I

Intentar un acercamiento valorativo a la producción historiográfica del Dr. Eduardo Torres-Cuevas es una labor que sobrepasa con creces los límites de un ensayo. En las páginas que siguen esbozaré las que considero líneas maestras de su quehacer intelectual, con breves comentarios de algunas de sus obras fundamentales, como tributo al profesor ejemplar y al sabio virtuoso. Torres-Cuevas es una de las cumbres historiográficas no solo de Cuba, sino de Latinoamérica, y pocos historiadores pueden hacer gala de una obra tan vasta, inteligente e intensa como la suya, escrita además con una prosa sugerente y culta, a menudo infrecuente entre quienes cultivan la parcela de la musa Clío. No es casual entonces que Eduardo sea miembro de las dos más importantes academias cubanas: la Academia de la Historia, que dirige desde su refundación, y la Academia Cubana de la Lengua; además de conducir con acierto otras importantísimas instituciones culturales: la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana, la Biblioteca Nacional José Martí y la Oficina del Programa Martiano.

Pocos historiadores pueden hacer gala de una obra tan vasta, inteligente e intensa como la de Torres-Cuevas. Foto: Tomada de Trabajadores

Debo comenzar diciendo que Eduardo Torres-Cuevas ha sido un eminente profesor de historia, pensamiento y cultura cubanos. Esa labor docente la ha desplegado, durante más de medio siglo, en las aulas universitarias de numerosas casas de altos estudios nacionales y extranjeras (Alemania, Francia, España, Estados Unidos, México); sin embargo, esa señalada faena pedagógica no estaría completa sin el concurso de su sobresaliente obra de investigador y divulgador de las raíces más hondas de la cubanía.

Destacan, en sus más de tres decenas de libros publicados, sus profundas meditaciones y penetrantes juicios sobre asuntos medulares para entender la génesis de la nacionalidad y la nación en Cuba, como son los temas de la formación de la conciencia criolla,[1] los orígenes del pensamiento cubano[2] o el desarrollo económico-social de la plantación esclavista. Del mismo modo, sobresalen sus estudios biográficos sobre figuras de la estatura moral, intelectual y patriótica del Obispo Espada, Félix Varela, José Antonio Saco, Felipe Poey, Vicente Antonio de Castro, Diego Vicente Tejera y Antonio Maceo, y son verdaderamente reveladores sus aportes al conocimiento de dos de las más fecundas corporaciones en el devenir de nuestra historia: la Iglesia Católica[3] y la masonería cubana.[4]

Considero que una de las contribuciones de mayor trascendencia de Torres-Cuevas a la historia de Cuba, entre muchas que podríamos citar, es su cavilación sobre la historia del proceso de formación nacional y consolidación del pensamiento criollo ilustrado, que permitió avanzar hacia una reflexión autóctona y original sobre los destinos de la Isla. Por las páginas de sus libros transitan una pléyade de intelectuales y valerosos patriotas, que se dedicaron a pensar, imaginar, soñar y hacer de Cuba una nación, en la búsqueda incesante de una utopía insular.[5] Como resultado de lo anterior, en su obra encontramos una minuciosa exploración en el tejido social, las condiciones sociales, la lucha de imaginarios culturales y los avatares ideológicos del siglo XIX cubano; un país que a pesar de su condición subalterna de colonia de plantación tuvo algunas de las mentes más deslumbrantes de aquel tiempo en todo el imperio español, dígase un filósofo como José Agustín Caballero, un economista como Francisco de Arango y Parreño, un médico como Tomás Romay, un literato como Cirilo Villaverde y un mecenas como Domingo del Monte.[6]

Una de las contribuciones de mayor trascendencia de Eduardo Torres-Cuevas es su cavilación sobre la historia del proceso de formación nacional y consolidación del pensamiento criollo ilustrado.

Seguidor y heredero de la gran tradición erudita de la historiografía cubana, que tiene en Fernando Ortiz su mentor espiritual, Eduardo Torres-Cuevas ha asumido además la gigantesca empresa cultural de reeditar, o en ocasiones imprimir por primera vez, las obras completas de los grandes pensadores cubanos de la Colonia. La Biblioteca de Clásicos Cubanos, en sus formatos impreso y digital, ha tenido no solo su guía académica y su cuidado editorial, sino que además ha sido el prologuista de varios de sus copiosos volúmenes. De manera paralela a esta ingente labor de difusión de las obras y autores emblemáticos de los que, para decirlo con sus palabras, “pensaron a Cuba”, Eduardo ha desarrollado otra aventura intelectual no menos impresionante. Me refiero a la elaboración, diseño científico y artístico de los cursos “Cuba: el sueño de lo posible. Historia de la formación y liberación del pueblo y la nación cubanos” y “Los que pensaron a Cuba”, transmitidos con notable acierto por el Canal Educativo de la Televisión Cubana en el espacio Universidad para todos.

Otra pasión erudita, tan importante como las anteriores, ha sido su labor como promotor y director de significativos proyectos editoriales y revistas de historia y cultura cubanas. En el primer caso destaca las Ediciones Imagen Contemporánea, con un sólido y extenso catálogo de libros ya publicados, incluyendo los de la Colección de Clásicos Cubanos, y en el segundo su labor al frente de las revistas Debates americanos y Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. Asimismo ha sido promotor y participante en innumerables congresos, eventos, simposios, conferencias, talleres y espacios de reflexión y debate académico, de los cuales también han emergido valiosas obras, como las recogidas bajo el título de Memorias de la revolución.[7]

El eminente profesor de historia, pensamiento y cultura cubanos es seguidor y heredero de la gran tradición erudita de la historiografía en la Isla. Imagen: Tomada de Ecured

II

Antes de dedicarse por entero a la investigación historiográfica, la indagación filosófica ocupó una parte de los desvelos juveniles de Torres-Cuevas. Es por ello que el primer tomo que se consigna en su bibliografía activa es Antología del pensamiento medieval (1975),[8] obra de compilación con propósitos docentes, donde su joven autor y prologuista demuestra ya sus capacidades para la reflexión ideológica y el análisis de una zona muy influyente del pensamiento occidental, que luego serían muy útiles en su trayectoria futura, cuando analice a los pensadores cubanos de la Ilustración reformista criolla. Señalo aquí dos virtudes de aquel compendio, aparecido en pleno quinquenio gris de la cultura cubana: de un lado su alejamiento de cualquier dogmatismo y su apego a las fuentes originales para el estudio de la tradición escolástica; y del otro algo que todo historiador debe cultivar: la honradez de pensar por sí mismo.

Sigue a este libro la aparición de un extenso volumen que recopila un conjunto de textos sobre la esclavitud y su historia, de la autoría del intelectual bayamés José Antonio Saco.[9] En el enjundioso prólogo (escrito en colaboración con el también profesor Arturo Sorhegui) Torres-Cuevas expone dos de las grandes pasiones que lo han caracterizado en el oficio de historiador: explicar la trayectoria vital de un cubano ilustre del siglo XIX y analizar su compleja relación con el sistema de producción esclavista, que forjó una civilización material opulenta y anómala en las condiciones del capitalismo decimonónico, y cuya perversa condición fue una de las causas que retrasó en más de medio siglo la independencia insular. Como expresa en las palabras introductorias, la burguesía criolla “cual Prometeo caribeño, había robado el fuego y había quedado encadenada, en la mayor de las islas antillanas, con las cadenas de sus esclavos”.[10]

El personaje que da origen a este vademécum, el brillante y polémico abogado José Antonio Saco, es analizado en sus numerosos estudios sobre la servidumbre y en particular en su obra cumbre, la Historia de la esclavitud… La reivindicación de Saco como historiógrafo de la institución esclavista, se aborda como parte de la totalidad de su pensamiento político reformista, del cual el examen de aquella era una parte fundamental. Se trata entonces de comprender la complejidad del devenir político saquista con una visión holística de sus ideas, en cuyo universo es imposible obviar dos principios cardinales: “la historia para Saco fue una formidable arma política” y “Si su obra histórica fue profundamente política, su obra política es profundamente histórica”.[11] De la misma forma se introduce una reflexión de gran trascendencia epistémica en los estudios sobre el autor de Memoria sobre la vagancia en Cuba, y es lo referido a su reconocimiento como “nuestro primer historiador moderno; porque escribe desde y para su tiempo, con un claro sentido del valor social y político del quehacer histórico”.[12]

Si bien la figura de José Antonio Saco contaba ya con significativos estudios previos, como los realizados sobre diversos aspectos de su obra por Ramiro Guerra, Fernando Ortiz, Julio Le Riverend y Manuel Moreno Fraginals, es notable en este ensayo el acercamiento biográfico, el análisis detallado de su ideología y la interpretación cabal de su monumental obra historiográfica sobre la esclavitud, explicada desde la perspectiva clasista y sociológica: “que permite estudiar en toda su magnitud la coherencia lógica de su pensamiento, el más lógico y el más coherente de su tiempo, interrelacionado con su época, a la problemática que esta plantea”.[13]

Destacan, en sus más de tres decenas de libros publicados, sus profundas meditaciones y penetrantes juicios sobre asuntos medulares para entender la génesis de la nacionalidad y la nación en Cuba.

III

La Historia de la Universidad de La Habana, obra colectiva en dos tomos, desarrollada por Torres-Cuevas junto a los profesores Ana Cairo y Ramón de Armas, fue un homenaje al devenir de dicha casa de altos estudios, al cumplirse los 250 años de su fundación como Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana en 1728. A Torres-Cuevas correspondió la redacción de las dos primeras partes de la investigación, correspondientes al período de la universidad católica (1728-1842) y secularizada como Real y Literaria Universidad de La Habana (1842-1899), y también colaboró con de Armas en la escritura de la tercera parte, referida a la etapa de la república burguesa neocolonial.

Torres-Cuevas desglosa el período formativo de esta institución académica, y expone con acierto su carácter dual de Real y Pontificia; pero su indagación rebasa los aspectos fenoménicos de la corporación para hurgar en las motivaciones económicas y sociales de la sociedad criolla encaminadas a promover este tipo de enseñanza superior. En su opinión, fue precisamente el desarrollo económico alcanzado por el occidente insular en los finales del siglo XVII, lo que condicionó a los terratenientes y comerciantes habaneros “a encarar la necesidad ya apremiante de eliminar las deficiencias de carácter social y cultural, y en general espirituales, que se habían hecho demasiado ostensibles a lo largo de los siglos anteriores”.[14]

Asimismo expone los dilatados problemas derivados de los conflictos entre las órdenes religiosas, con un marcado acento criollo, y la jerarquía católica peninsular, lo que explica el interés de los dominicos por fundar una universidad, con la ayuda del cabildo de la ciudad y la contumaz oposición del obispo. De tal suerte “la fundación de la Universidad de La Habana fue un proyecto concebido por habaneros para habaneros, dentro del decursar de la pugna religiosa, y cuando su creación era una necesidad para estos”.[15]

El ensayista señala con justicia los avatares ideológicos y pedagógicos de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo, devenida bastión de la escolástica y sujeta a una rígida estructura de gobierno, lo que la llevó a cierto distanciamiento de los métodos progresistas de la cultura insular a finales del siglo XVIII; sin embargo, también pondera que en su seno se formaron hombres como el padre Caballero, Varela o Romay, los que “puestos en contacto con las nuevas ideas científicas y corrientes ideológicas de su época, promovieron cambios importantes en todos los campos del conocimiento de su tiempo (…) el mal no estaba en la calidad de los profesores sino en la inconmovible estructura de gobierno y en el sistema de enseñanza”.[16]

Esta obra colectiva fue un homenaje al devenir de la Universidad de La Habana, al cumplirse los 250 años de su fundación como Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo en 1728. Imagen: Tomada de Internet

Observa el historiador con agudeza cómo la transformación de la universidad dominica en una institución laica, proceso encabezado por la elite económica habanera, buscaba tanto la modernización de su obsoleta concepción académica, como restarle la posibilidad de convertirse en un escenario para realizar cambios sociales. En tal sentido apunta: “En las condiciones de la colonia, la laicización implicó un fuerte y sutil forcejeo entre los cubanos y los peninsulares residentes en la Isla”.[17] Esta lucha de intereses económicos e imaginarios culturales desembocó en una contradicción entre las autoridades coloniales rectoras de la universidad y su claustro mayoritariamente formado por maestros y doctores criollos, que la siguieron manteniendo “como una institución habanera dentro de la estructura de poder española”.[18] Tampoco debe olvidarse que allí se formaron varios de los prohombres de la nacionalidad cubana, y de su seno saldrían no pocos de los protagonistas de la insurrección anticolonial de 1868, entre ellos Rafael Morales y González, Luis Victoriano Betancourt, Antonio Zambrana, José María Aguirre y muchos otros.

IV

La historia de la esclavitud es retomada por Torres-Cuevas en un proyecto conjunto con Eusebio Reyes bajo el título de Esclavitud y Sociedad. Notas y documentos para la Historia de la esclavitud negra en Cuba,publicado en 1986, año del centenario de la abolición de la servidumbre en la Isla. Se trata de un valioso compendio de documentos relacionados con la esclavitud, desde sus orígenes hasta su abolición, precedidos de estudios introductorios en cada uno de los casos. El texto que introduce al volumen, titulado “Prolegómenos a la historia de la esclavitud en Cuba”, es de carácter conceptual y define las características de la esclavitud antillana en el contexto capitalista mundial, basado en gran parte en las ideas del marxismo originario sobre la cuestión.

En tal sentido se apunta que la plantación esclavista americana responde a una concepción del modo de producción capitalista y sus promotores constituyen “una burguesía esclavista sui generis por presentarse como anomalía del sistema capitalista de relaciones de producción”.[19] De lo anterior se desprende el corolario de que “la plantación y la esclavitud a ella asociada, no son más que medios de acumulación originaria correspondientes a la fase mercantil-manufacturera del capitalismo, pero nunca con la fase industrial (…) la plantación y su esclavitud no constituyen partes integrantes de la sociedad industrial capitalista, sino que son formas que adquiere el capital para capitalizarse en su fase de formación”.[20]

Luego se desarrollan los tópicos del despliegue esclavista en la Isla desde los tiempos de la conquista española, con su copioso instrumental legal y normativo de la condición servil, en su fase doméstico-patriarcal de explotación. La segunda parte explora los condicionamientos y el auge de la esclavitud plantacionista del siglo XIX, intensiva y masiva, lo cual modificó sustancialmente las dinámicas económicas, los patrones demográficos, las relaciones sociales, los imaginarios culturales y transformó también el paisaje natural de la Isla.

En la producción historiográfica de Torres-Cuevas encontramos una minuciosa exploración en las condiciones sociales, la lucha de imaginarios culturales y los avatares ideológicos del siglo XIX cubano.

Esta indagación reconfigura los territorios de la plantación esclavista cubana y los define en un conjunto de regiones o “países”, nomenclatura utilizada por Juan Pérez de la Riva, y en cada uno de ellos se reflejan sus condiciones naturales, las tradiciones culturales, la demografía y la fuerza de trabajo esclava. La región más dinámica y de mayor impacto de la plantación fue el “país de La Habana”, con una espectacular cifra de esclavos introducidos y un florecimiento sin precedentes de los ingenios azucareros. Una rápida descripción clasista de este escenario plantacionista nos muestra, en un extremo, a 500 familias habaneras formadas por hacendados y comerciantes, que explotan el trabajo de 60 000 esclavos en la plantación, 77 000 sitieros y estancieros y 24 000 esclavos domésticos.

Sin embargo, el historiador nos previene que estos dos polos opuestos no constituyen todo el tejido social, pues amplios y diversos sectores blancos, negros y mulatos urbanos dan a la sociedad cubana decimonónica ese carácter singular de “compleja amalgama de formas productivas interrelacionadas e interaccionadas entre sí (…) en la propia existencia de artesanos y otros tipos de trabajadores provenientes de los negros y mulatos libres y esclavos, así como la existencia de una masa de blancos sin empleo fijo, tendremos los gérmenes de la sociedad cubana posterior”.[21]

Otro elemento de gran importancia en este análisis de la sociedad esclavista cubana lo es la subversión de los valores y preceptos de la sociedad patriarcal. La plantación arrasó los bosques con la misma violencia que atacó las estructuras económicas semifeudales y generó una ideología burguesa anómala. En este contexto se redefinen conceptos y sentidos de pertenencia, como sucede con la complejización del sentido de patria y sus usos políticos y sociales, antecedentes del sentimiento de nacionalidad, y sus corolarios subjetivos expresados en el nacionalismo y el patriotismo.

En este sentido el investigador sugiere con gran agudeza que: “la historia de la nacionalidad cubana hasta 1868, es la historia de los sucesivos pasos que llevan al predominio de los elementos burgueses en el pensamiento cubano”.[22] Estos elementos, naturalmente, no fueron homogéneos ni actuaron de manera orgánica en todos los casos, pues en su magma ideológico encontramos figuras tan deslumbrantes y contradictorias como Arango, del Monte y Saco, junto a otras de parigual lucidez y maneras diferentes de enfrentar los dilemas cubanos como fueron Heredia, Luz y Varela. Asimismo se verificaron diferentes opciones políticas de los heterogéneos grupos, capas y sectores sociales para encontrar una salida a la dominación colonial.


Notas:

[1] Son esenciales en este sentido los trabajos contenidos en su libro En busca de la cubanidad, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2006, dos tomos.

[2] Véase al respecto: Historia del Pensamiento Cubano, vol. I “Formación y liberación del pensamiento cubano (1510-1867)” y vol. II “Del liberalismo esclavista al liberalismo abolicionista (1790-1867)”, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2006.

[3] Historia de la Iglesia Católica en Cuba. La iglesia en las patrias de los criollos     (1516-1789), Tomo I. (En colaboración con Edelberto Leiva Lajara), La Habana, Editorial Boloña, 2007.

[4] Historia de la masonería cubana. Seis ensayos, Tercera Edición, corregida y aumentada, La Habana, Imagen Contemporánea, 2013.

[5] Véanse los capítulos I al V de su libro Historia de Cuba. 1492-1898. Formación y liberación de la nación. (En colaboración con Oscar Loyola Vega), La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 2001.

[6] Véase: Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. La Colonia, evolución socioeconómica y formación nacional desde los orígenes hasta 1867, La Habana, Editora Política, 1994 (capítulos VII “La sociedad esclavista y sus contradicciones”; VIII “De la Ilustración reformista al reformismo liberal” y X “El debilitamiento de las relaciones sociales esclavistas. Del reformismo liberal a la Revolución independentista”).

[7] Memorias de la Revolución. (Coordinadores Enrique Oltuski, Héctor Rodríguez Llompart y Eduardo Torres-Cuevas; Introducción Eduardo Torres-Cuevas). La Habana, Editorial Imagen Contemporánea, 2008. Dos tomos.

[8] Antología del pensamiento medieval, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975.

[9] José Antonio Saco. Acerca de la esclavitud y su historia. (Selección e introducción de     Eduardo Torres-Cuevas y Arturo Sorhegui), La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1982. (Colección Palabra de Cuba)

[10] Ídem, p. 4.

[11] Ibídem.

[12] Ídem, pp. 4-5

[13] Ibídem. Una obra posterior sobre este mismo asunto es La polémica de la esclavitud. José Antonio Saco, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1984.

[14] Historia de la Universidad de La Habana. 1728-1929. (En colaboración con Ramón de Armas y Ana Cairo Ballester), La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1984, Volumen 1, p. 25.

[15] Ídem, p. 28.

[16] Ídem, p. 71.

[17] Ídem, p. 89.

[18] Ídem, p. 90.

[19] Esclavitud y Sociedad. Notas y documentos para la historia de la esclavitud negra en Cuba. (En colaboración con Eusebio Reyes Fernández), La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1986, p. 19.

[20] Ibídem.

[21] Ídem, p. 85.

[22] Ídem, p. 89.

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