La huella de algunos disparates

Laidi Fernández de Juan
7/8/2018

Es justo aceptar el sano interés que por figuras de la cultura más o menos consagradas muestran periodistas, investigadores, aspirantes a artistas, fotógrafos, directores de programas radiales y televisivos y alumnos de diversas ramas humanísticas. Todos hemos pasado por esa etapa de deslumbramiento ante un famoso/a, pero el primer paso debe ser siempre conocer la obra de esa persona a quien entrevistaremos. Ante la premura de algunos medios, el escaso margen de tiempo de que a veces se dispone por las prisas del famoso/a, o del encargado de llevar a cabo el encuentro, pero, sobre todo, debido a una creciente falta de rigor, sucede que más que un intercambio, el resultado es un monólogo. O el entrevistador quiere destacarse más que el entrevistado, o, más común aun, no tiene la menor idea de con quién está hablando.


Todos hemos pasado por esa etapa de deslumbramiento ante un famoso/a. Foto: Internet

 

Más que tragicómico, resulta patética la rectificación que se ve obligada a hacer la supuesta estrella, ya sea el artista afamado o el propio entrevistador. Una actriz a quien mucho respeto me contaba que recibió una llamada del asistente de dirección de un programa informativo cultural, solicitándole una entrevista. Mi amiga consintió, admitiendo la hora y el lugar sugeridos por el asistente, quien, al final de la conversación y justo al momento de la despedida, tuvo el mal tino de añadir “nos vemos, si no surge ninguna impronta en el camino”.

Mi amiga, que además de buena actriz, es humorista, no pudo despegarse del auricular. “¿Cómo ha dicho usted?” preguntó, creyendo haber entendido mal, pero “dije que nos vemos el jueves, si no surge ninguna impronta en el camino”, repitió la misma voz. “No supe si reír o llorar, si rechazar la entrevista pactada o mandarlo todo al diablo”, me contaba. Quiso dar otra oportunidad al destino, y el día convenido, al recibir al asistente de dirección del programa informativo cultural, mi amiga-actriz-humorista recibió al susodicho con la siguiente expresión: “Qué bueno que pudo usted venir, menos mal que no hubo impronta, ¿verdad?” “Sí, menos mal”, respondió aquel, para enseguida añadir “Y…aquí le dejo a quien le hará la entrevista, porque yo debo seguir mi camino sin improntas”.

Una vez más, mi amiga se quedó en un pasmo. No solo el “no improntado” se largaba, sino que, en su lugar, asignaba la entrevista a un muchachito de la edad de su hijo, imberbe y con ojos de ratón asustado, quien, por supuesto, ni conocía la carrera de mi amiga, ni sus premios, ni sus más recientes actuaciones. Por no saber, hasta pronunciaba mal los apellidos de la estrella. Un caos, en fin. En actitud maternal, la actriz de marras lo sacó del apuro, autoentrevistándose frente a las cámaras.

Otro tanto ocurre cuando en los estudios radiales o de televisión vemos a grandes figuras —del arte, del deporte, de la ciencia— tirados en divanes deplorables, abanicándose a punto de un golpe de calor, mientras esperan turno para ser maquillados, tres horas antes de acudir a las cámaras o al micrófono, porque los citan con más tiempo del que exige cualquier compañía de aviación. De estas cosas nadie habla, porque existe mucho pudor, y cierto miedo a ser considerado “una persona que se cree cosas”, pero lo cierto es que pocas veces se tiene en cuenta el tiempo que se consume, el trabajo que se posterga y  el esfuerzo por vencer la timidez que implica asistir a una entrevista. Para que, encima de todo, confundan nombres, obras, o se repitan preguntas tan tontas y gastadas como esas de “¿qué significa X premio para usted?” —Sabiendo que la respuesta siempre será: “Un gran compromiso”—. “¿Algún mensaje para la juventud?” —“que estudie mucho y se prepare”—, o simplezas por el estilo.

Debo añadir que no siempre ocurren estos dislates: contamos con buenos oficiantes en el arte de entrevistar, y lo digo sin miedo a parecer cautelosa.

He sido testigo de intercambios de gran valía, y, sobre todo,  graciosamente ligeros —que no simples— entre entrevistador y figura reconocida. Citaré algunos ejemplos: Recuerdo con particular afecto un encuentro entre el periodista José Luis Estrada Betancourt y mi madre, en el Pabellón Cuba, hace más o menos cinco años. Fue una tarde muy divertida y aleccionadora a la vez. Igualmente, Magda Resik sabe sortear dificultades cuando entrevista a alguien famoso que no sea dado a soltar palabras con facilidad. Edith Massola es ya una maestra en el arte de entrevistar en vivo, y Madeleine Sautié sabe muy bien reseñar una actividad cultural sin caer en lugares comunes ni didactismos innecesarios. Para terminar, sugiero la lectura de Lloverá siempre, un libro disponible en la librería mn de la Casa de las Américas, donde una de las más grandes entrevistadoras latinoamericanas, la uruguaya Maria Esther Gilio, devela sus secretos, sus trucos en el arte de obtener información provechosa para el gran público. Hablando en plata: una mujer que jamás hubiera preguntado estupideces, ni cometido faltas gramaticales ni orales. Vale la pena aprender de los grandes, y no andar por la vida dejando huellas de disparates.