Para los santiagueros San Pedro del Mar no es solo un poblado en las afueras de la ciudad ni una playa en la que en los veranos más gélidos la temperatura del agua sirve para calentar el té de las cinco; es también el lugar donde se encuentra el cabaré más famoso e importante de la ciudad. Existen otros, pero San Pedro del Mar es el equivalente al habanero Tropicana por su fastuosidad y la calidad de sus espectáculos, que en los años 80 dirigía y organizaba Armiñán (la mayoría de los coreógrafos generalmente son conocidos por sus apellidos, por lo que me permito la licencia de obviar su nombre).

El cabaré San Pedro del Mar, fundado en 1950, es parte inseparable de la vida nocturna de Santiago de Cuba. Foto: Tomada de Pinterest

Santiago tiene otros cabarés en el centro de la ciudad; el más destacado es el que se ubica en el último piso del hotel Casagranda. Una buena parte del talento que se presenta en esos centros —ya sea el de la ciudad o el contratado desde La Habana u otra provincia— suele hacer un circuito de presentaciones.

La gran estrella del San Pedro es Pacho Alonso, santiaguero por los cuatro costados, todo un ídolo musical de esa ciudad. El otro gran invitado de la urbe es Fernando Álvarez. Entre los dos cubren parte importante de la vida nocturna santiaguera, por lo que siempre realizan una temporada en estos centros. Además, comparten honores con Son 14 y Los Karachi, las dos grandes bandas de moda en aquella ciudad.

El cabaré San Pedro posee un lunetario de gran extensión, no obstante, debo confesar que de jueves a domingo era imposible encontrar lugar. Armiñán había diseñado a comienzos de los años 80 un primer espectáculo llamado Es Santiago, en el que hacía un recorrido por la historia de esa urbe y derrochaba una increíble creatividad. Por norma general, implicaba un final de altura con bailable, como marcaba la tradición.

Como segunda alternativa, el San Pedro tenía una versión de algunas de las más importantes propuestas generadas lo mismo en La Habana que en Manzanillo, donde también existía un cabaré que sin grandes pretensiones emulaba con los existentes en Camagüey o en Holguín.

La apoteosis de aquel sitio comenzaba cuando Pacho salía a escena y, como ya era costumbre, cantaba un imponente bolero de su compadre Enrique Bonne: “Dame la mano” (conocido como “la canción de los enamorados”). Después, los ritmos pilón y el simalé ponían a todos a sudar de lo lindo.

Muchas veces Pacho, a mitad de su presentación, invitaba a un cantante sobresaliente de la ciudad —muchas veces era el cantante Carlos Franquis— o rompía la norma para cantar a dúo con Fernando antes de que este comenzara su presentación en el Casagranda.

Hubo más. En Santiago, Pacho organizó su etapa de homenaje al Guayabero poniendo de moda algunas de sus canciones. Presentó en sociedad a dos cantantes de su orquesta: el joven Issac Delgado y José Luis Arango. A la muerte de Pacho, su hijo Longino (también conocido como Pachito) agrega a su orquesta a las hermanas Nuviola en sustitución de Issac, quien había regresado al mundo del cabaré, específicamente a una superproducción de Tropicana.

Una de las grandes atracciones de las noches del San Pedro era el trompetista Pepín Vaillant, uno de los grandes showmen de todos los tiempos cubanos. Pepín había hecho una prominente carrera en Europa como parte de la compañía de Maurice Chevalier, donde era una de sus figuras principales hasta su regreso a Cuba a fines de los años 60. Su encanto en el escenario del cabaré era tal, que a pesar de ser un hombre de unos 70 años podía realizar determinados giros del ballet clásico y hacer difíciles piruetas mientras ejecutaba el instrumento.

El Casagranda, por su parte, también se preciaba de contar con grandes figuras de la música. Allí era común encontrar a un cantante como Manolo del Valle, que antes había sido integrante de la orquesta Original de Manzanillo, o cualquier otro representante de la canción. Sin embargo, todo cambiaba en aquellos lugares nocturnos cuando se programaba a Juana Bacallao y su Banda. Entonces todos los horarios cambiaban, y el número de asistentes al jolgorio nocturno se llegaba a duplicar. En una oportunidad los directivos del San Pedro decidieron extender el show más allá de las tres de la madrugada.

“Su impronta ha quedado en la memoria colectiva y en el imaginario musical cubano”.

Así transcurrían las noches santiagueras mientras no llegaran las fiestas de julio, pues en esa fecha todo cambiaba con la existencia de otros cabarés en distintas zonas de la ciudad, sobre todo en la Avenida Garzón y en la Plaza de Marte, donde se combinaban talentos locales y nacionales. Así fue hasta que en 1992 se inauguró una franquicia del cabaré Tropicana en esa ciudad, y San Pedro del Mar perdió la hegemonía de las noches santiagueras. No obstante, su impronta ha quedado en la memoria colectiva y en el imaginario musical cubano.