La Edad Media con internet

Mauricio Escuela
8/1/2019

La filosofía viene del mito y es una ruptura del mito, se sirve de este y lo desecha, porque el pensamiento que piensa la totalidad surge como un cuestionamiento tanto al dogma como a la opinión (lo que llaman el sentido común). Este episteme o herramienta del conocimiento tiene su raíz en la finitud humana, sus esencias están en la libertad que siente el hombre cuando se da de bruces con su estado solitario y mortal.

Si el ser fuese infinito, quizás no pensaría en el sentido estricto, sino que se dedicaría a vagar, a esa errancia posmoderna que avizoró Heidegger y que resulta propia de la existencia inauténtica, esa que ya no se pregunta nada. Ahora bien, antes de la filosofía (y durante ella) la mayoría de la Humanidad vive el “estado de interpretado”, cree que dice, pero son dichos, cree que piensa, pero son pensados. Se trata de la muerte de ese sujeto occidental fuerte, que renunció al debate de las grandes cuestiones y lo dejó en manos de élites que se encargan del monopolio del sentido.

Foto: Reuters
 

Ya lo dijo Foucault, “el hombre ha muerto” y, peor aún, que somos una invención histórica muy reciente, apenas posterior a las ideas ilustradas de 1789. Si Platón fijó a la filosofía como la salida de la esclavitud de las sombras (el mundo del sentido común, lo visible), fundando así la objetividad de la idea (el pensamiento es materia); el actual desbarajuste nos introduce otra vez en esa cueva donde no nos vemos enteramente, sino a las sombras que como seres proyectamos mientras otros manejan la luz.

La Humanidad ha entrado en una Edad Media con internet, donde abundan las dos maneras iniciáticas del pensamiento (o de pre-pensamiento): el dogma (fanatismos políticos, religiosos, clasistas, mitologías de nuevo tipo) y el sentido común (chantajes, manipulación de ideas baratas, factura de campañas de descrédito, bullying, banalización de la vida pública). Estos hombres viven el estado de interpretado, que tiene como premisa el no saber que no se sabe (el principio de la ignorancia).

Usted, si piensa filosóficamente, puede entrar en uno de esos taxis donde se consume música e información procedente de los centros de poder y entablar una conversación con el chofer, e incluso “adivinar” cada parlamento que este va a decir. El resultado, le dirán que eres un brujo (el mito) o le sumarán a la tribu urbana (el sentido común), ya que piensa usted como todos ellos. Viven ese estado como la normalidad, sin que ni un solo parlamento se les vaya de la boca y diga algo contrario.

A toda la gente que prefiere el retorno al mito y el abandono del episteme, a esos que retoman la doxa (opinión o sentido común), nadie los obligó a punta de pistola a decir todo eso, sino que fueron inducidos a través de una castración mental, una que responde a reglas muy estudiadas de la teoría de la comunicación. En ese esquema, a lo primero que renuncia el hombre pensado e interpretado es a su libertad. Eso que tanto defiende como premisa desde el timón del auto, fruto de “sus devaneos” alejados de toda oficialidad, expresa su carencia de autonomía mental.

“¿No te das cuenta de que lo dice la Radio Tal, o Fulanito en Facebook, que las cosas son así?”, para ese ser inauténtico su discurso no solo es real, sino que siempre ha existido y existirá, inalterable, como la lógica más implacable. Pero al mes o la semana vas y ya ha cambiado, sin que se reconozca la mutación, pues este otro “pensamiento” se considera por el sujeto sujetado como eterno e irrebatible.

La misma verdad cunde en las redes sociales, donde quien compra más grita más e impone una apariencia (el mundo de las sombras que dijo Platón) de verdad. En ese subjetivismo de la opinión se sumergen los internautas, que Twitter llama acertadamente “seguidores”, cuyo único papel es el retuiteo y la reiteración de la bola de nieve. El estado de interpretado, la Edad Media del pensamiento humano, se basa en el silencio de las necesidades de las mayorías y el uso de estas en función de agendas elitistas.

Un tuit se puede manipular a partir de convenciones políticas y ya los “seguidores” solo repetirán esa interpretación sin ir a la raíz de la polémica, participarán desde el dogma que imponen una mitología o un sentido común de naturaleza ancestral. Quien crea que la cuestión del pensar que piensa el pensar quedó atrás y que la filosofía es cosa de manuales y escolásticas, no solo se equivoca, sino que le entrega todo ese andamiaje defensivo a los que crean el estado de interpretado.

Para colocar un ejemplo, el 24 de diciembre, víspera de Navidad, en el muy católico país de México, se volvió trending topic en Twitter la etiqueta de AMLOASESINO. Bajo esa premisa simple, sin que haya pruebas policiales, procesos transparentes o conclusiones parciales, se quería empañar al recién electo presidente de la izquierda, porque se sabe del carácter sagrado de la fecha para el catolicismo y de la paletada de tierra que se le echa encima al gobierno, entonces venía a muchos tuits el mandamiento clave de “no matarás”. Pero es que Andrés Manuel (AMLO) estaba siendo objeto de un estado de interpretado artificial, que asume el ropaje de sentido común.

Foto: Internet
 

Los medievales atinan a ofender, apedrear y repetir el chantaje, incapaces como son en su ceguera inducida de analizar por sí mismos. Y es que el ser inauténtico de Heidegger va de un lado a otro, en una errancia sin plenitud, de manera que pierde la brújula y entra en la esfera de la interpretación otra. El renunciamiento a pensar, que se da de forma automática e inconsciente, los convierte en seguidores del trending.

Estas redes sociales, que pueden ser plataformas para divulgar la verdad y el pensamiento autónomo, en verdad están bajo la guía de “influencers” bien pagados, quienes violan las normas comunitarias siempre que lo necesitan o actúan como bloqueadores de otros líderes no convenientes. Internet, eso que Heidegger no vio, se convirtió en la verdad otra que absorbe al sujeto y lo transforma en el otro. Nietzsche hablaría de las morales esclavas, que son incapaces de actuar como aves de rapiña, cuyo vuelo y vitalidad no alcanzan al primer round y caen rendidas ante poderes fácticos.

¿Y por qué los “influencers” quieren el monopolio de la interpretación?, ¿acaso, como dicen ellos mismos, la filosofía no está muerta y de nada sirve? Marx dijo que los pensadores se han dedicado a interpretar de diversos modos el mundo, pero se trata de transformarlo, ello indica que el pensar es un momento del hacer, que tanto un verbo como otro se implica e incluye. La rotura de la lógica dialéctica, de la terrenalidad de la filosofía, son proyectos serios e inducidos para generar los estados de interpretado, esas asociaciones en apariencia legítimas y guiadas por el sentido común.

Mientras internet se declara como un Derecho Humano, las Naciones Unidas y los gobiernos no logran romper el lobbysmo de las compañías informáticas sobre las leyes de gobernanza en la web. El consenso sobre los avances y peligros que implica ese mundo donde reina un sujeto único y muchos pequeños sujetos sujetados, no alcanza para que se pacten los mecanismos democráticos y horizontales.

La verticalidad y el dominio sobre lo que se asume como real, por ende sobre la historia, no saldrán de las manos de las compañías privadas a menos que se pongan en marcha mecanismos antimonopolios. Que la pornografía y la venta de drogas online sean los mayores sostenes de la web, dice mucho de todo lo que debemos arreglar en ese mundo que nos interpreta, que nos lleva de su mano y nos aparta de las cuestiones finitas que como hombres debemos y tenemos que plantearnos.

En ese mundo donde parece que la verdad siempre es lo que otros dicen, y donde el tiempo parece tan eterno que podemos derrocharlo en naderías, cada bit que usamos se nos cobra con nuestra libertad para pensar. Tenemos el deber no solo de desengañar al taxista, sino de hacerlo mirar en su propia dirección y empoderarlo, solo así pasaremos de interpretar el mundo a transformarlo.