La música y las nuevas formas de colonialismo

Alberto Faya
17/7/2018

En el documento del Foro de Sao Paulo titulado: “Entre la globalización neoliberal y el proteccionismo imperial”, expresado en Nicaragua en el 2017, se afirma: “Contribuir a la erradicación total y definitiva de la dominación colonial en Nuestra América constituye uno de los grandes retos y responsabilidades de la izquierda latinoamericana y caribeña”.

Los debates del Foro Sao Paulo 2018 estarán dirigidos a remarcar el papel de la izquierda en la unidad
del movimiento revolucionario latinoamericano. Foto: Yerelys Gil

 

El colonialismo contemporáneo se muestra  de maneras sutiles y diversas, y se apoya en la utilización de mecanismos manipuladores del pensamiento y, consecuentemente, de los valores con que operamos. La necesidad, inherente al capitalismo, de crear mecanismos que reporten ganancias al costo de lo que fuese, genera nuevos métodos para ejercer el dominio sobre los pensamientos que hoy son reforzados mediante la utilización de los medios masivos contemporáneos en manos de grandes empresas multinacionales. Al decir del dominicano-mexicano Héctor Díaz Polanco, hay “un proceso impulsado por el capitalismo desde siempre, pero ahora en una fase especial que es el proceso de individualización de la sociedad, la atomización de lo humano, vía la individualización de la sociedad. En la medida que nos individualizamos caemos en las garras de este proceso alienador que es el consumismo, que permite a su vez desgarrar el sistema de valores, la jerarquía de valores, donde la apropiación de cosas, objetos, mercancía se convierte en un elemento que tiene más valor que cualquier otro que previamente predominaba”.

El disfrute de la música apunta a ese tipo de individualización, pero debido a las características propias de la música como hecho artístico, necesita ser compartido. Como la música es también un enorme negocio, convertido en uno de los más rentables del mundo, a través de él se manipulan valores en función de lógicos intereses mercantiles creadores de enormes cantidades de consumidores, cuyas solicitudes de obras (básicamente canciones) a través de Internet, alimentan la prevalencia de solo varios tipos de muestras, todas representativas de las culturas hegemónicas que privilegian los valores que en ellas se expresan, relegando a planos mucho menos solicitados, a las muestras musicales que reflejan las esencias culturales de los pueblos. Esto ha logrado hoy el disfrute individual de obras muy específicas, compartido por igual por millones de seres humanos. Mediante ese mecanismo no se facilita el libre curso de pensamientos, el conocimiento mutuo y el desarrollo de una unidad en nuestra diversidad.

Un simple recorrido por la promoción y divulgación de música en todo el mundo nos ilustra acerca de cómo solo ciertas formas musicales constituyen la corriente fundamental del gusto y cómo se obvia la influencia de una enorme cantidad de músicas representativas de la multiplicidad en la cultura.

Si bien es cierto que en los enunciados de los servicios de las principales empresas para la solicitud masiva de música por Internet (dependientes en su gran mayoría de tres megaempresas controladoras de más del 70% de la música grabada) se ponen a disposición de los consumidores millones de ejemplos musicales, no es menos cierto que los que son general y mayormente promocionados responden, básicamente, a variantes de la música pop, pop rock, rythm and blues, blue eyed rythm and blues (una definición muy racista, por cierto) y alguna que otra similar; todas nacidas en contextos culturales hegemónicos. El resultado es el de una prevalencia del consumo de muestras artísticas que responden a las esencias de las culturas hegemónicas, a partir de los millones de solicitudes que a diario se hacen por parte de lo que he llamado una “comunidad universal de consumidores” que resulta mucho mayor y constante que la de los seguidores del campeonato mundial de fútbol.

Uno de los resultados más alarmantes de esta poderosa influencia es que las músicas nacionales y locales nacidas de muy diversas y ricas culturas terminan siendo discriminadas por valores construidos por una enorme y global divulgación que conmina al público a apropiarse mediante el consumo de más o menos lo mismo. La mayor parte de las obras que figuran en los conocidos Top 10 o los Top 20 son, en muchos casos, opuestas a o simples caricaturas de los ricos acervos culturales humanos y que, a partir de su enorme divulgación, desarrollan una ignorancia de los mismos y hasta su rechazo.

Esta política cultural conduce a un pensamiento único modelado por intereses mercantiles. Mecanismos ejercidos sutilmente pero que incrementan la colonialidad contemporánea y que apuntan, fundamentalmente, a reforzar los valores que promueven, sobre todo entre las más jóvenes generaciones, al conminarlas a menospreciar o ignorar muestras culturales no hegemónicas, contribuyen a la prevalencia de una cultura única y universalmente dominante, contraria a la necesaria pluralidad que debía conducir a un conocimiento mutuo y a una unidad frente a la colonialidad.

Frente a esto, la lucha por un internacionalismo cultural debe contribuir a fomentar el acercamiento y el diálogo amplio y abierto entre los seres humanos, contribuyendo a que nos comuniquemos mejor a partir de la aceptación de una libre y saludable unidad en nuestra diversidad.