El Memorial José Martí, en la Plaza de la Revolución, constituye uno de los sitios emblemáticos de la capital cubana; además de promover la vida y la obra de Martí, y de ser sede de conmemoraciones o celebraciones, uno de sus salones se ha destinado a exponer buen arte, como corresponde para honrar a quien fuera no solo el Apóstol de la independencia y la libertad de Cuba y el primer modernista de América, sino además un crítico dotado de excepcional “ojo” para el arte. Durante el mes de marzo, y como parte de la extendida Bienal de La Habana, el Memorial presenta la exposición Arte con arte, a partir de los fondos de la proteica colección de Luciano Méndez.

“…una muestra que exhibe obras de Alfredo Sosabravo, Manuel Mendive, Pedro Pablo Oliva, Roberto Fabelo, Rafael Pérez Alonso, Ernesto Rancaño, Alexis Leyva Machado (Kcho), Luis E. Camejo, Douglas Pérez Castro, Juan Roberto Diago, Vicente Hernández, Niels Reyes, Eduardo Méndez Navarro, Alfredo Gómez Cangas, Roldán Lauzán, Yaily Martínez Molina, Gabriela Pez y Daniela Águila.

No es la primera vez que piezas de artistas cubanos contemporáneos atesoradas por este coleccionista español se exponen en la Isla y en el extranjero. En esta ocasión, Lesbia Vent Dumois, Premio Nacional de Artes Plásticas en 2019, tuvo a su cargo la inauguración de una muestra que exhibe obras de Alfredo Sosabravo, Manuel Mendive, Pedro Pablo Oliva, Roberto Fabelo, Rafael Pérez Alonso, Ernesto Rancaño, Alexis Leyva Machado (Kcho), Luis E. Camejo, Douglas Pérez Castro, Juan Roberto Diago, Vicente Hernández, Niels Reyes, Eduardo Méndez Navarro, Alfredo Gómez Cangas, Roldán Lauzán, Yaily Martínez Molina, Gabriela Pez y Daniela Águila.

Arte con arte, cuya gran diversidad de artistas y discursos representa un reto a la curaduría, pudiera verse como un paliativo a los rigores y dolores por los que ha atravesado —y atraviesa— el mundo, y Cuba como parte de este. Por eso empiezo mi recorrido por la alegría que generalmente trasmite Sosabravo, quien durante su larga labor creativa ha desarrollado una rica gama cromática, un intencionado uso de las texturas y una composición compleja, junto a una mirada ingenua, a veces humorística; las obras seleccionadas, del lejano 1974, y un torso tridimensional más reciente, identifican su estilo. Mendive llega con su universo mítico de religiosidades africanas y su lenguaje mágico-simbólico, extendido del lienzo a la escultura; pero no se trata de una visión folclorizante, y, por ello, superficial: cada pieza suya implica una detenida conceptualización y trasluce su enorme cultura. De Pedro Pablo Oliva, creador de mensajes inacabados, herederos de un expresionismo de pulso popular, se muestran obras de varias etapas, que ratifican una inagotable iconografía personal —no pocas veces deudora de Chagall, o unos pezones-ojos que nos conducen a Mendive—, reminiscencias de la infancia en el campo, alucinaciones, fábulas y símbolos escondidos en la memoria, como la frustración de un niño con su papalote, quizás por falta de aire para elevarlo, y, también en el plano aéreo, pero más actual, la escultura evocadora del mítico Matías Pérez, desaparecido, quizás, por exceso de aire.

“Fabelo exhibe una vez más sus dotes de artista total, su permanente mezcla de historias y sueños (…) para
romper los límites artificiales entre lo hermoso y lo feo, lo elegante y lo grotesco”.

Fabelo —que sabemos, por una muestra anterior, muy bien representado en la colección de Méndez— exhibe una vez más sus dotes de artista total, su permanente mezcla de historias y sueños, lo mismo en el dibujo que en esculturas zoomórficas humanizadas, para romper los límites artificiales entre lo hermoso y lo feo, lo elegante y lo grotesco. Kcho, con sus sempiternos botes, balsas, remos, islas, mar… como metáforas del viaje y las migraciones interiores y exteriores del ser humano, de esa eterna necesidad de zarpar para buscar qué hay más allá de la línea del horizonte, no abandona este camino de infinitas actualizaciones y posibilidades expresivas. Vicente Hernández, también obsesionado por el mar, “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, expresa su universo mítico con desenfrenada fantasía que parece absolutamente real —dibujo preciso, minucioso, detallista, unido a la pincelada suelta, caótica, incontrolada—, a veces bajo el estallido de color en medio de fondos ocres o grises, la amable mirada en situaciones de profundo dramatismo, la ingenuidad aparente con férreo dominio técnico, y nos estremece en esta ocasión con la ya de por sí dramática incomunicación de la torre de Babel, bajo un cielo tan turbulento como las olas aciclonadas en su natal Batabanó.

Rafael Pérez Alonso, que ha realizado una relectura de la historia del arte con una mirada irónica, lo mismo mediante una poética escultórica que con cercanía a la estética fotográfica o a la imaginación criolla convertida en símbolos populares y la ambivalencia de mensajes que permite el arte, se presenta con una escultura metálica de pequeño formato, de un personaje que parece avanzar con mucho empeño sobre las aguas —¡otra vez el agua!—. Luis E. Camejo, tan dado a las imágenes urbanas, con la presencia obsesiva de autos, bicicletas, barcos, trenes, helicópteros…, construye un discurso que entremezcla lo cotidiano con la nostalgia bajo una eficaz economía del color. Douglas Pérez Castro ratifica una suerte de costumbrismo apegado a detalles que recrean personajes como en los viejos grabados, con una actualización de situaciones entre la fantasía y el humor. Juan Roberto Diago, que ha diversificado su obra con la abstracción y la figuración, siempre bajo temas que expresan la esencia de hombres y mujeres negros esclavizados y el doloroso conflicto de la diáspora africana, nos pone ante aquella herida abierta del pasado mantenida en el presente.

Obra de Daniela Águila, con mujeres colocadas, desafiantes y discordantes, en un paisaje a lo Aduanero Rousseau.

A Alejandro Gómez Cangas y su poética de las muchedumbres, la curaduría le reservó un sitio especial, como para resaltar esa multitud deudora de la fotografía, bajo una concepción sociológica del espacio público y un guiño a sus ambigüedades: ¿qué hace esa gente?, ¿qué espera la muchedumbre aglomerada con sus angustias y miedos, mientras se impacientan, saludan, hablan por teléfono, dudan si quedarse o irse?: tal vez el artista haya logrado, hasta sin proponérselo, todo un tratado filosófico de la “cola”. Niels Reyes, coherente con su estilo, reitera rostros tristes, dubitativos, meditabundos, reflexivos…; intensas emociones que el artista es capaz de concentrar, sobre todo, en los ojos. Eduardo Méndez Navarro, bajo una perspectiva de gran humanismo, rehúye los rasgos desgastados por reiteración en imágenes conocidas, de ahí que en sus piezas tridimensionales sugiera la sencillez de Chaplin, la segura inseguridad de Dalí, el permanente asombro de Picasso, la aparente timidez de Woody Allen, y en la obra bidimensional seleccionada Eusebio Leal parezca regresar de la nada para observarnos: ¿seremos capaces de preservar su legado? Roldán Lauzán, artista dialogante con enigmáticas mujeres de labios provocadores, hasta en las monjas, propone ahora una aristocrática dama de cuello modiglianesco, tocado exuberante y enigmática expresión que invita a adentrarse en los espacios más recónditos de la subjetividad femenina. Tres jóvenes mujeres representan una apuesta al futuro en la colección: Yaily Martínez Molina, con sintéticos dibujos que indagan en inquietantes relaciones de poder; Gabriela Pez, cuya autorreferencialidad denota búsquedas en su ascendencia africana, y Daniela Águila, con mujeres colocadas, desafiantes y discordantes, en un paisaje a lo Aduanero Rousseau.

Pedro Pablo Oliva en su primera etapa (1974).

Un aparte merece la obra de Ernesto Rancaño, cuya muerte nos estremeció hace solo unos días. La exposición estuvo dedicada a este artista fallecido en su plenitud, quien injertó, como pedía el Apóstol, en el tronco de su identidad nacional, el arte universal. Instalado en un espacio fantástico, desarrolló una mixtura creativa en que todo es posible: suavidades, candores y una espiritualidad que ha atrapado a muy diferentes públicos. La abducción del Niño Jesús, de 2021, obliga al visitante a permanecer largo tiempo frente a la composición y fijarse en sus minuciosos detalles. Ese niño entre un ciervo y un conejo, sometido a la infinitud del universo, activa muchos de nuestros miedos e interrogantes ante una escena que nunca sabremos si sucedió o está por suceder.

Ernesto Rancaño, La abducción del Niño Jesús, de 2021, obliga al visitante a permanecer largo tiempo frente a la composición
y fijarse en sus minuciosos detalles.

Esta muestra heterogénea, que ratifica la diversidad del arte cubano contemporáneo y su nutricia apropiación de estéticas de muchas épocas y países, se abre en tiempos en que pareciera que la razón y el diálogo ceden terreno a la violencia. Gracias por recordarnos que formamos parte de lo común y lo mejor del ser humano, y por hacer convivir en armonía esa pluralidad de discursos y maneras de mirar el mundo que todavía mantiene la comunión del arte con el uni-verso. Ojalá contemos pronto con el catálogo que nos haga revivir tan enriquecedora experiencia.

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