La historia paraba de respirar

Daniela Muñoz Barroso
26/1/2017

 “El 25 de noviembre en la mañana, habíamos decidido partir al día siguiente hacia Soroa, y de ahí escalar la Loma del Taburete, a la que nunca habíamos ido. Iba a ser un viaje rápido —de solo dos o tres días—, porque después nos íbamos a complicar con mi tesis de graduación de la FAMCA y no tendríamos tiempo de ir a donde quisiéramos. Pero antes teníamos una fiesta esa noche, el cumpleaños de una amiga.

“No quiero contar mucho de esa noche; tampoco de cómo me sentí, porque cada cual tiene una historia. La mía es una más, y la terminé contando en acciones. Pero nuestros planes cambiaron, porque la Historia paraba de respirar por un instante.

 

Foto: Daniela Muñoz Barroso

“Una larga noche de respiración agitada y un despertar brusco, ansioso, temprano, me golpeaban el cerebro: ¿Qué vas a hacer?, ¿quién eres?, ¿qué sientes?, ¿qué puedes hacer? Tener un compañero de acción y de pensamientos facilita nuestra vida; pensar entre dos ofrece más opciones, y más si los dos son bastante decididos.

“Quedarse esperando no era una opción. Se escuchó de pronto un poco de bulla muy a lo lejos, y justo ahí comenzó nuestra Caravana. Solo había una cámara, la agarramos y salimos corriendo, sabiendo los dos que esa sería nuestra arma, que esa sería nuestra respuesta al ¿qué puedes hacer? Y más.

“Había llamadas y mensajes de texto constantes; no sabíamos a dónde íbamos, pero íbamos corriendo, atravesando las calles principales, buscando, observando. ¡Qué calles tan raras aquellas, qué silencioso amanecer! Línea: nada, G: nada, 23: nada… J: nada. Por aquí hay que subir, nadie lo dijo, era seguro. Y ahí estábamos, en medio de los nuestros, y nos apretamos las manos porque encontramos un lugar a gusto, y comenzamos a repartir abrazos… y abrazos.

“Fue mi turno con la cámara y recuerdo que veía muy borroso, sentía borroso, pero la agarraba muy fuerte. Sonaron las notas del Himno, se escuchó La Era y yo ya no pude hacer muchas más fotos. Jorge se acercó y me dijo: ‘Nos tenemos que montar en la Caravana’.

“En aquel momento sonó como si fuéramos barbudos y fuera una cuestión de ir corriendo detrás de unos camiones, llorar un poco y convencerles de que nos dejaran subir; luego buscar alguna institución que nos enviara como fotorreporteros; finalmente, buscar cómo ir sí o sí. La idea era seguir la Caravana a todas las provincias, poder vivirlo todo, pero fue imposible. La segunda opción era viajar directo a Santiago.

“Esa tarde nos unimos a otros jóvenes que, como nosotros, buscaban otra forma de sentir, de expresar: eran muchachos del Instituto Juan Marinello y el proyecto Nuestra América, y otros dispersos que se fueron uniendo. Juntos hicimos nuestra marcha desde el Juan Marinello hasta Malecón y 23. Llevábamos flores, banderas, consignas, lágrimas, un paso fuerte y una mirada larga.

“La historia que viene después la conoce el pueblo; nosotros la seguimos en La Habana y la seguimos hasta Santiago. Usamos las mismas vías de siempre para movernos: el invento y la total seguridad de que llegaríamos a nuestro destino. Llegamos a Santiago a las 4:00 a.m. y nos quedamos en casa de un amigo. Horas después estábamos camino a la entrada de la ciudad, respirando el aire de allá, que era diferente al de La Habana; entendiendo, mezclándonos. Esperamos, bajo el sol y la lluvia, hasta que entró, y cuando entró ya no se detuvo hasta lo que para nosotros fue la Despedida, la noche, la Plaza de Santiago, su gente, el calor, y nuestro sudor, las miradas. Y luego el regreso.

“Las anécdotas se cuentan en las fotos, están ahí. Cada una es una historia, un momento de entender al otro, conversar con él y preguntarse cuál es su historia. La fotografía me mira y me pregunta: ¿Quién eres tú y por qué estás aquí? Es un segundo en que el tiempo se para y, a partir de ahí, existe una conexión en la historia entre tú y el otro. Se pertenecen. Fotografiar estos días se volvió más que nunca un recuento, una vorágine de sentimientos o un carrusel de rojo, blanco, azul y verde en mi cabeza, cuestionándomelo todo. Cada clic era un choque con la Historia, mi Historia, mi Patria, la Patria. Aquellos días el tiempo se detuvo.

“Jorge y yo decidimos que los que no habían podido seguir de cerca nuestra Caravana, debían hacerlo de alguna forma; es decir, nuestros padres, y amigos o familiares en el exterior. Entonces todos los días publicábamos una pequeña selección de fotos en Facebook junto con un escrito de cada uno. Jorgito narraba lo sucedido y yo lo que sentía, algo más ‘poético’.

“Al regreso, Jacomino, el director de La Jiribilla, nos llamó para decirnos que le habían encantado nuestras fotos y que quería hacer una exposición. Fue una tremenda alegría: no quedarían guardadas solo para la memoria, sino compartidas con más personas.

“Fue fácil trabajar a cuatro ojos, porque esos ojos tenían sentimientos parecidos cuando capturaron las fotos, solo que lo hizo cada uno a su estilo. Incluso hubo fotos que coincidieron, es decir, habíamos fotografiado lo mismo, y había que escoger cuál era la mejor, pero no fueron muchas. Tampoco fue difícil hacer la selección, porque ambos teníamos similares motivaciones para la exposición: mostrar ese momento, mostrar el pueblo y sus reacciones, contar una historia. De ahí en adelante fue encontrar las fotos que mejor lo expresaran en los diferentes momentos y espacios. Por supuesto, nos valimos también de la ayuda de una curadora, joven y estudiante como nosotros, que hallara el equilibrio y mostrara su visión, más distante de los hechos”.