La crítica: ¿Un rostro de estos días?

Norge Espinosa Mendoza
20/9/2020
 

A sugerencia de mi amigo Ariel Camejo entré a uno de los grupos de Facebook que seguían apasionadamente los capítulos de la telenovela cubana que acaba de terminar. Y confieso que duré poco ahí, al comprobar la ceguera casi fanática con la cual varios de sus miembros ensalzaban un producto televisivo que llamó más la atención por su abordaje (no siempre feliz ni profundo) a algunos temas que, si en la escala Netflix o HBO ya son cosa más que gastada, entre nosotros operan aún como tabúes.

Me dicen ahora que en ese grupo y otros muros hoy acribillan a la periodista Lied Lorain, quien anoche en la emisión estelar del Noticiero dedicó todo el tiempo de las Culturales a desmontar errores y virtudes de El rostro de los días. Me alegra no tener que ser testigo de semejante ataque a su opinión, del cual recibo ecos por otras páginas y a través de amigos. Este me recuerda otros acontecimientos así, como el desencadenado por la crítica de Pedro de la Hoz al show veraniego de Alfredito Rodríguez en Granma; o los apresurados debates acerca de La cara oculta de la luna, telenovela que abordó en una de sus temporadas el asunto de la bisexualidad para escándalo de muchas personas, a esas alturas.

“Subtramas grises y dilatadas, tomas de cámara que repetían los ángulos una y otra vez, una banda sonora
que retardaba aún más la acción dramática, personajes sin objetivos definidos, etc. a lo largo de ochenta
y tres capítulos…”. Fotos: Tomadas de Internet

 

Con El rostro de los días podría hacerse un balance de lo que es hoy (y hasta dónde ha llegado) ese espacio tan problemático que es la telenovela cubana. Cómo nos vemos a través de ese filtro de ficción y melodramatizamos el país que somos; de qué manera sus agendas públicas se transparentan o no y cómo, desde su dramaturgia, el propio espacio mantiene convenciones ya anquilosadas y lucha por hacer sitio a nuevos cuestionamientos, sin los cuales parecería que hablamos de la Cuba de los ´80. Y cuidado si no de antes.

Vi la novela, a partir de la mitad (no me encontraba en Cuba durante sus primeros episodios), para seguir a actores y actrices a los que conozco y respeto. Me alegró verlos sacar partido de sus personajes, o me angustió verlos desaprovechados en roles maniqueos. Otros ejemplos de telenovela cubana recientes, como Bajo el mismo sol o Entrega, me parecieron más interesantes o atrevidas, aunque compartan con El rostro… muchos problemas de recursos y producción. El giro dramático que aportó la violación de una adolescente lo sacudió todo en esta telenovela y nos exasperamos, por largos capítulos, aguardando la resolución de ese conflicto sin el cual, indudablemente, el efecto de su argumento habría sido bien diferente.

Subtramas grises y dilatadas, tomas de cámara que repetían los ángulos una y otra vez, una banda sonora que retardaba aún más la acción dramática, personajes sin objetivos definidos, etc. a lo largo de ochenta y tres capítulos —que pudieron ser menos—: todo eso se revertía en comentarios inmediatos en las redes y una lluvia incesante de memes y parodias que enfatizaron el impacto mediático de cada episodio. Y sin eso, este confinamiento en tiempos de pandemia habría sido mucho más insufrible. Los espectadores se convirtieron en legión que comentaba cada una de las transmisiones con pasión, confirmando la utilidad de viejos recursos narrativos para lograr tal nivel de “enganche”, incluso cuando se rozaba lo inverosímil y uno de los intérpretes llegara a recibir las amenazas que deberían dirigirse en todo caso al personaje de ficción que encarnaba. Agradezco a sus creadores por los buenos momentos de El rostro de los días —que también los tuvo— y por llevarnos ahora a este punto del debate.

El análisis de Lied Lorain ha desatado a la bestia. Me pareció serio, balanceado y preciso. Y concuerdo con mucho de lo que ella expresó. Ahora bien, un comentario extenso como el suyo, que de manera casi inédita ocupó todo el espacio de las Culturales al cierre del Noticiero, era obvio que provocaría estas reacciones. No es típico del Noticiero ese tipo de abordaje extenso, de claro carácter crítico, en la mayoría de sus transmisiones en las que abundan la loa, el triunfalismo, el reportaje de carácter ligero y hay poco espacio para la polémica. Quizás de haber aparecido en el Noticiero Cultural o en el segmento que cada domingo el propio NTV dedica a los acontecimientos artísticos, habría tenido otra recepción, menos a la defensiva.

El tono severo del comentario, su extensión, sus demandas a mejorar un producto que estuvo tan a la vista y consiguió amplio respaldo, deben haber sorprendido a muchos y a muchas. La crítica, la gran ausente en ese y otros medios de nuestra prensa, debe haberlos dejado estupefactos y sin aliento. Porque hemos perdido el entrenamiento que ella conlleva y el sentir que la impulsa en pos de convocar otros puntos de vista y otros criterios, en una suma de texturas que confirme los claroscuros de nuestra propia existencia. Ese es el precio de silenciarla o eludir su rol; mientras se va acrecentando la idea que señala al crítico únicamente como un resentido, un elitista o un envidioso cuando al fin cumple su papel.

“Ese es el precio de silenciarla [la crítica] o eludir su rol; mientras se va acrecentando la idea que señala al crítico
únicamente como un resentido, un elitista o un envidioso cuando al fin cumple su papel”.

 

De ahí vienen las respuestas cargadas de insultos y odios que han recibido el comentario de Lied, el de Paquita de Armas y otros. Ojalá discutiéramos con idéntica pasión cosas que no son solo de telenovela, que ni siquiera llegan a verse en ella y que nos debieran interesar no menos. Ojalá pudiéramos hacerlo con el rigor y las armas del debate y no las del mero fanatismo. Los que están en desacuerdo con esos abordajes repiten una y otra vez lo mismo: les parece insultante que se critique algo que consiguió el favor de la población. Como si se tratara de una batalla entre cultores del reguetón y una filarmónica. Y no, no se trata de algo tan simplista. Nadie ha pedido que se borre de la memoria nacional a la telenovela cubana. Ni se ha pedido la cabeza de su equipo creativo. Se trata de aportar otras aristas para hacer el balance de lo que consiguieron. Pero entre los efectos de la pandemia está el de, según parece, habernos hecho más susceptibles.

Las redes están caldeadas, se cruzan ataques a mansalva de un lado y de otro. En medio de ese fogueo se pierden matices, detalles, valores que son imprescindibles en los protocolos de la comunicación bien argumentada y respetuosa. Ejercitarnos en esa dinámica, encontrar el contexto más útil para ponerla en funcionamiento, es también parte de la crítica, del ejercicio sensato e impostergable de la crítica. Así como saludo y acompaño a Lied en su comentario y anoto puntos que podría discutir con ella, aprovecho esta anécdota para un reclamo mayor. El de poner frente a frente —con gesto basado en el diálogo— algo más que la telenovela y su reflejo idealizado de lo que somos (o creemos ser): la imagen de un país que, de no entender a cabalidad la necesidad de estos y otros debates, podría quedar reducido a esos ataques impulsivos que, como respuesta crispada —y a ratos con una ortografía que nos lleva a angustias mayores— parecen negarse a la imagen más provechosa del relato que somos como nación.