Thomas Jefferson, en 1775, se había dirigido al Parlamento británico en nombre de los “sentimientos de América”. El 4 de julio de 1776, el título de la Declaración de Independencia, supervisada por el propio Jefferson, declaraba a una nueva unión de estados con el nombre de “Estados Unidos de América”. Los nuevos estados creados se erigían constituyéndose como confederación “de América” y no desde un sitio en específico. Entre 1787 y 1790, cada estado ratificó la “Constitución de los Estados Unidos de América”. Jefferson tuvo siempre la visión de imperio americano, y cuando fue presidente, entre 1801 y 1809, estableció esas bases; primero, con la compra a Francia de la Luisiana por 15 millones de dólares —un territorio al oeste más extenso que las Trece Colonias y más de la tercera parte de los actuales Estados Unidos—, y después, con su obsesión de llegar al Océano Pacífico con el envío de expediciones. Influido por sus lecturas de Cesare Beccaria sobre “la falsa idea de la utilidad”, promovió el derecho de que los ciudadanos tuvieran un arma como necesidad. Creó universidades y bancos —el conocimiento y el dinero— que, junto a las armas, consolidaban la plutocracia en nombre de la democracia y la libertad. Al morir tenía varios cientos de esclavos. En Estados Unidos, los derechos para la mujer comenzaron —nominalmente— en 1848, y solamente en 1858, con un discurso de Abraham Lincoln —posteriormente asesinado—, se promovió la abolición de la esclavitud, teóricamente ocurrida en 1863. Con Jefferson nacieron los principios fundamentales de la mentalidad imperial yanqui para el “sueño americano”, no solo contra Cuba sino frente al resto de América y el mundo.

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James Monroe, discípulo de Jefferson, incorporó nuevos estados al oeste y concretó la invasión y anexión de casi toda la Florida para cerrar la posesión de las costas atlánticas al sur; reconoció la independencia de las repúblicas hispanoamericanas, pero, al mismo tiempo, se le atribuyó la elaboración de una doctrina, en 1823 —ideada por John Quincy Adams, su secretario de Estado y próximo presidente de Estados Unidos—, que postulaba el principio de “América para los americanos”, teniendo en cuenta el nombre que ellos mismos se habían otorgado de “americanos” como estadounidenses, un evidente reconocimiento en beneficio de sus intereses. Andrew Jackson, gran esclavista de las Carolinas, invadió lo que quedaba de los territorios de los seminolas en Florida y promovió la ley de traslado forzoso de los aborígenes, lo que después serían las “reservas”; Martin Van Buren, su continuador, logró, por la vía diplomática, resolver los litigios fronterizos con Canadá en los que Estados Unidos llevó ventaja, para integrar más extensión a su territorio. El demócrata James Polk, seguidor de Jackson, granjero exitoso y dueño de muchos esclavos, desarrolló la doctrina del Destino Manifiesto —creencia puritana adoptada por los protestantes desde 1630, basada en que los Estados Unidos estaban destinados por la providencia para dominar al resto de América—; proclamó a Texas como el estado número 28 de la Unión y obtuvo de Inglaterra la venta del estado de Oregón —actualmente los estados de Oregón, Washington, Idaho, y parte de la Columbia Británica.

Durante la década de 1820 ocurrió una revolución del pensamiento en Cuba, iniciada por la Revolución Francesa y avivada por las luchas constitucionales en España; patriotas como el antiesclavista José Antonio Aponte y el sacerdote católico Félix Varela, pensador de la patria cubana, estuvieron decididos a luchar por la independencia. Otros criollos de estos años consideraban que, para salir de España, Cuba debía ser estado, no colonia, de Estados Unidos, como si la Isla no quedara asimilada, después de pertenecer a la Unión, como sostenía José Antonio Saco. En el gabinete de Monroe hubo un amplio debate sobre el tema de la posible anexión de Cuba; se discutieron dos peligros: que la Isla cayera en manos de Gran Bretaña, y que fuera “revolucionada” por negros esclavos, como sucedió en Haití. Estas discusiones entre sajones pacientes concluyeron que no era el momento de apoyar la anexión allende los mares, pues Estados Unidos de América no había desarrollado una flota náutica suficientemente fuerte para mantener una guerra contra España fuera de sus territorios continentales. Estas conclusiones comenzaron a definir la importancia de tener una armada marina lo suficientemente capaz para conquistar otras regiones fuera de “tierra firme”. Las discusiones sobre la anexión a Cuba se realizaron un año antes de la redacción de la política de la Doctrina Monroe, basada en la creencia del Destino Manifiesto. Sirvieron para tener en cuenta a Cuba como territorio muy apetecido por riquezas diversas —no solo las económicas y comerciales, sino también las geográficas y humanas— y reconocer que la Isla estaba bajo la gravitación de Estados Unidos de América. Sin embargo, “la fruta no estaba madura” para que cayera del árbol, tal como Isaac Newton había formulado en su ley después de que una manzana cayó de un árbol.

Fotografías de la Guerra hispano cubana norteamericana. Foto: Cubadebate

Maduros sí estaban los territorios al oeste. Polk, apoyándose en el discurso de Monroe, se opuso a las intenciones británicas sobre California, entonces territorio mexicano, y libró una sangrienta guerra contra México después de intentar comprar la bahía de San Francisco sin éxito. El Tratado de Guadalupe Hidalgo cedió más de la mitad del espacio mexicano a Estados Unidos, que incluyó los riquísimos estados actuales de Texas, California, Nevada, Utah, Nuevo México, y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. México tuvo que renunciar a sus viejos reclamos sobre Texas y se estableció la frontera al sur del río Bravo. La Unión pagó como daños solo unos 15 millones de dólares. En 1848, Polk intentó negociar con España la compra de Cuba con la fabulosa cifra de 100 millones de dólares, esta asombrosa suma, que hoy equivale a 2,4 billones en valores, nunca había sido propuesta para ningún territorio. La intención de obtener Cuba, un enclave ultramarino en el Caribe, contribuía a la idea original del Destino Manifiesto y significaba obtener una plataforma para dominar el Caribe e ir más allá de él. España rechazó la compra, pues en esos momentos se trataba de su colonia más rica, después de la pérdida de casi todas sus posesiones en América. Esta frustración todavía dura. La historia había demostrado que los gobernantes estadounidenses, cuando no pueden comprar un territorio, lo toman por la fuerza, cuando las condiciones lo permitan.

Las discusiones sobre la anexión a Cuba se realizaron un año antes de la redacción de la política de la Doctrina Monroe, basada en la creencia del Destino Manifiesto. Sirvieron para tener en cuenta a Cuba como territorio muy apetecido…

La razón por la cual Polk estuvo dispuesto a pagar esa cifra por Cuba se argumenta con el extraordinario auge del comercio entre los dos países y los beneficios que se obtenían. Este comercio venía creciendo, sobre todo en azúcar, desde 1790, y ya para la primera mitad del siglo xix, la mayor parte de los barcos que arribaban a La Habana procedían de la Unión. La expansión territorial de los emergentes Estados Unidos de América, con la que sus fronteras “caminaban”, inició otra etapa de conquista política. Hacia 1850 se estudiaba otra vez la anexión de Cuba como posibilidad entre algunos políticos. El neoyorquino Millard Fillmore, presidente entre 1850 y 1853, no estaba convencido sobre la anexión, pues quienes lo deseaban más eran algunos esclavistas del sur que apoyaron al general venezolano Narciso López, quien reclutó filibusteros en tres expediciones a la Isla que fracasaron; sus hombres fueron juzgados en la Unión por violar la Ley de Neutralidad con España, pero fueron absueltos. López no fue nunca el hombre de la plutocracia yanqui norteña en medio de otro movimiento abolicionista: se incubaba la Guerra de Secesión. La presencia de la Isla en acontecimientos importantes de la historia de Estados Unidos es innegable. La guerra para obtener Cuba continuaba; el demócrata Franklin Pierce, presidente entre 1853 y 1857, intentó anexarla invocando otra vez el principio del Destino Manifiesto; realizó otra propuesta de compra de la Isla por la increíble cifra de 120 millones, pero no prosperó. Este interés fue postergado por el apático presidente James Buchanan, e interrumpido por la llegada del republicano Lincoln, quien estuvo inmerso en el conflicto entre el Sur esclavista y el Norte industrializado, la Guerra de Secesión, en su mandato, preservó la Unión, abolió la esclavitud, fortaleció el federalismo y modernizó la economía. En 1867, durante el gobierno de Andrew Johnson, Estados Unidos compró Alaska al imperio zarista ruso por 7 200 000 dólares, en medio de la fiebre del oro, y se convirtió en su estado número 49. Cuba siguió postergada pero codiciada.

Los yanquis ya estaban listos para librar una guerra contra España y obtener la soñada Cuba; se preparó aun más la guerra mediante el espionaje y la diplomacia; aumentó el cinismo con la propaganda de la prensa amarillista entre 1895 a 1898, bajo la batalla periodística entre el New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst, con una intensa campaña publicitaria contra el genocidio español a la Isla

Después que se había consolidado la Unión, el comercio con Cuba aumentó todavía mucho más y se hizo más importante para los dos países. Entre 1838 y 1842 Cuba ocupó el primer lugar de producción y exportación azucarera mundial; el promedio de su producción fue de 150 603 toneladas, el 23,38 % de la producción mundial, mientras que todas las colonias inglesas promediaron en el período 160 046 toneladas, el 24,84 %. Máquinas de vapor, locomotoras para ferrocarriles, implementos agrícolas y equipos diversos importados hicieron posible que Cuba tuviera más de 400 km de vías férreas, 252 ingenios con máquinas de vapor y una primera central telegráfica por hilos en 1853. En el comercio cubano, Estados Unidos desplazó a España y a Inglaterra, entre otras cuestiones por la ventaja de la cercanía geográfica. Junto a la comercialización venía el intercambio cultural en ambos sentidos para las dos sociedades, incluyendo la religión. A mediados del siglo la diferencia del comercio con el país vecino respecto a la metrópoli era considerable: 15 millones con la Unión, mientras que con España, solo 3; además, se acompañaba con la idea del factor de progreso. Un grupo de camagüeyanos en Nueva York, liderados por Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, iniciaron una campaña a favor del objetivo de que Cuba debería salir de España para unirse a la Unión Americana. La campaña anexionista fue librada mediante el periódico La verdad y se mantuvo una fuerte polémica con Saco, quien estaba convencido de que no era anexión, sino absorción, con la pérdida de la cultura del pueblo cubano, incluyendo el idioma. El vecino vendía caro ya para entonces “el sueño americano” entre los criollos ricos cubanos como modelo de libertad, democracia, republicanismo, igualdad, sufragio, mercado, capital, industrialización, técnica…, todo lo que Cuba no tenía, por lo que resultaba de gran atractivo y con un gran capital simbólico. La plutocracia yanqui ya se había entrenado para ocultar con cinismo su opresión, desigualdad, racismo, xenofobia, represión, injusticia, engaño, explotación, pobreza… para la mayoría de su población.

Para 1860 el valor de las exportaciones de Cuba era mayor que las de Argentina, Chile y Bolivia juntas; solo inferior a 7 millones de pesos oro con la de Canadá. El 42 % de las exportaciones del comercio exterior cubano en ese año iban hacia los Estados Unidos, y solamente el 12 % para España. El azúcar de caña constituía el 80 % de esas ventas, el tabaco el 10 % y el café el 2 %. Después que estalló en Cuba la Guerra de los Diez Años en 1868, esta situación cambió completamente. Por esta razón, se retomó por Washington la idea de “comprar” la “independencia” de Cuba a España por un pago de 100 millones, abonables hasta 20 años, con un 5 % de interés. Estos y otros intentos fracasaron. Después del Pacto del Zanjón ya Cuba tenía una nueva metrópoli comercial de gran influencia cultural: Estados Unidos. En 1880, Rutherford Hayes, nuevo presidente de la Unión, dejaba bien claro su “Corolario”: el Caribe y Centroamérica formaban parte de la “esfera de influencia exclusiva” de Estados Unidos, el llamado “patio trasero”; de esta manera, se apropiaron del Canal de Panamá. Entre dos republicanos estuvo dos veces en la presidencia el demócrata Stephen Grover Cleveland —1885-1889 y 1893-1897—, que invocó también la Doctrina Monroe y modernizó la armada para ganar guerras fuera de las fronteras, después de anexarse Hawai, el estado 50, el último admitido por la Unión en 1959. Los yanquis ya estaban listos para librar una guerra contra España y obtener la soñada Cuba; se preparó aun más la guerra mediante el espionaje y la diplomacia; aumentó el cinismo con la propaganda de la prensa amarillista entre 1895 a 1898, bajo la batalla periodística entre el New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst, con una intensa campaña publicitaria contra el genocidio español a la Isla, la Reconcentración, ordenada por el carnicero Valeriano Weyler, elemento esencial mediático que preparó a la opinión pública contra España, reforzando su “leyenda negra”, como si el genocidio de esos años hubiera sido el único.

Mucho se ha escrito e investigado sobre la explosión del acorazado USS Maine, enviado a La Habana “para proteger vidas
y haciendas de los ciudadanos de Estados Unidos” ante el conflicto. Foto: Internet

En 1897 arribó a la presidencia el republicano William McKinley; en su mandato se perfeccionó el dominio neocolonial en la nueva etapa de la era moderna, con una estrategia global; se intentó “negociar” con España la “pacificación” de la Isla después del inicio de la Guerra de Independencia de 1895, pero la metrópoli española no cedió ante la propuesta de perder su soberanía sobre la Isla. José Martí, quien había gestado y organizado de manera titánica esta “guerra necesaria”, sumando a legendarios generales y legitimándola ante el mundo, murió a los pocos días de desembarcar en la Isla. Mucho se ha escrito e investigado sobre la explosión del acorazado USS Maine, enviado a La Habana “para proteger vidas y haciendas de los ciudadanos de Estados Unidos” ante el conflicto; estalló anclado en la bahía de La Habana en 1898, murieron 261 marines y se desató la Guerra Hispano-cubano-estadounidense, en medio de una ira colectiva preparada en su pueblo. El gobierno de McKinley declaró que las hostilidades entre “el gobierno de España y el pueblo de Cuba” deben cesar y el Congreso aprobó una Resolución Conjunta, virtual declaración de guerra contra España. Las fuerzas del Ejército Libertador cubano tenían el control de una buena parte de las regiones cubanas, pero no habían tomado ni La Habana ni Santiago de Cuba. De manera relámpago y con una exitosa y desigual batalla naval en Santiago de Cuba, facilitada por el Ejército Libertador, que colaboró en todos los frentes para combatir el ejército colonial español. Ante su desastre, España se rindió. Mediante el Tratado de París en diciembre de 1898, firmado entre representantes del reino de España y de los Estados Unidos de América, sin representación del Ejército Libertador Mambí, no solo Cuba quedó bajo la tutela de la Unión, sino también Puerto Rico, Filipinas y Guam. El General William Rufus Shafter llegó por mar a Santiago de Cuba e impidió la entrada por tierra del General Calixto García, en un acto de humillación que el cubano respondió en célebre carta. Después de ser ocupada militarmente la Isla por las tropas estadounidenses, el primer día de enero de 1899 arribó a La Habana el interventor militar ante la mirada de los patriotas cubanos que observaron como en Cuba se trasladaba la dependencia del país de España a Estados Unidos de América. La frustración se apoderó de la nación.

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