La noche de los museos

Jesús Jank Curbelo
13/8/2018

I. Sillas vacías

A las seis de la tarde la Casa Museo José Lezama Lima, en Trocadero, muy cerca de Prado, debiera estar cerrada. Es otra puerta en medio de la fachada natural de Centro Habana. Una entre muchas puertas. En bajos. El soporte de otros dos pisos donde vive gente y de una azotea donde hay tendederas, tanques y otros tarecos de azoteas. Un museo para un tipo difícil como Lezama en el fondo de un barrio duro como Colón.


El Museo Casa José Lezama Lima en la Noche de los Museos. Fotos: Marcos Paz Sablón

 

A las seis de la tarde del viernes 10 de agosto hay timba, gritería, bicitaxis, una casa donde venden conos de helados, una casa donde llenan fosforeras, una pila de niños sin camisa jugando al fútbol y un papel impreso a la entrada del Museo que dice que es la noche de los museos, que el grupo de teatro Cimarrón va hacer poemas–performance y que los que vengan podrán “apreciar aspectos poco conocidos de la gestión del Museo”. Dentro hay una veintena de sillas vacías y dos o tres sillas llenas de mochilas que, supongo, serán de los actores de Cimarrón, un gringo y una niña que recorren salones cada uno por su cuenta y una gata negra que dicen que se llama Inaca, como el personaje de Paradiso, que se lame en una de las butacas de madera y rejilla de la sala que antes era la sala de Lezama, en la misma butaca donde un día debió haberse sentado, qué sé yo, Mariano Rodríguez.

Hay cuadros de Mariano y cuadros de Loló, Portocarrero, Jorge Arche, manuscritos de Lezama, su máquina oxidada de escribir, la cuna que usó de niño, fotografías de él y de sus padres, libros y libros. Dice Israel Díaz Mantilla, director, que la promoción del centro se basa en carteles que pegan en la bodega, en la panadería, en las esquinas, con la lista de las actividades, que no tienen una página en Facebook ni una página web, que en días normales reciben entre dos y tres visitas y que esta tarde no va a ser distinta, porque la tarde es horario complejo: hora de cocinar, de ver TV, de coger un cinco. Ellos, sin embargo —los trabajadores del Museo—, han puesto empeño en esto. Y aunque no vengan más de tres personas la actividad se va a hacer.


Efectos personales de Lezama expuestos en el Museo

 

II. La idea

La noche de los museos, sugerencia del Centro Provincial de Patrimonio Cultural de La Habana, tenía como objeto abrir varias de estas instituciones, cuyos horarios habituales oscilan entre las 9:00 a.m. y las 5:00 p.m., entre las 6:30 y las 8:00 p.m. del 10 de agosto. En cierto sentido, una idea piloto. La jornada serviría de escenario para visitas especializadas, ventas de libros, charlas, exposiciones de artes visuales…

III. Deportes náuticos

El Museo Municipal de Playa, en 13, entre 60 y 62, es una casa grande a la que se llega por una escalera junto a un jardín. Nombre oficial: Museo de la marcha del pueblo combatiente. A la entrada, en una silla de plástico, la CVP mira pasar el tiempo. Hay un bar enfrente. Muy cerca, el Acuario, la Fregadora y muchos otros bares llenos de gente porque, ya se sabe, al cubano posmoderno le interesa beber y escuchar música más que ir a escuchar charlas sobre cosas que ya pasaron y que ver objetos cogiendo polvo dentro de vitrinas. Cuestiones de moda.

Aquí, sin embargo, en la segunda planta, hay desde julio una exposición que atraviesa, en una línea de tiempo, los deportes náuticos en el municipio, cosa que viene al caso porque Playa está llena de balnearios y toda clase de espacios recreativos que dan al mar. La expo: algunas fotos, la copa que hace años fue el trofeo de alguna competencia, un esnórquel y unas patas de rana, una red en una pared y una foto de Korda que muestra a Fidel y al Che pescando. Nada más. Jennifer Ancizar Martínez, especialista del Museo, insiste en que la inauguración estuvo más concurrida de lo que esperaban. Añade que el fuerte de asistencia al centro son pioneros que vienen en visitas programadas, trabajadores de centros cercanos que vienen en visitas programadas, investigadores que buscan libros.

A las 6:40 de la tarde hay diez personas en un salón pequeño. Uno de ellos, el más joven, parece pasar de 40 años. Están en varias sillas ordenadas frente a una mesa con una laptop donde dos mujeres detallan la historia de los deportes náuticos con fechas y curiosidades en diapositivas. Nidia Espinet, museóloga, me explica que estuvieron más de un mes convocando al barrio para que asistiera, que pasaron correos electrónicos, que tocaron las puertas de las casas, que fueron a los círculos de abuelos, a la Asociación de Combatientes y “mira, con todo y eso, las pocas personas que están aquí”. Le pregunto al público qué tal la idea de abrir los museos de noche. Me contestan que el conversatorio es interesante, pero que a estas horas muchos de ellos deberían estar jugando con sus nietos, o comiendo. Dice Nidia que en Playa no funciona. Que hay que exhortar sobre todo a los jóvenes. Que cada municipio tiene características diversas y que en este el Museo tiene competencias de todo tipo. A las siete, fin del conversatorio. Y nada más.

IV. Fiesta

Marianao es distinto. Cerca del Museo, en la calle 128–B, hay una funeraria, un estadio derruido donde la gente corre cuando no hay sol, una plaza, un mercado. A las 7:30 un hombre en traje canta un bolero en el portal del Museo que se oye en tres cuadras a la redonda. Frente a él, más de 40 personas. Unos niños descalzos y sin camisa lo escuchan trepados en la baranda, desde fuera. Aquí también la entrada es gratis. Pero las sillas que han acomodado en el portal no alcanzan para el público. Así que hay gente también en la acera y gente de pie.


Niños asistentes al evento realizado en el Museo Municipal de Marianao

 

Cuando acaba el bolero, el animador agarra el micrófono y pide aplausos y suenan aplausos, habla de La noche de los museos, de lo buena que les está quedando La noche de los museos, y presenta al próximo hombre en traje que va a cantar boleros. Tras la puerta —un portón grande, de casas antiguas—, en una mesa, una jarra con agua, un termo con café y vasos plásticos. Quien quiera puede pasar y servirse.

La sala de los muebles da a una plaza con una fuente en medio, al aire libre. La humedad se ha comido las paredes. Se notan los repellos de los techos y que queda poca madera buena. Sin embargo, el ambiente es agradable. Alberto Boloy Castellanos, director, me explica que citó a los artistas, profesionales todos, para las 5:00 p.m. porque había que armar el guión. “Ninguno de ellos cobra. Vinieron porque son amigos nuestros”. A las seis comenzaron con una visita guiada por las salas del Museo, que conserva mobiliario y objetos en general de la historia del municipio. Asistieron 42 personas. Luego hubo un recorrido por una exposición dedicada a los héroes del Moncada. Y a las 7:15 empezó la fiesta.

Mientras hablo con Alberto, los artistas, maquillados hasta más no poder, pasan a un cuarto que les sirve como camerino. Se retocan o se cambian las ropas. Regresan al portal. Entre uno y otro, el animador recita la historia de Marianao, enlista fechas, nombres. En el pantry dos mujeres cortan panes a la mitad, abren refrescos, los sirven, ponen todo en una bandeja, salen a portal y reparten. Son las ocho de la noche. Alberto dice que mientras el público esté feliz, continúe el espectáculo, que hasta las nueve. A las nueve, si acaso, los que quieran regresarán a casa a jugar con los nietos, a hacer comida. El Museo está mejor que la TV.