En 1959 la palabra revolución solo connotaba, para los cubanos, libertad, soberanía, reivindicación, justicia, esperanza. Con el paso del tiempo, y tras seis décadas de un bloqueo económico, comercial y financiero puesto con todas sus fuerzas para obstaculizar el desarrollo económico de Cuba, esos significados se fueron contaminando con matrices simbólicas ancladas en los usos abstractos de la desigualdad precedente.

“En 1959 la palabra revolución solo connotaba, para los cubanos, libertad, soberanía, reivindicación, justicia, esperanza”.

En ese vasto y diverso escenario que llamamos “capitalismo” existen libertades, soberanía, reivindicaciones, justicia y esperanzas, pero sesgadas por un acceso sectorial donde los poderosos las disfrutan a plenitud y los desposeídos solo como lenguaje, en acciones de pequeño calibre. Los superlativos son los indicados para caracterizar las asimetrías coexistentes en esos opuestos signados por la exclusión, la represión, la discriminación, la explotación, el hegemonismo, construido todo con fuerza de leyes, desde las armas y el dinero.  

Claro, sería injusto aplicarle la misma mirada a todo el capitalismo, como tampoco procedería con el socialismo, puesto que no son equiparables el capitalismo del primerísimo primer mundo y el del tercero; de la misma manera que el llamado “socialismo real” —y el de algunos países de Asia— difiere del de estos días en nuestro continente, aun cuando los ensamblen puntos esenciales.

La grandeza del concepto de libertad le confiere pasaporte a todas las doctrinas que, como sistema político, ha conocido la humanidad moderna. José Solís Fernández, de la Universidad de Zaragoza, al comentar el libro Los derechos fundamentales. Apuntes de historia de las constituciones, de Mauricio Fioravanti,[1] observa cómo este propone acceder a tres formas teóricas de fundamentar las libertades: la historicista, la individualista y la estatista. En la mayor parte del mundo (léase capitalismo) se prioriza la individualista, que acapara el protagonismo en los discursos de la derecha mientras su despliegue mayoritario le confiere un hegemonismo conceptual que a la vez se erige en arma para devaluar las reconstrucciones que, en lo social, proponen los movimientos de izquierda.

“Con el neoliberalismo, el concepto de libertad pierde casi todas sus connotaciones sociales”. Imágenes: Tomadas de Pixabay

La doctrina neoliberal, que reduce la participación del Estado hasta su mínima expresión, anula cualquier posibilidad de este para intervenir en el diseño de libertades donde, a la del individuo, se suman las que operan como reivindicación de esferas cuya única concreción solo es posible a través de acciones inclusivas en las prácticas del gobierno. Con el neoliberalismo, el concepto de libertad pierde casi todas sus connotaciones sociales. De qué vale ser libre para elegir caminos personales si los gobiernos no proporcionarán, con crecientes políticas públicas, los medios para concretar la ruta.

Si miráramos la actualidad a la luz de lo propuesto por Fioravanti, pudiéramos concluir que el modo hiperbólico con que se propone el modelo individualista genera un desvanecimiento por gravedad del historicista y el estatista. Sobre este último afirma que “la autoridad del Estado es algo más que un instrumento necesario de tutela: es la condición necesaria para que las libertades y los derechos nazcan y sean alumbrados como auténticas situaciones jurídicas subjetivas de los individuos”. 

Será necesario que comencemos a entender al socialismo no como el sistema perfecto que hace décadas pretendía ser, sino como la única alternativa posible (hasta hoy) del tercer mundo ante el capitalismo neoliberal y el imperialismo. Si aceptamos que revolución hoy, como ayer, significa búsqueda de la justicia social y la equidad, los caminos trillados del capitalismo, ya lo sabemos, no conducen a nuestros pueblos a esas realizaciones. El agotamiento de algunas de las pautas con que el socialismo ha tratado de autoconstruirse para funcionar como sociedad de bienestar no le resta valor a su espíritu reivindicativo de libertades esenciales.

“Las libertades individuales nunca serán la representación de toda la libertad”.

La libertad tiene expresiones en lo individual, pero también en lo social, en lo nacional y en lo global. Los ciudadanos de un país pueden sentirse libres para determinadas acciones cotidianas y vivir bajo el sometimiento —muchas veces involuntario y camuflado— a otros países con mayor poder económico o militar. Las libertades individuales nunca serán la representación de toda la libertad.

Se sabe que el capitalismo es un sistema que en apariencia “no se construye”, pues se acoge a la espontaneidad del mercado como regulador implacable, pero el mismo mercado y las relaciones de producción entre los hombres son un constructo histórico impuesto por quienes, dueños de los medios, y por tanto, de los réditos, lo cimentaron para después sellar sus grietas.

El llamado lumpen proletario es también un constructo cuya expresión más reciente es el obrero medio del que llamamos primer mundo. A las oligarquías les interesa preservar su existencia, y por eso, ante la comparación con la miseria tercermundista, desaparece la conciencia de clase, pues pasan a  considerarse a sí mismos beneficiarios afortunados de un sistema que les permite ir y venir a gusto, aun a costa de la miseria de la mayor parte de la humanidad.

Cuando el capitalismo nació al mundo con la primera revolución burguesa, en nuestros países éramos colonia de un imperio que llegaría a esa formación económico-social mucho después; por eso convivían aquí códigos feudales, de capitalismo manufacturero, y hasta de esclavismo, con un achacoso repertorio de derechos humanos previo a esa revolución y a la francesa.

“La grandeza del concepto de libertad le confiere pasaporte a todas las doctrinas que, como sistema político, ha conocido la humanidad moderna”.

Las disfunciones actuales de nuestros países son, también, secuelas de un largo estatus poscolonial que hace que la organización socialista de la sociedad sea una tarea más que titánica, por momentos caótica, y obligada a idas y regresos. El despliegue del concepto de derechos humanos, no practicado por las metrópolis con sus colonias, nunca fue todo lo “universal” que se proclama, pues ni siquiera la propia Francia lo hizo. Sobran los ejemplos.

Cuando vemos a personas de esencia humilde pedir “libertad” en nuestras calles nos preguntamos qué libertad demandan, pues en los momentos que vivimos en Cuba, de carencias derivadas del bloqueo en primer lugar y de los pobres resultados de estrategias económicas precedentes por otro, se abren nuevos espacios a diversas libertades. Mientras se intenta consolidar aquellas libertades que la Revolución sostiene desde su triunfo, se incorporan otras de carácter individual, económico, migratorio, así como de movimiento, de propiedad, de expresión, de credo, de elección sexual, de opinión política.

En mi caso, y en el de un buen grupo de intelectuales y colegas escritores, las ganancias al concepto de libertad las entendemos con las mentes abiertas a los más insospechados cambios, es decir, con la revolución en la cabeza, no ajenos a ella. Solo en su devenir vislumbramos alguna luz en la ruta hacia esa sociedad justa donde, tanto en lo histórico como en lo individual y en lo social, todos los habitantes del planeta podamos construir el bienestar común.


Nota:
[1] José Solís Fernández en comentario sobre Los derechos fundamentales. Apuntes de historia de las constituciones, de Marcelo Fioravanti, Departamento de Derecho Público y Filosofía del Derecho, Universidad Carlos III, Editorial Trotta, Madrid, 1996, 165 pp. Todas las citas son extraídas de esa fuente. Disponible en https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/17/99/13solisfernandez.pdf. Fecha de consulta: 10 de septiembre de 2021.

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