El 4 de marzo de 1960 fue un día triste que los entonces residentes en La Habana siempre recordaremos. La explosión que, hacia las 3 de la tarde de ese día, se escuchó en amplias zonas de la capital cubana y que inmediatamente provocó una nube en forma de hongo, hizo que mi padre exclamara: “¡Los americanos nos han tirado una bomba atómica!”.

Pronto quedó claro, tras la segunda detonación, que se trataba del estallido en el puerto de un barco cargado de armas. Las sirenas de las ambulancias, de bomberos y policías, dominaron el ruido de la ciudad y las emisoras de radio y televisión informaban de lo que a viva voz ya se comentaba por todas partes y que Fidel Castro explicaría detalladamente después. Nadie puso en duda el señalamiento del líder de la Revolución de que era un sabotaje en una embarcación francesa, muy probablemente organizado por agencias del gobierno estadounidense, empeñado ya en parar ese proceso de transformaciones.

El volumen ofrece una buena cantidad de nuevos elementos que contribuyen a formular ciertas hipótesis sobre el aborrecible suceso. Foto: Tomada de mundoobrero.es

Las evidencias demostrativas de tal lógica presunción, dada la hostilidad del vecino del norte hacia el proceso revolucionario cubano, no han aparecido hasta ahora. Las autoridades del país norteño nunca han permitido el acceso a la documentación sobre el asunto guardada en sus archivos. Han declarado que se han de esperar cientocincuenta años para ello. Un libro acaba de ser publicado por la editorial española Dyskolo, en el cual se ofrece una buena cantidad de nuevos elementos, que contribuyen a formular ciertas hipótesis mediante varias preguntas: ¿Hubo algún acuerdo de los gobiernos de Francia y Bélgica para pasar la página de inmediato, sin contribuir a aclarar quién preparó y ejecutó la explosión y cómo el sabotaje tuvo lugar en la bodega del barco, donde se hallaban las armar compradas por Cuba a una compañía belga? ¿Por qué el gobierno francés se desentendió de las familias de los tripulantes que murieron? ¿Se instaló el dispositivo en el embarcadero de Liefkenshoek, a mitad del río Escalda, en Amberes, Bélgica, donde se subieron las granadas a La Coubre, sin vigilancia de la aduana ni de la gendarmería de ese país durante tres noches y dos días? ¿Quiénes fueron los dos custodios del navío designados por la aduana belga? ¿Cómo, extrañamente, ambos hombres se acatarraron y fueron suplantados por otros dos el 15 de febrero de 1960, antes del arribo de La Coubre a la mañana siguiente? El autor del libro nunca encontró los nombres de los acatarrados en la aduana belga.

“Las autoridades del país norteño nunca han permitido el acceso a la documentación sobre el asunto guardada en sus archivos”.

Cómo entender una hoja de papel, manuscrita en francés, donde se dice, a propósito de las cajas de granadas: “Algunas cajas desaseguradas. Caja nº 696. Una tabla desclavada (y reclavada)”.

El autor de esta obra es el periodista, documentalista y escritor colombiano Hernando Calvo Ospina, con una quincena de libros publicados, quien narra cuidadosamente la travesía de La Coubre. Amigo leal de la Revolución Cubana, Calvo Ospina se mueve con elegancia de lenguaje en la narración del viaje del barco hasta La Habana y combina en su estilo la referencia a fuentes documentales a su alcance, con la investigación emprendida por él en los archivos de la compañía propietaria de La Coubre al revisar más de 1500 documentos, con las entrevistas, además, a personas que trabajaban en la casa aseguradora del buque y hasta conversó con un estadounidense que viajó en el barco.

Calvo Ospina se mueve con elegancia de lenguaje en la narración del viaje del barco hasta La Habana y la referencia a fuentes documentales a su alcance, con la investigación emprendida por él en los archivos de la compañía propietaria de La Coubre. Foto: Margueritea / Tomada de Wikipedia

En Cuba, Calvo Ospina habló con familiares de las víctimas (los heridos fueron unas doscientas personas y los muertos casi cien, entre ellos seis marinos franceses), con personas que estuvieron en el muelle el día fatídico y con otros dedicados a la investigación del suceso. El autor laboró además con fuentes de prensa y otros documentos de la época.

Treintaidós capítulos, un epílogo y un anexo documental gráfico cubren las 193 páginas de este libro que envuelve al lector en su trama, cual una novela enriquecida con la agilidad de la crónica periodística.

“¿Hasta cuándo será un enigma la explosión de La Coubre?”

¿Hasta cuándo será un enigma la explosión de La Coubre? Los cubanos reclamamos el derecho a saber, al menos, a saber, ya que nunca podrán ser castigados los que instigaron, aprobaron y realizaron el horrible y criminal acto de terrorismo en el puerto habanero. Agradezcámosle a Hernando Calvo Ospina su tenaz dedicación a entregar aristas nuevas que abren caminos para ese necesario saber. Sería útil que el noble esfuerzo del amigo colombiano llegase a ser conocido por muchos cubanos, gracias a una edición en nuestro país.

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