La décima dijo tú

Ricardo Riverón Rojas
29/8/2018

Cuando en 1986 gané el premio 26 de Julio en décimas con el original de Y dulce era la luz como un venado (el libro salió en 1989), el entusiasmo poco común de mis colegas me acompañó. Entre otros elogios —algunos de ellos críticos de relativa visibilidad—, dijeron que por primera vez se premiaba en ese concurso un libro que no se enfocaba denotativamente en códigos de reafirmación política. Lo decían, claro, atendiendo a la prioridad de la lírica, centrada en lo existencial, de mi cuaderno.

Falsa la apreciación, lo digo con honestidad; ya mucho antes, en 1978, Carilda Oliver Labra había alcanzado la primera mención con Tú eres mañana (publicada en 1979, en edición compartida con el premiado Del Turquino hasta el Cunene, de Benito Estrada). No vacilo, ni me dejo llevar por la luctuosa circunstancia que hoy nos convoca, cuando afirmo que con ese luminoso conjunto de espinelas empezó la más reciente avalancha renovadora de la décima literaria en Cuba. Su libro quizás pasara un tanto inadvertido, precisamente por las características de esa edición compartida, o por cierto prurito que aún operaba en su contra, pero ahí está, sólido y adelantado, sin dejar de rendir tributo a una tradición de la cual siempre formó parte.


Foto: Internet

 

Ante la desaparición física de quien fuera musa y aeda, reina de la coquetería más fina y elegante del mundo, me centro en este acto de justicia, pues no sé si exista alguna valoración ambiciosa donde se deje sentado el papel que Tú eres mañana jugó en quienes queríamos que la décima transitara, junto al resto de la poesía cubana, sin el apocamiento de parecer una hermana menor.

Mano bendita para el soneto (arte mayor), baste tan solo recordar este de 1955, tan adecuado para la tristeza de este adiós:

Busco una enfermedad que no me acabe

sino el dolor constante de la vida;

algo para fingir que estoy dormida

detrás de este temblor de escarcha grave.

Busco algún agua cósmica que lave

la lágrima terrible que me oxida;

busco el morir distinto, y voy herida

por la pena vulgar que nadie sabe.

Y asi me marcho sonriendo a todos,

luminosa de gracia y desventura,

con el secreto horror hasta los codos,

callándome en el verso y en la prosa,

para que escriban en mi tierra dura:

Esta mujer ha muerto de dichosa.[1]

Con la cita anterior solo busco demostrar, con otra cita, del libro que he venido exaltando, que esa misma mano supo tejer, en décimas, sin perder profundidad y altura, su mensaje de vida:

Vida, vida, no te vayas;

no te vayas, vida, vida,

que no estoy arrepentida

de verme entre guardarrayas.

Soy feliz en estas playas

con libertad, sin dinero.

¡Ay, vida, si yo me muero

habrá en el valle una pena,

menos mar, menos arena

quemándose en Varadero![2]

Hoy debe haber menos mar y menos arena en Varadero; el Valle del Yurumí tal vez esté sombrío, pero esta mujer que murió de ser dichosa, que fue feliz con libertad y sin dinero, nos acompañará con su poesía mientras tengamos memoria como nación. Su poesía, que seguramente le devolverá el lustre a todas las cosas que tocó, nos la reintegrará viva siempre, como en esta décima, también de Tú eres mañana:

Escuché entonces distantes

rumores: mocha, sijú;

la ceiba me dijo tú

en hojas volando errantes.

Hizo el rocío diamantes;

un ritmo a bolero, a son,

un gusto a caña y anón

me dio hambre, me dio sed,

y tuve gracia y merced,

y hasta un nuevo corazón.[3]


Notas:
[1] Carilda Oliver Labra: “Busco una enfermedad que no me acabe”, en Error de magia, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2000, p. 212.
[2] Carilda Oliver Labra, “La ceiba me dijo tú”, en Ob. Cit; p. 145.
[3] Ídem; p. 146.