José Villa Soberón expone hasta enero próximo en Villa Manuela, la galería de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), una muestra personal titulada La espiral eterna, que incluye 14 piezas de pequeño y mediano formato realizadas en acero: una verdadera joya que —por su limpieza, creatividad y factura— debe observarse y disfrutarse con ojo cercano.

Y es que este escultor, Premio Nacional de Artes Plásticas 2008, desarrolla en paralelo dos lenguajes que confluyen y se mueven —aunque aparentemente parezca que no— entre lo más puramente abstracto y lo más genuinamente figurativo. Esta última vertiente le ha permitido dejar una huella, una marca, en la ciudad. Por solo señalar algunas, recordemos sus esculturas dedicadas a John Lennon, al Caballero de París, a Enriqueta Faber, a la madre María Teresa de Calcuta, a Alicia Alonso, a Dante Alighieri, al adolescente José Martí y su maestro Manuel Mendive y la más reciente: la dedicada al Historiador de La Habana, el doctor Eusebio Leal. Pero su quehacer se extiende, además, a 20 naciones en las que tiene obras emplazadas. Un excelente ejemplo es la escultura dedicada al Héroe Nacional cubano que, a tamaño real, está ubicada en la embajada cubana en Washington.

Con un ramillete de inquietudes y preguntas, conversamos en exclusiva para La Jiribilla con este fidelísimo escultor que se ha consagrado —en cuerpo y alma— a la manifestación.

¿Por qué La espiral eterna?

La espiral es un símbolo que en lo personal me resulta muy atractivo y, además, es uno de los símbolos que ha usado el hombre desde sus inicios. Uno de los primeros dibujos que se comenzó a hacer, o una de las primeras maneras en que el humano intentó ordenar las piedras, fue a partir de una espiral. Evidentemente, para la especie humana la espiral tiene muchos significados simbólicos y esa idea siempre me ha resultado muy atractiva.

La espiral como símbolo es utilizada en culturas muy diferentes; ha sido empleada, por ejemplo, por los griegos y también las culturas mesoamericanas y las africanas. Todas estas culturas tienen en su imaginería el símbolo de la espiral por todo el contenido que puede significar en cuanto a comunicación.

¡Hasta en las cuevas de Altamira aparece la espiral! ¿Será de algún modo el interés del hombre por siempre ascender?

Creo que sí porque es una manera de expandir la vida, es una forma de darle continuidad a la vida, de volver sobre el mismo problema, pero en un nivel diferente. Hay muchas lecturas que se le pueden dar a la espiral. 

Catorce piezas conforman esta muestra, pero no todas son espirales en el sentido morfológico

Siempre tienen algo de espiral. En los últimos años he tenido a la espiral como un tema formal: la espiral para mí comenzó con las grecas —ese símbolo tan usado en la cultura griega— y a partir de ahí empecé a descubrir cómo aparecía en otras culturas. Repito, eso me resultó sumamente atractivo y seductor. Como espiral al fin se trata de volver sobre el mismo tema, pero siempre con una visión diferente, una forma diferente o una manera diferente de conformar la espiral. Esa es la estructura formal de la exposición.  

¿Todo hierro?

Todo hierro y acero inoxidable.

¿Y cómo dominar el hierro?

En apariencia el hierro es uno de los materiales que se expresa con más dureza, pero cuando se comienza a trabajar sobre él es, probablemente, uno de los materiales más maleables y al que le puedes añadir, quitar, doblar —¡claro, la escultura no es fácil nunca!—, pero es un material tremendamente noble y agradecido.

¿Noble? Lograr esas sinuosidades en el hierro no creo que sea nada sencillo…

No, sencillo no es, pero se puede hacer: ahí está el resultado. Me gusta que siempre tenga esa expresión de hierro porque me complace que en mi escultura se aprecie y se vea la materia. Y no hay ningún elemento que se le añada que sirva para distraer o disociar lo que es la materia. Por eso el acero está tratado como acero y el acero inoxidable como tal. Hay algunas piezas que tienen esa combinación.

¿Por qué ese amor hacia la escultura cuando sabemos que es una manifestación muy compleja y a la que muchos creadores rehúyen e, incluso, le temen?

Siempre me ha resultado interesante asumir una materia que, aparentemente, no expresa nada porque es un material bruto, sin ningún significado, sin ningún tipo de emoción, y poderlo transformar a través del arte. Lograr un resultado final que sí transmita, que se comunique, que sugiera sensaciones, sentimientos e ideas, me parece especialmente seductor.

Por otro lado, la escultura tiene la capacidad de salir de un museo y quedar emplazada —por ejemplo— en una zona urbana, en una ciudad. Esa relación con los públicos, con los espectadores, crea un sentido de pertenencia y se convierte en un elemento que acompaña la vida cotidiana.

Hay un dicho que afirma que los arquitectos, cuando tienen un error, lo enmascaran con vegetación, con plantas, y que los escultores, cuando no logran hacer una pieza que convenza, la disfrazan con adiciones. En sus esculturas se puede apreciar una limpieza extrema. ¿Por qué esta insistente intención de no desviar la mirada de un claro objetivo?

Eso es, justamente, lo que pretendo conseguir. De alguna manera, la escultura que propongo siempre es el resultado de lo que aspiro como imagen visual para comunicar y para transformar la materia. Efectivamente, la escultura es un arte muy complejo, muy difícil, muy duro, poco reconocido y comercializado. Pero a veces así somos los artistas: tenemos necesidades que las podemos canalizar en una manifestación y no en otra. Hay momentos en que siento que no he tenido todo el tiempo que he necesitado para entregarle a mi profesión y por eso siempre trato de concentrarme en lo que más necesidad tengo: hacer escultura y no otra cosa.

¿Como por ejemplo…?

Como la pintura. Sé que hay escultores —y lo admiro— que son capaces de pintar o de incursionar en otras manifestaciones, pero no es mi caso. En ese sentido, siento que soy una persona bastante monótona.

Yo diría que fiel…

Es otra manera de pensarlo también.

Lograr un resultado final que transmita, que comunique, que sugiera sensaciones, sentimientos e ideas, me parece especialmente seductor.

Usted se mueve en dos lenguajes, dos vertientes completamente diferentes: en el ámbito abstracto y lo extremadamente figurativo. ¿Es complejo?

No es complejo. Los temas de la escultura o del arte siempre son complejos, sobre todo, a la hora de escoger un camino de la expresión figurativa u otra. En ese sentido he tenido una vida un poco sinuosa. Recién graduado tuve la pretensión de hacer una obra figurativa; sin embargo, era muy joven, la época quizás no era capaz de estimular o de entender ese tipo de expresión y durante muchos años tuve que empezar a pensar en otro tipo de escultura.

Después la misma vida me volvió a poner ante la posibilidad de hacer ese tipo de obra figurativa que es eminentemente urbana, o sea, es una obra concebida, pensada sobre todo para un espectador y en la ciudad. El propósito es establecer relaciones de comunicación entre el personaje representado y la ciudad. Creo que por ahí empezó la historia de esta nueva expresión. Son mundos diferentes, pero ambos te dan muchas satisfacciones.

La obra abstracta me da un goce personal muy grande, pero la otra me ofrece una satisfacción enorme de parte del público que la recibe: son receptores muy diferentes.

Hablemos de los procesos de trabajo. El modelaje, para hacer esta obra figurativa, requiere de habilidades muy particulares. ¿Cuán importante es la técnica a la hora de asumir una personalidad y llevarla al bronce?

En ese sentido el oficio es importante. La escultura es un arte que se trabaja de conjunto con varias personas, con varios profesionales. La obra figurativa es la que más personas necesita de la intervención de ellas. En los últimos años trabajo de conjunto y sistemáticamente con un joven escultor —Gabriel Cisneros—, a quien conozco desde sus años de estudiante en el Instituto Superior de Arte (ISA). Ambos tenemos ideas comunes y similares.

Hay quienes ven una escultura y no tienen idea de la cantidad de horas y meses de trabajo que puede llevar. Por lo tanto, se necesitan muchas personas interviniendo. En la concepción y el modelado intervenimos Gabriel y yo; pero después llegan otros especialistas que a veces son artistas y otras no. Son los que hacen el molde y reproducen en resina; luego lo enviamos a los fundidores, que pueden ser varios. El resultado final de casi siempre un año de trabajo o más, en que la obra vuelve a llegar al taller ya hecha en bronce, conlleva la intervención de muchas personas.

Insisto en que siempre es un gran riesgo asumir una escultura que sea reflejo real de una persona. Usted mencionaba la de John Lennon —que ha tenido toda una historia—, pero hay muchas otras emplazadas en varios sitios de La Habana. Y tenemos una muy reciente y muy querida, que entrañó una gran responsabilidad por parte de todo el equipo de trabajo.

Cuando nos solicitan una escultura, siempre tratamos de identificarnos con el personaje. A veces sucede que se nos pide hacer una escultura y no logramos establecer una conexión que sabemos vamos a necesitar durante el proceso.

Hay mucho de comunicación, de espiritualidad, que hay que cargar a la escultura para que pueda ser expresiva porque si no es algo frío que no comunica nada, que no tiene ningún tipo de sensación que ofrecer. Generalmente, escogemos personajes con los que nos sentimos plenamente identificados; hay que estudiar, hay que buscar detalles para naturalizar al personaje.

A diferencia de la escultura tradicional o de la estatuaria tradicional, que siempre tiene poses que son muy teatrales, muy frías, este tipo de obra tratamos de que sea comunicativa, que quede totalmente humanizada y cercana a la persona. Por eso las personas se sienten bien al lado de ella, o quieren tomarse una foto y llevársela como recuerdo. Creo que esto sucede porque no la sienten tanto como un objeto inmaterial, sino que perciben una carga emotiva y de espiritualidad en ese objeto.

Y en el caso de la que nos ocupa: la que recientemente se emplazó a propósito de los 502 años de la fundación de la otrora villa de San Cristóbal de La Habana. Sé que fue una responsabilidad tremenda la que tuvieron que asumir. ¿Cómo fue el proceso para lograr hacer la escultura al siempre querido y recordado doctor Eusebio Leal?

Probablemente sea la escultura más difícil que hemos hecho. No creo que vayamos a hacer alguna más difícil que esa porque Eusebio era una persona especialmente querida y no alejada, sino muy cercana. Con él uno se sentía en confianza y era capaz de establecer comunicación con mucha facilidad.

Además, no está junto a nosotros desde hace muy poco tiempo y ello hace que todas las personas quieran tener al Eusebio que ellos tienen en sus recuerdos. Por eso fue especialmente complicado poder concebir esta escultura. Hay que aclarar algo: una escultura no se hace para las personas que lo conocieron, una escultura se hace para un espectador que dentro de 50 años le resulte interesante esa escultura y quiera saber de ella.

Tuvimos muchas ayudas: la Oficina del Historiador nos brindó cientos de fotos que tuvimos que ir estudiando; fuimos no solo modelando sino cambiando la concepción de la escultura en la medida en que íbamos recibiendo opiniones, criterios, ideas de cómo era Eusebio o íbamos conociendo a Eusebio de una manera diferente.

Tuvimos la suerte de que Eusebio nos visitara mucho en el taller. Nos encargó varias obras —él no era un cliente que va y te pide y luego se entera de si la tarea se cumplió o no—. Era una persona muy obsesiva y cuando encargaba una obra, si él podía ir todos los días, iba todos los días a encontrar cada detalle de lo que se estaba haciendo y ver si él podía aportar algún detalle más de la escultura en cuestión. Por todas esas razones, fue para nosotros una escultura muy especial. 

Creo que cada uno tiene su propio Eusebio…

Así es y todo el mundo quisiera que la escultura fuera “su Eusebio”. Se nos han acercado y nos han dicho: ¿por qué no está en la Plaza Vieja, por allí el transformó el entorno y se reunía con los vecinos? O ¿por qué no está en la Catedral, que fue como su centro histórico? Se escogió ubicarla frente al Palacio de los Capitanes Generales porque fue allí donde él se inició y fue su lugar de trabajo. Y el espíritu que se le quiere dar a esa escultura es como devolver la imagen de la ciudad. Una imagen que él sostuvo durante 60  años moviéndose en ese entorno y transformándolo.

Algo peculiar de este trabajo es lo siguiente: siempre trabajamos con modelos y tratamos de escoger un modelo que tenga una expresión corporal semejante al personaje que queremos hacer. En este caso tuvimos un modelo excepcional, que fue Javier, uno de los hijos de Leal quien, físicamente, se parece mucho a Eusebio: se mueve como Eusebio, hace muchas cosas parecidas a Eusebio y, en ese sentido, tuvo la bondad de trabajar interminables horas con nosotros.  

¿Fue una escultura encargada por la Oficina del Historiador?

Así es, y que ellos controlaron como Eusebio. Con frecuencia iba todo el consejo de dirección, iban de la escuela-taller y todo el mundo aportaba algo diferente. Es mucho más fácil hacer una escultura de un personaje de hace cien o doscientos años. El arte es así: uno nunca puede aspirar a que el arte pueda ser comprendido o aceptado por todas las personas.

¿Planes para el 2022?

Trabajar. Para el año que viene tenemos un encargo del Instituto Finlay de Vacunas, el centro que crea nuestras vacunas cubanas anti-COVID. En eso nos concentraremos en los próximos meses.

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