V

La indagación en los padres fundadores de la nacionalidad cubana alcanza un momento de particular interés con la publicación, en 1990, de los Papeles del obispo Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, reproducidos luego en el volumen 4 de la Biblioteca de Clásicos Cubanos. Esta descollante personalidad de nuestra historia contaba ya con algunos acercamientos de valor a su biografía, como los realizados por Francisco González del Valle[1] y César García Pons[2], pero es con el enjundioso estudio introductorio de Torres-Cuevas a la papelería del prelado vasco, que se fijan con nitidez los conceptos esenciales de su trayectoria eclesiástica y social en la Isla. Para comenzar, Torres-Cuevas realiza una afirmación de enorme trascendencia para la cultura cubana del siglo XIX, y es cuando identifica a Espada como “el productor de esa corriente modernista e ilustrada, abiertamente antiesclavista, antifeudal, defensora de los pequeños productores, enemiga sin freno de la trata negrera [y] catalizadora del más importante movimiento cultural de toda la época colonial ―si excluimos el excepcional valor del movimiento independentista de finales del siglo XIX―”.[3]

Con el enjundioso estudio introductorio de Torres-Cuevas a la papelería del prelado vasco, se fijan con nitidez los conceptos esenciales de su trayectoria eclesiástica y social en la Isla. Imágenes: Tomadas de Internet

La apasionante figura del obispo Espada es valorada aquí como el gran sacerdote ilustrado, dotado de singular tenacidad y fuerza de carácter, que emprendió un ambicioso proyecto modernizador y de reforma social de la realidad insular. En tal sentido el historiador expresa: “No hubo en la historia eclesiástica de Cuba, ni antes ni después, quien librara una batalla tan desigual por el pueblo humilde. Ni tampoco, durante los primeros siglos quien, con un proyecto coherente y moderno, efectuara en la esfera cultural una obra de tal magnitud como la suya”.[4]

El extenso episcopado del dignatario vasco, de más de tres décadas, fue contemporáneo del momento de mayor auge de la plantación esclavista, un propósito también modernizador capitalista de las elites oligárquicas, que convertía a la Isla en una gigantesca fábrica de azúcar para el mercado mundial con mano de obra esclava. En esas durísimas circunstancias históricas desplegó Espada toda su inteligencia y talento para tratar de encontrar un equilibrio social sobre bases más justas, y además superar el oscurantismo intelectual heredado de seculares tradiciones feudales y escolásticas.

En este punto la empresa ilustrada del obispo alavés representaba una crítica social profunda a la ideología misma y a la estructura socioeconómica de la plantación. Quien impulsaba esta reforma era, en palabras de Torres-Cuevas, “un obispo con dotes de mando de un general, con la formación filosófico-política de un iluminista, con plena conciencia de sus objetivos y la capacidad comprensiva para vislumbrar los intereses de la isla de Cuba, cercenados por la mezquina óptica de la oligarquía y el poder colonial”.[5]

El ensayo demuestra cómo el favorable plan de reformas del obispo cruzaba transversalmente la sociedad cubana. Sus proyectos iluministas tocaban los más diversos ámbitos, desde el religioso y de las costumbres hasta el político, económico y social. En su frente interno, el de la Iglesia, promovió la modernización de los rituales y el adecentamiento de las prácticas religiosas, como lo demuestran su edicto de campanas o su mandato contra los matrimonios clandestinos, la condena a la superstición y la beatería, y la crítica a las costumbres disipadas y la corrupción del clero. En los asuntos mundanos, el obispo era contrario a la economía de plantación esclavista, a la trata y a la esclavitud misma como sujeto económico, y su proyecto de desarrollo agrícola concebía una reforma democratizadora de la tenencia de tierras bajo el influjo de las ideas fisiócratas.

El historiador destaca que uno de los mayores logros del obispo Juan José Díaz de Espada fue la promoción de un luminoso grupo de colaboradores y discípulos criollos, nucleados en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio.

Torres-Cuevas recorre los designios de carácter progresista contenidos en la construcción del Cementerio Universal de La Habana, que abolía la desfavorable práctica de los enterramientos en las iglesias y conventos; la reforma del sistema de asistencia social y beneficencia, que agrupó a la Casa de Beneficencia, la de Expósitos y la de Recogidas, e impulsó además la construcción de un asilo para dementes. Asimismo resalta cómo su accionar desde la Sociedad Económica de Amigos del País fue decisivo en la impulsión de numerosos proyectos que buscaban modernizar los presupuestos de la salud pública de la colonia, uno de cuyos mayores éxitos fue la introducción de la vacuna contra la viruela.

El historiador destaca que, junto con las numerosas empresas de índole educativa y cultural suscitadas por Espada, uno de sus mayores logros fue la promoción de un luminoso grupo de colaboradores y discípulos criollos, animados por la creencia común en el progreso ilustrado, nucleados en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. José Agustín Caballero, Juan Bernardo O’Gavan, Félix Varela, José Antonio Saco, Francisco Ruiz, Tomás Romay, Nicolás Escobedo y José Agustín Govantes son algunas de esas figuras ilustres que crecieron intelectualmente bajo la mirada protectora del obispo. Esta destacadísima presencia de Espada en los orígenes de la cultura cubana, promotor de una profunda reforma de los estudios filosóficos y científicos, demoledor del vetusto edificio de la escolástica criolla e impulsor de proyectos tan renovadores como la Academia de Pintura de San Alejandro o el Jardín Botánico de La Habana, hace exclamar a Torres-Cuevas estas vibrantes y justicieras palabras:

Hombre de una época difícil y convulsa, se puso al lado de los pobres y defendió las ideas más avanzadas de su época (…) En Cuba se preserva el recuerdo de la obra de Espada como el más brillante momento del catolicismo insular. Allí, en los orígenes mismos de la cultura cubana, está su mano, su obra, su pensamiento. Porque la primera expresión intelectual de esa cultura tiene la huella indeleble del vasco que durante 30 años vivió como cubano y sirvió a nuestra patria hasta que esta tierra cálida lo acogió en su seno. Hay hombres que son como su época, nacen y mueren sobre el lecho de un volcán.[6]

VI

Un proyecto de largo aliento en la producción historiográfica de Torres Cuevas fue el volumen Félix Varela. Los orígenes de la ciencia y conciencia cubanas, —aparecido en 1995, reimpreso en 1997 y con una segunda edición en 2002—. Esta es en mi opinión su obra maestra, y uno de los libros de historia intelectual más extraordinarios jamás escritos en Cuba. Es un volumen que dialoga y se enriquece en el tiempo con otros proyectos de inspiración vareliana, como sucede con la recopilación de las obras del sacerdote habanero tituladas Félix Varela. Obras. El que nos enseñó primero en pensar, publicadas en tres tomos en 1997, con introducción de Eduardo-Torres Cuevas e investigación, compilación y notas de Eduardo Torres-Cuevas, Jorge Ibarra y Mercedes García; las Memorias del Coloquio Internacional Félix Varela. Ética y anticipación del pensamiento de la emancipación cubana,celebrado en La Habana en 1997 y publicadas en forma de libro en 1999 o con el trabajo dedicado al presbítero titulado “De Félix Varela a la Historia me absolverá”, compilado en el volumen colectivo Dos siglos de pensamiento de liberación cubano,aparecido en 2003.

“Esta es en mi opinión su obra maestra, y uno de los libros de historia intelectual más extraordinarios jamás escritos en Cuba”.

De este modo Eduardo Torres-Cuevas se consolida como el más importante estudioso de la obra vareliana en los últimos 50 años, y sus contribuciones a su biografía intelectual y a la comprensión de su reflexión filosófica, científica y patriótica lo llevan a considerarlo el creador del pensamiento de la liberación cubana en las primeras décadas del siglo XIX. La exégesis vareliana de Torres-Cuevas, del mismo modo que había hecho antes con Saco y Espada, recorre tanto los avatares de su biografía individual como los complejos procesos sociales, económicos y políticos de su época histórica. Esboza con precisión sus años iniciáticos al lado del sacerdote irlandés Miguel O’Reilly, hombre de claro patriotismo y exquisita sensibilidad, cualidades que supo cultivar en el joven habanero. Destaca su importante etapa formativa en el Colegio de San Carlos y San Ambrosio, bajo la guía espiritual y docente del obispo Espada y de José Agustín Caballero. Los aires de renovación y reforma que Espada había introducido en el Seminario de San Carlos en todos sus espacios, educativos, filosóficos, científicos, y en las ideas sociales y políticas, hacen afirmar a Torres-Cuevas que fue Varela “fruto genuino, el más auténtico, de ese movimiento trascendental en la historia del pensamiento cubano y será, a la vez, su figura de mayor dimensión y más consecuente, aun en contra de las circunstancias”.[7]

Los dos grandes ámbitos de la gnoseología y la praxis de Félix Varela son analizados por separado en este libro. El primero se refiere a su período filosófico y el segundo a sus ideas políticas, aunque esta división es solo con el propósito de hacer inteligibles sus doctrinas, pues como demuestran las Lecciones de filosofía, en Varela ciencia y conciencia formaban un todo indivisible. El eclecticismo fue el método filosófico del sacerdote, aquel que tenía por norma la razón y la experiencia, permitiendo aprender de todas las escuelas sin adherirse con pertinacia a ninguna. Esta vía rechaza abiertamente la escolástica y asume que la autoridad de los Santos Padres en materia filosófica era la misma que la de los filósofos que ellos seguían. A la par de la reforma en la enseñanza de la filosofía, Varela se involucra en el estudio de las ideas políticas y ello lo conduce a impartir docencia sobre Derecho Constitucional. En resumen, nos dice Torres-Cuevas:

El sentido pedagógico que tuvo Varela para la enseñanza de la filosofía, puede considerarse uno de los rasgos más importantes de su obra. Las cosas más significativas que escribió en estas materias tenían por objetivo enseñar primero en pensar. Por ello rompió con todos los esquemas tradicionales de la pedagogía escolástica; por ello inició un método de enseñanza activa que expulsaba de su aula la rígida dogmática de una clase preconcebida, rígidamente estructurada y absurdamente impartida. En esto estuvo su triunfo.[8]

Torres-Cuevas transita con autoridad y elocuencia reflexiva por toda la producción filosófica del presbítero. En las Lecciones de Filosofía descubre la cumbre de la reflexión vareliana sobre temas docentes en dicha materia. En ellas se enseña la actitud del intelectual ante el conocimiento, con la verdad y la virtud como guías inseparables en la búsqueda de la sabiduría. La gnoseología expresada en sus páginas buscaba formar pensadores capaces de entender la naturaleza física y social, y actuar frente a ella con ademán científico pero también patriótico. En la Miscelánea filosófica se concentra lo esencial de su pensamiento especulativo y se incluye además la lección del patriotismo. La maduración de este ideario entronca con una visión humanista y redentora que lleva al historiador a afirmar que “los derechos del hombre, sublimados como derechos de la humanidad, y sobre todo, la elaboración que llevaron a cabo del ideal de libertad patria, constituyen el hallazgo político que dentro de la filosofía realiza Félix Varela”.[9]

Torres-Cuevas es el más importante estudioso de la obra vareliana en los últimos 50 años.

Otra meditación de gran hondura es la que conduce a la afirmación del carácter autóctono del pensamiento de Félix Varela. Esta autoctonía reconoce la fusión creadora de elementos culturales múltiples, la autenticidad de las ideas y el sedimento pedagógico de las mismas. Igualmente destacan su sentido de originalidad, utilidad y preferencia del bien social sobre el bien individual. Todo ello, en opinión del historiador, consolida una profunda conciencia de libertad para elegir en filosofía y también para defender lo que se piensa con una ética emancipadora. En Varela, nos dice Torres-Cuevas con claridad, la política tiene sus raíces más hondas en su reflexión ilustrada y liberadora, que se expresa de modo transparente en su defensa del patriotismo. Este sentimiento consiste en “el amor que tiene todo hombre al país en que ha nacido y el interés que toma en su prosperidad”.[10]

A lo largo del ensayo advertimos cómo Varela, iniciado en las lides políticas con la cátedra de constitución del Seminario y las prédicas de Espada, creció y maduró hacia concepciones mucho más avanzadas, de carácter emancipatorio, cuyos dos ejes fundamentales fueron las nociones de libertad y soberanía, las cuales eran incompatibles tanto con el despotismo colonial como con la servidumbre esclavista. En este sentido el pensamiento de Varela aspira al ejercicio pleno de las facultades del individuo, a la igualdad y al derecho soberano del pueblo para formar su gobierno. Torres-Cuevas explica, con elegancia metodológica, el sentido táctico y estratégico del pensamiento político vareliano, lo que permite superar la visión maniquea y reduccionista de un Varela sucesivamente reformista, autonomista, independentista y nuevamente reformista. El ensayista explora su quehacer como diputado a Cortes, sus batallas ideológicas contra la burguesía esclavista y su profunda fe en el mejoramiento de las condiciones políticas de su patria, en medio de las complejas realidades del liberalismo español. El regreso del absolutismo significó un golpe mortal para sus ideas, y lo obligó a vivir expatriado durante los últimos 30 años de su vida. En las páginas batalladoras de El Habanero y en las efusivas Cartas a Elpidio, dejó escrito su legado patriótico y moral a la juventud cubana.

En una excelente síntesis del pensamiento y la praxis política del eximio sacerdote habanero, Torres-Cuevas nos señala que su vida fue un estoico combatir, desde las ideas y los hechos, contra los límites de lo que era posible realizar en su tiempo y en sus circunstancias históricas concretas. No fue un romántico idealista, sino un convencido del cambio social, pero desde la perspectiva dialéctica de “hacer solo lo que es posible hacer” en cada momento:

Las concepciones políticas de Varela implicaron un corte epistemológico que trazó objetivos, estrategia, métodos y tácticas para remover los males sociales de su época y promover una sociedad verdaderamente cubana. En sus ideas, el pensamiento antiesclavista independentista cubano encuentra su pasado teórico. Varela siempre promovió estas ideas y ellas implicaban una concepción revolucionaria, aunque sus tácticas no siempre se correspondieran con ella. Si se observan sus distintas etapas se verá que solo dijo o hizo lo que pudo decir y hacer para lograr su objetivo.[11]

VII

La otra gran biografía intelectual de Torres-Cuevas fue consagrada al héroe epónimo de nuestras guerras de independencia: Antonio Maceo. Militar de brillantísima hoja de servicios y singular perspicacia política, como lo demostró en la protesta de Baraguá, el Maceo de Torres-Cuevas es ante todo un héroe cívico, un hombre de pensamiento e ideas muy avanzadas para su época, y uno de los símbolos más conspicuos de la emancipación cubana. En tal sentido, el título de la obra ―publicada en su versión original en 1995 y notablemente actualizada en su edición de 2012―, Antonio Maceo: las ideas que sostienen el arma, resulta revelador de los propósitos de Torres-Cuevas con este trabajo: “Esta no es una empresa biográfica del general Antonio; tampoco (…) el relato pormenorizado de los hechos brillantes de su vida”. En su lugar el historiador busca desentrañar “cómo se formó esa personalidad excepcional, el vasto sistema de ideas que dio luz a la Revolución cubana de 1868 ―continuada y profundizada en la del 95, y cuya presencia vino a impregnar todo el siglo XX cubano―, así como el conjunto ideológico que diera coherencia al pensamiento y la acción de Antonio Maceo”.[12]

Uno de los mayores aportes conceptuales de este libro es que Maceo aparece valorado sin visiones edulcoradas ni candorosas mitificaciones.

Desde tales presupuestos epistemológicos, el libro recorre la formación familiar e intelectual del joven Maceo, la manera en que influyó en la forja de su personalidad el contexto histórico-social de Santiago de Cuba a mediados del siglo XIX, y sobre todo la huella de sus padres y maestros. Desde muy temprano, el ámbito familiar fue decisivo en la formación de un carácter en el cual “la higiene, el vestir adecuado, el sentido de la dignidad, el orden en la vida, la disciplina, la rectitud elevada al extremo de no mentir bajo ningún concepto, y la obligación del trabajo son fundamentos que marcaron definitivamente la personalidad de Antonio Maceo”.[13]

En el plano ideológico, fue decisiva su relación con su padrino Asencio, quien lo inició en la fraternidad masónica y le instruyó en las concepciones políticas y sociales que animaban al Gran Oriente de Cuba y las Antillas (GOCA), una organización irregular masónica cuyos propósitos inspiraron a los hombres que iniciaron la Guerra de los Diez Años. El examen detallado de las ideas que animaban al GOCA revela sus profundas convicciones liberales, fraternales, igualitarias y patrióticas, expresadas según su fundador Vicente Antonio de Castro, como un sistema de “pedagogía social”. En ese fermento ideológico, donde se promovían los conceptos de ciencia, conciencia y virtud, y se llamaba a “pelear con las armas en la mano para defender la virtud, la inocencia o la patria”, se moldearon los ideales del que llegaría a ser el más importante paladín del oriente cubano.

Las representaciones sociales y políticas de los hombres del 68, con sus limitaciones y contradicciones, así como su gigantesca epopeya para liberar a Cuba del colonialismo español, ocupan valiosas páginas en este ensayo, encaminado a insertar dentro de este contexto libertario el pensamiento y la praxis política de Antonio Maceo. El “obrero de la libertad”, como lo llama Torres-Cuevas en una hermosa metáfora, combina el acendrado patriotismo con una rara inteligencia, modales afables y discretos, un ademán sereno y reflexivo, no exento de romanticismo ni delicadeza. Aquel guerrero portentoso, sobreviviente de innumerables combates y mortales heridas, gustaba de la poesía y rechazaba la vulgaridad, con la misma energía que castigaba la indisciplina o la traición. Sus principios éticos eran inflexibles y su sentir moral era parte inalienable de sus actos.

Con gran lucidez y tacto, el historiador introduce el tema racial en las circunstancias de las luchas que protagonizó el prócer. Nos dice que Maceo no solo luchó por la dignidad de todos los cubanos, por su progreso, justicia y felicidad, sino que también lo hizo por los hombres de su raza, colocados muchas veces en el último peldaño de la escala social, explotados y discriminados sin cuento, pero rechazó con fuerza la idea de que la independencia fuera puesta bajo la bandera indigna de una pretendida “guerra de razas”. Para el héroe de Baraguá, la idea de soberanía nacional era inalienable de la independencia absoluta de España; asimismo previó los peligros que significarían para la nación someterse a la civilización anglosajona y alertó contra la intervención militar estadounidense en los destinos de Cuba.

“Eduardo Torres-Cuevas ha sido un intelectual orgánico de su patria, un historiador prudente y reflexivo; un hombre comprometido con los mejores valores de su tiempo, un formador de generaciones y un cubano ejemplar”.

Contrariando a los que suponen en Maceo un ideario militarista a ultranza, el historiador dedica espacio al conocimiento de su concepción republicana, que expresaba un fuerte contenido democrático y popular; en su pensamiento político, la independencia abriría el camino para fines ulteriores más amplios de libertad y justicia. Uno de los mayores aportes conceptuales de este libro es que Maceo aparece valorado sin visiones edulcoradas ni candorosas mitificaciones, sino como lo que en realidad fue: un héroe popular de inmenso prestigio, un luchador infatigable por la libertad y soberanía plenas de Cuba, un adalid de los trabajadores, marginados y discriminados. Y algo tan esencial como lo anterior, que Torres-Cuevas revela con acierto utilizando el aparato conceptual gramsciano, es que Maceo fue un “intelectual orgánico de la Revolución cubana, que se convirtió en el primero de sus generales por ser, en lo más íntimo de su pensamiento, (…) un obrero de la libertad, un ciudadano que vistió el traje de guerrero”.[14]

Desde mi perspectiva de análisis, en estos breves apuntes dedicados a reseñar una parte de su extensa obra, Eduardo Torres-Cuevas ha sido también un intelectual orgánico de su patria, un historiador prudente y reflexivo; un hombre comprometido con los mejores valores de su tiempo, un formador de generaciones y un cubano ejemplar. Su trabajo quedará como un legado perdurable del mejor quehacer historiográfico cubano y patrimonio de nuestra cultura. Su vocación humanista y enciclopedista iluminará a nuevos historiadores y científicos sociales, en el largo y maravilloso camino de pensar la historia de Cuba.


Notas:

[1] Francisco González del Valle, El obispo Espada, La Habana, Archipiélago, 1928.

[2] Cesar García Pons, El obispo Espada y su influencia en la cultura cubana, La Habana, Ministerio de Educación, 1951.

[3] Obispo de Espada. Papeles. (Ensayo introductorio, selección y notas Eduardo Torres-Cuevas). La Habana, Ediciones Imagen Contemporánea, 1999, pp. 2-3.

[4] Ídem, p. 3.

[5] ídem, p. 27.

[6] ídem, p. 134.

[7] Félix Varela. Los orígenes de la ciencia y conciencia cubanas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997, p. 105.

[8] ídem, p. 147.

[9] ídem, p. 155.

[10] Ídem, p. 242.

[11] Ídem, p. 369.

[12] Antonio Maceo. Las ideas que sostienen el arma, segunda edición, corregida y aumentada, La Habana, Ediciones Imagen Contemporánea, 2012, p. 1.

[13] Ídem, p. 25.

[14] Ídem, p. 205.

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