“A dónde va la isla (…) con sus convulsivos hombres de neón”.
Lionel Valdivia Aguilar

“(…) Deja que los cuerpos se encuentren,
déjalos que se comuniquen sordamente sus secretos”.
Antonio Orlando Rodríguez

Yo quise dibujar su cuerpo,

era entonces una propuesta simple,

más allá de su corazón de espejos.

En un cuarto de hotel de provincia,

parecido a una pradera de soledades,

grafiti de lenguaje sucio sobre la pintura enmohecida,

luz difusa en los apliques de pared

y el techo húmedo que simulaba sostenerse

en esa sola noche,

semejante a cualquier noche en el mundo.

A veces piensas salvarte si no mides el tiempo

que se esfuma y ves ante ti un cuerpo depilado

como el celuloide,

con esa pátina de ángel que transgrede en vertical,

piel de vellocino que cubre a la bestia calculadora

del deseo.

Cuerpo desnudo que el grafito no logra atrapar

más allá del espacio en blanco y los propósitos.

Detrás de aquella puerta el tramoyista

movía los hilos salobres al placer,

su sexo se hizo abarcador, contemplativo

a cámara lenta,

tangible el lado seductor de las formas,

expuestas a plena lubricidad como un

Mercado.

La belleza es ese país desmesurado de los sentidos,

y aún sometidos somos conscientes de su poder,

magnetismo con que Dios creó sus “ángeles terrenales”

y demarcó con ellos la cuerda emocional

del orden y el caos.

El flacheo de mis ojos ante la belleza,

más que dibujarla apetecía modelar su materia,

A oler a contrapelo la tesitura de durazno,

quiero decir; tener entre mis dedos su corazón

de “instantes”,

ilusorio como un filme de Almodóvar o Buñuel.

Desde su pubis rasurado el tatuaje de un ángel

se abría de alas,

“mientras pienso la vida que no viviré en este sitio” , [1]

donde solo quedará un leve olor a agua de lavanda.

Agua que voy palpando en el ámbito de su pez,

reciclada para todos, de todos;

los que puedan abonar en su mano abierta

el valor de su precio.


Notas:

[1]  Isaily Pérez González