“La biblioteca nunca cierra”

Víctor Fowler
1/10/2019

Comencé a trabajar en la Biblioteca Nacional José Martí en el año 1989. Llegué como especialista de un departamento que ya no existe, un Departamento extraordinario que tenía como nombre “Información para la Cultura y las Artes”. Gracias al intenso trabajo de canje que la institución desarrollaba con otros países, al lugar llegaban numerosas publicaciones periódicas, varias decenas, y estas en diversos idiomas. El Departamento de Información para la Cultura y las Artes se ocupaba de procesar esta marea de información, realizar traducciones del enorme material y ponerla a disposición de los usuarios. Tan generosa era la concepción del servicio que incluso le era posible a uno de estos solicitar el resumen de lectura o la traducción de algún texto breve que necesitase para completar una investigación.

Biblioteca Nacional José Martí. Foto: Internet

No era posible sospechar siquiera que en escasos meses nos íbamos a precipitar al interior del momento más duro de la economía cubana, pero lo que sí resultaba evidente, desde inicios de la década, era que un país con grandes planes de desarrollo no podría cumplir sus metas sin la participación decisiva del sistema de bibliotecas públicas. La traducción y circulación de documentación actualizada sobre el arte y la cultura —estoy hablando del momento exacto cuando estaba a punto de dar inicio la gran revolución de la informática contemporánea— se presentaba como una necesidad imperiosa; por eso aquel departamento contaba con especialistas capaces de asumir dichas tareas, además de nuestro común idioma español, en inglés, francés, portugués y ruso.

Foto: Tomada de radiosantacruz.icrt.cu

No pasó mucho tiempo y fui colocado en la Subdirección Metodológica de la Biblioteca, lugar donde era yo el más joven. Aunque recuerdo a todos mis compañeros y de todos aprendí, en especial de mis jefas directas, Sarah Escobar y Luisa Pedroso; mi verdadera profundización y apertura hacia las complejidades de la profesión tuvo su inicio cuando pasé a trabajar como especialista en el Programa Nacional de Promoción de la Lectura. En el Programa, apenas una sombra de la mítica Campaña por la Lectura liderada por Raúl Ferrer en 1984, recibí órdenes de la Dra. Marta Terry, Directora de la Biblioteca Nacional y a quien considero, de entre todos los jefes que hasta hoy he tenido, con quien sostuve la relación más compleja, interesante, tensa, difícil, desafiante y enriquecedora desde el punto de vista intelectual. Sin que el orden en que las reproduzco signifique preferencia o relevancia, voy a enumerar unas pocas de las muchas lecciones que de ella recibí y que, más allá del universo bibliotecario, son válidas lo mismo para instituciones culturales que de enseñanza:

Esto que he identificado como “lecciones” no son citas textuales, sino muy concentrados resúmenes que abarcan largas conversaciones acerca de la profesión del bibliotecario y del promotor cultural. Gocé del privilegio de tener el plan de trabajo más envidiable que cualquiera pueda soñar: leer, pensar y organizar las actividades que me pareciera que podían contribuir a desarrollar la profesión bibliotecaria en el país. Me complace recordar que, como promotor de lecturas, organicé conferencias sobre ciencia, lecturas de poetas, recitales de música, exposiciones de artes plásticas, encuentros sobre la profesión, coloquios sobre grandes escritores, cursos para promotores jóvenes e incluso escribí, y fue publicado por la Biblioteca Nacional, un pequeño libro sobre promoción de la lectura.

La biblioteca sigue siendo mi espacio mágico favorito. Ojalá todo aquello que aprendí, inspire a otros.

Foto: Arelys María Echevarría Rodríguez, tomado de ACN

Post-data.

Rastreando en Internet he encontrado un pequeño documento que contiene datos sobre la Biblioteca Nacional de Leningrado, institución cultural extraordinaria de esta ciudad que vivió 900 días de bloqueo por las tropas nazis. Titulado The Years of the Greatg Patriotic War (1941-1945) (http://nlr.ru/eng/nlr/history/), es parte de un artículo escrito para servir de introducción a un sitio web dedicado a la biblioteca en cuestión donde se explica que los libros más valiosos fueron evacuados y que varias de las salas fueron movidas hacia los pisos bajos de la edificación para protegerlas de los bombardeos. Las estadísticas, por su parte, muestran que durante los casi tres años de bloqueo hicieron uso de los libros de la biblioteca 9 229 lectores (unos 10 diarios), cifra que suma 42 597 para toda la guerra. Un dato especialmente interesante es el que indica que en el invierno de 1941-1942 fueron prestados a hospitales y unidades militares más de 10, 0000 libros.

Elena Phillipovna Egorenko, directora de la institución por entonces, narró la siguiente historia extraordinaria: cuando la electricidad se vio afectada, se alumbraron con lámparas; cuando no hubo combustible para las lámparas, se alumbraron con velas; cuando desapareció el abastecimiento de velas, un libro del siglo XVI les enseñó cómo hacerlas; cuando incluso los materiales para esto dejaron de existir, “tuvimos que retroceder al siglo X y solamente en esos tiempos encontramos una fórmula para hacer velas con los materiales que sí podíamos encontrar”. (Smith: 1948, p. 45)

Hemos llegado a la poesía.

Bibliografía:
Smith, Jessica: People come first. New York: International Publishers, 1948, p.45.
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