La Nave: mujeres in situ

Maikel José Rodríguez Calviño
12/8/2019

Lo personal es político
Máxima feminista

 

De cuerpo presente es el título de la exposición colectiva que por estos días acoge la capitalina galería La Nave, sita en 18, entre 5ta y 7ma, Miramar. Con curaduría de Clarisa Crive y Miguel Ángel García, la muestra agrupa a seis jóvenes fotógrafas cubanas, poco visibilizadas en nuestro contexto, cuyas propuestas evidencian un claro enfoque de género fundamentado en la autorreferencialidad y lo performático; vertiente dentro del arte insular explorada por creadoras hoy tan significativas como Ana Mendieta, Marta María Pérez Bravo, Cirenaica Moreira y Lidzie Alvisa.

Fotos: Maité Fernández
 

En primer lugar encontramos a Khadis de la Rosa, quien nos ofrece dos piezas, “Zurrón” y “Sabbat”, que toman como punto de partida la vida militar para reflexionar sobre las múltiples agresiones, tanto físicas como psicológicas, sufridas por las mujeres al interior de sistemas culturales androcentristas fundamentados en el belicismo, la intolerancia y el extermino del otro. Resultan notables el trabajo con botones de uniforme y casquillos de municiones que la artista adhiere a su piel, transformándose en una suerte de alfiletero humano, una y mil veces herido por las balas de la hegemonía patriarcal.

Le sigue Lisandra López Sotuyo con el tríptico Cosmos (“Edén”, “Galaxia” y “Panacea”, 2017): conjunto de fotografías digitales en las que una vez más la fotógrafa espirituana procura el embellecimiento del dolor, el ennoblecimiento del trauma, afán inherente a toda su producción simbólica. Tras dos excelentes muestras personales, Anatomía de la rosa (2018) y Más que anatomía (2019), encargadas de “reinsertarla” en el panorama visual capitalino, Lisandra se suma a De cuerpo presente con una dolorosa alegoría sobre el cuerpo femenino herido y mutilado por la enfermedad, específicamente por el cáncer de mama. El evidente artificio propio del collage, logrado mediante la superposición fotográfica, nos permite atisbar al interior de tres cuerpos femeninos repletos de estrellas, medicamentos o flores que han invadido un terreno en apariencia yermo, despojado de su función original debido a la enfermedad y la cirugía, pero cuyas cicatrices dan cuenta de una historia de vida, supervivencia y reafirmación.

 

Por su parte, Yanahara Mauri propone “Métodos para aniquilar el deseo” (2015), dos piezas en las que esta peculiar creadora explora, con mordacidad y sin medias tintas, los encorsetamientos que el orden patriarcal impone al cuerpo femenino deseante, transformándolo en un objeto del deseo sin voluntad ni derechos a una satisfacción plena en el campo de lo erótico. Este ejercicio de violencia simbólica es muchas veces aprendido y naturalizado por lo femenino, imponiéndoles patrones de comportamiento fundamentados en la obediencia, la represión del deseo y el displacer.

Una vez que el cuerpo explota, una vez que se produce la crisis de “histeria” (concepto con que el orden patriarcal ha intentado enmascarar el desacato, la irreverencia, la ruptura de las normas y del encorsetamiento), lo femenino es autocatapultado a otro plano de expresión donde el libre albedrío y la anatomía en libertad operan a sus anchas. En este particular se fundamenta la serie fotográfica Autorretrato (2017), cuya secuencia “Buscando la luz” nos ofrece imágenes de Alejandra González en pleno arrebato histérico, pugnando por trascender un espacio arquitectónico y corporal (un sitio, y el sitio dentro del sitio) que, desde lo simbólico y lo cultural, limitan su libre albedrío. El cuerpo aquí deja de ser objeto pasivo, que ha somatizado la manipulación, para convertirse en sujeto actante que protesta, se retuerce, “enloquece” y se libera.  

Llegamos, entonces, a Katiuska Saavedra, una de las artistas cubanas que actualmente trabajan con mayor acierto los asuntos vinculados al género. Conocí la obra de esta eterna holguinera mediante Santa gana, muestra personal que en 2017 acogió el habanero Estudio Seis Seis. En aquel momento quedé gratamente impresionado por la calidad y profundidad de su trabajo. Al ver las piezas incluidas en De cuerpo presente, y tras el diálogo que sostuvimos después, mi admiración se incrementó aún más.

De las tres piezas incluidas en la muestra, me detendré en dos. La primera, titulada “Crucero” (2017), nos remite directamente a las consecuencias de la emigración, a la “muerte” que implica el desarraigo. El retrato de Katiuska (quien ha recorrido medio mundo y actualmente alterna entre Cuba y México) lleva sobre los párpados sendas monedas de un euro, en clara alusión a los óbolos colocados por los antiguos griegos sobre los ojos o las lenguas de los difuntos, a fin de que sus respectivas almas pagasen al barquero del Hades el tránsito por el río Aqueronte. La comunicación entre dos realidades separadas por el agua, la pérdida de una vida para construir otra, así como los procesos de readaptación que implica todo proceso migratorio, están condensados en esta hermosa pieza.    

La segunda obra (en mi opinión, la más hermosa e impactante de la muestra) es “Pérdida de fe” (2016). Aquí, la artista condensa gran parte de las ideas que ha desarrollado durante su carrera. En estos tres retratos a tamaño natural vemos a una Katiuska desnuda y genuflexa, con un corazón que le brota de la espalda y alcanza progresivos estados de putrefacción mientras el resto del cuerpo decae y se consume. Según el statement que acompaña al tríptico, la artista tomó como referencia un popular programa iconográfico católico: el Sagrado Corazón de Jesús. Solo que, en esta ocasión, la esencia de tan conocida imagen, síntesis de un sistema religioso cuya figura teológica principal es masculina, ha sido manipulada y subvertida en función de un polisémico discurso que habla sobre los avatares de un mundo enfermo del espíritu, pero también de la pérdida de la fe en sí mismas que sufren las mujeres victimizadas por el orden patriarcal. Así, esa espalda que tantas responsabilidades carga, que tanto peso soporta, sufre la peor muerte de todas: la espiritual, pues ve tristemente coartadas las posibilidades de una realización plena al interior de sistemas sociales que la violentan desde múltiples perspectivas.

 

Por último, a la antedicha nómina se suma Daniela Águila con La casa de las flores (2019). Esta es la pieza con menor densidad conceptual de la muestra, lo cual resulta comprensible, pues su creadora apenas cuenta con 19 años, siendo, por consiguiente, la más joven del grupo. No obstante, su propuesta constituye un prometedor inicio en la búsqueda de un lenguaje iconográfico propio que seguramente habrá de sorprendernos en el futuro. Por el momento (tal y como aclara el respectivo statement), la creadora se detiene en explorar su cuerpo desde la sorpresa y la honestidad, lo cual resulta, cuando menos, encomiable.

De cuerpo presente es una magnífica exposición fundamentada en una línea curatorial clara y precisa, que explora las similitudes y divergencias inherentes a las poéticas de sus protagonistas. Usualmente, las exposiciones centradas en temas de género carecen de un basamento teórico mínimo, lo cual redunda en aproximaciones superficiales y vacuas que terminan causando más problemas de los que intentan remediar. Con esta propuesta, Miguel Ángel y Clarisa se apartan sabiamente de este nocivo lugar común al articular una propuesta inteligente, cuidadosa, como pocas he visto dentro del panorama expositivo cubano de los últimos tiempos. Asimismo, la muestra representa un insoslayable germen de futuros proyectos curatoriales, más ambiciosos y abarcadores, centrados en temas similares, y un significativo punto de partida para convertir a La Nave en el único espacio del país encargado de generar, visibilizar y promocionar arte con enfoque de género. ¡Enhorabuena para creadoras y curadores!