La actriz encuentra un personaje

Omar Valiño
4/4/2019

Encerrada en una habitación de un hotel de Montevideo, ciudad que la acoge para hacer teatro, la actriz recibe una llamada que le informa de una selección de reparto para una película sobre Irena Sendler.

Ese sencillo punto de partida se convierte en motivo certero para la justificación interna y externa del monólogo El vacío en las palabras, algo que tanto cuesta a este género.

La actriz Giselle González en El vacío de las palabras. Foto: Tomada de Granma
 

La actriz se recrimina por no saber nada de esta figura, pero comienza una búsqueda por Internet que se irá convirtiendo en obsesión. También lee libros al respecto y las imágenes que va encontrando en las redes se proyectan al fondo del escenario. Nos vamos adentrando en los vericuetos del gueto de Varsovia como asistentes de ese proceso de investigación y creación sobre el escenario, planteado de manera transparente por la dramaturgia de Maikel Rodríguez de la Cruz.

Intuye la actriz que tiene entre manos a un verdadero personaje y la pasión del caso se desborda. Comparte una entrevista, mediante el uso del recurso intermedial, al que acude de manera limpia y eficaz la puesta en escena de Miguel Abreu, en la que Irena, ya muy anciana, nos cuenta dos máximas que le inculcó su padre: la humanidad solo se divide entre buenos y malos, y si alguien se está ahogando, hay que ayudarlo.

Se va desvelando ante nosotros la así llamada ángel del gueto de Varsovia, quien salvó la vida de 2 500 niños durante la ocupación nazi de la capital polaca. Aprovechando su condición de enfermera, con la ayuda de la organización secreta a la que pertenecía, eludiendo de mil modos las represiones contra ellos, los asesinatos sin ley, las sospechas, los interrogatorios, el peligroso mundo de un trabajo clandestino, ponía a niñas y niños al resguardo de familias no judías y escondía en potes bajo tierra las claves de cada paradero.

La actriz Giselle González pone todo en su voz, como es muy habitual en el monólogo, pero también su cuerpo registra gestos y cadenas de acciones que mucho aportan a la narración y a su ritmo, en ese modo “entrecortado” que elige el texto y la puesta, para darnos a conocer a Irena Sendler en medio de un cierto juego de espejos. Porque también el personaje de la actriz rememora o dialoga por teléfono con su exmarido judío que le exigía hijos que ella no pudo dar, entonces la actriz e Irena, con los niños en medio, se miran frente a frente.

Y Giselle las observa a ambas y les da vida presentando, más que representando, a cada una. Con una energía de suma contención, recorrida a veces por una frialdad a propósito, resalta como logrado centro de atención, en un espacio escénico pulcro, concebido por el propio director. Escasos objetos y unos dados sirven a distintas composiciones modulares. El vestuario de Celia Ledón es sintético y elocuente.

Estrenada en la Semana de Teatro Polaco, a fines del año pasado, vuelta a ver en el reciente Festival del Monólogo Latinoamericano del Teatro Terry, Miguel Abreu construye uno de sus mejores espectáculos en los cinco años que ahora cumple la activa compañía que lidera, Ludi Teatro.

La actriz personaje se vale de una vieja recomendación de un profesor de actuación: mirar en el vacío de las palabras. Y el equipo de Ludi ofrece fino cuerpo presente a ese tiempo escondido, soterrado para devolver en emoción el extraordinario valor humano ante la más cruel adversidad.

 

Tomado de: Granma