En 1749 la Academia de Dijon, en Francia, puso a convocatoria un premio con el tema “Sobre si el restablecimiento de las ciencias y de las artes ha contribuido al mejoramiento de las costumbres”; fue ganado por Juan Jacobo Rousseau y el texto se publicó en 1750; a pesar de lo aparentemente inofensivo del título, el autor había expresado una tesis inesperada: “Mientras que el gobierno y las leyes proveen a la seguridad y al bienestar de los hombres, las ciencias, las letras y las artes, menos despóticas y quizás más poderosas, extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro con que están cargados, ahogan en ellos el sentimiento de esa libertad original para la cual parecían haber nacido, les hace amar su esclavitud y forman de ellos lo que se llama pueblo civilizado. La necesidad elevó los tronos, las ciencias y las artes los han consolidado” (Obras escogidas. Juan Jacobo Rousseau, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 499). En 1754 la misma Academia propuso otro tema: “¿Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres? ¿Está ella autorizada por la ley natural?”. Pura dinamita en medio de una de las primeras grandes “batallas de ideas” de la estrenada modernidad. El premio lo mereció el abate François Talbert, que hoy casi nadie recuerda; Rousseau había enviado su “Discurso sobre el origen y la desigualdad entre los hombres”, publicado al año siguiente.

“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”. Imagen: Tomada de ArteDot.com

El “Discurso…”delimitaba desde el inicio las bases conceptuales de su disertación: “Concibo en la especie humana dos clases de desigualdades: la una que considero natural o física, porque es establecida por la naturaleza y que consiste en la diferencia de edades, de salud, de fuerzas corporales y de las cualidades del espíritu o del alma, y la otra que puede llamarse desigualdad moral o política, porque depende de una especie de convención y porque está establecida, o al menos autorizada, por el consentimiento de los hombres. Ésta consiste en los diferentes privilegios de que gozan unos en perjuicio de otros, como el de ser más ricos, más respetados, más poderosos o de hacerse obedecer” (ibídem, p. 531). A veces, de tanto estudiar el segundo concepto, se ha relegado el primero, porque esa desigualdad existe también. Rousseau llegó más lejos en sus razonamientos: “El primero que, habiendo cercado un terreno, descubrió la manera de decir: Esto me pertenece, y halló gentes bastante sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil” (ibídem, p. 553). Aunque se tratara de un juicio simple o ingenuo, echó las bases para fijar que la causa moral y política de la desigualdad radicaba en el “…establecimiento de la propiedad y de las leyes” (ibídem, p 575). A pesar del tiempo transcurrido, nadie lo ha podido desmentir.

Como no pretendo historiar este asunto, realizo un salto descomunal hasta el otro momento que considero esencial para entender las luchas sociales y políticas. En el Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Carlos Marx y Federico Engels entre diciembre de 1847 y enero de 1848, y publicado por primera vez en Londres en febrero de 1848, se proclamó en una de las primeras líneas una audaz generalización que constituye la columna vertebral del cuerpo de cualquier lucha social y política: “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” (Carlos Marx. Federico Engels. Obras escogidas en dos tomos, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1955, p. 21). Por supuesto, se referían a la historia a partir del esclavismo, y no afirmaban que esta lucha fuera la única existente. El resto del manifiesto se dedica a explicar las innumerables contradicciones y tipos de luchas sociales y políticas a lo largo de la historia, y a identificar su esencia; en aquellos momentos, la principal era entre burgueses y proletarios, pero los adversarios del marxismo les criticaron injustamente ceñirse a esta de manera exclusiva, y los posteriores “marxistas” antimarxistas la plantearon como la única posible. Los dogmáticos la dejaron inmóvil, sin tener en cuenta que otras lides complementaban, afianzaban o sostenían la principal. En el desarrollo del capitalismo, sus ideólogos estudiaron el marxismo para intentar contrarrestarlo o atenuar sus efectos, pues sus tesis se convirtieron en las de mayor importancia social y política en el siglo XX. Ni Marx ni Engels se adentraron en las particularidades de las sociedades poscoloniales americanas. Han pasado muchos años y se han complejizado los grupos sociales, así como la propia lucha; sin embargo, tampoco nadie podría negar que las contradicciones entre ricos y pobres en el mundo, llámense como se llamen, son la fuente de las batallas más importantes, aunque no la única.

Aunque se tratara de un juicio simple o ingenuo, echó las bases para fijar que la causa moral y política de la desigualdad radicaba en el “…establecimiento de la propiedad y de las leyes” (ibídem, p 575). A pesar del tiempo transcurrido, nadie lo ha podido desmentir.

Para argumentar su tesis en el Manifiesto… sus autores analizaron que “…la burguesía moderna […] es por sí misma fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio” (ibídem, p. 23), por lo que reconocen que “…la burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario” (ibídem, p. 24); incluso, postularon acertadamente que “…la burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales” (ibídem, p. 25). Esta postulación, que se hizo más evidente en el siglo XX, también reveló al menos dos certezas: si no hay un desarrollo de las fuerzas productivas es poco probable que ocurra una contradicción con las relaciones sociales de producción existentes, y por otra parte, “Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía” (ibídem, p. 28); la propia historia del último siglo de la era pasada ha demostrado que se necesita de una base estructural económica fuerte para la construcción socialista y que “La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros” (ibídem, p. 34). Independientemente del desarrollo capitalista después de la Segunda Guerra Mundial y de su intento de refundación del capitalismo en la era posmoderna, no ha cesado la lucha de clases como fuerza motriz del desarrollo, aunque con disímiles actores, en diferentes condiciones y bajo distintas características según lugares y circunstancias. Los acomodados en su “marxismo” frenaron los posibles análisis de los cambios, los congelaron todos bajo la etiqueta hereje del “revisionismo”, a pesar del razonamiento de que el ser humano piensa según vive y cada quien vive en realidades cambiantes en el espacio y en el tiempo. Hoy el capital privado se ha hecho cada vez más insostenible y contradictorio, enfrentado al interés social y al mundo actual ante el cambio climático. A pesar del tiempo, la lucha de clases como formulación dialéctica sigue gravitando, solo que es preciso ser revisionista todos los días.

“…la burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales”. Imagen: Tomada de Internet

El próximo salto en las luchas de clases y las clases de luchas ocurrió en la Rusia semifeudal. Vladimir Ilich Lenin fue el líder de la Revolución de Octubre, que no solo triunfó, sino que se mantuvo en el poder político contra los vientos y las mareas de la guerra civil y el asedio imperialista. Hasta esos momentos los debates habían quedado en el plano teórico y conceptual, pero a partir de entonces las luchas se manifestaron en el terreno práctico y bajo una urgencia apremiante de aguda tensión. El capitalismo había esperado siglos entre las primeras reflexiones que criticaban al régimen feudal hasta la Revolución Francesa de 1789, que defendía el derecho individual burgués. Con la Revolución de Octubre de 1917 se intentaba defender los derechos sociales de todos los ciudadanos, dirigidos por la clase obrera en alianza con los campesinos.

Ahora bien: ¿cómo construir una sociedad socialista sin tener a una burguesía líder y lista para los cambios de las fuerzas productivas, necesarias para lograr una base económica sólida, y transformar las relaciones de producción y sociales? La burguesía casi feudal de Rusia reaccionó violentamente contra los cambios propuestos, apoyada por homólogas europeas, más desarrolladas. La experiencia que debió enfrentar Lenin contribuyó a un enriquecimiento en el aprendizaje para esa construcción sostenida en los primeros años. Con su cultura política y capacidad pragmática, sabía que en Rusia, enrolada en la Primera Guerra Mundial y bajo condiciones de hambruna, era difícil construir el socialismo, por lo que firmó un tratado de paz con los alemanes contra la opinión de no pocos; inició un proceso de electrificación e industrialización, planteó una Nueva Política Económica en 1921, también frente a numerosos y diversos opositores a ese camino; al año siguiente logró una gran fuerza económica, social y cultural con la creación de la URSS, Estado federal inaugurado en 1922, que proclamaba la unidad entre diversas nacionalidades con dos condiciones: que gobernaran los soviets y que se enrumbaran al socialismo, que para construirse necesitaba paz y desarrollo económico.

Una de las grandes preocupaciones de Lenin en sus últimos años de vida fue la falta de instrucción y cultura de los obreros y campesinos en toda la URSS; sus discursos y escritos así lo demuestran. Los restos de burguesía adaptada a la burocracia formaban parte importante de las direcciones de gobiernos y partidos de cada república, y también, de la dirección del gobierno central y del PCUS. Mientras, su salud mermaba. El 23 de diciembre de 1922, en carta al Congreso, aconsejaba cambios en su estructura política; ampliar el Comité Central, y que se les diera carácter legislativo a las decisiones del Gosplán, “…coincidiendo en ese sentido con el camarada Trotski” (V. I. Lenin. Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1961, t. 3, p. 787). Al día siguiente reflejó en unas notas su preocupación por la seguridad del funcionamiento del Partido y por una posible división: “Me refiero a la estabilidad como garantía contra la escisión en un próximo futuro, y tengo el propósito de exponer aquí varias consideraciones de índole puramente personal. Yo creo que lo fundamental en el problema de la estabilidad, desde este punto de vista, son tales miembros del CC como Stalin y Trotski. Las relaciones entre ellos, a mi modo de ver, encierran más de la mitad del peligro de esa escisión que se podría evitar, y a cuyo objeto debe servir, entre otras cosas, según mi criterio, la ampliación del CC hasta 50 o hasta 100 miembros. El camarada Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotski, según demuestra su lucha contra el CC con motivo del problema del Comisariado del Pueblo de Vías de Comunicación, no se distingue únicamente por su gran capacidad. Personalmente, quizá sea el hombre más capaz del actual CC, pero está demasiado ensoberbecido y demasiado atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos” (ibídem, p. 788).

Independientemente del desarrollo capitalista después de la Segunda Guerra Mundial y de su intento de refundación del capitalismo en la era posmoderna, no ha cesado la lucha de clases como fuerza motriz del desarrollo, aunque con disímiles actores, en diferentes condiciones y bajo distintas características según lugares y circunstancias.

Del 4 de enero de 1923 se recoge en las obras de Lenin un suplemento a la carta del 24 de diciembre de 1922, que durante un tiempo estuvo “perdido”: “Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el cargo de Secretario General. Por eso propongo a los camaradas que piensen la forma de pasar a Stalin a otro puesto y de nombrar para este cargo a otro hombre que se diferencie del camarada Stalin en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer una fútil pequeñez. Pero yo creo que, desde el punto de vista de prevenir la escisión y desde el punto de vista de lo que he escrito antes acerca de las relaciones entre Stalin y Trotski, no es una pequeñez, o se trata de una pequeñez que puede adquirir importancia decisiva” (ibídem, pp. 789-790). Lenin murió en 1924.

En 1928 Stalin logró imponer el reemplazo de la Nueva Política Económica por una economía centralizada y una colectivización forzosa en el campo, que él mismo supervisaba. En 1929 Trotski fue desterrado y posteriormente asesinado en México por orden de Stalin. La URSS en pocos años se convirtió en una potencia industrial mientras millones de personas eran enviadas a campos de trabajo como castigo; otras fueron deportadas a zonas remotas de la URSS. Entre 1932 y 1933 la hambruna asoló el país y a partir de 1934 Stalin realizó la Gran Purga, al precio de miles de ejecutados. En 1938 ya no quedaba nadie del equipo que acompañó a Lenin a inicios de la Revolución. La experiencia del socialismo en el poder en la URSS para esa fecha había concluido, de la misma manera que con la coronación de Napoleón I como emperador, concluyeron los ideales bajo los que se inició la Revolución Francesa.

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