Una investigación acaba de concluir que existe una bacteria en los restos de Pablo Neruda, cuya presencia resulta inexplicable. Ello apuntaría hacia un envenenamiento, que habría causado su muerte poco después de que se produjo el golpe de Estado que terminó con el gobierno socialista de Salvador Allende. Aunque los peritos declaran que es temprano para asumir esta conclusión y piden que el análisis prosiga a partir de técnicas más avanzadas, no es menos cierto que dicha sustancia no tendría que hallarse en el interior de los restos mortales. Una teoría que apunta hacia un agente disfrazado de doctor, sostiene que el origen de la bacteria fue un pinchazo en el abdomen, recibido en una clínica de Santiago de Chile y que el motivo sería el posicionamiento político del artista.

No es menos cierto que Neruda estaba considerado como uno de los símbolos de la unidad y del progreso continental. Su prestigio le valió el Nobel de Literatura y un rol protagónico en la vida social chilena, que para ese entonces había dado un timonazo hacia la izquierda. El ambiente por aquellos años estaba marcado por el bloqueo norteamericano y por las dificultades que planteaba el desarrollismo para un país que intentaba separarse del sistema mundo del capital a partir de sus propias fuerzas. En tal sentido, el espíritu, o sea la producción de sentido y de cultura, eran elementos cruciales en el logro de un consenso en torno a una nueva manera de gobernar y de asumir la vida. La burguesía local —la misma que había diseñado el despojo de tierras y que emergió de las luchas civiles entre liberales y conservadores— no estaba dispuesta a compartir el poder con la gente humilde. Sin dudas el peso de Neruda como intelectual en aquellos momentos hacía que la balanza se inclinase hacia el progresismo. Por sus ideas, por la potencia de sus poemas, por el arraigo que ello tuvo en la masa; el artista se estaba volviendo un sujeto imbatible, constructor de un sentido emancipador y, por ende, un peligroso agente de cambio.

“Por sus ideas, por la potencia de sus poemas, por el arraigo que ello tuvo en la masa; el artista se estaba volviendo un sujeto imbatible”.

Tras la muerte de Neruda, hemos visto innumerables teorías de la conspiración en torno a su persona. Se le ha tachado de muchísimas cosas negativas, algunas realmente falaces y crueles. Con él se procede al asesinato de carácter, sin que medien pruebas de ninguna índole. Y ello demuestra el impulso que existe en algunos círculos que lo siguen odiando y temiendo. Ahora aparece un indicio de que fue envenenado y los medios occidentales saltan para poner en duda la veracidad de las aseveraciones. La investigación, aunque no es concluyente, establece una pauta sólida a partir de la cual la familia de Neruda puede pedir explicaciones en los tribunales e incluso encausar a probables responsables.

¿Qué pudo motivar un atentado de esta índole contra un poeta? Henry Kissinger en sus memorias reconoció el peligro que para él representaba un despertar de las ideas de emancipación en América. Incluso llegó a decir que los gobiernos progresistas del Cono Sur podían influir en una radicalización de la izquierda socialdemócrata europea y ello determinar que estuviera en peligro la Alianza Atlántica (OTAN), baluarte del anticomunismo. Los intereses del imperio con respecto a Neruda eran netamente ideológicos, pero es que como bien se sabe las ideas tienen una dimensión concreta y participan y en ocasiones promueven profundos cambios sociales, políticos y económicos. El propio Kissinger había diseñado un memorando para el presidente Richard Nixon en el cual se hacía un estudio pormenorizado que pretendía reducir la población del tercer mundo, especialmente América. Este halcón de la Casa Blanca consideraba que un aumento demográfico en los países de la periferia del sistema no solo iba a imposibilitar que se accediese a dichos recursos naturales, sino que ello desencadenaría conatos de rebelión. El Informe Kissinger se desclasificó a finales de la década del 80 del siglo pasado y —si bien es un asunto público— no resulta una variable de análisis tratada entre las líneas de los grandes medios. Destruir los consensos en las naciones dominadas por Estados Unidos a partir del asesinato de sus líderes culturales, políticos y espirituales dio sus dividendos en términos de imperio. Pero más allá de la violencia real, del golpe de Estado y de la represión, está la subyugación simbólica, lo cual implica que toda rebeldía ideológica será frenada, puesta en silencio.

“(…) más allá de la violencia real, del golpe de Estado y de la represión, está la subyugación simbólica, lo cual implica que toda rebeldía ideológica será frenada, puesta en silencio”.

Desde la década de 1960, América Latina había impuesto su discurso literario en español al resto del mundo. El franquismo hizo que los poetas y narradores de la península ibérica tuviesen una desventaja real en cuanto a libertad de expresión y de impresión. En cambio, del otro lado del Atlántico, se dio un despertar de la creatividad que estuvo motivado en buena medida por las esperanzas políticas de varios procesos emancipatorios como la propia Revolución cubana. Neruda, aunque poeta, compartió su tiempo con los integrantes de lo que se llamó el Boom de la literatura latinoamericana, una corriente hipercreativa que colocó los nombres de poblados, autores, fenómenos de la periferia en lo más alto del mercado editorial. El prestigio ganado por los escritores del continente americano se nucleaba en torno a La Habana, donde varias instituciones asumían una responsabilidad con los procesos libertarios y demás manifestaciones de la conciencia. Si bien rebelde, iconoclasta, irreverente, Neruda representaba todo ese espíritu de la época, lo llevaba adelante con su activismo y su obra, defendía la causa de los sin voz, promulgaba un cambio más allá de la simple toma del poder. Neruda no era un poeta encerrado en sí mismo que solo se interesaba en la medición de sus versos o en el mayor o menor reconocimiento artístico, sino que se implicaba a profundidad y ello tenía resonancia en los públicos. Fue un instrumento de desalienación de los pueblos y de contrahegemonía como mismo pasó con García Márquez. Sucede que, tras el golpe de Estado y la caída de Allende, Chile se vuelve a transformar en el coto de caza de la vieja burguesía, donde no hubo garantía alguna para los oponentes al sistema. Neruda pronto se iba a exiliar y ello significaba un potente líder de cara a la opinión pública mundial. Era necesario, para los golpistas, no solo derribar los baluartes políticos de la resistencia, sino abolir toda forma de cuestionamiento en el campo espiritual e ideológico.

“(…) rebelde, iconoclasta, irreverente, Neruda representaba todo ese espíritu de la época, lo llevaba adelante con su activismo y su obra, defendía la causa de los sin voz, promulgaba un cambio más allá de la simple toma del poder”.

Si bien todo este trasfondo marca el contexto en el cual se produce el deceso de Neruda, la gran prensa lo ha negado. Se cataloga como conspiranoicos a quienes lo denuncian y se les cierran las puertas a los que apuntan hacia los poderes tras bambalinas. No hubo solo linchamiento mediático y asesinato de carácter, sino persecución a quienes leyeran al poeta, se quemaron sus obras y se prohibieron. Los versos más comunes, con los cuales se enamoraban las parejas de entonces, podían ser motivo de investigación y tortura. Neruda era un héroe romántico en toda la extensión de la palabra, como lo fuera Byron o quizás mucho más. No solo se trataba de la obra, sino de cómo esta se adentra en el corazón de la gente y es capaz de ganar simpatías. La intelectualidad continental no abandonó a Chile, pero con el fin de la dictadura hubo muchos procesos de olvido y de borrado. La cuestión de la muerte del poeta se fue quedando en un limbo, sin embargo, la familia y los lectores lo han revitalizado. El cambio que llevó adelante la juventud a partir de la Revolución de 2019, hizo que Neruda apareciese entre los símbolos. La violencia dirigida contra el pueblo por parte de los carabineros solo exacerbó la búsqueda de ese equilibrio perdido. Los gendarmes apuntaban a los ojos de los que protestaron. Hay un sentido poético en esa revuelta, en tanto la propia represión intentaba herir la vista, cegar a quienes representaban lo nuevo. Metafórica y factualmente el sentido de la contrahegemonía se levantaba del olvido y Neruda era uno de los elementos que movían y creaban una imagen del cambio.

“Neruda no era un poeta encerrado en sí mismo que solo se interesaba en la medición de sus versos o en el mayor o menor reconocimiento artístico, sino que se implicaba a profundidad y ello tenía resonancia en los públicos”.

A partir de allí el esclarecimiento de la muerte del poeta forma parte de la agenda del nuevo país que se ha querido. Con escollos, con retrocesos, con resistencia por parte de la burguesía, el artista ha vuelto a estar en la palestra de los debates. Aunque se le ha querido linchar de nuevo, más grande es la culpa de la dictadura por haber entendido a la poesía como su enemiga. Chile puede estar conmocionado por un movimiento que desde 2019 estremece a la sociedad, pero más allá de ello, la figura de Neruda es tan universal que abarca todos los tiempos y trasciende el marco de un proceso de protestas. La grandeza del intelectual resignifica no solo las manifestaciones, sino que reactualiza la búsqueda de la justicia desde un paradigma poético, sensible, hermoso. La imagen —que proviene de una visión ideal y utópica de la justicia— de que es posible hallar un equilibrio en este mundo y en el otro, de que las almas y los cuerpos se tocan en algún punto de la existencia y que de esa forma se establece un nuevo momento en la Historia, ese en el cual entra el hombre por la senda civilizatoria.

En América Latina hubo otros procesos progresistas luego de aquel de Chile que fuera abortado en 1973, pero el plan de Kissinger para frenar la contrahegemonía se ha hecho política de Estado. Samuel Huntington, otro tanque pensante del movimiento neoconservador, sacó a relucir su teoría del choque de civilizaciones, en la cual los latinos del sur del río Bravo no son considerados occidentales, sino una sub especie cultural a la cual someter o manipular. Estados Unidos requiere de hipótesis de conflictos que mantengan su complejo militar industrial funcionando y a la vez ello necesita de materias primas constantes que fluyan desde la periferia hacia el centro. El capital extractivo es aquel que no se interesa por desarrollar a sus colonias o neocolonias, sino que se lo lleva todo y en aras de eso llega a destruir las civilizaciones sojuzgadas. La OTAN y su doctrina de expansión y de contención, las llamadas guerras preventivas, los conflictos territoriales con fines de rapiña; todo eso conforma el accionar del imperio de cara al nuevo milenio. Sin embargo, se requiere también de una hegemonía y por ello se combate contra los símbolos de los pueblos. Si ayer se asesinó a Neruda, hoy se hace lo mismo con su carácter, se frena la credibilidad de sus familiares y seguidores, se estigmatiza la búsqueda de la justicia. Destruir el espíritu para fagocitar la materia, para tragarse los recursos. Por ello se hace todo el trabajo sucio, para eso se ha tenido siempre la connivencia de la gran prensa mediocre y cómplice.

“Si ayer se asesinó a Neruda, hoy se hace lo mismo con su carácter, se frena la credibilidad de sus familiares y seguidores, se estigmatiza la búsqueda de la justicia”.

Pablo Neruda quiso un país y un continente que fueran dueños de sus destinos, añoró un cambio total en las maneras de entender la vida. Su nación iba más allá de la porción de tierra donde ejerció la política y el arte. Los hombres de su talla son adoptados por la humanidad. Aunque Veinte poemas de amor y una canción desesperada sigue siendo un clásico que nos habla, no solo de las relaciones entre parejas, sino del sentido de la existencia, hubo en su momento quien lo convirtió en un libro proscrito e infiel, cuya índole rebelde le valía el peor de los sitios en medio de la hoguera de la censura. Allí, en la obra irreverente y bella, estaba el arma que el artista legara a los pueblos. Las relaciones vistas no ya como un fetiche que se establece a partir de la obtención de mercancías, sino la desalienación y la búsqueda de sentido, la construcción de un yo auténtico a partir del nosotros. Hay en Neruda un entendimiento del amor desde el amor mismo y no ya como un aditamento que le da valor mercantil o no a un proceso de encuentro entre dos seres humanos. Por ello, también el plan de Kissinger iba dirigido contra la poesía, contra la sabiduría que parte de lo sensible y se eleva hasta lo espiritual como una forma de pedagogía exquisita y redentora.

“Aunque Veinte poemas de amor y una canción desesperada sigue siendo un clásico que nos habla, no solo de las relaciones entre parejas, sino del sentido de la existencia, hubo en su momento quien lo convirtió en un libro proscrito e infiel”.

En Chile se llegó —en tiempos de Pinochet— a quemar un libro sobre el movimiento cubista, solo porque alguien dijo que aludía a Cuba. O al menos esa es una de las leyendas que corren y que ilustran el clima de intolerancia y de acérrimo dictamen anticomunista que por entonces imperaba. Lo cierto es que Neruda y el arte eran antitéticos con lo que estaba pasando luego del golpe. La sociedad del miedo, de la mentira, de la traición no podía congeniar con el intento genial por cimentar un amor que sufre, pero que goza con el hallazgo de su verdad más íntima. Décadas de represión pasaron antes de que alguien se acercara a los huesos del poeta con una intención reivindicadora y de búsqueda de justicia. Sin embargo, nada va a restañar ya el crimen, como tampoco van a volver a su lugar las manos de Víctor Jara. A lo sumo, el pueblo puede reconocerse a sí mismo en los versos y usarlos para fundar un nuevo tiempo. La vida tiene que seguir, aunque duelan la muerte y el olvido.

“(…) nada va a restañar ya el crimen, como tampoco van a volver a su lugar las manos de Víctor Jara. A lo sumo, el pueblo puede reconocerse a sí mismo en los versos y usarlos para fundar un nuevo tiempo”.

Pablo Neruda permaneció no obstante incólume y firme, esperando su momento. La Historia posee un halo de inmortalidad que está dado por la superioridad moral de los héroes y a esto Nietzsche lo llamó el eterno retorno. Nada se queda en la inmutabilidad, sino que se mueve y va hacia un sitio mágico, en el cual se tocan los destinos. El mito de Orfeo, que cimentó buena parte de las religiones occidentales, nos habla de la posibilidad de ir a los avernos y volver cargado de sabiduría. Así hay que ver el hecho de que ahora se hable de Neruda y se le tome como un símbolo.

Lo que Kissinger no podrá hacer nunca es dicho retorno. Para él está reservado el viaje sin vuelta atrás, en el cual además tendrá que ir con la marca de la bestia sobre su rostro. Se puede hablar de una metafísica de los héroes y de los traidores a la raza, con diferente fortuna y destino en uno y otro caso.

“Nos salvamos nosotros mismos cuando levantamos la figura del artista y la reivindicamos”.

Más allá de si es cierto o no que Neruda fuera envenenado, está la Historia con sus significaciones y vericuetos. Allí, en la mitología elocuente, hay que hallar los sentidos y los caminos de una praxis social superior. Nietzsche habló además del superhombre, pero no en un sentido de poderes sobrenaturales, sino de la concreción de una moral práctica que gire en torno al hallazgo y no solo a la duda, lo indefinido, lo inestable. Esa pasión de la justicia es también poesía, y allí se definen momentos cruciales de la cuestión emancipadora. Si Neruda escribió no fue solo en aras de la belleza del lenguaje, hay una intención transformadora, de hecho, no se concibe su posición política sin la obra poética que siempre lo acompañó.

Hallar un poco de justicia para el héroe es también equilibrar el mundo. De eso se trata cuando se habla del veneno y del cadáver. Nos salvamos nosotros mismos cuando levantamos la figura del artista y la reivindicamos.

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