La muerte no respeta tampoco a los hacedores raigales. La muerte acaba de llevarse para el “reino de la memoria artística cubana” a uno de los artistas cubanos que supo cumplir —con poesía y arraigo generacional— la misión humana y expresiva que la vida le asignó. Juan Moreira ha fallecido.

La tristeza nos envuelve a cuantos fuimos sus amigos y supimos de su fidelidad a la nación, su nobleza de espíritu, sus valores de dibujante y pintor, de la sustancia paternal y familiar ejercida, y el peso de un imaginario diverso que pasó de sus apuntes un tanto naturalistas de las visiones elaboradas en la Isla de la Juventud, a una poética que unía su labor en vallas anunciadoras con una muy profesional asimilación de los signos visuales del Aduanero Rousseau, por conducto de la Nueva Figuración desatada desde los 60.

También produjo una versión lineal muy suya que ilustró ediciones nuestras de Don Quijote de la Mancha. Laboró como asistente de Venturelli en los murales del Hotel Habana Libre y del edificio donde se fundó Prensa Latina. Realizó románticos retratos de héroes y amigos acompañados de animales y avanzó hacia una vertiente de arte erótico sintética en diseño y purista en los cuidadosos planos cromáticos de duros contornos.

“La tristeza nos envuelve a cuantos fuimos sus amigos y supimos de su fidelidad a la nación, su nobleza de espíritu, sus valores de dibujante y pintor”.

Moreira fue un exigente profesor de dibujo en la Escuela Profesional de Artes Plásticas “San Alejandro”. Concibió composiciones ornamentales y simbólicas para fuentes y espacios de la existencia pública urbana, e igualmente hizo de su casa —junto a su esposa, la también pintora Alicia Leal— un espacio amable para la comunicación de muchas gentes criollas y externas del arte y otras esferas culturales.

Ya llegará el momento de la justa y necesaria muestra retrospectiva, de sacar a la luz cuanto hizo, —ha de conocerse por generaciones nuevas—, de reunir sus aportes en un libro cargado de historia y sentimientos.

Ahora nos toca despedirlo con el agradecimiento de todas las entidades de las artes visuales, de quienes fueron sus alumnos, de los amigos que siempre tuvo en cuenta, de esa gente de la patria que admiraba sus creaciones con agrado y ocasionalmente las usaba como componente representativo de publicaciones y ámbitos.

“Llegará el momento de la justa y necesaria muestra retrospectiva, de sacar a la luz cuanto hizo, de reunir sus aportes en un libro cargado de historia y sentimientos”.

Su viejo taller de Mercaderes en la Habana Vieja y su casa vedadiense de la calle 8 guardarán por siempre el recuerdo de su impronta, que indirectamente queda en sus hijas y esposa. Recordémosle con sus ganados méritos.

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