 

Si bien Marx y Engels se hicieron eco, mediante su correspondencia, de la solicitud de asilo de José Maceo en Gilbraltar, cuando este escapó del presidio español,[17] de lo cual inferimos que conocían acerca de la guerra de Cuba, en los Congresos de la Internacional no hubo pronunciamientos de apoyo a la lucha que libraban las colonias por su liberación nacional hasta el 29 de julio de 1896 cuando, en el seno del Congreso Socialista Internacional de Londres, Paul Argyriadès, socialista francés de origen griego y delegado por el grupo blanquista, presentó una moción de apoyo y reconocimiento a los pueblos que luchaban por su libertad, entre los cuales aparece mencionado el pueblo cubano,[18] que había iniciado el año anterior la guerra necesaria.

“…Víctor Hugo y Martí coinciden en la lucha incesante por la justicia y el bien mayor del hombre, y es por ello que adquiere cada vez mayor certeza aquel presumible encuentro en el duro invierno de 1874, acaecido apenas tres años después de que el proletariado, por vez primera, tuvo el poder político en sus manos…”.

Martí va radicalizando su pensamiento social en la medida en que estudia el socialismo, o los socialismos que en su época se manifestaban en suelo norteamericano. Tenía un conocimiento indirecto y parcial de la teoría marxista debido, entre otras razones, a las pocas y deficientes traducciones que existían entonces de las obras de Marx y Engels. No obstante, existen evidencias de que revisó y anotó el libro Contemporary Socialism (Socialismo contemporáneo) del autor escocés John Rae, con el cual conoce acerca del socialismo estadounidense y europeo de finales del siglo XIX, que fue trasplantado a los EE. UU. por los inmigrantes alemanes. Mediante esta lectura, Martí examina autores clásicos como Lassalle y Marx.[19] En otro orden de cosas, aunque es difícil de comprobar, no deja de ser interesante el testimonio del escritor colombiano Román Vélez, que conoció a Martí en 1891 durante su estancia en Nueva York, y escribió un artículo en el periódico Notas de Arte, de Colombia, el 15 de agosto de 1910, en el cual afirma con mucha seguridad y certeza, 19 años después, haber visto El Capital de Marx entre los libros que Martí tenía en sus manos a diario.[20]

En resumen, más allá de sus circunstancias vitales y de los sucesos que los circundaron, Víctor Hugo y Martí coinciden en la lucha incesante por la justicia y el bien mayor del hombre, y es por ello que adquiere cada vez mayor certeza aquel presumible encuentro en el duro invierno de 1874, acaecido apenas tres años después de que el proletariado, por vez primera, tuvo el poder político en sus manos por espacio de dos meses, lo que constituyó uno de los mayores acontecimientos revolucionarios de la historia.


Notas:
[1] Colectivo de autores: Carlos Marx. Biografía. Editorial Progreso, Moscú, 1990, p. 523.
[2] Luis Felipe Le Roy y Gálvez: A cien años del 71. El fusilamiento de los Estudiantes, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 125.
[3] Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba: Historia del Movimiento Obrero Cubano.1865-1935. Editora Política, La Habana, 1985, tomo I, p. 39.
[4] Rafael de Castro y Palomino: Cuentos de hoy y de mañana. Impr. Ponce de León, Nueva York, 1883, p. 37.
[5] José Martí: Obras Completas, Ob. cit., tomo 5, p. 108.
[6] Ibidem.
[7] José Martí: Obras Completas, Ob. cit., tomo 1, p. 411.
[8] Fina García Marruz: El amor como energía revolucionaria en José Martí. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2003, pp. 210-211.
[9] José Martí: Obras Completas Ob. cit., tomo 14, p. 358.
[10] José Martí: Obras Completas Ob. cit., p. 320.
[11] José Martí: Obras Completas Ob. cit., tomo 15, p. 331.
[12] Paul Estrade: José Martí. Los fundamentos de la democracia en Latinoamérica [Prefacio Roberto Fernández Retamar], Ediciones Especiales, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2016, primera parte, p. 303
[13] José Martí: Obras Completas, Ob. cit., tomo 11, p. 347.
[14] José Martí: “Escenas neoyorkinas”. Reproducido en El Triunfo [La Habana] 7 (208):2; 5 de septiembre de 1884. En: Revista Santiago, Santiago de Cuba, no. 46, junio de 1982, p. 215.
[15] La frase exacta dice: “[…] los parisinos lanzados al asalto del cielo […]”, y aparece en la carta de Karl Marx a Ludwig Kugelman. Londres, 12 de abril de 1871. En: Carlos Marx, Federico Engels. Marx, Jenny Von Westphalen. Cartas a Kugelmann. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, no. 11, 1988, p. 35. En la versión publicada según el manuscrito traducido del alemán, aparece del siguiente modo: “Que se compare a estos parisienses, prestos a asaltar el cielo […]” (Ver: Karl Marx, Federico Engels. Obras Escogidas en tres tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1974, tomo II, p. 445).
[16] José Martí: “Escenas neoyorkinas”, Ibidem.
[17] Carmen Gómez: “El caso de José Maceo en Gibraltar en la correspondencia de Marx y Engels”. En: Marx Ahora,La Habana, Cuba, no. 2, 1996, pp. 166-170.
[18] Paul Estrade: La colonia cubana en París. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1984, p. 238.
[19] Ver: José Ballón: Lecturas norteamericanas de José Martí: Emerson y el socialismo contemporáneo (1880-1887). Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México, 1995.
[20] Román Vélez: “José Martí”. Notas de Arte, Colombia, 15 de agosto de 1910. En: Martí, José. Amistad funesta (novela), Gonzalo de Quesada y Aróstegui, Editor [Imprenta Breitkopf & Haertel en Leipzig], Berlín, volumen X, 1911, pp. 11 y 15.