La nueva civilización

Juan Nicolás Padrón
4/10/2020

Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, las experiencias con el uso de la robótica y los progresos de la biotecnología, iniciados en las últimas décadas, propusieron un cambio esencial en la manera de vivir de muchas personas en el planeta. Todos hemos sido testigos de este tránsito de transformaciones técnicas, tecnológicas, laborales, sociales, familiares, individuales… La llegada de los microchips y los censores catalizaron un progreso en equipos que, a la larga, ha incidido en zonas de la conducta humana; infiltrándose en nuestro modo de vida con computadoras, teléfonos móviles, cámaras digitales, procesamiento digital de datos, nuevos equipos de salud y novedosos métodos de curación, etc. Pero nada de esto es comparable con lo que se avecina. En la presente centuria el desarrollo de la nanotecnología, la automatización de procesos especialmente aplicados a la robótica, el vertiginoso desarrollo de la genética y, lo más importante, todas esas revoluciones tecnológicas superpuestas y aceleradas a la vez, es posible que impliquen cambios esenciales en el modo de vida de una cantidad tan notable de personas en el mundo que, al menos yo, no tengo imaginación para concebirlos; pues coincidirán con millones de seres humanos hambrientos, sin agua potable, ni energía eléctrica, ni derecho a la salud y a la educación, sin ninguna oportunidad de progreso, ni de alcanzar los requisitos mínimos de lo que consideramos una vida digna. Lo más increíble es que la mayoría de nosotros estaremos en ese mundo a la vuelta de unos años, aunque parezca asunto de ciencia ficción, como mismo nos pareció el cambio digital en nuestra era analógica.

“La ingeniería genética desde hace años viene trabajando con la inducción de células madres,
el genoma humano, el cultivo de tejidos en laboratorio y el almacenamiento del ADN, entre otros (…)”.
Fotos: Tomadas de Internet

 

La genética reprograma la individualidad biológica, la nanotecnología contribuye a que ello se haga más allá de la escala molecular y atómica, y el desarrollo de la robótica con la inteligencia artificial demuestra que no haría falta ni siquiera un cuerpo humano para la realización de todas estas aplicaciones, aunque se pueda utilizar alguna parte humana. Biología, ciencias puras y tecnología se han unido para abrir una nueva civilización que ya está en marcha. ¿Cuáles son los resultados, sus ventajas y problemas? Cualquiera puede especular, pero no tenemos respuestas a sus consecuencias concretas en una y otra dimensión. En términos generales no todo es nuevo, el ser humano ha interactuado con la naturaleza desde que comenzó la civilización; sin embargo, por ejemplo, el reto a desafiar la inmortalidad, uno de los campos posibles en que trabajan estas tecnologías, siempre ha sido el gran límite; en eso perdieron la vida algunos de los conquistadores, buscando por La Florida la fuente de la juventud. Cualquier religión propone la salvación para seguir viviendo y posiblemente ese sea uno de los motivos para acercarse a alguna de ellas. Uno de los desafíos que está proponiendo esta nueva civilización es la salvación en la Tierra.

El dilema mayor, cuando se trata de investigaciones con humanos, radica en la bioética. La ingeniería genética desde hace años viene trabajando con la inducción de células madres, el genoma humano, el cultivo de tejidos en laboratorio y el almacenamiento del ADN, entre otros; la nanotecnología, con las innovaciones de la revolución digital, tiene en fase experimental lentes de contacto inteligentes, microbacterias impresas en 3D, nanopartículas anticancerosas y diversas experiencias para incidir en el ADN, entre otras investigaciones; y la robótica mejora cada vez más la inteligencia artificial con memoria exacta, reconocimiento de voz e imagen, la posibilidad de detectar fraudes basada en la estadística y lo que se ha difundido como “conocimiento profundo”. Todo esto es una maravilla para bien y para mal, todo depende de cómo se utilice. Raymond Kurzweil, director de ingeniería en Google desde 2012 y especialista en Inteligencia Artificial, ha manejado en textos como La era de las máquinas espirituales (1990), La singularidad está cerca (2005) y Cómo crear una mente (2012) sus hipótesis sobre esta revolución superpuesta. Serán las máquinas las que diseñen otras máquinas superiores para alcanzar una mente superior y todo ello, según sus cálculos, en la primera mitad de este siglo. Aunque sus estudios están apoyados en textos de científicos de prestigio, han recibido una avalancha de críticas basadas en que ninguna máquina supera a su creador; otras se resisten a retar a la naturaleza de esa manera, en especial para llegar a la inmortalidad, pues se trata de una fantasía apoyada en los deseos.

“(…) nadie ha fijado nunca, ni tampoco es posible fijar, límite a las ciencias. Equipos con inteligencia
sobrehumana, conectados a grandes redes: ¿son un peligro o la mayor oportunidad en la historia del ser humano?”.

 

Es muy posible que la “nueva civilización” fabulada por Kurzweil no llegue de pronto, a pesar de que tal vez más de lo que suponemos, pues ya sentimos su infiltración. Es probable que sus beneficios no se extiendan a todos los habitantes del planeta, dada la escandalosa e inmoral desigualdad del mundo. Por una parte, el colapso de las sociedades tecnológicas complejas, con modelos de consumo insostenibles, es hoy una realidad patente en el agotamiento de los recursos del planeta, que pide a gritos una cultura de consumo diferente; a ello se suma que todavía nadie puede asegurar si la Inteligencia Artificial será, en definitiva, beneficiosa o desastrosa para la civilización humana. Por otra parte, no hay dudas de que todas estas tecnologías ayudan al progreso humano y continuarán desplegándose y perfeccionándose de manera vertiginosa, porque nadie ha fijado nunca, ni tampoco es posible fijar, límite a las ciencias. Equipos con inteligencia sobrehumana, conectados a grandes redes: ¿son un peligro o la mayor oportunidad en la historia del ser humano? Si todo esto se pusiera en función de una revolución agrícola e industrial mundial amigable con el medio ambiente y accesible a todos, valdría la pena, pero tal planteamiento supera la Utopía de Tomás Moro o la ingenuidad de Pangloss.

Quienes lideran esta arquitectura de la nueva civilización no son precisamente organizaciones humanitarias; sino megaempresas al servicio de ciertas hegemonías, interconectadas, pero también en disputa, bajo una lucha por superganancias en un momento en que el capitalismo financiero se va desvinculando de la propia economía capitalista: lo que importa es el dinero, no la producción. Aprovechando los efectos del distanciamiento y aislamiento de la pandemia, es posible que aspiren a erigirse en catalizadores de la venta de productos “ventajosos” para cuando llegue la “nueva normalidad”. La nueva civilización tendrá dos alternativas: usar esas tecnologías a favor del progreso humano, de la justicia social, la solidaridad, la colaboración entre los pueblos y la ciencia puesta al servicio de la sociedad; o emplearlas para salvar a los ricos de la devastación planetaria, incluso, para servirles mejor bajo la advocación del poderoso dios del capital, aunque muchos no puedan acceder a sus ventajas. Parece una ficción futurista, pero estas alternativas ya están entre nosotros.

Ahora que la Organización de Naciones Unidas cumple setenta y cinco años, es oportunidad para recordar que todos los países se han comprometido con objetivos de desarrollo sostenible y debería ser la hora de la acción mundial para poner el fin a la pobreza en todas sus manifestaciones y, en especial, al hambre humillante. No parece cuestión humana desarrollar esta última revolución científico-técnica sin garantizar sistemas de salud y vida sana, educación inclusiva, equitativa y de calidad para promover oportunidades de aprendizaje a todos los ciudadanos del mundo, agua potable, energía asequible, segura y sostenible, etc. Cualquier político que tenga la misión de representar a su pueblo estaría en el deber de lograr la igualdad de sus conciudadanos bajo el respeto a regiones, nacionalidades, géneros, razas, religiones, preferencias sexuales, creencias u opiniones de cualquier tipo, siempre y cuando no vayan contra el cuerpo social que las protege.

“Es muy posible que la “nueva civilización” fabulada por Kurzweil no llegue de pronto,
a pesar de que tal vez más de lo que suponemos, pues ya sentimos su infiltración.
Es probable que sus beneficios no se extiendan a todos los habitantes del planeta,
dada la escandalosa e inmoral desigualdad del mundo”.

 

No es posible lograr la paz sin aminorar, al menos, la desigualdad abismal entre los países; ni asegurar la tranquilidad en cualquier asentamiento humano en medio de exclusiones colosales. Tampoco resulta sostenible la actual cultura de consumismo; quizás sea una de las metas más difíciles de lograr, pero la posible “nueva normalidad” nos convoca a la adquisición de hábitos más amigables con el medio ambiente. Es suicida ponerse una venda en los ojos para desconocer los efectos del cambio climático —ralentizado, al parecer, por la semiparalización del planeta por la pandemia—. Los océanos y mares no obedecen a las leyes limítrofes, los ecosistemas terrestres no reconocen fronteras políticas. Hay que dejar atrás el lenguaje amenazador y prepotente que aviva odios y resucita horrendas historias; hay que hacer de todas las diferencias y colores una oportunidad para compartir de manera pacífica la vida en el planeta. Si esa nueva civilización de máquinas inteligentes que convivirán con nosotros no se fusiona con los objetivos de desarrollo sostenible proclamados por las Naciones Unidas, es probable que formemos parte de la última civilización en el planeta Tierra.