La Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales y la democratización de la cultura (1940-1964) (II)

Félix Julio Alfonso López
12/1/2021

Entre los propósitos de esta agrupación ilustrada, cuyo domicilio legal se encontraba ubicado en la calle Cuba 205 de la ciudad antigua, se destacaban, según lo expresado en el Reglamento:

1- Desarrollar el conocimiento y estimular el estudio de la historia de Cuba, en particular, y de la del resto de América, en general, así como los de aquella y esta en relación con los pueblos del Viejo Mundo vinculados a los países americanos, política, económica o socialmente.

2- Llevar a cabo investigaciones y estudios de historia nacional y continental.

3- Divulgar dichos estudios mediante conferencias, debates, discursos y publicaciones de toda índole, utilizando ya los medios orales y tipográficos tradicionales, ya los modernos del radio, la televisión y el cinematógrafo, etc.

4- Celebrar actos públicos rememorativos de acontecimientos nacionales o continentales y enaltecedores o enjuiciadores de personalidades cubanas o americanas, o de otros países que hayan actuado o intervenido de alguna manera en asuntos de Cuba o de la América.

5- Crear y mantener, abierta al servicio público, en esta capital, una Biblioteca Histórica Cubana y Americana, y promover la creación y el mantenimiento de otras análogas en la República.[1]

A los fines antes citados, se sumaban un número de tareas relacionadas con la enseñanza de la historia de Cuba en las escuelas, preferiblemente por profesores cubanos graduados de las escuelas normalistas o de las facultades de Filosofía y Letras y Educación de la Universidad de La Habana; y otras encaminadas a la divulgación histórica; la conservación y restauración de monumentos y documentos de valor histórico excepcional; la defensa de los archivos, tanto privados como oficiales, impidiendo su ocultamiento o traslado al extranjero y el estudio y preservación de las tradiciones populares y folclóricas. Varias disposiciones tenían un matiz decididamente nacionalista y de defensa de la soberanía cubana, e incluso se pronunciaban contra las agresiones imperialistas a los pueblos de Nuestra América:

13- Velar, mediante actuación directa ante las autoridades de la República, por el prestigio de esta en el orden internacional y el reconocimiento y respeto de su soberanía, tanto por los nacionales como por los extranjeros residentes en Cuba, y por los gobiernos, entidades o ciudadanos de los demás países.

14- Protestar ante la opinión pública y denunciar ante los tribunales de justicia, si procediere, a cuantos pretendieren recabar o recabasen la injerencia extranjera en los asuntos internos e internacionales cubanos.

15- Combatir la actuación de aquellos gobernantes cuyos actos constituyan por comisión u omisión una amenaza a la soberanía nacional.

16- Estimular por todos los medios posibles la integración de una economía nacional, como base de la independencia política.

17- Pronunciarse, previo el estudio de cada caso, contra las manifestaciones imperialistas de cualquier país de América a expensas de otro país americano, e igualmente contra campañas o actuaciones que pudiesen quebrantar la solidaridad continental.[2]

    Entre los propósitos de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales se encontraba la conservación y restauración de documentos de valor histórico excepcional. Foto: Internet
 

Otros aspectos progresistas de este Reglamento tenían que ver con lo que denomina: “Plantear científicamente los problemas relacionados con la convivencia de las diversas razas que integran la población cubana, a fin de propiciar la efectiva compenetración entre ellas, mediante la extinción de los prejuicios que se le opongan” y de igual manera se proyectaba a: “Insistir en la completa devaloración de los prejuicios sociales de clase o familia, incompatibles con las categorías universales y legítimamente humanas del talento, la cultura y el esfuerzo personales”.[3] Se trataba de un verdadero programa cívico y de conciencia pública, que rebasaba los límites de lo estrictamente histórico, y tocaba varios de los males más lacerantes de la vida republicana, como la pérdida de la soberanía a manos de gobiernos antipopulares, la formación patriótica de los niños en las escuelas o los temas relacionados con la discriminación racial y otras formas prejuiciosas.

Los miembros de la corporación se dividían en tres tipos: socios titulares en número de 22, correspondientes al de los fundadores, socios de honor[4] y socios colaboradores.[5] La condición de socios colaboradores también se extendía a otros países de América Latina y los Estados Unidos.[6] La categoría de socio de honor se confería a aquellos que fueran designados para presidir los Congresos Nacionales de Historia (iniciados a partir de 1942),[7] y a extranjeros que se hubieran destacado por sus grandes servicios a la sociedad y a los estudios históricos. Aun así, existía una cierta flexibilidad en dicha membresía:

No se trata de categorías inmutables: comoquiera que la Sociedad se considera primordialmente un organismo de trabajo, cualquier socio titular pasa a la categoría de colaborador cuando por ausencia o por cualquier otra causa no puede prestar su concurso con plena eficacia, eligiéndose para sustituirlo como titular a alguno de los socios colaboradores que hayan demostrado su mayor compenetración con los fines y especialmente con las labores de la Sociedad. Por esta razón, los titulares han de residir exclusivamente en La Habana, en tanto que los colaboradores se nombran en esta capital, en el interior de la Isla o en el extranjero.[8]

Un dato revelador de la índole democratizadora de la cultura que estimulaba la Sociedad Cubana…, era la disposición de que todos los actos públicos celebrados por la asociación serían de libre asistencia de los interesados “sin necesidad de invitación personal ni reserva de puestos especiales”; asimismo, los miembros titulares de la corporación se comprometían a “poner sus bibliotecas particulares al servicio del público, a través de la Biblioteca Histórica Cubana y Americana, que será integrada por estas aportaciones individuales, pero conservando cada socio la propiedad de las obras en tal forma facilitadas”.[9] Del mismo modo, se estipulaba que, en caso de fallecimiento del titular, su archivo particular y biblioteca privada serían objeto de examen por al menos dos miembros de la Sociedad Cubana…, quienes aconsejarían y auxiliarían a la familia sobre el mejor destino de dichos bienes intelectuales.

 “Los miembros titulares de la corporación se comprometían a poner sus bibliotecas particulares al servicio del público, a través de la Biblioteca Histórica Cubana y Americana”. Foto: Internet
 

El Reglamento también protegía la condición de sus socios como trabajadores intelectuales, y en tal sentido establecía un grupo de prohibiciones relacionadas con la participación sin retribución en tribunales o jurados de certámenes y concursos y la impartición gratuita de conferencias, charlas, cursos, lecciones o lecturas en actos patrocinados por el Estado, provincias, municipios o entidades privadas, exceptuándose de lo anterior aquellas acciones que tuvieran lugar con fines cívicos, de bien público, educativos o culturales.[10]

El ideal de Roig, tanto en la labor de la Oficina y sus organismos auxiliares (la Biblioteca, el Museo y el Archivo) como en la Sociedad Cubana…, era lograr que el conocimiento de la historia nacional se convirtiera en un fin de utilidad pública, en la puesta en valor de dicho conocimiento como función social. Se trataba, en palabras de Roig, de: “lo que podríamos llamar la democratización de los conocimientos históricos, mediante el esfuerzo deliberado y continuo de dar a todas sus actividades una amplia proyección popular”.[11] Y agregaba que para sus miembros, la faena historiográfica: “ni ha sido, ni será nunca simple tarea erudita, narrativa o apologética, sino estudio y discernimiento de los verdaderos factores económicos, sociales y humanos que constituyen las raíces de nuestra integración nacional”.[12]

Resulta indudable que el mayor esfuerzo intelectual desplegado por la Sociedad Cubana…, de conjunto con la Oficina del Historiador, estuvo relacionado con la organización, celebración y difusión de los Congresos Nacionales de Historia, celebrados de manera sistemática entre 1942 y 1960, con un total de 13 ediciones. En dichos cónclaves de historiógrafos y divulgadores del pasado, se dieron cita los mejores exponentes del pensamiento cubano de la época, y fue un verdadero semillero de ideas renovadoras, de interpretaciones fecundas y de significativo progreso en el conocimiento de procesos, figuras y hechos históricos. En su alocución al Primer Congreso, Roig hacía patente la consagración nacionalista, popular y patriótica de los miembros de la Sociedad Cubana:

Y todos cuantos formamos parte de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales sentimos la necesidad imperiosa de revalorar nuestra historia y la historia de América y darle el dinamismo indispensable para hacer llegar la cultura histórica al pueblo a fin de reforzar la conciencia cubana y americana. No es nuestra Sociedad, por lo tanto, una reunión, capilla o panteón de hombres más o menos ilustres, ni una concentración de pachecos intelectuales, sino que constituye un grupo de trabajadores del pensamiento que se preocupan fundamentalmente por los destinos de nuestro pueblo y por el robustecimiento de la conciencia nacional. Pensamos que la inteligencia y la sabiduría solo tienen un valor humano apreciable cuando se proyectan en forma de servicio popular.[13]

Y agregaba que:

En la Sociedad se agrupan hombres y mujeres de diversas ideologías, pero unidos fraternalmente por el amor a Cuba, por la fe democrática, por la devoción a la libertad y al progreso, por la ausencia total de prejuicios discriminadores, por amplio espíritu de solidaridad americana, y por la repulsión a todo reaccionarismo despótico y explotador, ya lleve la máscara del viejo absolutismo, ya la del moderno totalitarismo.[14]

 El ideal de Roig era lograr que el conocimiento de la historia nacional se convirtiera en un fin de utilidad pública. Foto: Tomada de Granma
 

Desde su misma fundación, la Sociedad Cubana desplegó un activo programa de conferencias y cursos sobre diferentes temáticas historiográficas, entre ellas las dedicadas a la conmemoración del 150 aniversario de la fundación del Papel Periódico de La Havana; los grandes movimientos políticos cubanos en la Colonia y en la República (Colonialismo, Reformismo, Anexionismo, Autonomismo, Independentismo, Injerencia, Reconquista y Nacionalismo); actitud de Cuba ante el conflicto bélico europeo y posibilidades de la participación de América en el mismo; vida y pensamiento de Martí; historia de la independencia en América; homenaje a Martí en el cincuentenario de la fundación del Partido Revolucionario Cubano; contribución de Cuba a la causa de la democracia: dos siglos de lucha por la libertad; homenaje a los mártires de 1851 y a figuras descollantes del devenir insular como el propio Martí, el presbítero Félix Varela, José de la Luz y Caballero y los próceres de la gesta independentista. También fueron homenajeados en sus centenarios Domingo Figarola Caneda (enero de 1952) y Víctor Hugo (junio de 1952). Asimismo, se realizó una exposición fotográfica por los 400 años de los monumentos en La Habana (marzo de 1955); un acto por el 130 aniversario del Congreso Anfictiónico de Panamá (junio de 1956) y por el sesquicentenario de la Junta de Caracas, iniciadora de la independencia de Venezuela (abril de 1960). Con todo este ambicioso programa de coloquios, charlas, conferencias, exposiciones y cursos, la Sociedad Cubana… buscaba cumplir su propósito de:

Continuar, intensificándola cada vez más, la prédica nacionalista, iniciada, (…) por nuestra Sociedad, desde su fundación, hasta que logremos escalar la cumbre de nuestras más caras aspiraciones patrióticas: vencer el derrotismo, destruir el complejo de inferioridad que sufre nuestro pueblo, y conseguir que renazcan y se arraiguen en él la fe y la confianza en el propio esfuerzo, virtudes máximas que poseyeron los cuatro grandes de nuestra guerra libertadora del 95: Martí, Maceo, Gómez y García. Precisamente como historiadores nos incumbe de modo especialísimo esta tarea patriótica, porque en la tergiversación de la verdad histórica sobre nuestra última contienda emancipadora descubrimos las raíces de nuestro derrotismo republicano.[15]

 

Notas:
 
[1] Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales. Reglamento, op. cit., pp. 9-10.
[2] Ídem, pp. 12-13.
[3] Ídem, pp. 13-14.
[4] En ocasión de recibir la condición de Socio de Honor, escribió Fernando Ortiz a Emilio Roig, en agosto de 1947: “He recibido su comunicación por la cual se me notifica haberme concedido el título de Socio de Honor de esa Sociedad por usted presidida. Esta distinción, hija de la generosidad de usted y de los miembros de dicha sociedad, es para mí muy honrosa y la agradezco profundamente, rogándole se sirva recibir por muy sinceras, estas expresiones de mi gratitud y transmitirla a sus compañeros”. “Carta de Fernando Ortiz a Emilio Roig de Leuchsenring, 29 de agosto de 1947”, en: Correspondencia de Fernando Ortiz. 1940-1949, compilación y notas de Trinidad Pérez, La Habana, Fundación Fernando Ortiz, 2016, p. 395.
[5] A mediados de los años 50, los socios colaboradores formaban un extenso listado, donde descollaban nombres como los de Ángel Augier, Enrique Caravia, Gustavo Du-Bouchet, Aníbal Escalante, Salvador García Agüero, Ramiro Guerra, Antonio Hernández Travieso, Francisco Ichaso, Luis F. Le-Roy, Juan Marinello, Rafael Nieto Cortadellas, Felipe Pazos, Felipe Pichardo Moya, José Rivero Muñiz, Emeterio Santovenia, Salvador Vilaseca, Medardo Vitier y Sara Ysalgué. En las provincias el número de socios colaboradores era menor, pero también podía mostrar nombres de valía como Enrique y Pedro Cañas Abril, Gregorio Delgado Fernández, Francisco Fina García, Segundo A. Marín García, Felipe Martínez Arango, José Antonio Portuondo y Leonardo Griñán Peralta.
[6] Fueron Socios Colaboradores de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales en el extranjero: Enrique de Gandía (Argentina), Enrique Ortega Ricaurte (Colombia), Tulio E. Tascón (Colombia), Sinforoso Aguilar (Guatemala), José Humberto R. Castellanos (Guatemala), J. Fernando Juárez Muñoz (Guatemala), José Joaquín Pardo (Guatemala), Carlos Gándara Durán (Guatemala), Carlos Martínez Durán (Guatemala), Ricardo Castañeda Paganini (Guatemala), Ernesto Alvarado García (Honduras), Pedro Rivas (Honduras),  Esteban Guardiola (Honduras), María Trinidad del Cid (Honduras), Salvador Turcios T. (Honduras), Jenaro Artiles (Estados Unidos), John Tate Lanning (Estados Unidos), Ralph S. Boggs (Estados Unidos), Miguel Jorrín (Estados Unidos), William H. Morales (Estados Unidos); Enrique Noble (Estados Unidos), Duvon C. Corbitt (Estados Unidos), Manuel Piedra (Estados Unidos), Manuel Pedro González (Estados Unidos); Roscoe R. Hill (Estados Unidos) y Jorge Vivó (México).
[7] Entre los Socios de Honor estaban, en su condición de Presidentes de los Congresos Nacionales de Historia: Fernando Ortiz, Eduardo Martínez Dalmau, Gerardo Castellanos García, Federico Pérez Carbó, Joaquín Llaverías, José A. Martínez Fortún, Ulises Cruz Bustillo, Mario Guiral Moreno, Miguel Varona Guerrero, Enrique Gay Calbó, Félix Lizaso, Manuel Isidro Méndez, Manuel I. Mesa Rodríguez, Gonzalo de Quesada y Miranda y Manuel J. Béquer.
[8] Veinte años de actividades del Historiador de la ciudad de La Habana, 1935-1955, op. cit., pp. 295-296.
[9] Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales. Reglamento, op. cit., pp. 18-19
[10] Ídem, pp. 21-24.
[11] Veinte años de actividades del Historiador de la ciudad de La Habana, 1935-1955, op. cit., p. 298.
[12] Ídem, p. 299.
[13] Ídem, p. 302.
[14] Ídem, p. 304.
[15] Ídem, p. 309.