La nueva casa, la nueva escuela (II)

Emir García Meralla
10/2/2017

Algo estaba pasando. El país se comenzaba a abrir a nuevos retos. No importaba que algún sueño o meta hubiera quedado trunco en el camino. Para cada sueño hay una energía tal que, si fracasamos, reintentamos nuevamente en otra dirección. Esta vez, el sueño pasaba por establecer industrias y fábricas a lo largo de toda la geografía nacional; y se denominó tareas de choque. Para ese fin, los jóvenes de ese tiempo se agruparon y nació la Columna Juvenil del Centenario.

foto de Juan Formell fundador de Los Van Van
Juan Formell, bajista, compositor y director fundador de Los Van Van. Foto: Internet

Pero había otros sueños en manos de los que comenzaban a vivir esos años. Sueños que fueron graficados o involucraron la sensibilidad de una parte importante de los músicos cubanos, sobre todo de Juan Formell.

Formell había trazado la primera ruta sonora de la Revolución, desde fines de los años 60. Su música era continuidad y ruptura con lo precedente; además, había mostrado antes su capacidad para escribir canciones que llegaran al alma y al corazón de la gente.

Para los hombres de estos tiempos (el hombre nuevo) y para los que le precedían (el revolucionario fundacional), su música les equiparaba en tiempo y espacio; pero sobre todo les marcaba una ruta ideológica nunca antes sospechada. Formell comenzó a interpretar y a traducir en canciones las vivencias de su época. No se trataba de historias de despecho o simples guarachas jocosas. Eran las vivencias de unos hombres y mujeres que anteponían un sueño colectivo por encima de los intereses personales, que dejaban la piel y hasta la familia si fuera necesario, en pos de que el mendrugo de pan alcanzara para todos. Era un nuevo país este que comenzaba en los años 70.

Si el Grupo de Experimentación Sonora (GES) representaba una forma novedosa de acercar y entender la música cubana, y reinsertarla con algunas vanguardias musicales; los Van Van eran otra expresión de vanguardia y generaban su propia poesía, una poesía que se expresaba por medio de estribillos y coros que pasaban de boca en boca y representaban a una mayoría.

No era para menos. Yuya Martínez era una nana coqueta y sensual; a otro le criaron con compota de palo; y en el momento de hablar de una ruptura amorosa era más fácil decir “chirrínchirran”; la alegría se expresaba con la orgánica definición de “felicítame”. Así comenzaba una leyenda musical y humana que llegaría hasta los comienzos del siglo XXI.

El país se comenzaba a poblar de escuelas, se trazaba la ruta para crear hombres dispuestos a dominar la tecnología y las ciencias del futuro, a operar maquinarias y a desarrollar ideas; pero también se necesitaba formar a los hombres nuevos con los valores correspondientes. Serán el capital nacional, o simplemente a la usanza de estos tiempos: los recursos humanos.

No eran tiempos de vergüenza por estar alejados de las modas. El pitusa y un par de botas cañeras nos definían. Nuestras fiestas acusaban la virtud de la igualdad y la peineta artesanal o el peine se llevaban en un bolsillo, tal y como años después se hará con teléfonos móviles y otros accesorios, con singular orgullo, mientras bajo el brazo se ha de exhibir un libro.

Ella, la que aman los hombres de esta época, comenzaba a materializar sus sueños, quería ser maestra y, abrazada a él en el muro del malecón, imaginaba la asignatura que impartiría y hasta las bellacadas de sus futuros estudiantes. Él, con la misma energía, fundido en el mismo abrazo, soñaba con cruzar los mares; quería ser capitán muy pronto.

Juventud,  divino tesoro que parece no agotarse. Es sábado en La Habana. Los jóvenes están de pase y reinventan sus sueños y sus espacios. La heladería Coppelia les abre sus puertas y les aglutina.

Termina este fin de semana y cada uno toma su ruta. Vendrán otros fines de semana y otras historias por contar, y tendrán su expresión musical. Pero la de esta Habana joven ya estaba escrita y se acomodaba en la memoria colectiva.

La nueva casa, con sus jardines y sus semilleros, tendrá sus historias de amor cada fin de semana. De ellos será la memoria futura; pero antes la canción se hará poesía, una vez más estarán los muchachos del GES, y Formell rondará entre ellos desde su misma distancia.

La Nueva Trova será el siguiente camino de estos tiempos.