Kenneth Fowler Berenguer es otro de los jóvenes intelectuales que dialoga sobre el pensamiento de Fidel Castro en la serie Las cinco puntas de la estrella. La Jiribilla comparte algunas de sus visiones sobre el papel de la ciencia en el desarrollo cultural de la nación cubana.

¿Cómo el desarrollo de la ciencia, en todas sus dimensiones, supone una garantía para el desarrollo y la supervivencia de la Revolución?

Lo interesante de nuestro proceso revolucionario es que está obligado a reconstruirse y renovarse constantemente, pues su supervivencia depende de ello. Con el triunfo en 1959 se abría el frente de intentar dar cumplimiento al Programa del Moncada; Fidel había recogido y consolidado en La historia me absolverá diagnósticos muy certeros de varios de los problemas más acuciantes del país. Muchos de esos problemas, si no todos, requerían del concurso de la ciencia en su resolución, por eso es lógico que la ciencia juegue un papel primordial en el devenir de nuestro proyecto.

“Nuestro proceso revolucionario está obligado a reconstruirse y renovarse constantemente”.

En los años sucesivos, a medida que se daba cumplimiento a ese programa, surgían o se visibilizaban otras dificultades. Ya sea porque las circunstancias habían cambiado, ya sea porque la violencia imperial comenzó a generar nuevos problemas, ya sea porque la propia resolución de los precedentes generaba nuevos conflictos, porque decisiones equivocadas hacían surgir crisis imprevistas, o simplemente porque se veíalo que entonces no se vio.

Y en cada punto se necesitó de mucho conocimiento y mucha creatividad, porque nuestro país, además de no contar con excesivos recursos naturales, de llevar adelante un modelo de desarrollo que solo funciona sobre la base de la soberanía, que se intenta apartar de la depredación del medio ambiente y de las lógicas opresivas del mercado, que valora la vida, la justicia y el bienestar de los seres humanos, que es consecuente en su internacionalismo, además de todo eso, es objeto de la más cruda violencia que depara el imperialismo a nivel global.

Kenneth Fowler Berenguer es uno de los jóvenes intelectuales que dialoga sobre el pensamiento de Fidel Castro en la serie Las cinco puntas de la estrella.

El enfrentamiento a la COVID-19 es un claro ejemplo de los límites a los que puede llegar esa violencia y de lo medular del desarrollo de la ciencia para la supervivencia del país, pero incluso antes los ejemplos sobraban. Ese papel cimero la ciencia debe seguirlo jugando hoy, que estamos frente a momentos muy difíciles en todos los ámbitos. Los puntos fundamentales del Programa del Moncada siguen teniendo vigencia, pero han mutado en su cualidad. ¿Cuáles serían entonces los problemas concretos que habría que resolver en los temas de vivienda, industrialización, agricultura, etc.?

Creo que hay muchos diagnósticos, muy buenos, sobre esos problemas, aunque siempre se puedan mejorar o hacer otros. La soberanía alimentaria, la salud pública, la lucha contra el cambio climático, la inserción en la Industria 4.0, el desarrollo e independencia territoriales, parecen ser de los principales retos que enfrenta la ciencia cubana actual, pero hay muchos otros. El profesor Agustín Lage escribe mucho sobre esos retos en nuestro proyecto socialista, lo que él ha llamado “las nuevas responsabilidades de la ciencia” en Cuba. Creo que vale leerlo con atención y, por supuesto, entrar en diálogo con sus diagnósticos y propuestas, y de otros.

Otra de las funciones que a mi entender cumple —y debe seguir cumpliendo— hoy la ciencia, se podría decir que es un mal de éxito. Una ciencia que efectivamente ha jugado un papel tan primordial para un país en su lucha por un mundo mejor, por la soberanía, por la vida y que, en disímiles campos, ha conquistado triunfos considerables, se convierte en un reservorio muy importante del consenso en torno al proyecto. Sobre esto he escrito, en el caso de las vacunas, y me referí a la confianza que genera nuestra ciencia incluso en momentos de inmensa calamidad personal. Es una función muy sensible y así debemos entenderla y apoyarla, como uno de los sostenes del consenso. Eso es primordial para la supervivencia del proyecto.

“Cuando el Che dice que la universidad debe pintarse de negro, de obrero y de campesino (…), está dibujando una nueva práctica en el sector de la academia y la ciencia”.

Un gran logro del pensamiento de Fidel fue desarrollar la ciencia como patrimonio del pueblo. A tu juicio, ¿cómo la ciencia puede continuar aportando a la transformación social y cultural del país?

Cuba nunca tuvo una burguesía industrial o productiva, ni siquiera en los tiempos dorados del azúcar. Eso se hace incluso más notable con la dominación norteamericana. En los testimonios, fílmicos o de otro tipo, que hay sobre ese período, en especial aquellos que hablan de los planes de “desarrollo” que el capital norteamericano tenía para la isla, predominan el turismo y el sector inmobiliario y no hay un movimiento hacia una industrialización masiva y diversificada del país.

El país podía recibir los mayores adelantos de la ciencia y de la técnica, principalmente si estos venían transmutados en bienes de consumo. Pero ese mundo que se industrializaba a velocidades vertiginosas, ese mundo que a principios del siglo XX vio nacer y tomar forma a un cuerpo teórico tan disruptivo como la Teoría Cuántica en espacio de apenas décadas, no era el mundo al que Cuba había pertenecido durante toda su historia; más allá de que algunos sectores de la población podían estar a la par con ese mundo en los parámetros de consumo, y de que existan algunos ejemplos de científicos cubanos descollantes. Como en todo país colonizado, la ciencia servía más bien como un dispositivo legitimador de nuestra condición de subalternos.

“Para Fidel (…), la respuesta siempre fue el pueblo”.

Ante eso, el desarrollo de la ciencia, la educación y la cultura luego de 1959 comienza a generar nuevas relaciones sociales que sirven para ampliar el límite de lo posible para millones de cubanos y dinamitar el estado de cosas y la ideología imperante. Cuando el Che dice que la universidad debe pintarse de negro, de obrero y de campesino, y si no el pueblo la pintará como quiera, está dibujando una nueva práctica en el sector de la academia y la ciencia. Estas nuevas prácticas generan y canalizan los impulsos de nuevos sujetos revolucionarios. Defendías/hacías la revolución desde la trinchera; pero la defendías/hacías también estudiando, haciéndote ingeniero, médico, profesor, etc.

En el prólogo al libro La ciencia en Cuba, de ideal prometedor a premisa indispensable, de Ismael Clark, Wilfredo Torres Iribar relata el impacto que causó en el bioquímico Klaus Thielmann —que colaboraba con el país desde la entonces República Democrática Alemana (RDA)— el ambiente de trabajo en el naciente Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC). Thielmann menciona que “ellos no distinguían entre un mundo científico y un mundo político, veían un solo desafío: crear un mundo mejor, justo y fraternal, con sus herramientas científicas”. El profesor Agustín Lage cuenta algo similar cuando se refiere al equipo del naciente Polo Científico como “los comunistas que trabajan en el sector de la ciencia”.

Esa ha sido siempre una de las características de la ciencia después de 1959: ser un espacio donde cada vez más personas pueden hacer la revolución, ser sujetos del cambio social que se gesta. Por eso preocupan algunos datos que se han recogido, analizado y publicado sobre dinámicas de acceso desigual al conocimiento y la cultura en general, y a la educación superior en particular, por solo hacer mención a algunos. La ciencia tiene la doble función de revelar las desigualdades y proponer vías de solución, y de no hacerse eco en sí misma de ellas.

“Nuestra ciencia ha de ser una ciencia de la liberación si quiere verdaderamente impulsar los cambios culturales que demanda el presente”.

Están también los retos culturales y tecnocientíficos asociados a la época actual, que es totalmente distinta a la que le tocó vivir a la Revolución naciente, y eso entraña complejidades. Ya la tecnología no es una mera herramienta para transformar el medio circundante. Se habla hoy de que vivimos sobre un sustrato tecnológico. ¿Qué significa eso para el futuro del país? ¿Qué va a pasar dentro de algunos años cuando ya no queden ciudadanos analógicos? ¿Cómo nos insertamos en esa dinámica sin ser depredados completamente por la lógica del capital? ¿Cómo afrontar la lucha desigual a la que se nos lanza y que tiene cada vez más de tecnológico? Creo que de esto último se ha teorizado bastante últimamente en el país, pero en general son preguntas nuevas que requieren enfoques nuevos desde la ciencia.

Existen además desafíos o vicios de la ciencia contra los que hay que luchar: la teologización del saber científico, su absolutización ante otras formas de saber, la tecnocracia, la excesiva burocratización de la actividad científica, la neoliberalización de la ciencia que se nos presenta desde los circuitos legitimadores noratlánticos, etc. Nuestra ciencia ha de ser una ciencia de la liberación si quiere verdaderamente impulsar los cambios culturales que demanda el presente.

“La ciencia juega un papel primordial en el devenir de nuestro proyecto”, señala Kenneth Fowler.

También está el reto de la socialización y democratización efectiva. El Decreto-Ley 7/2020 “Del Sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación” refrenda que los actores de dicho sistema van desde los organismos del Estado hasta las personas naturales. Creo que la letra debe acompañarse de una socialización efectiva del poder saber, expresado en políticas focalizadas de acceso efectivo a la enseñanza, formación vocacional, espacios de participación comunitarios en localidades que cuenten con centros científicos, fortalecimiento del papel de los sindicatos, control popular sobre la actividad científica y los espacios de decisión de la misma, comunicación consecuente de la ciencia y sus dilemas, etc. Solo así se puede socializar el saber poder, el ejercicio efectivo del poder por todo el pueblo.

La participación y el involucramiento de toda la sociedad en los cambios culturales necesarios para la supervivencia del socialismo cubano sigue siendo el mayor desafío. Con respecto a la ciencia, yo abogo por un sistema de ciencia, tecnología e innovación (que no es solo la innovación científico-técnica) de abajo hacia arriba. Para Fidel —y para mí también— la respuesta siempre fue el pueblo.

“Los retos culturales y tecnocientíficos asociados a la época actual, que es totalmente distinta a la que le tocó vivir a la Revolución naciente, entrañan complejidades”.

¿Quiénes son las personas de ciencia en la actualidad?

Para responder esta pregunta de manera consecuente, habría que hablar de personas de ciencia y de pensamiento. El desarrollo vertiginoso de la ciencia, su enseñanza y sus instituciones luego del triunfo revolucionario funcionó efectivamente como una manera de ampliar el horizonte de lo posible en términos intelectuales. Esto resultó muy importante porque la Revolución requería de sujetos que pudieran adoptar posicionamientos críticos con respecto a su realidad para que se vieran compelidos a cambiarla. Más que conocimiento erudito y enciclopédico, la cultura científica brinda herramientas para la mirada crítica y transformadora del presente.

Las personas que asumen esas herramientas, que comprenden su papel y sus responsabilidades para con su sociedad, que respetan la impronta de quienes les precedieron, que actúan en base a propósitos informados y en consecuencia con una ética para con los demás, que valoran la memoria, que no temen cambiar el rumbo cuando sea necesario, que entienden lo que saben y lo que no, lo que pueden o no pueden hacer y trabajan con otros en respeto y desde las diferencias, que ven la crítica a su accionar como un fundamento del mismo, que manejan la dialéctica entre teoría y práctica, que aprecian el diálogo y la retroalimentación, que entienden toda la justicia como la mayor aspiración humana, esas son las personas de ciencia y de pensamiento. Me doy cuenta de que es muy parecido a lo que pudiera responder si me preguntan qué es ser revolucionario.

“Aún hoy, ese mundo donde la ciencia tiene una participación marginal, es el mundo al que la violencia del imperialismo nos intenta remitir constantemente”.

¿Cómo estimular la creatividad científica en edades tempranas desde una mirada fidelista?

Sin ánimos de agotar las respuestas, diría que la escuela es fundamental en esto. Hay muchos problemas que afronta la educación en Cuba y que también redundan en la capacidad que esta tiene de formar sujetos críticos y creativos. Creo que la concepción del estudio/trabajo es muy útil, yo mismo aprendí muchas cosas durante el espacio de investigación que no me llegaban en un aula tradicional. La nueva escuela fue un proyecto monumental que tenía en esa concepción uno de sus pilares fundamentales, más allá de que no podemos ser ciegos a todas las contradicciones que esto entrañó.

“Debemos preguntarnos, si apostamos por una ciencia inclusiva, en contra de toda opresión (…), ¿cuáles son nuestros referentes?

Esa combinación de estudio y trabajo debe dotarse de un nuevo sentido. Las situaciones vividas durante estos dos últimos años dan muestra de que el estudiantado en todos los niveles puede involucrarse en tareas extradocentes con un impacto considerable y unas reservas para el aprendizaje y la creatividad tremendas. La formación vocacional es otro elemento clave. También el contacto directo con las realidades de las comunidades donde el estudiante vive, con la identificación y la resolución de sus propios problemas.

Está el asunto de los referentes. Debemos preguntarnos, si apostamos por una ciencia inclusiva, en contra de toda opresión, una ciencia para la liberación, ¿cuáles son nuestros referentes? ¿Reproducen racismos, misoginias, xenofobias, homofobias los paradigmas que la escuela brinda a los estudiantes en cuanto a los referentes científicos? ¿Son hoy científicos latinoamericanos, africanos o asiáticos los principales referentes de los jóvenes? ¿Son cubanos? ¿Son referentes que apuntan a una ética científica revolucionaria? ¿Cómo divulgamos nuestra ciencia? Creo que son temas para pensar.

“La participación y el involucramiento de toda la sociedad en los cambios culturales necesarios para la supervivencia del socialismo cubano sigue siendo el mayor desafío”.

¿Por qué la voluntad política del desarrollo de la ciencia en Cuba es un acto de fe?

Es una fe secular. Como había dicho, Cuba no pertenecía en 1959 al mundo donde la ciencia es protagonista del desarrollo de la sociedad. No había, en un país con grandes masas de analfabetos, algún indicio lógico que hiciera pensar que pocas décadas después estaríamos insertos en sectores científicos innovadores con resultados de talla mundial. Aún hoy, ese mundo donde la ciencia tiene una participación marginal, es el mundo al que la violencia del imperialismo nos intenta remitir constantemente. Es un mundo en el cual seríamos presa fácil del capital y su dominación, donde no habría soberanía posible. Es una fe que parte realmente de la comprensión de una necesidad impostergable.

“Fidel siempre respetó el saber ajeno e intentó aglutinarlo y aprender”.

¿Cómo se refleja el pensamiento fidelista en tu quehacer?

Es una pregunta difícil, pero si me tengo que quedar con algo, Fidel nunca se presentaba como superior intelectualmente a sus interlocutores, nunca hizo gala de saber lo que no sabía, siempre respetó el saber ajeno e intentó aglutinarlo y aprender, tenía una curiosidad indetenible. Yo trato de ser así.

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