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Acostumbrados a leer que los siglos de la Edad Media en Europa fueron oscuros, y de recibir imágenes de esa época representadas con poca luz —quizás porque aún no se usaba la energía eléctrica para producirla—, muchos creen todavía que esa etapa se caracterizó por su oscuridad y pobreza desde el punto de vista del color y de las técnicas desarrolladas en las artes visuales, carencias extendidas al pensamiento filosófico, la literatura, la música, la escena o la arquitectura.

Aunque el Medioevo europeo transcurrió en ambientes poco iluminados, cabañas oscuras, monasterios y castillos alumbrados por velas y antorchas, y calles inseguras y sombrías, la pintura y la escultura europeas entre el siglo v y el xv, y también la literatura y la filosofía —sobre todo la poesía y la narrativa, los relatos de batallas, la vida en las cortes y los textos relacionados con el pensamiento, la religión y su comunicación con Dios—, la música, la arquitectura, las tradiciones orales… se caracterizaron por su creatividad, el desarrollo significativo de sus discursos con la llegada de nuevas formas con las cuales se continuó asumiendo la belleza del pasado y proyectándose hacia un futuro en interconexión con otras culturas fuera de Europa.

El estudio consciente del uso de la luz, el descubrimiento del empleo de colores puros —rojo, azul, blanco, verde, dorado y plateado, sin muchos matices ni claroscuros— y ciertas habilidades técnicas en las artes visuales; el desarrollo de la escritura, todavía en manuscritos o libros miniados; los debates entre fe y razón, lo universal y lo singular, naturaleza y existencia divina, límites del conocimiento y de la libertad…; las desafiantes construcciones que buscaban la luz; el mundo sonoro de las iglesias e instituciones eclesiásticas, así como de los círculos aristocráticos y las tradiciones de la música popular, y propuestas del teatro y la danza, no deben desconocerse.

El mundo en Europa se reordenó después del fracaso de los imperios antiguos, entre la derrota del Imperio Romano de Occidente en el siglo v —se ha tomado el año 476, con la capitulación del último emperador romano—, hasta el del Oriente en 1453, con la caída de Constantinopla, conquistada por el Imperio Otomano. Las costumbres y hábitos de los vándalos, los francos, los sajones, los godos, los hunos…, que vencieron al Imperio Romano de Occidente, fueron dominando porque demostraron mejores armas, y, además, por vicios, ineficiencias, mercenarismo, divisiones, corrupción… de los romanos. Los bárbaros vencedores impusieron su belleza.

Los bárbaros que vencieron a los romanos impusieron su belleza. Foto: Tomada de romaimperial.com

Los idiomas plebeyos e “impuros” se preferían al latín, incluso este último se modificaba en los monasterios. Los estudios superiores cambiaron, se organizaron de diferentes maneras y se comenzó a enseñar de forma “universal” en las “universidades”. Marciano Capella, escritor romano del siglo v, influyó en la división de las llamadas “artes liberales” para constituir los estudios superiores, el curriculum, a partir del Trivium y el Quadrivium. El Trivium o tres caminos del conocimiento agrupaba las disciplinas de la Elocuencia: la Gramática, que ayudaba a comprender el discurso; la Dialéctica, que contribuía a la búsqueda de la verdad, y la Retórica, que coloreaba las palabras. El Quadrivium o cuatro vías congregaba los órdenes relacionados con la Matemática: la Aritmética, para el análisis de los números; la Geometría, para el espacio y el estudio de los ángulos; la Astronomía, para los astros y el universo, y la Música, para los cantos y el mundo sonoro agradable.

“La belleza medieval europea, especialmente en la filosofía (…) y la literatura, se estableció bajo la regencia directa de la Iglesia”. Foto: Tomada de Internet

La belleza medieval europea, especialmente en la filosofía —de importancia decisiva para instituir el conocimiento— y la literatura, se estableció bajo la regencia directa de la Iglesia. La gran mayoría de los textos de este período fueron religiosos o sagrados, tanto los más profundos como los menos, los más específicos y los generales, algunos de ellos, anónimos. Unos fueron muy reconocidos y divulgados, considerados clásicos, entre estos los debidos a los “padres de la Iglesia”; otros, promovidos con posterioridad como los litúrgicos y paralitúrgicos, los hagiográficos, y unos cuantos, desconocidos y ocultados. Paralelamente se desarrollaba una producción profana de cantares de gesta, mesteres de juglaría, poemas hímnicos, breves narraciones, novelas caballerescas, mitologías… Todo ello iría conformando la literatura. No pocos volúmenes filosóficos y literarios quedaron “en las oscuras manos del olvido”, por alguna que otra conveniencia, o mejor, inconveniencia, de la Iglesia.

“No pocos volúmenes filosóficos y literarios quedaron ‘en las oscuras manos del olvido’, por alguna que otra conveniencia, o mejor, inconveniencia, de la Iglesia”.

Los primeros padres de la Iglesia desarrollaron su labor apologética en defensa del cristianismo adoptado por el Imperio Romano, para unificar y dar coherencia al sistema, en lo que se ha llamado patrística, del siglo i al viii, en una larga preparación para asumir la nueva ideología. A partir de esta, y hasta el xii, se incuba la escolástica, que madura en la centuria posterior y comienza su decadencia en el xiv, cuando una vez agotada en la praxis despunta otro pensamiento para mantener el dominio eclesiástico. La mística recorrió no solo al cristianismo, el islamismo y el judaísmo, sino también el zoroastrismo, el hinduismo y el budismo en otras zonas del planeta.

En la transición de las filosofías europeas más antiguas, todavía muy apegadas al interés romano, se distinguieron, entre otros antecesores, Séneca —4 a.n.e.-65 d.n.e—, Tertuliano —155-222— y Plotino —204-270—. Séneca fue un escritor nacido en Córdoba, representante del estoicismo, cuya filosofía tiene componentes de Platón y Pitágoras; su obra se concentra en “consolaciones”, diálogos y tragedias; Nerón lo acusó de traidor y se suicidó. Tertuliano, nacido en Cartago, fue un gran polemista y activista, reactivador de las comunidades cristianas. A Plotino, fundador egipcio del neoplatonismo y el que mejor avizoró los nuevos tiempos cristianos, se deben las Enéadas, dedicadas a razonar sobre la moral, la cosmología, el tiempo, la naturaleza y los gnósticos; también disertó sobre el alma, la inteligencia, las ideas y el ser, y expuso las relaciones entre ética y belleza. Estos fueron los antecedentes antiguos del nuevo pensamiento filosófico que maduró en Europa.

En el tránsito a una definitiva ideología cristiana de occidente en la Edad Media debe mencionarse en primer lugar a San Agustín de Hipona —354-430—, nacido en Tagaste, hoy Argelia, quien no temió afirmar que el cristianismo es una nueva forma de doctrina socrática. Escribió sus Confesiones —trece textos autobiográficos que datan de 397 y 398, sobre su juventud pecadora—, un pormenorizado razonamiento que llevaba arrepentimiento; las Retractaciones, que constituyen un sincero examen de conciencia, y una de las obras capitales de todos los tiempos: La ciudad de Dios, la más brillante de las apologéticas del cristianismo, en 22 libros —412-426—, en que contrasta la ciudad celestial con la pagana. Constituye uno de los textos esenciales para entender el espíritu de la Edad Media y resulta fundacional para la doctrina cristiana. Algunas de sus frases han quedado para siempre: “el amor es una perla preciosa que, si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, y si se posee, sobra todo lo demás”. Con el amor como bandera, San Agustín llegó a admitir el uso de la fuerza del Estado para imponer las creencias cristianas, es decir, su amor.

San Agustín (354-430) escribió que “el amor es una perla preciosa que, si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, y si se posee, sobra todo lo demás”. Cuadro de Philippe de Champaigne, 1650. Foto: Tomada de Internet

Boecio —470/480-524/525— concilió la nueva fe cristiana siguiendo la tradición de Platón e inició dentro de la apología del cristianismo una ideología fundamental para la Iglesia sobre la eternidad, muy provechosa para hacer prevalecer la doctrina. Si bien en sus primeras producciones recorre caminos incompatibles como fe y razón, su legado más famoso, Consolación de la Filosofía —escrito durante los últimos años de su vida, cuando en prisión esperaba su enjuiciamiento y posterior ejecución—, expone y explica mediante un diálogo con la propia Filosofía —personaje alegórico femenino que se le aparece— las recompensas de los malvados y los sufrimientos de los justos ante el destino. Sus estudios musicales sirvieron de base para el gran desarrollo de esta disciplina en Europa.

Juan Escoto Erígena —810-877—, con obras que posteriormente se interpretaron por la Iglesia Católica como panteísmo, y por eso fueron recogidas para ser quemadas, aportó un importante horizonte a partir de traducciones de libros de teólogos bizantinos y orientales. La predestinación, la división de la naturaleza y la jerarquía celeste fueron sus temas fundamentales.

Contribuyeron decididamente a establecer la madurez de la escolástica cristiana en Europa, entre otros filósofos, San Anselmo de Aosta, llamado también Anselmo de Canterbury —1033-1109—; Pedro Abelardo —1079-1142—, y los más famosos: Santo Tomás de Aquino —1225-1274— y Guillermo de Occam —1280-1349—. San Anselmo fue teólogo, monje benedictino y maestro en un monasterio, antes de ser nombrado arzobispo en Canterbury; buscaba en la fe inteligencia —“No pretendo entender para creer, sino que creo para entender”—, y su De Grammatico se considera una de las primeras obras de semántica o filosofía del lenguaje; otras, como Monologion o “soliloquio” y Proslogion o “discurso”, presentan los argumentos típicos medievales sobre la existencia de Dios, que sirvieron a la Iglesia para aumentar su poder. Pedro Abelardo inaugura uno de los temas más debatidos de la escolástica: las relaciones entre lo universal y lo individual.

Santo Tomás de Aquino (1225-1274), autor de la Summa theologiae, fue el principal teólogo de la escolástica medieval. Foto: Tomada de La Nación

Santo Tomás de Aquino fue el principal teólogo de la escolástica medieval. Educado en Nápoles, ingresó en los dominicos y se inició como profesor en París. Su Summa theologiae (1265-1274) es considerada el tratado más relevante de la escolástica, aunque haya quedado inconcluso. Apoyado en Aristóteles y San Agustín, sintetizó sus teorías en doctrinas muy útiles para el cristianismo de la Iglesia, y argumentó con éxito las polémicas entre razón y fe, y entre filosofía y teología; definió al ser humano como mezcla de cuerpo y alma; aportó nociones sobre el Estado y el surgimiento de la política como ciencia, justificando en teoría el poder de la ley a favor del bien común.

En relación con el arte, Santo Tomás afirmaba que para que se realice la belleza son necesarios tres elementos: la proporción, la integridad y la claritas. Los dos primeros conceptos se heredaron de la Antigüedad y se desarrollaron en este período, pero se incorporaron la claridad y los efectos del esplendor. Incitó a provocar matices por la elementalidad de colores usados, pues solo se pretendía jugar con zonas cromáticas y tonos fríos como el lila, el llamado verde glauco, el amarillo arenoso, el blanco purísimo, el azuloso celeste… Además, el uso de luz o claridad poseía un significado más allá de la pintura, pues venía del cielo e iluminaba el pensamiento. Se convirtió en símbolo.

“En relación con el arte, Santo Tomás afirmaba que para que se realice la belleza son necesarios tres elementos: la proporción, la integridad y la claritas (…) el uso de luz o claridad poseía un significado más allá de la pintura, pues venía del cielo e iluminaba el pensamiento”. Foto: Tomada de Internet

Guillermo de Occam recibió gran influencia de Juan Duns Escoto —1265-1284—, filósofo franciscano escocés y crítico de Santo Tomás de Aquino, quien posteriormente se consideró el principal opositor del tomismo de los dominicos. De Occam —cuya libertad filosófica inspiró el personaje de Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa, de Umberto Eco— es el representante principal del nominalismo; tuvo que responder ante la curia papal por acusaciones de herejía y estuvo bajo arresto domiciliario. Protegido por el emperador de Baviera en medio de la “guerra de la pobreza”, fue excomulgado, pero no condenado, y posteriormente rehabilitado; su filosofía se basaba en un empirismo epistemológico que desechaba todo lo abstracto y sus entidades ocultas.

Gracias a Guillermo de Occam, “(…) la belleza filosófica europea, situada en la abstracción sideral, se fue trasladando hacia un espacio más cercano a la tierra y al ser humano”. Foto: Tomada de Internet

En Summa logicae Guillermo de Occam expuso mediante signos lingüísticos la posibilidad de declararse universal, pues cada quien representa una pluralidad de individuos en sí mismo. Con esta teoría del conocimiento intuitiva y personal, rechazó los argumentos de la existencia de Dios planteados por los anteriores teólogos, asegurando que Dios es conocido de manera intuitiva. Contribuyó al desarrollo de las ideas constitucionales que ayudaron al desenvolvimiento de los principios liberales. Estos razonamientos comenzaron a marcar el final de la escolástica, pues fracturaban el poder absoluto sobre los seres humanos. La belleza filosófica europea, situada en la abstracción sideral, se fue trasladando hacia un espacio más cercano a la tierra y al ser humano.

Las órdenes religiosas de Europa surgieron en la Edad Media como propósito de sus comunidades para alcanzar su fin religioso con una vida en común. Pueden mencionarse la fundada por San Francisco de Asís, que instituyó la orden mendicante de los franciscanos en 1209, una segunda orden con las Hermanas Clarisas Pobres —con la colaboración de Santa Clara de Asís—, y otra tercera orden seglar, bajo la autoridad de la Iglesia. La orden de predicadores dominicos surgió como orden mendicante de la Iglesia fundada por Domingo de Guzmán en Toulouse, bajo la cruzada albigense francesa en 1211, por iniciativa del papa Inocencio III, confirmada en 1216 por el papa Honorio III. Otras posteriores ratifican la complejidad a que había llegado la estructura eclesiástica medieval.

La mística o la experiencia de lo arcano en la religiosidad, lo mismo se expresaba en religiones monoteístas como el zoroastrismo, el judaísmo, el cristianismo o el islamismo, que en otras politeístas como el hinduismo, o las basadas en su propia filosofía como el budismo, e incluso, en las llamadas despectivamente, “animistas”. El cristianismo europeo, en el tránsito entre la Edad Media y el Renacimiento, asumió la mística con fervor; un filósofo representativo fue Nicolás de Cusa —1401-1464—, conciliador entre las iglesias católicas y ortodoxas, antiaristotélico y antiescolástico, quien introdujo el concepto de “coincidencia de opuestos”, identificado en la figura de Dios. Estuvo entre los primeros en cuestionar el modelo geocéntrico del universo; su “docta ignorancia” dio paso a unas primeras reformas que iniciaron un cambio en las ciencias.

“La belleza del pensamiento religioso de Europa en la Edad Media está incompleta si no se consideran los significativos aportes de las culturas árabe y judía que gravitaron en su desarrollo desde los primeros momentos”.

La belleza del pensamiento religioso de Europa en la Edad Media está incompleta si no se consideran los significativos aportes de las culturas árabe y judía que gravitaron en su desarrollo desde los primeros momentos. Padres de la Iglesia y teólogos cristianos se desenvolvieron en sociedades con el influjo de las complejas ideologías religiosas de Asia Menor y del Magreb, muy influyentes en Europa. La llamada “cultura normando-árabe-bizantina”, bajo la confluencia de la cultura siciliana y del sur de Italia durante el período de la conquista normanda entre 1040 y 1189, y la cultura árabe y bizantina establecida allí entre los siglos vi y xi, dejaron una huella definitiva en todo el continente; ni hablar de la convivencia árabe en la península ibérica, que otorgó un importante legado a toda Europa, un ejemplo de lo cual es la Escuela de Traductores de Toledo, que desde el siglo xiii intercambiaba textos con diversas universidades europeas.

Dos grandes filósofos árabes bastan para confirmar el peso de esta cultura en el pensamiento filosófico europeo: Avicena —980-1037— y Averroes —1126-1198—. Avicena, musulmán nacido en Persia, es autor de cerca de 300 libros sobre filosofía, medicina y otras disciplinas; su obra enciclopédica es una de las mayores que se hayan escrito y colocó a la razón por encima de todo, porque se trataba de un llamado de Alá para encontrar la perfección. Averroes, también filósofo y médico nacido en el califato de Córdoba, formuló una doctrina del conocimiento en que dividió el intelecto entre receptivo y agente; su Refutación de la refutación dejó una marca significativa en varios filósofos europeos.

Maimónides (1138-1204) estableció las bases para interpretar el judaísmo en términos filosóficos. Foto: Tomada de Córdoba24

Judíos como Maimónides —1138-1204—, médico rabino de al-Ándalus y autor de Guía de los perplejos —escrita hacia 1190 y traducida años después al hebreo—, estableció las bases para interpretar el judaísmo en términos filosóficos, en una obra que recopila materias religiosas y normas para honrar la vida judía; aquí se concilia fe y razón como aceptación de escrituras religiosas y verdades racionales; este texto tuvo una versión miniaturista realizada por Jaume Ferrer Basa, pintor de la corte de Aragón. Rashi —1140-1105—, nacido en Francia, donde también murió, comentó la Biblia, el Talmud, la Torá, el Tanaj… a tal punto que su erudición le permitió convertirse en uno de los mayores expertos de la lengua hebrea y dejar la “escritura Rashi”, con gran influencia en teólogos posteriores, como Martin Lutero.

Continuará…

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