La constancia del desmantelamiento

Daniel Céspedes Góngora
16/4/2019

Por solitarios y resistentes al paso del tiempo, hay espacios que llevan sosteniéndose para la evidencia histórica y el avance de la ciudad. Esos espacios son las ruinas que, por lo general, se asocian a la decadencia o a la dejadez. No obstante, contemplar una ruina, sobre todo aquella apartada de las grandes urbes, aviva en uno las ansias de lo utópico porque advertimos una edificación de la posibilidad.

Foto: Maité Fernández
 

En rigor, el espacio ruinoso está interrumpido en ese momento en que ya ni le extraen ni tampoco empeora más. Solo está ahí, cual testimonio de lo que fue para la mayoría, si bien para alguien puede indicar lo contrario: el empuje hacia completar lo que también parece estar inacabado. Criterio zambraniano que sin conocerse directamente ha impulsado, por comodidad y no sin riesgos, reconstruir edificaciones en ruinas de esta urbe capitalina; una urbe que al mismo tiempo asiste a la caída de inmuebles, cuando no al desmantelamiento con todo lo que supone, una acción muy comprendida por la artista brasileña Lais Myrrha en su Breve cronografía dos DESMANCHES”.

La reciente propuesta de Myrrha puede ser apreciada en la sala Cernuda del Centro Hispanoamericano de Cultura. La interacción del hombre en y con la ciudad, sobre todo con las edificaciones, le ha permitido testificar con su cámara una resumida y sustanciosa crónica visual del acto de desmantelar. Lo hace como una constante que, en apariencia, atañe solo a la insistencia de apresurar las ruinas de los espacios, cuando notoriamente se contribuye a afectar el desgaste anímico de los inmuebles.

Pudiéramos reconocer con la artista que, en efecto, el “desmantelamiento simbólico” se imbrica con el aspecto físico de una edificación porque esta sufre apenas pequeñas modificaciones o, incluso, permanece intacto. “Este tipo de desmantelamiento es tan poderoso que no sería extraño ver un transeúnte, en plena plaza pública, tropezar con algún monumento”. Ahora, el llamado “desmantelamiento precoz-monumental” —el cual es definido como “toda y cualquier gran obra abandonada. Ya sea por desacuerdos, negligencia o incompetencia, ese tipo de desmantelamiento deja siempre, como huella de la mala-fe, extraños monumentos”—, parece aproximarse a la idea zambraniana de las ruinas, cuando en el fondo viene a ser —como sospecha Lais Myrrha— desánimo deliberado de un paisaje parcial que pretende a la fuerza incorporarse al entorno natural y cultural de una región. A las claras, una incorporación discordante.

La ciudad cambiante, pero que desea asegurarse en sus construcciones originarias y ya históricas, tiene que enfrentarse al derribo o al abandono de inmuebles cercanos. No por gusto en el “desmantelamiento voluntario” se nos recuerda: “Se trata de una operación en la que una edificación fue desmantelada deliberadamente, por ejemplo, las demoliciones o grandes reformas. Pero la voluntad de unos puede contradecir los anhelos de otros. Entonces nos inclinamos a preguntar de quién fue, al final, la idea (el deseo) de demoler la biblioteca. ¡Del más fuerte, por supuesto!”.

Esta representación de lo antiguo y lo nuevo, lo derruido y lo conservado, es cuanto permite conectar la ciudad a su gente (y viceversa) con lo que (se) ha sido, lo cual no implica, por necesidad, volver la espalda a esos espacios que pueden y de hecho completan lo que una urbe, con sus miserias y logros, ya es. ¿Acaso no es Breve cronografía dos DESMANCHES, de Lais Myrrha, una propuesta conocida por cercana?

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