Contaba Charo Bosque, la madre de los Almeida, que Macho, como le decían en familia a Juan, copiaba versos en una libreta. Si leía o escuchaba en la radio algún poema, o la letra de una canción, que le gustara y se vinculara con los sueños y realidades de aquel joven mulato, pobre, luchador y digno, iba a parar al cuaderno que era una especie de catauro de sensibilidades.

Quien rubricó páginas heroicas por la emancipación definitiva de la Patria, el combatiente del Moncada, el expedicionario del Granma, el fundador del III Frente, el jefe que contribuyó a desarrollar la capacidad defensiva de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el dirigente comunista, el hermano de Fidel, Raúl, Camilo y el Che, tenía bien clara la idea de que luchar por la libertad era también hacerlo por la redención de cada ser humano, que la justicia y la belleza son conceptos no solo compatibles sino inseparables.

Un disco que refulge como una auténtica joya de la fonografía cubana contemporánea: Instrumental Los Amigos – Música de Juan Almeida, LD 4274, del sello Areíto de la EGREM. Foto: Tomada de Cubadebate

Juan Almeida llevaba la música por dentro y por fuera. Su obra como compositor destaca por valores propios. Su caso no fue el de una mera afición cultivada al margen de sus altísimas responsabilidades, sino el cauce de una vocación tempranamente asumida que desembocó en una práctica consecuente y consistente.

De manera que La Lupe, la canción que lo dio a conocer en 1959, apenas unos meses después del triunfo revolucionario, ni lo que vino después, es fruto del azar. El linaje ranchero que se advierte en La Lupe responde tanto a la dedicatoria como al entorno sonoro en que surgió la canción: el momento de la partida desde México hacia Cuba, para iniciar la etapa final de la gesta libertaria, y la incertidumbre acerca del destino de un amor hallaron expresión en una forma musical arraigada en el gusto de los cubanos, en buena medida gracias a las películas de la llamada época de oro del cine mexicano.

El salto de La Lupe a la popularidad se debió, para decirlo en términos lezamianos, al azar concurrente. El cronista Ciro Bianchi cuenta: “El comandante Juan Almeida asume el mando del importante campamento de Managua, en las afueras de La Habana. Hasta allí, con machacona insistencia, llegaba, una semana sí y la otra también, la cantante Amelita Frades. Nada, con la música ni el arte, tenían que ver aquellas visitas. Acudía en un empeño que ya le iba pareciendo inútil: cobrar los honorarios por los muebles cuya confección había encargado la jefatura del campamento a la carpintería propiedad de su esposo y cuyo pago quedó pendiente al desplomarse el Gobierno de Batista. Los oficiales rebeldes a los que reclamaba la liquidación del negocio, daban largas al asunto. En definitiva, decían, era cosa del Ejército derrotado y nada tenía que ver con ello el nuevo Ejército. Cansada de dilaciones y evasivas, Amelita pidió ver al Comandante Almeida. El militar escuchó a la mujer, comprendió la justeza de su pedido y ordenó que se le liquidase lo suyo de inmediato. Claro que él la conocía, la había escuchado mucho por radio. Sabía que cantó con la orquesta de Arcaño y sus Maravillas y luego con la de Obdulio Morales, y que estuvo en México de gira en 1956, en los días de su exilio. —Mire qué cosa… yo escribo canciones —se atrevió a confesar Almeida, y Amelita se interesó por conocerlas. De ellas, hay una que me gustaría que usted valorara. Se titula La Lupe y la escribí en México hace tres años. Amelita Frades cantó la pieza en un programa de Radio Progreso. Enseguida la difundió CMQ y entró en el catálogo de la disquera Víctor, y el acetato fue todo un éxito”.

Juan Almeida llevaba la música por dentro y por fuera. Su obra como compositor destaca por valores propios. Su caso no fue el de una mera afición cultivada al margen de sus altísimas responsabilidades, sino el cauce de una vocación tempranamente asumida que desembocó en una práctica consecuente y consistente.

Para ser precisos, el disco de 45 rpm vio la luz por el sello Discuba, que era una filial de la RCA Víctor, en abril de 1959. En una cara, La Lupe; en la otra una canción a la que no se le ha concedido suficiente importancia, Hoy sé reír, que de algún modo resumía el espíritu esperanzador de aquellos días, y anticipaba una zona significativa del arte poética de Almeida: la conjugación del yo con el nosotros, la articulación de sentimientos íntimos y ambiente social. Por cierto, hay que destacar las orquestaciones, a cargo de Bebo Valdés.

En la vasta obra musical de Almeida se observa una plena sintonía con las líneas principales de la música popular y su permanente actualización en el gusto. De ahí que en el bolero y el son tenga sus fortalezas. Incluso en tiempos en que los géneros representativos de la música popular parecían retroceder ante la avalancha de la canción ligera iberoamericana —finales de los 60 y las dos décadas siguientes—, la manera de Almeida de posicionarse ante la balada fue arrimándola a la tradición bolerística.

Basta con escuchar una de sus piezas  emblemáticas, El gran día de enero, para descubrir ese esencial y sensible modo de criollizar la balada, en una canción en la que patria, identidad e intimidad se revelan en un espejo imantado. Idéntico tenor se aprecia en Cualquier lugar es mi tierra.

Más, sin lugar a dudas, Almeida el compositor es un ser que asimila lo que está en el ambiente y lo devuelve a la audiencia en gozosas composiciones en las que romance, ingenio, picaresca, saber social y sabor popular se entrecruzan en lo único y diverso.

“…también en el ámbito de lo popular bailable Almeida conquistó más de un hit a nivel nacional e internacional, cuestión para nada fácil, pues dar en el clavo y seducir con el bendito coro o estribillo, alma y nervio de los sones y guarachas, es cosa complicada”. Foto: Tomada de Cubadebate

Una de las mejores maneras de comprobarlo se condensa en un disco que refulge como una auténtica joya de la fonografía cubana contemporánea: Instrumental Los Amigos – Música de Juan Almeida, LD 4274, del sello Areíto de la EGREM. Los inolvidables Frank Emilio Flynn y Guillermo Barreto, con la colaboración de Juanito Márquez y la asesoría de Redento Morejón, grabaron con el grupo Los Amigos, liderados por Frank Emilio al piano, recreando diez piezas de Almeida, en un abanico que recorre del bolero y la guaracha a la conga, esta última con corneta china incluida.

La musicógrafa colombiana Adriana Orejuela, cuya reciente pérdida lamentamos, fue certera al escribir: “Aunque es incomparable con el volumen de sus composiciones románticas, también en el ámbito de lo popular bailable Juan Almeida conquistó más de un hit a nivel nacional e internacional, cuestión para nada fácil, pues dar en el clavo y seducir con el bendito coro o estribillo, alma y nervio de los sones y guarachas, es cosa complicada. No pocos compositores darían la camisa por que un buen día les fuese revelada esa pequeña estrofa de simplicidad pasmosa pero, como el Ave María, llena de gracia. ‘Dame un traguito ahora, chico, que están bailando’. Así de simple, así de misterioso y así de cubano”.

Y si de raigalidad se trata, el Almeida que homenajeó la memoria viva presente de Miguelito Cuní, subrayó una cualidad en la que él mismo se refleja: lo más puro del sentimiento sonero.

A Charo Bosque la vida le alcanzó para ver cómo el hijo se empinó como músico, poeta, escritor; creador que del pueblo vino y hacia el pueblo fue.

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