Si una actriz se mantiene siempre viva, convincente e icónica en la imaginación de millones de espectadores que todavía vemos películas de los años 30, 40, 50 y 60, esa es Judy Garland, sobre todo a partir de un rosario de filmes musicales esparcidos a lo largo de varias décadas. La entrada por la puerta grande al Olimpo de las estrellas con algo que decirle a las generaciones venideras ocurrió gracias a El Mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), seleccionada para inaugurar el ciclo, en el cine 23 y 12, y por tanto exhibida en pantalla grande, a todo color y en alta definición.

Con 16 o 17 años Judy Garland caminaba sobre el arcoíris de la mitología cinematográfica, porque en El Mago de Oz todo resulta sorprendentemente moderno, sobre todo la canción Somewhere Over the Rainbow como expresión del deseo de soñar, de sobrevolar un mundo estrecho y mezquino, y llegar a lo más alto de las chimeneas, entre azules nubes. La película fue estrenada solo dos meses después de que se iniciara la Segunda Guerra Mundial con la invasión a Polonia, de modo que la canción constituyó, durante los siguientes cinco años, la exacta fórmula de la esperanza por el arribo de mejores tiempos.

Judy Garland. Foto: Tomada de Internet

Sin embargo, todo el mérito tampoco recae en la inmortal canción, todo en esta película posee la dorada aureola de lo clásico, desde el camino de ladrillos amarillos hasta las zapatillas bordadas con lentejuelas de zafiro, el rugiente Technicolor, y las simbólicas carencias constitutivas del León Cobarde (en busca de valor), el Hombre de Hojalata (necesitado de corazón) y el Espantapájaros, que precisa de cerebro, o más bien de inteligencia, porque sin ella nada es posible. Más de ochenta años después de su estreno, todavía está en pie la tremenda metáfora política que constituye El mago de Oz, sobre todo en el momento en que el grupo de amigos descubre que el mago es solo un hombre que fanfarronea detrás de una cortina. A la manera de los políticos demagogos, el mago resuelve demagógicamente los deseos del colectivo: le da un diploma al espantapájaros que deja constancia de su inteligencia, le entrega al hombre de hojalata un reloj con forma de corazón para que se satisfaga con sus mecánicos latidos, y al león le entrega una medalla al valor, por haber ayudado a Dorothy a llegar hasta allí.

“Si una actriz se mantiene siempre viva, convincente e icónica en la imaginación de millones de espectadores que todavía vemos películas de los años 30, 40, 50 y 60, esa es Judy Garland, sobre todo a partir de un rosario de filmes musicales esparcidos a lo largo de varias décadas”.

En el cine 23 y 12 también pudimos ver otros dos importantes filmes musicales de los años cuarenta: La chica Ziegfeld (Ziegfeld Girl, 1941, Robert Z. Leonard) y Mi chica y yo (For Me and My Gal, 1942, Busby Berkeley), ambas procedentes de la etapa en que Judy Garland estaba instalada en el trono del cine musical en la Metro Goldwyn Mayer. La primera de las mencionadas se ambienta en los años veinte, y cuenta la historia de tres muchachas (se unen a Judy, Hedy Lamarr y Lana Turner) que sueñan con el estrellato y son elegidas para participar en un gran show de Broadway. Al ser colocada al lado de dos de las bellezas más incuestionables de la Metro, Judy dejó sentado, de una vez y para siempre, que su talento escénico, sobre todo para el canto, la convertiría en una estrella incomparable del firmamento de Hollywood. Su interpretación de Siempre persigo arcoíris (I’m Always Chasing Rainbows) le rendía temprano homenaje al himno en que se había constituido la canción principal de El mago de Oz.

Los números musicales de La chica Ziegfeld fueron dirigidos por el renombrado coreógrafo y realizador Busby Berkeley, quien al año siguiente dirigió Mi chica y yo para mayor gloria de la Garland, aunque el filme carezca del lujo y la espectacularidad de las producciones anteriores de Berkeley. Aquí se habla, en un tono más bien sentimental e intimista sobre Jo, la sensible y amante pareja de un egocéntrico artista de vodevil que aspira a triunfar, a cualquier costo, en el Palace Theatre, de Broadway, el epítome del éxito en la época de oro del vodevil norteamericano, a principios del siglo XX. En el papel de la pareja de Jo, es decir de Judy, debutaba nada menos que Gene Kelly, quien formaría con la Garland uno de los duetos más populares y exitosos del cine musical en esa década a través de títulos como Ziegfeld Follies (Vincente Minnelli, 1946), The Pirate (Vincente Minnelli, 1948) y Valle alegre (Summer Stock, Charles Walters, 1950), las tres incluidas en el ciclo de la sala Charlot.

Judy Garland y Gene Kelly en Mi chica y yo. Foto: Tomada de Harvard Film Archive

Miles de veces han sido trasmitidos en la televisión del mundo entero los fragmentos en que hacen dúo, cantable y bailable, Judy Garland y Gene Kelly. Se recuerdan, en primer lugar, la canción tema de For Me and My Gal; y luego Be a Clown, que escribió Cole Porter y cantaban a dúo en el final de El Pirata, y You Wonderful You, de Valle alegre, que fue el último musical de Garland para la Metro y el último dúo que ella interpretó, en un filme, con Gene Kelly. A pesar de las depresiones, la anorexia, el alcoholismo, los sucesivos divorcios, y las exigencias demenciales de los estudios, que la llevaron a consumir anfetaminas y barbitúricos, Judy interpreta en su despedida de la Metro una de las secuencias más extraordinariamente alegres y sugestivas de toda la historia del cine musical: Get Happy, que se convirtió en referencia indispensable para la cultura pop, presencia constante en los ulteriores conciertos de Judy, y también devino himno, al igual que Over the Rainbow, para la comunidad LGBTQ, que siempre consideró, con muy buenas razones, a la estrella como gay friendly.

“La entrada por la puerta grande al Olimpo de las estrellas con algo que decirle a las generaciones venideras ocurrió gracias a El Mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), seleccionada para inaugurar el ciclo”.

En 1951, Garland se divorció de Vincente Minnelli, abandonó momentáneamente el cine y partió en una gira de conciertos con la que recorrió el Reino Unido. Regresó al cine para protagonizar Nace una estrella, que fue su canto de cisne, obra de madurez, que la presenta en la cúspide de su talento para el canto, tal y como se percibe en momentos miles de veces retransmitidos, como su interpretación, al mismo tiempo contenida y desaforada, de The Man that Got Away, considerada una de las canciones más relevantes de la historia del cine. Precisamente en la lista elaborada por el American Film Institute, a propósito de las mejores cien canciones generadas por el séptimo arte en Estados Unidos, The Man Got Away quedó en el onceno puesto, y en el primer lugar de esa lista estaba entronizada, por supuesto, Over the Rainbow.

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