Hace casi cuatro décadas un artista y un editor comenzaron a organizar tertulias en la Casa del Escritor de Matanzas. Como suele suceder desde hace más de medio siglo en que los cubanos logran producir algo novedoso, pese a las ingentes dificultades cotidianas, comenzaron a imprimir ─en esténcil entonces, en ese papel que aquí llamamos de cartucho─, pequeñas invitaciones a actividades de escritores y artistas, que luego Estévez ilustraba con dibujos. La idea fue desarrollándose cada vez más, y se comenzaron a realizar las plaquettes, y más tarde los libros artesanales. Fue el inicio de una editorial que se ha consagrado a publicaciones literarias que se trabajan, en la mayoría de sus ediciones, con reproducción limitada y de forma artesanal, y en cuyas páginas se inserta la creación de artistas, ya sea como libros ilustrados o, incluso, asumidos también como libros de artista, con reproducción limitada, así, de ese proceso, nació Ediciones Vigía.

Sus fundadores, el artista visual Rolando Estévez y el escritor Alfredo Zaldívar apostaron su vida y oficio en la iniciativa de constituirla, sin imaginar entonces la dimensión cultural que luego alcanzaría. Considero que es una de las editoriales fundadoras en América Latina en el ámbito de la edición artesanal y ha sido estudiada y filmada, incluso, más que por Cuba, por otros expertos de países como Estados Unidos, Inglaterra y España.

Esa afirmación parte no solo del valor literario o ensayístico de los textos, sino debido a la realización visual que, desde aquel lejano comienzo y hasta 2014, fue liderada por Estévez. Sus publicaciones han empleado hojas de árboles, palitos, caracoles, arena, tierra, borra de café, fragmentos de textiles diversos (todos vendidos o usados en Cuba), escamas, cortezas, azúcar, cartones de embalaje, semillas, yaguas, trozos de caña de azúcar, encajes, en un largo etcétera. Estos, entre muchos otros materiales del entorno de nuestra vida diaria, al incorporarse al diseño y la obra visual del original de Vigía dotaron a esas ediciones de una peculiaridad que transmite no solo belleza, sino también la energía del mundo de la naturaleza y el entorno cubano. Por lo que aquella otrora labor primigenia y fundacional de Estévez, sin duda, sentó las bases de la identidad de Vigía, trabajo que ha sido continuado por sus editores y artistas hasta el presente.

Años después de su trayectoria en Vigía, Rolando Estévez, quien es además pintor, diseñador y, no menos sustancial, uno de los primeros cultivadores en Cuba de esa manifestación artística —no muy conocida aún— que es la del libro arte, fundó su propio proyecto en Matanzas llamado El Fortín, para el que produce sus propias ediciones con literatura suya y de otros autores y al que se ha entregado por completo.

Ahora ha llegado a la Galería Villa Manuela, en un momento tan especial para las artes visuales cubanas como es la 14 Bienal de La Habana, con una exposición personal, Ex Libris. La huella de Eva, totalmente dedicada a libros arte y a la memoria de esas mujeres inolvidables de la cultura cubana y legendarias de las artes del mundo.

He escrito que ver las obras de Estévez implica recordar que es un pintor que escribe poesía y a la vez un poeta que es artista visual. Y, sobre todo, creo necesario resaltar que, junto a otros, es uno de los iniciadores en el país de esta manifestación artística que es el libro arte y que asimismo ha empleado una visible variedad de expresiones. Si bien él suele volver sobre temáticas similares que son como obsesiones, sin embargo, no se reitera nunca, de modo que suele sorprender con lo inesperado.

En su muestra personal, cada mujer artista es representada de modo diferente, como en una suerte de itinerario por sus vidas dedicadas al arte o a la literatura. Coincidentemente han sido diversas las técnicas y estilemas empleadas por Estévez a lo largo de su trayectoria, lo que define una pluralidad estilística muy funcional que le ha impedido, de paso, reiterarse.

En La huella de Eva, Estévez representa el mundo interior de estas creadoras mediante aquellos elementos que pudieron significar pasajes de su vida íntima o su quehacer profesional. Son objetos relacionados con aspectos biográficos de esas personalidades que le han inspirado, a la vez que los resignifica para expresar la espiritualidad que se halla tras las imágenes empleadas, a lo que se agrega el contenido en sus propios versos: todo realizado como si quisiera imantar esos significados para devolvernos otras lecturas de las que emana una visión intimista a la par que sensitiva de la vida y obra de las mujeres artistas.

“…ha llegado a la Galería Villa Manuela, en un momento tan especial para las artes visuales cubanas como es la 14 Bienal de La Habana, con una exposición personal, (…) totalmente dedicada a libros arte y a la memoria de esas mujeres inolvidables de la cultura cubana y legendarias de las artes del mundo”.

Edith Piaf, Frida Kahlo, María Elena Molinet y las escritoras cubanas Digdora Alonso, Nancy Morejón y Ruth Bejar son reveladas a través del poema del autor dedicado a cada una de ellas o en los versos de las que son escritoras en rollos manuscritos que, desplegados, se extienden verticalmente, al modo como se empleaban en los papiros de la antigüedad. Ese soporte alargado le permite al espectador visualizar de una sola vez el poema y su lectura como un todo. En ese sentido las obras son libros arte, en específico libros objeto por sus dimensiones y por el hecho de hallarse contenidos dentro de cajas, así como también libros instalación por su disposición en el espacio respecto al espectador. De igual modo pudieran verse, quizá, como esos altares mexicanos y, en su caso, desde una admiración que le es consustancial a esas divas, muestra rasgos reveladores por los que podemos reconocerlas o, en específico, como en el caso de los escritores, son sus versos los que los identifican, ya sea Nancy Morejón, Digdora Alonso, Ruth Behar y Norge Espinosa.

Edith Piaf se nos revela en los versos que le dedica el artista, y entre otras piezas en la instalación, por ejemplo, en la Torre Eiffel atada a un zapato negro, como el vestuario usual que llevaba en sus conciertos, en la obra Suite para voz y corazón en traje negro; asimismo Estévez rememora la vida dedicada al diseño de vestuario de María Elena Molinet (Mañanas, tardes, noches de María Elena); en la caja cual joyero que es un contenedor del rollo de versos que dedica a la poeta cubana Digdora Alonso (Mirando una bandada de palomas en el cielo de la tarde); de igual modo nos recuerda a Frida Kahlo en los hierros que emergen de unos zapatos, cual símil de la tortura que viviese con aquellos rígidos corsets (luego del accidente sufrido por la pintora cuando era joven) e incluye en esta obra una fila variada de calzados de época que transforma en biberones u otras inesperadas formas para remitirnos al suplicio corporal que condenó a Frida tantas veces a la inmovilidad, en una hermosa instalación que titula Con duro polvo de óleo.

Suite para voz y corazón en traje negro.

Todos los textos manuscritos para cada obra de la exposición son creación literaria de Rolando Estévez, excepto los poemas de Ruth Behar, Digdora Alonso y el escrito por Nancy Morejón titulado Amo a mi amo, por cierto, una versión más reciente, pues en la anterior Estévez agregaba un performance durante el cual desenrollaba la obra mientras se escuchaba a la escritora leer su contenido sobre una relación de amor y odio entre una esclava y su dueño esclavista, y por otra parte Vestido de novia ─que Estévez dejó escrito a mano sobre la blancura del satén del traje─, y cuyo autor, Norge Espinosa, dramaturgo, crítico y poeta, era un adolescente cuando creó esta pieza que ha sido considerada fundacional respecto al tema del género.

Mañanas, tardes, noches de María Elena.

Al final, una siente que resalta la eficiencia de la capacidad discursiva de Estévez no solo de forma narrativa en su poesía, que no puede ser obviada, sino en tanto es arte visual, respecto a las imágenes, o sea, a los recursos recreados por él con el fin de transmitir vivencias, quizá en exceso detalladas y acumulativas en algunos casos, en su afán por ofrecer una escena en que los protagonistas son esos fragmentos distintivos que narran las vidas entregadas al arte y la literatura. Y en ese sentido se desliza tras ello la huella de una pasión sostenida del artista por el teatro, vinculada con su larga experiencia como diseñador escenográfico.

Mis últimas líneas van en la dirección de resaltar una vez más esta manifestación artística que es el libro arte que Estévez ha privilegiado y que, no menos cardinal, tiene ya una comunidad de artistas cubanos que la cultiva, paralelamente a la pintura, el grabado u otras. Libros arte en tanto creación de elevado y libre vuelo que muchos artistas a nivel global aman. En ese cielo que apasiona a tantos ha navegado con mucha experiencia Rolando Estévez, conquistado por el discurso visual que imbrica a la poesía y viceversa, y es con ambas que, estoy segura, nos continuará seduciendo.

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