La consolación de David

Rubén Darío Salazar
10/2/2017

En Cuba la tradición del teatro de títeres es muy joven, solo cuenta con  algo más de 60 años. Nada comparable con la trayectoria de su hermano mayor, el teatro para los espectadores crecidos, hecho solo con actores. Y digo en Cuba porque en otros países la historia no se comporta así, los muñecos llevan la avanzada con prácticas milenarias, unas veces asociadas al rito; otras, a la religión, y generalmente al arte dramático.


Historias bien guardadas. Foto: Sonia Almaguer

En el caso específico del teatro de títeres para adultos en la Isla, existe una zona de temblorosa posesión por parte del público y especialistas. Aun habiendo transitado por momentos dorados, no termina de ser aceptado del todo en la actualidad. Ese género híbrido, que mezcla las figuras con historias para personas mayores, es como un David que se enfrenta en pelea desigual e injusta al gigante Goliat; pero que igual al mito, si este se arma de una honda como sinónimo de inteligencia y constancia, nadie podría calcular su alcance.

Hace más de una década se convocó extraordinariamente el Premio Caricato en la categoría de Títeres para Adultos, bajo el nombre del maestro Pepe Camejo. Ciertamente, en aquel momento, el movimiento teatral nacional no mostraba resultados fuertes de forma general, como los conseguidos por algunos grupos de teatro de muñecos en los años 60, liderados por el Guiñol Nacional. Esa categoría no se volvió a citar. Todo lo producido después en esa franja mixturada de creación quedó en tierra de nadie, fuera del único concurso de actuación y puesta en escena, que desde 1980 reconoce anualmente en Cuba la labor escénica en las especialidades de actuación y puesta en escena con figuras.

Desde 2012, convocada por varias instituciones nacionales que apuestan por el arte de los retablos, se celebra en La Habana la Bacanal de Títeres para Adultos. Un necesario espaldarazo a esta manifestación, que aunque nunca se dejó de hacer por algunos grupos o personalidades aisladas, no ha tenido una ejecución mantenida de calidad.

Me sorprendió la información en los días que antecedieron a la Tercera Bacanal, en 2016, de que se añadiría al jurado del Concurso Caricato en Teatro, un miembro más que valoraría la especialidad de muñecos para adultos. No creo que a un recién llegado en noviembre, cuando ya ese jurado ha analizado casi un año de trabajo del otro teatro, le permitieran decidir absolutamente nada.

Reconozco la propuesta de Carlos González, nuestro querido marionetista, director de la Compañía Hilos Mágicos, a favor de justipreciar con esa inclusión a los títeres para adultos. Mas ese gesto no significa tener en cuenta la especialidad; es más bien una forma, casi elegante, de quedar bien con un género que ha comenzado a romper un mutismo que ya duraba demasiado.

La Bacanal, que programa lo producido en este género con periodicidad bienal, podría ser la plataforma ideal para convocar, coincidiendo con su celebración, la categoría de teatro de títeres para adultos. No como un premio atenuante que se entrega a los titereros adjuntamente al Premio Caricato de Actuación Francisco Covarrubias, agregando a un miembro más a su jurado. Hay que entender, de una vez y por todas, que el teatro de figuras tiene su personalísimo cosmos, con características de interpretación, animación y conceptos espectaculares muy definidos.

La ignorancia y el prejuicio priman todavía en la valoración del arte del títere, considerado por algunos como cosa de niños, arte superficial y tonto.  Hay que continuar sacudiendo el desarrollo de esta singular manera de hacer. Luchar por reimponer su fuerza de antaño. Transformar los momentos ocasionales de hallazgos en algo  persistente, enriquecido conscientemente, con cultura, información e imaginación.

No me parece que nuestro trabajo de títeres para adultos necesite de consolación alguna, lo que se precisa es más respeto, conocimiento y una verdadera apreciación. Una gran parte de esa responsabilidad nos toca a los propios titiriteros. La otra hay que seguirla conquistando, como lo hiciera el pequeño y valiente David a las órdenes del Rey Saúl, sin creer en filisteos ni gigantes.