La poesía sirve para sentir que no estamos solos

Madeleine Sautié Rodríguez
30/10/2018

Cuando entre los correos promocionales que envía el Instituto Cubano del Libro, leí en el 2014 el nombre de mi colega Yenys Laura Prieto, como invitada al espacio Páginas inéditas, no supuse que la joven fuera, además de una excelente periodista, poeta; sin embargo, bastó escucharla hablar de poesía y conocer algunos de sus trabajos líricos para asumirla como una garantía dentro del ramo.


Yenys Laura Prieto, ganadora del premio David de Poesía. Foto: Ariel Cecilio Lemus

 

Por esos días había ganado el premio Alejandra Pizarnik, por un proyecto de poemario titulado Memorias de un hombre adyacente. Hoy gana uno de los más prestigiosos certámenes que tienen lugar en la Isla, el David de Poesía, que otorga la Uneac, por el libro Secuencia de baile popular.

¿Cuál es la emoción que procuras reverenciar en el poemario?

Creo que el libro es un estallido entre la fe y el descreimiento, entre lo que nace y lo que muere, entre lo liso y lo poroso. Crece sobre esas contradicciones. Por eso puede ser un libro difícil. La “secuencia” no es solo una continuidad de paisajes yuxtapuestos al azar, es también un tejido que dialoga con verdades más profundas sobre nuestra condición de cubanos.

Te oí en una ocasión defender con razones poderosas el verso libre…

Creo que el poema es un acto de extrema libertad. El simulacro también es parte de la escritura, pero incluso el camuflaje entraña siempre una verdad, una apuesta que nos revela. El verso libre soy yo misma estallando, fluyendo, muriendo a veces, oxidándome. Disfruto esa libertad, aunque no demerito el valor de la rima.

En los poemas que firmas está Cuba. ¿En qué dimensiones líricas sientes que ella está más?

Cuba no es solo un espacio geográfico, determina una condición espiritual que tiene que ver con la resistencia, con la velocidad, con la presencia del agua, el salitre, como factores determinantes. Soy cubana y me interesa discursar sobre lo que somos, sobre lo que hemos sido, sobre nuestras esencias; no sin el miedo a equivocarme, no sin el temor de errar.

Antes de escribir poesía, hay un rayo interior que avisa. ¿Qué sucede en ti cuando estás a punto de hacer el poema?

Respeto a quienes confiesan escribir desde el oficio curtido. No es mi caso. Creo en el misterio de la palabra que te comienza a rondar, que se desgaja, que te sorprende. El poema llega de golpe, no me gusta reescribir, no me gusta dejarlo en pausa y volver después sobre él; aunque confieso que a veces es necesario ese proceso de pulido.

Ya hace tiempo escribes. ¿Cuáles empiezan a ser tus temas recurrentes, los que sabes te van a acompañar siempre?

Escribo sobre las mismas pulsiones que mis ancestros. En el centro de todo están siempre el amor y la muerte. En ese sentido somos animales reescritos, revisitados, repetidos. No creo en la originalidad, pero sí en la singularidad de la voz, y sobre todo en su derecho a existir en medio de esa polifonía.

¿Poeta o poetisa?

No me interesa que me nombren. A veces no sé qué soy. Pero tengo palabras y obsesiones. Y ellas abren el camino conmigo a cuestas.

¿Para qué sirve la poesía?

La poesía sirve para sentir que no estamos solos.

 

Tomado de Granma