Cuando en 1997 Rita Longa visitó la ciudad de Sancti Spíritus en calidad de presidenta del Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria y Ambiental, quedó sorprendida ante la cantidad de murales valiosos que poseía. Según el periodista Enrique Ojito, quien le dedicara un artículo en la página digital del periódico Escambray en 2018: “Venía a poner las cartas sobre la mesa: la provincia semejaba una isla en tierra firme. En La Habana no se sabía nada o casi nada acerca de la creación en las artes plásticas nacida en este pedazo de Cuba; al parecer, las instituciones espirituanas responsabilizadas con ello practicaban el autonomismo cultural”. Fue ella quien comentaría después de recorrer los distintos espacios urbanos que Sancti Spíritus podría convertirse en la ciudad de los murales.

“La muralística espirituana posee rasgos muy particulares al no responder a un movimiento o tendencia homogénea ideoestética que la cualifique”.

Tal afirmación fue tomada al pie de la letra poco tiempo después, cuando el escritor Esbértido Rosendi Cancio asumió el Consejo Provincial de las Artes Plásticas. Se desplegó la propaganda inicial para fomentar la idea, incluso elaboré un texto donde resumí las bondades de tal proyecto. Una de las acciones promocionales más inmediatas fue la convocatoria a un evento nacional sobre muralismo. Pero el entusiasmo duró poco, porque como afirma Ojito, “la sugerencia de la escultora cubana Rita Longa quedó presa de la desidia institucional con el paso del tiempo, y al final perdieron Sancti Spíritus y su gente”.

Debido a una increíble miopía política por parte de los decisores locales, no se pudo identificar nacional e internacionalmente a la ciudad espirituana por sus murales, como sí se reconocen a Matanzas como la Ciudad de los Puentes; Holguín, la Ciudad de los Parques, o Las Tunas, la Ciudad de las Esculturas. Un tanto igual ocurre con el proyecto de escultura monumentaria presentado por el artista de las artes visuales Félix Madrigal sobre el Mayor General Serafín Sánchez Valdivia en el parque que lleva su nombre, el cual, por tecnicismos infundados, espera su aprobación final hace unas dos décadas./p>

Este año se cumple el aniversario 30 de la desaparición física de Heriberto Manero Alfert (Sagua la Grande, 1946 – La Habana, 1991), precursor de ese gran movimiento monumentario espirituano. Debemos recordarlo como el artista siempre entusiasta e interesado en el desarrollo de la cultura de la localidad a través de murales y pinturas de caballete que prácticamente donó al gobierno provincial cuando fuera invitado por las autoridades del momento a desplegar toda su energía artística en el territorio. Ante tan importante aniversario se puede intentar historiar por qué Sancti Spíritus merece el calificativo de Ciudad de los Murales.

Obra de Heriberto Manero. Fotos: Hugo Yasser y cortesía del autor

Se sabe por estudios de campo realizados que Sancti Spíritus desarrolló durante el período colonial una fuerte tradición muralística, fundamentalmente en interiores de casas domésticas. Como constante morfológica se reiteraban los motivos geométricos y elementos de la flora cubana. En la etapa republicana la tradición se fue extinguiendo hasta desaparecer; no es hasta la década del 80 que resurge en la ciudad, pero sin puntos de contacto con la tradición anterior, cuyas técnicas al falso fresco y concomitantes privados inclinados hacia estereotipos morfológicos la alejaban de las nuevas propuestas ideoestéticas creadas en espacios públicos.

Al entrar en Sancti Spíritus, Heriberto Manero se encontró con la ausencia de murales en espacios públicos. Durante aproximadamente dos años de estancia, emprendió una intensa labor muralística. En breve tiempo se convirtió en excelente animador cultural. Despertaba la sensibilidad artística de quienes lo rodeaban y creó un equipo de albañiles y técnicos de la construcción para ejecutar sus proyectos. Él creía firmemente que a todas las personas, por muy sencillas que fueran o sin inclinaciones artísticas, podía despertárseles el duende de la creación cuando se les comprometía a pie de obra. Sin interés personal, logró convencer a los principales funcionarios del gobierno para iniciar el rescate de espacios públicos necesitados de tratamiento artístico. Nunca solicitó remuneración económica por la inmensa labor que desplegó en el contexto espirituano.

Como no conocía de la existencia de una tradición muralística espirituana fenecida con la república burguesa, el creador villaclareño ejecutó obras desde su propia experiencia personal acumulada durante una década. Con anterioridad había creado murales pictóricos en la Universidad Central de Las Villas, el vestíbulo del inmueble que ocupa la revista Bohemia, la Empresa Industrial Productora de Electrodomésticos y el tecnológico Andre Voisin, estos dos últimos ubicados en la ciudad de Santa Clara.

La década del 80 fue propicia para el desarrollo urbano de la ciudad luego de la nueva división político-administrativa que le otorgó el rango de provincia a Sancti Spíritus. La primera obra capital del artista se construyó en la sede del gobierno de la provincia; proyecto realizado por el arquitecto Roberto Villocht, quien aplica por vez primera en la localidad el concepto del diseño mobiliario e inmobiliario desde una perspectiva orgánica. Acorde a esas exigencias, Manero diseña los murales interiores y exteriores de la sede.

“Manero se inscribe dentro de la tendencia neofigurativa apreciable en sus iniciales murales pictóricos”.

Ante las carencias de materiales de calidad que resistieran el intemperismo, Manero recurrió a una variante que nunca había aplicado en sus murales anteriores: el aprovechamiento de materiales de la construcción. Sin apenas sospecharlo, abría una línea de trabajo que hasta el presente se mantiene como recurso técnico habitual en Sancti Spíritus.

Manero se inscribe dentro de la tendencia neofigurativa apreciable en sus iniciales murales pictóricos, donde se toma como soporte compositivo a la figura humana vaciada de rasgos físicos que interactúan con el resto del conjunto apenas abocetado dentro de un espacio evanescente y ausente de profundidad de campo. Los colores planos contrastantes enfatizan la agresividad de la propuesta.

Durante su estancia en Sancti Spíritus, llegó también a la ciudad René Ávila, especialista en créditos de películas cubanas del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos. Su breve estancia en la localidad le permitió hacer dos murales en 1980: el de la Avenida de los Mártires (esquina a Santana) y el de la piscina del motel Los Laureles, que años después es demolido cuando se produjo una de las remodelaciones del centro turístico. En el primero, Ávila recurrió a las posibilidades compositivas que ofrecen las letras, las cuales magnifica siguiendo un orden lógico que le permite imprimir al mural cierto ritmo compositivo. Empleó morteros pigmentados y fuertemente texturados como fondo para subrayar los contornos de las letras, las que delinea con ladrillos y lozas. Esta experiencia propia de la grafía no tuvo continuadores. La segunda obra de Ávila, con mucho más posibilidades expresivas, recreaba a unos bañistas en distintas posiciones acuáticas que apenas delineó para buscar la dinámica de los cuerpos en movimiento. El azul empleado con sus distintos matices permitió un perfecto equilibrio figura-fondo y estableció la correspondencia necesaria con el área de la piscina.

Obra de René Ávila.

Jorge López Pérez, arquitecto devenido muralista, se vinculó al quehacer plástico por instancia de Heriberto Manero, quien le manifestó sus posibilidades como creador. El diálogo entre ambos le despertó el interés por el arte mural. Como resultado de esos contactos surgen los primeros proyectos de rasgos figurativos: los murales interiores y exteriores del Centro de Información del Ministerio de la Construcción en 1980. A partir de procedimientos técnicos similares a los utilizados por el arquitecto Quintana en el Palacio de las Convenciones, recreó paisajes rurales intencionalmente ingenuos. Aunque él mismo afirma que nunca recibió influencias ni asesoría de aquel, incluso las obras de Quintana se diseñaron desde una óptica geométrica y no figurativa. Otros murales posteriores prepararon a Jorge López para crear los más complejos ubicados en el Hotel Plaza, en el centro de la ciudad.

Obra de Jorge López Pérez.

Contratado como especialista en ambientaciones para darle una nueva imagen al inmueble en proceso de restauración, se dedicó a estudiar los espacios interiores carentes de atractivo visual. De esas reflexiones surge el mural Ciudad (1993), emplazado en la planta baja al lado del patio-bar y que, como él mismo afirmara, está signado por su carácter instalacionista. Por vez primera se aprovecha el espacio arquitectónico en Sancti Spíritus como elemento compositivo. Para apreciar la obra en toda su magnitud se requiere penetrarla, hacerla suya desde dentro, como sucede con su segundo mural, situado en la segunda planta y denominado Plazuela (1998). En ambos casos se incorporan elementos de la arquitectura cubana colonial: óculos, balcones, cornisa con ladrillos a sardinel, aleros y pavimentos empedrados. En Ciudad predomina la altura, alrededor de 12 metros de puntal, lo cual requirió de un serio trabajo en perspectiva vertical, dada la estrechez del patio que hace las visuales en escorzo. Plazuela, como lo indica su nombre, remeda uno de esos espacios públicos de agradable intimidad que poseen las ciudades coloniales.

Félix Madrigal Echemendía acumulaba más de dos décadas de experiencia en la proyección de obras monumentarias, en particular esculturas. Durante varios años el artista se dedicó a diseñar murales con fuerte impronta escultórica. Sobre todo trabajó los volúmenes, que permitían dotar de tridimensionalidad a sus creaciones, por lo general rostros, plantas y animales que se funden con el resto del conjunto. La técnica empleada le facilita conjugar materiales de la construcción junto con piezas de terracota que, al ensamblarse sobre el paño de pared, semejan estructuras de rompecabezas. La línea de trabajo de Madrigal no dejó de ser la del escultor que labora con el barro abizcochado. Cuando concluía el montaje de los distintos elementos recubría alguna de sus áreas con una pátina a base de aceites, esmaltes u óleo para camuflar las propiedades texturales del material utilizado. Con sus obras introdujo en la muralística espirituana la posibilidad de la esculto-pintura, como lo haría en su tiempo el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros.

Obra de Félix Madrigal.

Cuando José Perdomo García regresó a Sancti Spíritus recién graduado del Instituto Superior de Arte en la especialidad de Pintura, trajo consigo los aires renovadores de vanguardia que se respiraban en el alto centro docente de la capital. Luego de incursionar en la pintura de caballete, su principal línea de trabajo, propuso a la municipalidad un mural que donaría posteriormente. La obra, construida en 1990, constituye una ruptura con todo lo hecho anteriormente por los muralistas espirituanos con respecto al discurso visual empleado. El lugar seleccionado para el emplazamiento resulta sui generis: a un lado las márgenes del río Yayabo; del otro, la convergencia de dos calles empedradas, y al frente, el antiguo restaurante Quinta de Santa Elena, hoy casa-museo La Guayabera. De paso peatonal ignorado, el área adquirió protagonismo con la obra, especie de metáfora donde convergen culturas de diferentes magnitudes espaciotemporales en medio de una encrucijada contextualizada por la impronta urbana colonial. La microlocalización se corresponde con la propuesta posmodernista del autor.

Obra de José Perdomo.

El otro mural proyectado por él y el escultor Julio Neira en 1992 en la fachada exterior de la otrora bolera de Sancti Spíritus posee colosales dimensiones. Se trata de un proyecto complejo por las soluciones estructurales y de diseño que tuvieron que enfrentar ambos creadores. La obra se cualifica por el movimiento, aspecto que se relaciona con los futuristas italianos en su afán de incorporar la dinámica de la sociedad contemporánea. La descomposición de los boliches que semejan la caída ante el impacto del bolo recuerda, como recurso expresivo, al cuadro Dinamismo de un perro con correa, creado por Giocomo Balla en 1912. Para lograr el efecto de fuerzas contrarias en tensión, crearon un diseño moderno que combina lo figurativo con lo informalista y tomaron como referencia las especificaciones del juego, que incorpora las nociones de balanceo, ruptura de equilibrio y movimiento dinámico.

Obra de Julio Neira.

Un caso sui generis en el ejercicio de la muralística espirituana es el del arquitecto Vladimir Oses, quien rompió con el uso de los materiales de la construcción y la tendencia figurativa para adentrarse en el mundo de nuevos materiales y conceptos propios de la abstracción. Son obras donde predominan las composiciones cargadas de tensiones de fuerza y composiciones estructuradas con espejos, aceros y azulejos que armonizan con el espacio cerrado del telepunto de Etecsa, ubicado en el bulevar espirituano. Hay, ante todo, sobriedad en el uso del color y la combinación de líneas quebradas que revelan una significativa austeridad compositiva, como si se tratase de visualizar las curvas que deja la voz humana.

Obra de Vladimir Oses.

Uno de los murales ejecutados por el entonces joven graduado de la Escuela Nacional de Arte, Julio Neira Milián, posee características morfológicas un tanto a lo Gaudí, lo cual constituyó una visión novedosa dentro del conjunto muralístico espirituano, pero sin dejar de emplear los mismos materiales de la construcción de los demás artistas. Emplazado en un área importante de la ciudad, el artista modela la obra sobre un  sistema de volutas —semejantes a la forma de los caracoles— y signos arborescentes montados en paños de pared superpuestos y con predominio de lo planimétrico. Es una lástima que en la actualidad un área sustancial del mural apenas es visible debido a los árboles copudos que sembraron justo al frente.

Como resultado del intercambio cultural entre Cuba e Italia llegaron de la Academia de Arte de Rávena en 2010 un grupo de estudiantes que construyeron al frente de la sede universitaria José Martí de Sancti Spíritus un mural alegórico que titularon La poderosa,en evidente alusión a la moto que utilizara el Che en su recorrido por América del Sur.  Los jóvenes emplearon la técnica del mosaico bizantino con cerámica Grey y pintura, lo cual resultó una novedad en el ámbito espirituano. Con un mínimo de recursos expresivos plasmaron el movimiento de la moto al dejar una estela en forma de bandera cubana. En la actualidad también se interrumpe su total visualidad por causa de las ramas de dos arecas sembradas casi junto al mural.

La poderosa, obra en colaboración con estudiantes de la Academia de Arte de Rávena.

En una de las márgenes del río Yayabo, como resultado del proyectoUtopía, un paso adelante, realizado para conmemorar el medio milenio de la ciudad de Sancti Spíritus,  fueron ejecutados por creadores alemanes y espirituanos tres murales sobre las tapias de los patios exteriores que colindan con el río. Participaron Rolf Büttner, Uwe Schwarz, Francisco Rafael Gámez, el pintor gráfico Christian Rug y la ceramista Julia Naether, junto a Mario Félix Bernal, Hermes Entenza, Arián Dartayet, Alexander Hernández Chang, Ángel Luis Méndez Montaigne, Luis García Hourrutiner, Alián Martínez y Julio Neira, entre otros creadores afiliados a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y jóvenes egresados de la posteriormente clausurada Academia Oscar Fernández Morera de Trinidad por reunificación territorial. Por vez primera se utilizaron pigmentos de pintura especial anticorrosiva, lo cual permitió crear, bajo diversas tendencias estéticas, una narrativa que refleja el mundo de hoy, tan amenazado por los conflictos armados y la inequidad de los pueblos que abogan por la paz y la armonía entre las naciones. 

Murales ejecutados por creadores alemanes y cubanos.

Como se puede apreciar, la muralística espirituana posee rasgos muy particulares al no responder a un movimiento o tendencia homogénea ideoestética que la cualifique. Más bien se trata de pulsaciones intermitentes provocadas por un grupo de artistas de la plástica de diferentes promociones que se suman al auge constructivo de la ciudad, que en las últimas dos décadas del siglo XX y principio del XXI dinamizaron sus estructuras urbanísticas e inmobiliarias. A partir de experiencias personales y gustos diferenciados, se ha logrado tejer un entramado de murales dispersos por la ciudad que rompe todo esquema lógico de emplazamiento.

El uso reiterado de los materiales de construcción subraya el sentido de pertenencia de los artistas, quienes ante la imposibilidad de aplicar adecuadas técnicas muralísticas prefirieron acudir a lo que abunda en la localidad. Sancti Spíritus posee, desde el período colonial, una industria local de materiales de la construcción elaborados esencialmente con barro, fundamento de su sistema constructivo. ¿Algún día podrá entonces proclamarse oficialmente por las autoridades competentes a Sancti Spíritus como Ciudad de los Murales?

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