“En política lo real es lo que no se ve. A todo convite entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas. Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima, sino cuando se les puede evitar. Lo primero en política es aclarar y prever”,[1] decía Martí, y él mismo fue premonitorio cuando vio el peligro mayor que representaba Estados Unidos para la independencia, no solo de Cuba, sino de toda la región latinoamericana. Pudo vislumbrar el fenómeno imperialista cuando aún estaba en proceso de gestación y desplegar una amplia y temprana labor de alerta a través de sus escritos.

“Es conocida su gran batalla de denuncia y alerta a través de crónicas y artículos en más de una veintena de periódicos hispanoamericanos”. Obra: “Martí” (1983), Manuel López Oliva

El regreso de los republicanos al poder en 1888 y la designación de James G. Blaine como secretario de Estado llevaron a Martí a una actividad antiimperialista realmente volcánica para frustrar los planes expansionistas de Blaine, a quien ya el Apóstol venía siguiendo y sabía de sus malévolos planes. Es conocida su gran batalla de denuncia y alerta a través de crónicas y artículos en más de una veintena de periódicos hispanoamericanos, así como por medio de una hábil diplomacia, acerca de los propósitos de la Conferencia Internacional Americana convocada por Blaine, donde el gobierno de Estados Unidos pretendía asegurarse mercados consumidores y controlar las materias primas de la región.

También la participación de Martí en 1891 como cónsul de Uruguay en la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América, donde contribuyó decisivamente a echar por tierra la aspiración estadounidense de imponer una moneda única en todo el continente.

Fidel también se destacó por su capacidad de adelantarse siempre a las movidas del contrario, de ahí se explica, en gran parte, cómo pudo enfrentar y sobrevivir a diez administraciones estadounidenses esforzadas en su intento por destruir la Revolución Cubana.

Muchos años antes de los históricos anuncios del 17 de diciembre de 2014, Fidel vaticinó en varias de sus intervenciones públicas y en entrevistas que el gobierno de Estados Unidos podía adoptar una política de seducción para lograr los mismos propósitos que no había alcanzado con la política de fuerza en su relación con Cuba. En un discurso pronunciado el 5de diciembre de 1988, en la Plaza de la Revolución, Fidel proclamó:

Aun cuando un día formalmente mejoraran las relaciones entre Cuba socialista y el imperio, no por ello cejaría ese imperio en su idea de aplastar a la Revolución Cubana, y no lo oculta, lo explican sus teóricos, lo explican los defensores de la filosofía del imperio. Hay algunos que afirman que es mejor realizar determinados cambios en la política hacia Cuba para penetrarla, para debilitarla, para destruirla, si es posible, incluso, pacíficamente; y otros que piensan que mientras más beligerancia le den a Cuba, más activa y efectiva será Cuba en sus luchas en el escenario de América Latina y del mundo. De modo que algo debe ser esencia del pensamiento revolucionario cubano, algo debe estar totalmente claro en la conciencia de nuestro pueblo, que ha tenido el privilegio de ser el primero en estos caminos, y es la conciencia de que nunca podremos, mientras exista el imperio, bajar la guardia, descuidar la defensa.[2]

“Aun cuando un día formalmente mejoraran las relaciones entre Cuba socialista y el imperio, no por ello cejaría ese imperio en su idea de aplastar a la Revolución Cubana”.

Al ser entrevistado por Tomás Borge en 1992, volvería sobre el tema:

Tal vez nosotros estamos más preparados incluso, porque hemos aprendido a hacerlo durante más de 30 años, para enfrentar una política de agresión, que para enfrentar una política de paz; pero no le tememos a una política de paz. Por una cuestión de principio no nos opondríamos a una política de paz, o a una política de coexistencia pacífica entre Estados Unidos y nosotros; y no tendríamos ese temor, o no sería correcto, o no tendríamos derecho a rechazar una política de paz porque pudiera resultar más eficaz como instrumento para la influencia de Estados Unidos y para tratar de neutralizar la Revolución, para tratar de debilitarla y para tratar de erradicar las ideas revolucionaras en Cuba.[3]

Ocho años más tarde, durante el período de la administración Clinton, expresaría Fidel:

Sueñan los teóricos y agoreros de la política imperial que la Revolución, que no pudo ser destruida con tan pérfidos y criminales procedimientos, podría serlo mediante métodos seductores como el que han dado en bautizar como “política de contactos pueblo a pueblo”. Pues bien: estamos dispuestos a aceptar el reto, pero jueguen limpio, cesen en sus condicionamientos, eliminen la Ley asesina de Ajuste Cubano, la Ley Torricelli, la Ley Helms-Burton, las decenas de enmiendas legales aunque inmorales, injertadas oportunistamente en su legislación; pongan fin por completo al bloqueo genocida y la guerra económica; respeten el derecho constitucional de sus estudiantes, trabajadores, intelectuales, hombres de negocio y ciudadanos en general a visitar nuestro país, hacer negocios, comerciar e invertir, si lo desean, sin limitaciones ni miedos ridículos, del mismo modo que nosotros permitimos a nuestros ciudadanos viajar libremente e incluso residir en Estados Unidos, y veremos si por esas vías pueden destruir la Revolución cubana, que es en definitiva el objetivo que se proponen. [4]

El antiimperialismo de Martí y Fidel no estuvo nunca divorciado de la disposición a establecer relaciones cordiales y respetuosas entre ambos países. Acerca de las posiciones del Apóstol, González Patricio apunta: “Martí, conocedor del poder creciente de Estados Unidos, de su tradicional interés en poseer Cuba y de su política dirigida a impedir la independencia de la Isla, buscó evitar todo estímulo a la malevolencia norteamericana y encontró prudente aspirar a relaciones cordiales”.[5]

A su vez, Martí creía viable un escenario de paz con Estados Unidos: “Es posible la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba independiente, sin la pérdida, o una transformación, que es como la pérdida, de nuestra nacionalidad”.[6] Martí recomendó para toda la América Latina lo que también deseaba para la Isla: “De un lado está nuestra América; (…) de la otra parte está la América que no es nuestra, cuya enemistad no es cuerdo ni viable fomentar, y de la que con el decoro firme y la sagaz independencia no es imposible, y es útil, ser amigo”. [7]

“El antiimperialismo de Martí y Fidel no estuvo nunca divorciado de la disposición a establecer relaciones cordiales y respetuosas entre ambos países”.

Desde abril de 1959, cuando Fidel viajó a Estados Unidos, quedó definida su postura favorable al diálogo y a las relaciones civilizadas.  Pero además, en muchas ocasiones la iniciativa de buscar un modus vivendi con Estados Unidos partió de su parte. Empleando la diplomacia secreta, Fidel fue el gestor de numerosos intentos de acercamiento bilateral. A través del abogado James Donovan, quien negoció con Fidel la liberación de los mercenarios presos a raíz de la invasión de 1961, la periodista Lisa Howard y otros canales, el líder de la Revolución hizo llegar al gobierno de Kennedy una y otra vez su disposición de conversar en busca de un entendimiento.

“Empleando la diplomacia secreta, Fidel fue el gestor de numerosos intentos de acercamiento bilateral”. Foto: Tomada de Internet

En agosto de 1961 Ernesto Che Guevara trasladó una rama de olivo al gobierno estadounidense en un encuentro que sostuvo en Montevideo con el asesor especial de Kennedy para asuntos latinoamericanos, Richard Goodwin. Es imposible pensar que el Che actuara por su cuenta y no de común acuerdo con el líder cubano. Fidel además envió un mensaje verbal al ya presidente Lyndon Johnson a través de la periodista Lisa Howard en 1964, que entre otras cosas decía:

Dígale al Presidente (y no puedo subrayar esto con demasiada fuerza) que espero seriamente que Cuba y Estados Unidos puedan sentarse en su momento en una atmósfera de buena voluntad y de mutuo respeto a negociar nuestras diferencias.

Creo que no existen áreas polémicas entre nosotros que no puedan discutirse y solucionarse en un ambiente de comprensión mutua. Pero primero, por supuesto, es necesario analizar nuestras diferencias. Ahora, considero que esta hostilidad entre Cuba y los Estados Unidos es tanto innatural como innecesaria y puede ser eliminada. [8]

En una reveladora carta escrita el 22 de septiembre de 1994 al presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari, quien había servido de mediador entre Fidel y el presidente estadounidense William Clinton, el Comandante en Jefe expresó nuevamente su posición favorable a la normalización de las relaciones:

La normalización de las relaciones entre ambos países es la única alternativa; un bloqueo naval no resolvería nada, una bomba atómica, para hablar en lenguaje figurado, tampoco. Hacer estallar a este país, como se ha pretendido y todavía se pretende, no beneficiaría en nada los intereses de Estados Unidos. Lo haría ingobernable por cien años y la lucha no terminaría nunca. Solo la Revolución puede hacer viable la marcha y el futuro de este país.[9]

Se podrían mencionar otros ejemplos. Pero estos son más que suficientes para demostrar que la postura de Fidel fue siempre la de estar en la mejor disposición al diálogo y la negociación con el vecino del Norte. Sin embargo, siempre insistió, con sobrada razón, y teniendo como respaldo el derecho internacional y un conocimiento profundo de la historia de Cuba, en que este diálogo o negociación fuese en condiciones de igualdad y de respeto mutuo, sin la menor sombra a la soberanía de Cuba.

Fidel Castro junto a la periodista estadounidense Lisa Howard. Foto: Tomada de Cubadebate

Seis semanas después de los anuncios del 17 de diciembre de 2014, Fidel ratificó su posición en cuanto a una normalización de las relaciones con Estados Unidos. “No confío en la política de los Estados Unidos”, dijo, teniendo suficientes elementos de juicio para hacer ese planteamiento. Pero también expresó que, como principio general, respaldaba “cualquier solución pacífica y negociada a los problemas entre Estados Unidos y los pueblos o cualquier pueblo de América Latina, que no implique la fuerza o el empleo de la fuerza”.[10]


Notas:

[1] José Martí: “La conferencia monetaria de las Repúblicas de América”, en Obras Completas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, tomo 6, pp. 155-167.

[2] Discurso en el acto por el XXXII aniversario del desembarco del Granma, fundación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y proclamación de la Ciudad de La Habana “Lista para la defensa en la primera etapa”, 5 de diciembre de 1988 en la Plaza de la Revolución José Martí.

[3] Tomás Borge: Un grano de maíz. Entrevista concedida por Fidel Castro a Tomás Borge,Fundación Editorial El Perro y La Rana, Caracas, 2011, pp. 144-145.

[4] Discurso del Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz, en la Tribuna Abierta celebrada en la Plaza de la Revolución, “Comandante Ernesto Che Guevara”, en conmemoración del aniversario 47 del Asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Villa Clara, 29 de julio del 2000. Disponible en: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2000/esp/f290700e.html.

[5] Rolando González Patricio, Ob.Cit, p.170.

[6] Citado por Rolando González Patricio en: “Frente a frente. Las relaciones Cuba-Estados Unidos en el proyecto republicano de José Martí”, en Anuario del Centro de Estudios Martianos, no. 25, 2002, p. 29.

[7] Ibídem, p. 30.

[8] Del primer ministro Fidel Castro al presidente Lyndon B. Johnson, mensaje verbal entregado a la señorita Lisa Howard de la ABC News, el 12 de febrero de 1964, en La Habana, Cuba. Disponible en: www.gwu.edu/-nsarchiv/.

[9] Véase Carlos Salina de Gortari: Muros, puentes y litorales. Relación entre México, Cuba y Estados Unidos. Penguin Random House, Grupo Editorial, Ciudad de México, 2017, pp. 125-126.

[10] Fidel Castro: Para mis compañeros de la Federación Estudiantil Universitaria, mensaje publicado en el periódico Granma, el 26 de enero de 2015.