La necesidad de beber de las fuentes

Guille Vilar
8/2/2021

Cada día que pasa me convenzo más de la necesidad que tenemos los críticos de beber de las fuentes del conocimiento acumulado por las generaciones precedentes. Más allá de ser dueños de un suficiente arsenal teórico para evaluar responsablemente un acontecimiento musical, recabar semejante apoyo de información implica una oportuna y coherente solidificación de nuestros puntos de vista. En tal sentido, no dejo que transcurran muchos días sin cultivar la sensibilidad estética con la lectura de artículos escritos tanto por Enrique José Varona como por Cintio Vitier, Juan Marinello o Alejo Carpentier; trabajos que refieren las problemáticas culturales de su tiempo con una vigencia tal, que muchas de ellas son hoy las nuestras.

“Estas inapreciables fuentes de sabiduría no existen solamente en el legado de personalidades de la cultura cubana del ayer, sino también, de manera revitalizada, en la esencia de prominentes músicos contemporáneos”. Fotos: Internet
 

En cualquiera de los tres tomos del compendio Ese músico que llevo dentro (Letras Cubanas, 1980) nos encontramos con agudas valoraciones de Alejo Carpentier en torno a temáticas diversas que, a pesar de haber sido escritas en los años cincuenta, para nada nos resultan ajenas. Tal es el caso de la implacable crítica a la modalidad de comercializar las llamadas sinfonías condensadas por parte de importantes sellos discográficos foráneos. Se trata de la irrespetuosa pretensión de dirigir la atención del público hacia esta música al reducir el tiempo de duración de clásicos universales como la Quinta sinfonía de Beethoven. En el caso de esta obra, sus treinta y dos minutos de duración fueron reducidos a catorce, y el emblemático primer movimiento fue condensado en tres bochornosos minutos. Evidentemente se trataba de una vulgarización del arte por medio de la banalidad, con el fin de obtener mayores ganancias económicas, situación que, al denunciar Carpentier en su momento, nos confirma el enfrentamiento de una lucha de larga data asumida por nuestra intelectualidad.

En otro de los artículos, “El mito de los espontáneos”, el famoso novelista cubano trae a colación una reflexión muy actual; se refiere a aquellos que a pesar de creerse realmente músicos, expresan sin el menor recato que sienten lástima por quienes estudian, pues consideran que lo poco que saben es suficiente para triunfar. Para Carpentier, este es un lamentable modo de vivir sin dejar huellas. Desde semejante nivel de arrogancia no saldrán —ironiza el maestro— “de un perpetuo redescubrimiento del Mediterráneo”.

Lo que me ha impulsado a escribir acerca de la cotidiana necesidad que tenemos de saciar nuestra sed de conocimientos es que estas inapreciables fuentes de sabiduría no existen solamente en el legado de personalidades de la cultura cubana del ayer, sino también, de manera revitalizada, en la esencia de prominentes músicos contemporáneos. Con ellos solo hablamos habitualmente sobre su obra, pero con plena franqueza les digo que dicho diálogo podría ser incluso mucho más abarcador. Por tal razón, les presentamos en exclusiva de La Jiribilla una entrevista hecha al maestro Frank Fernández, en la que el reconocido músico ofrece sus consideraciones acerca de la evolución de la música en Cuba, desde la perspectiva de su acendrado compromiso con el arte y un fructífero razonamiento, cuya brillantez condiciona por sí misma la invitación para próximos encuentros.

¿Cómo asume el relevante concertista Frank Fernández el impacto en la cultura nacional de la obra de Juan Formell y los Van Van?

Toda obra creadora está llena de ese misterio del arte que, como tú bien sabes, es prácticamente imposible develar con la limitada capacidad esclarecedora de cualquier idioma, sea español, inglés, ruso, chino o alemán. De cualquier manera, pienso que la mixtura que Juan Formell creó con sus antecedentes charangueros, trovadorescos y ese mágico toque que surge de un changüí actualizado, sin ánimo de descubrir el “agua tibia”, lograron una factura musical que, junto a una orquestación compartida entre violines, trombones y el ritmo —más que el propio compositor, surgía este sentido rítmico de observar la intuición del bailador—, devendría un producto no solo imposible de explicar, sino también extraordinariamente original.

“No hay para mí géneros menores ni mayores, lo que sí hay son artistas menores o seudoartistas, y artistas mayores o verdaderos”.
 

¿Existe para Frank Fernández alguna barrera de índole cultural que disminuya su compromiso con la trascendencia de una manifestación musical auténtica en relación con otras igualmente válidas?

En absoluto. Siempre he creído y practicado mi respeto hacia cualquier género de la creación musical, siempre y cuando sea bien realizado; lo difícil es hacerlo bien. Hacer una sinfonía no te hace mejor artista. Tocar una rumba no te convierte en virtuoso. Componer una canción no te hace inferior a nada ni a nadie. Lo difícil es hacerlo bien. No hay para mí géneros menores ni mayores, lo que sí hay son artistas menores o seudoartistas, y artistas mayores o verdaderos.

Desde la perspectiva de un hombre sumamente culto, ¿cómo ve el maestro Frank Fernández la evolución de la música popular desde momentos culminantes como la época de oro del Trío Matamoros, el dominio del Benny Moré en el entorno de la música bailable de los años 50 y el posterior fenómeno de los Van Van? ¿Cómo se imagina el destino de semejante manifestación musical en los tiempos futuros? ¿Le preocupa el empoderamiento de manifestaciones vulgares y mediocres como el reguetón en la evolución del género en cuestión?

Creo que en el desarrollo de la creación musical de todos los siglos siempre han habido cúspides extraordinariamente grandes como las que tú mencionas, así como cráteres tan hondos que el mar se queda corto para sugerir su profundidad. La suerte es que existe la historia, que se encarga, inexorablemente, de perpetuar las cúspides y de olvidar, o en algunos casos de destruir, la creación banal casi siempre estimulada por la búsqueda de la fama, el dinero o el humano deseo de reconocimiento que tenemos todos; no por ser humano, deja de ser sumamente traicionero.

Por supuesto, me preocupa el empoderamiento del mal gusto, la simplicidad que raya en la estupidez, la incultura y todos los males provocados por esas tendencias. Sin embargo, confío en esa implacable jueza anteriormente mencionada que es la historia, que pone las cosas en su sitio, ojalá más temprano que tarde.

Mientras tanto, no dejo de estudiar y de aprender, no solo de aprender a tocar bien el piano, sino a ser mejor músico cada vez. Mi país, que es una fuente inagotable y que en muchas ocasiones ha estado en la vanguardia de la música en el mundo, se lo merece.